POEMA A LO DIVINO[22]

Porque el mar no es bastante,

ni el río o la paloma.

Que no siendo tu espejo,

ni el espejo del cielo

o el espejo del agua.

(Otro espejo sería

una lámina helada

respondiendo con muerte

a la cara del alba.)

Que no siendo tu aire,

¡qué plomo, qué ceguera

respiran los pulmones!

Que no siendo tu luz,

los ojos no hallan otra.

Saber que siempre tú,

en la roca y la planta.

Tú en la estrella y la ola,

en la espiga y la ceja.

Un pico de tu manto,

bien de azul o de nube,

un dejarme caer

tu mirada o tu mano.

(Tus singulares manos,

que la piel o la pluma,

la montaña y el río.)

Ni importa que se acabe

con los mundos el mundo;

que el tiempo no halle puente

y lamente su sino.

Ni que se tronchen albas

y ponientes, lo mismo

que tallos cuando aún

no hay un hombro dispuesto.

Cómo pesa tu peso

sobre todas las cosas.

Cada viento, tu aliento.

Tu luz, cada mañana.

Y ¡qué vida la tuya,

con la noche! ¡Qué exacta

tu presencia en las horas!

¡Qué olor das a la noche

al prestársela al mundo!