XVIII

Amor, veo pasar tu entierro todas las noches,

y por la mañana me despiertan las campanas

que festejan tu nacimiento.

¿No te convendría más

una vida ordenada,

una esposa modelo,

una casa confortable?

Acabarás enflaqueciendo;

pero, ¡qué más da, amor,

si se hacen más hermosos tus ojos cuando palideces!

No me importa

si eres alto o bajo,

grande o chico,

ni dónde duermes,

ni qué comes;

sólo quiero que vengas sin dilación cuando te llame,

alegre como unas castañuelas,

trayéndome lo que te pida

sin pedirme retribución por tus servicios.

Te pagaré con amor,

y si el amor se me escurre, porque suele escurrirse,

te daré algo que sabe a lo mismo

y espera en las encrucijadas a los tímidos viajeros,

como los ladrones.