Amor, te tengo abandonado y no lo mereces,
no mereces que los hombres no te saluden cuando pasas,
ni te den una limosna cuando la pides.
Amor, eres un pordiosero,
y debieras ser un rey.
¡Qué penas, amor mío, llevas pintadas
en tu cara bellísima!
¡Cuánto debes haber sufrido!
Realmente mi vida ha sido un calvario
con una cruz de miradas.
Si quisieras, podrías refrescarte en mis lágrimas
porque, aunque mis lágrimas son ardientes,
son frías para tu cuerpo moreno,
amor, para tu lengua fina
como la de las víboras,
para tu ferviente sed
y tus historias conmovedoras.
Ven y sentémonos junto a la chimenea,
oye el cuento que nunca oíste.
El silbido del tren era un anuncio.
Qué, ¿no te conmueve, amor?
¿ni el silbido del tren entre las peñas?
¿ni la leve penumbra de tu ceja?
¿ni el rubor,
ni la hoja,
ni ese roce último que no se siente
y sin embargo es la carne?
Entonces, ¿eres de hielo?
¿no eres de este mundo?
¿estás aquí,
o eres lo que hay entre las manos
cuando se estrechan fuertemente?