25

—¿Estás seguro de que esto es lo que quieres? —le preguntó Pat Clemens.

—Sí —respondió Parker.

—¿Estás absoluta y completamente seguro? —preguntó Clemens, dudando.

—Sí.

La morena y linda secretaria colgó el teléfono y les enseñó todos sus dientes, blancos y regulares.

—El inspector Tartunian les recibirá ahora.

Al pasar por delante de la mesa, Clemens se comió a la mujer con los ojos de manera patente.

—Atractiva —le dijo a Parker al pasar por la puerta.

Tartunian estaba sentado detrás del escritorio de caoba de la oficina lujosa y grande. Brewster, el CAO y el inspector Willis estaban sentados en cómodos sillones de cuero de respaldo alto a los lados del escritorio.

Tartunian era el único del trío que no llevaba americana. Llevaba una camisa blanca con las mangas remangadas. Se le veía atlético y con buen aspecto para tener casi cincuenta años. Su pelo negro no tenía canas y su rostro, de mandíbula cuadrada, estaba bronceado y curtido de tanto practicar el golf y la vela y cualquier otra actividad al aire libre que exigiese mucho dinero y tiempo libre, cosa que Parker nunca había tenido.

El rostro y el cabello de Brewster eran tan rojos como siempre. El hombre parecía estar perpetuamente furioso. Willis era calvo y pálido. Las gafas, de montura metálica, se apoyaban bien sobre su estrecha nariz y el traje le colgaba fláccidamente de los hombros estrechos. No hacía mucho que estaba en la junta y Parker había oído poco sobre él, sólo que estaba a favor del desarrollo, y rumores de que mucho de su dinero procedía de inversiones inmobiliarias en el distrito de Tartunian.

—Doctor Parker —comenzó Tartunian.

—Éste es Pat Clemens, mi abogado —dijo Parker.

Tartunian sonrió.

—Esto no es un juicio…

—Quizás no oficialmente —interrumpió Clemens—, pero hemos sido informados de que ustedes han reunido una lista de «cargos» que quieren presentar contra el doctor Parker —el desprecio era patente en la voz de Clemens cuando utilizó la palabra «cargos»—. Sólo es lo propio y lo correcto que, en ese caso, tenga una representación legal presente.

—No hemos convocado esta reunión para presentar ningún caigo —protestó Tartunian.

—¿De veras? —preguntó Clemens—. Entonces ¿para qué la han convocado?

—Si se sientan ustedes, caballeros, se lo diré.

Parker y Clemens tomaron asiento frente al tribunal. Parker se sentía como un hereje presentándose ante una especie de tétrico cuerpo inquisitorial y le reconfortaba la presencia tranquilizadora de su amigo.

Tartunian se aclaró la garganta y comenzó:

—Le hemos llamado aquí, doctor, para discutir algunas quejas que hemos recibido de usted desde dentro y desde fuera de su departamento. Quejas de incompetencia administrativa, falta de profesionalidad y ejemplos de comportamiento extraño que ha mostrado usted, impropios en un representante del gobierno del condado. Sobre la base de estas alegaciones, algunos miembros de la junta han solicitado su inmediata dimisión. Después de un largo debate, sin embargo, se ha decidido tomar medidas menos drásticas.

—Los titulares de esta mañana no habrán tenido nada que ver con esa decisión, ¿verdad? —preguntó Parker.

Por detrás de los gruesos cristales, los ojos de Willis lanzaron una mirada hacia Tartunian y luego se volvieron a Parker. Nunca parecían enfocar nada durante más de uno o dos segundos, antes de volverse a desviar.

—Supongo que se refiere usted al caso Duffy —observó Tartunian de mala gana—. Mis felicitaciones por un trabajo brillante.

Una investigación policial en casa de Fenady había descubierto un gran escondrijo de cocaína y un examen de su registro telefónico había establecido un conocimiento más que accidental con Brock. En un artículo de primera página de «Los Ángeles Times», Alexis Saxby había reproducido las palabras del sargento de homicidios Mitchell James, quien decía estar seguro de que se encontrarían más pruebas y que se establecería un caso sólido, relacionando el suicidio de Fenady con el triple asesinato. En la entrevista, el sargento había apuntado que buena parte del mérito de haber resuelto el caso era del doctor Parker.

—Gracias —dijo Parker ásperamente—. El caso fue resuelto sólo gracias al diligente apoyo y a la ayuda de la junta.

Tartunian se puso de mal humor.

—No estamos aquí para hurgar en nuestras pasadas diferencias, doctor. Estamos aquí para encontrar una solución razonable a este problema.

—¿Qué problema?

—¡No nos venga con eso, doctor! —intervino Brewster—. No puede usted negar que tiene un problema grave. Cuando usted tomó posesión como coroner, el tiempo medio que transcurría entre que entraba un cuerpo en la morgue y su salida era de tres días. Ese tiempo es ahora de seis. Tiene usted cadáveres amontonados en los pasillos…

—Tenemos cadáveres amontonados porque ustedes no nos proporcionan ningún medio —espetó Parker.

—Porque usted siempre se ha gastado más dinero del que le asignaba el presupuesto —interpuso Brewster en tono de discusión.

A Parker le contuvo la mano de Clemens en su rodilla.

—Por favor, caballeros —medió Tartunian. Cuando Parker se hubo sentado de nuevo en su silla, dijo—: Lo que nosotros proponemos, doctor, es un período de prueba de un año. Durante ese tiempo mantendrá usted una actitud pública discreta, se limitará al trabajo inmediato y llevará a cabo los deberes de su cargo con decoro y dignidad. Tengo entendido que usted y el señor Brewster han tenido algunos problemas trabajando juntos. Para facilitar el funcionamiento de su departamento y la coordinación con el CAO, se designará un oficial administrativo que lleve los asuntos presupuestarios día a día y los pormenores administrativos del Centro Científico Forense.

Parker se echó hacia adelante.

—En otras palabras, me ponen una correa. Seré un patólogo más mientras su marioneta lleva el espectáculo —hizo un ademán negativo con la cabeza—. Gracias, pero no, gracias.

El rostro de Tartunian se enfureció:

—No creo que se dé usted cuenta de lo que le estamos ofreciendo.

—Pues claro que sí. ¿Cree que no puedo ver a través de esta artimaña, Tartunian? Usted quiere librarse de mí tanto como antes, sólo que ahora mismo no puede, con el caso Duffy en toda la primera página del Times. Quiere usted mi cabeza por lo de su hijo y Brewster la quiere también porque me ve como una amenaza para su pequeño feudo político; el resto de la junta la quiere porque he dicho demasiadas veces en público que los políticos no son más que unos mentirosos y unos ladrones.

Tartunian apretó los labios y su rostro se enrojeció por debajo del bronceado. Clemens se interpuso entre los dos hombres, que se miraban el uno al otro como dos perros a punto de luchar.

—Inspector, el doctor Parker no desea seguir como coroner en esas condiciones. Pero no por los cargos que usted quiere presentar contra él. Hemos visto los así llamados «cargos» y sostenemos que son totalmente falsos. No me cabe ninguna duda de que si esto llegase alguna vez al punto de un juicio de la administración pública, el doctor Parker quedaría absolutamente justificado y ustedes, caballeros, acabarían con un buen escándalo político.

—Entretanto, sin embargo, el doctor Parker piensa que continuarían ustedes apretando las clavijas del Centro Científico Forense, en un esfuerzo para poderle coger a él, y no quiere que eso suceda. Ha pasado demasiado tiempo y se ha dejado demasiada vida en levantarlo. Por lo tanto, quiere dimitir. Sin alharacas, sin publicidad —hizo una pausa significativa y dijo—: Promete que ni siquiera informará a los medios de comunicación de su amistad con Fenady, inspector, ni de su llamada a Chicago, que el público podría erróneamente interpretar como un intento de poner una tapadera sobre la investigación de la muerte de John Duffy.

Tartunian frunció el ceño.

—¿Cuál es la condición?

Clemens tosió en la mano.

—No hay una. Son tres. Primera: si una sola palabra de esas acusaciones difamatorias sobre el doctor Parker se hace pública, todos los acuerdos se romperán. La administración será demandada por calumnia y difamación y todo se hará público. Todo.

—Prosiga —dijo Tartunian.

—Segunda: El doctor Parker nombrará a su sucesor.

—¿A quién?

—Al doctor James Phillips, su actual jefe de operaciones.

La expresión de Tartunian se suavizó un poco.

—Tendré que hablar con la junta, pero estoy seguro de que los demás miembros estarán de acuerdo con la elección. ¿Qué más?

—El doctor Parker quiere tener acceso a los medios del Centro Científico Forense cuando los necesite.

Aquello les hizo enderezarse a los tres.

—¿Para qué?

—Investigación —interpuso Parker—, Voy a dedicarme a la práctica privada.

—¿Como qué? —preguntó Brewster.

—Como consultor forense.

Willis movió la cabeza, dudando.

—No veo cómo podemos arreglar que un ciudadano particular pueda tener acceso a material pagado con fondos públicos…

Clemens dijo:

—Por unos honorarios nominales, la administración podrá retener al doctor Parker como consultor especial. He estado examinando los estatutos.

—¿Como cuánto de nominales? —preguntó Brewster.

—Eso lo decidirán ustedes —les dijo Parker—. ¿Quién sabe? Quizás algún día puedan necesitar la opinión de un experto de fuera.

—Su capacidad como patólogo no ha sido nunca puesta en duda —declaró Willis—, Sólo su capacidad como administrador. —Titubeó y miró a sus colegas—. Yo, por lo menos, no pondría ninguna objeción a ese acuerdo.

—Es posible —admitió Tartunian con aire pensativo.

—Entonces, ¿llegamos a un acuerdo? —preguntó Clemens.

—Le daré una respuesta a las cuatro —dijo Tartunian—, Pero yo diría que sí, que llegaremos a un acuerdo.

Fuera, Clemens le volvió a preguntar a Parker con voz preocupada:

—¿Estás seguro de que esto es lo que quieres?

La verdad era que los sentimientos de Parker estaban muy confusos, pero dijo:

—Estoy seguro, Pat. Las cosas no podían seguir como estaban. Gracias por estar aquí.

Clemens asintió con la cabeza.

—Me pasaré por tu casa esta noche. Haremos el recorrido largo.

—Desde luego —dijo Parker.