He pensado, amor, que nos vayamos a una aldea
para que te acostumbres a salir a la calle sin corbata
y veas lo que nunca has visto:
pacer las ovejas;
y sepas lo que no has sabido:
el dulce son del caramillo;
y prueben tus zapatos
el prado y la pradera,
y toques las piedras
y las cortezas de los árboles
que tantas veces viste en el cine sin tocarlas.
Porque ignoro, amor, si tienes pie,
aunque sé bien que tienes cintura;
ignoro si puedes encaramarte como una cabra,
o sólo sirves para estar sentado.
Ignoras muchas cosas
que es preciso ignorar,
y sabes por otra parte demasiadas.
Seguramente oíste hablar de la aurora
y del crepúsculo;
pues bien, existen crepúsculos y auroras,
y es posible madrugar,
y es posible tener la nieve en las manos,
y oír el caramillo,
y tocar las piedras,
y resguardarse del sol bajo los árboles,
y ver los rayos hender las encinas;
en fin, amor, amar no es imposible.