XXIII

Hablé de ti y dijeron: “¡Pamemas y pamplinas!”

No te entristezcas si te lo cuento todo,

pero estoy seguro que no sabían lo que decían,

porque las pamemas son raras flores de los bosques

y las pamplinas aves exóticas

y peces ignorados.

Ellos toman té todos los días

e ignoran que ahorcarse es hacerse el nudo de la corbata.

Nosotros jugamos simplemente al escondite

y no hacemos más tonterías

que las estrictas para no morir.

¿Es pecado jugar al escondite?

Amor, mi jeroglífico,

no te escondas dentro de ti,

que así no vale.

Te palpo y te veo, y digo: Aquí está,

y apareces saludándome en la otra orilla.

Así es inútil.

Has de ser tú el que te refugies en mi cuerpo,

que ahí nadie dará contigo.

Te puedes asomar a mis ojos como a la ventana de una fortaleza

y ver los paisajes de tu infancia

—el molino y los álamos,

la molinera y su marido,

las eras y el campanario.

¿No te basta con esta felicidad encaramada,

con esta soltura de mirarlo todo

sin que nadie te vea?

¿O prefieres acaso

que saquemos nuestros pañuelos de despedida

y desaparezcamos del globo terráqueo?

Adiós.

¿Hasta cuándo?

No sabemos hasta cuándo.

Hasta nunca quizá, ¡ay!, amor.