Ya te acordarás,
y si no te acuerdas mejor que si lo olvidas.
No quería ofrecernos la tarde
sus colinas o sus prados
para descansar en ellos.
Parecía una gran dama
con su traje rojo
y su quitasol lila.
¡Qué bella tarde
para amarse!, le dije.
Y empezamos a amarnos.
Amar ya tiene otro sentido;
no es pasear entre los árboles
bajo sus verdes copas húmedas,
con humedad en los ojos
y detenerse a la entrada del puente.
Ya los amantes no se besan
más que al regreso de los grandes viajes,
ni dan carreritas ligeras,
ni se esconden tras los biombos,
ni estrechan un universo
cuando estrechan simplemente una cintura.
Perdón, amor, sin duda me he excedido
y dije cintura en vez de sonrisa.
Fácilmente se confunden
sonrisas y guitarras,
músicas y monedas,
cinturas y dulcísimas naranjas.