XIII

Ya te acordarás,

y si no te acuerdas mejor que si lo olvidas.

No quería ofrecernos la tarde

sus colinas o sus prados

para descansar en ellos.

Parecía una gran dama

con su traje rojo

y su quitasol lila.

¡Qué bella tarde

para amarse!, le dije.

Y empezamos a amarnos.

Amar ya tiene otro sentido;

no es pasear entre los árboles

bajo sus verdes copas húmedas,

con humedad en los ojos

y detenerse a la entrada del puente.

Ya los amantes no se besan

más que al regreso de los grandes viajes,

ni dan carreritas ligeras,

ni se esconden tras los biombos,

ni estrechan un universo

cuando estrechan simplemente una cintura.

Perdón, amor, sin duda me he excedido

y dije cintura en vez de sonrisa.

Fácilmente se confunden

sonrisas y guitarras,

músicas y monedas,

cinturas y dulcísimas naranjas.