Los ecos de la verbena
se los lleva la alborada
sobre sus caderas finas
de sangre, de oro y de nácar.
Está la noche borrosa.
Están tocando campanas.
Que es domingo, niñas, hoy;
vamos a misa de alba.
Caerán los golpes de pecho
sobre la roja mirada
de aquel clavel incendiado
en tu corazón de plata.
Y dirás: “Señor, perdón”
con la vocecita clara
con que dijiste: “Te quiero”
cuando la luna alumbraba.
Y pensarás: “¡Oh! Dios mío,
tú el señor y yo la esclava”,
como pensaste en la noche:
“¡Tú el amado y yo la amada!”.