II

Era mi alegre amor del que no se hablaba,

que sonreía todos los domingos

y tenía señalado un día del año

para convidar a los amigos.

Un amor sin baile ni música,

sin hola qué tal,

o cuándo comiste la última vez,

sin perfiles ni bahías,

sin más amor que el amor

de la m ontaña al pino,

o del pino a la lluvia,

sin más cuidado

que arroparlo bien todas las noches

y llamarlo por la mañana a la hora en punto,

y tenerle una taza de júbilo o de pena,

según su voluntad, en la mesita de noche.

Así,

un amor sin rodillas

para sentarme en ellas y clamar:

Cuando despierten los muertos, amada, entonces,

con una boca muy grande

a la que vengan a recrearse

los picos de las águilas

y las uñas diminutas de los hipopótamos.