Déjame esta palabra,
amiga. Ella te abra
mi corazón. La labra
lo mucho que te amo,
la paz con que te llamo,
la voz con que te clamo.
Mi raíz tú la tienes.
Tierra de donde vienes,
allí tengo mis bienes.
Aire que tú respiras,
allí tengo mis miras.
Soledad que retiras
o que acercas, presencia
tuya por toda ciencia,
mi pan y mi querencia.
Tu ternura, mi fuente;
tus palabras, mi gente;
tu cuerpo, mi presente.
Mi árbol, mi aposento,
sed y contentamiento.
Lugar donde me siento
con la dicha, la vida,
la hermosura, la herida,
el cielo, la medida.
Yo cantarte no sé.
Yo sé decirte lluvia,
o tierra, o desazón, olivo
hundiendo su raíz
en mí, mi aire
por sus ramas.
Yo sé decirte era
donde tus pensamientos trillan,
y alforja y almiar,
tejado, fuélliga.
Yo sé dentro de mí
dónde caminas.
Te digo agua,
rumor, alcaraván,
alberca, tilo.
Yo sólo sé nombrarte
con palabras que dicen
cosas que amo y que conozco:
brasero, labio
—el mismo que te nombra;
de donde no te caes—
Lo demás tiene nombre.
Se dice y se nos pierde.
Lo demás tiene extensión.
Se oculta y se consume.
Lo demás tiene peso.
Vuela y nos abandona.
Lo tuyo no se nombra[20].