Vamos a dar nuestra lección diaria.
La geografía la estudiaremos en tu cuerpo,
y la geometría en tus palabras.
Amor, pero no sé dónde estudiaremos aritmética,
desde que te oí decir que dos y dos eran cuatro,
que cuatro y cuatro eran ocho,
y así sucesivamente.
¿Cuándo aprendiste semejantes pamplinas?
Sin duda te castigaste a ti mismo
a sumar ordenadamente,
por haberte roto las piernas.
No me hables con números o palabras,
sino con gestos o brincos;
quiero ver y no oír,
quiero vivir y no recordar.
Amor, rompámosle a este buen viejo
todas sus plumas,
su pluma verde,
su pluma pajiza.
Si con las plumas volara o se reclinara,
romperíamos nuestras escopetas,
pero sólo le sirven para morderlas.
¿Y la lección de astronomía?
La astronomía es imposible estudiarla de noche;
no tenemos más observatorio que tu espalda,
y allí es difícil instalar los telescopios,
porque es resbaladiza como una pendiente de hielo,
extensa como un mapa,
surcada de ríos,
encrespada de montañas,
y a lo mejor con enormes océanos no descubiertos
tan salados como todo tu cuerpo.