V

Ya sabes que el miserable quiso robarte

y, a no ser porque mis petañas fueron fuertes,

te hubiera arrebatado a mi desvelo

y a estas horas habrías dormido bajo el techo de su cámara,

y habrías peinado tus preciosos cabellos

ante el espejo de su cuarto,

y te habrías sentado en su misma silla,

y no quiero pensar, amor,

lo que, cuando canta el búho

y se silencia la estrella,

habría sido de tu cuerpo leve,

de tu leve sonrisa,

de tu inmenso secreto,

de tus dedos finísimos,

ni de tu lengua.

No quiero pensarlo porque te tengo

y, estrechándote, están de más

el mar, la montaña,

la hoguera en medio del bosque,

las lámparas y las estrellas

sin cuya luz, amor, el amor es amor también.