Mia salió de la felicidad de la sala de estar iluminada con lámparas klieg y sonrió radiante cuando vio a Parker. Se puso de puntillas para besarle en la mejilla y Parker le presentó a Steenbargen. Se dieron la mano y ella dijo:
—¿Qué os trae a la tierra de la televisión?
—Trabajo —dijo Parker solemnemente.
Ella dijo en un tono medio burlón:
—Me lo imaginé por la terrible seriedad de tu rostro.
—Tengo que hacerte algunas preguntas —dijo Parker—. ¿Hay algún sitio reservado donde podamos hablar?
Ella le dijo al director que estaría por allí cerca y les llevó fuera de la sala de estar, por un suelo lleno de cables eléctricos negros. Al pisarlos, Parker sintió como si estuviese salvando un foso de serpientes. Cuando estuvieron a una altura desde donde no pudiera oírles el personal, ella se detuvo y preguntó:
—¿Está bien aquí?
Parker asintió.
—Me dijiste anoche que la compañía productora de Fenady tiene problemas. ¿Cómo de graves?
—No lo sé realmente —dijo ella—. Sólo son rumores. Byron no me habla de ello. Todo lo que sé es que últimamente ha estado nervioso.
—¿Era Fenady amable con Harvey Brock?
Ella le miró escrutadoramente, intentando determinar el propósito que había detrás de su pregunta.
—¿Qué quiere decir «amable»?
—¿Les habías visto juntos alguna vez?
Lo pensó antes de responder.
—Sí.
—¿Dónde?
—En casa de Byron un par de veces.
—¿Qué hacía allí?
Ella se encogió de hombros con indiferencia.
—Byron decía que dejaba caer algunas ideas para historias.
—¿Y eso después de que echasen a Brock del plató?
—Sí.
—¿Fenady quería tener tratos con un conocido traficante de drogas, e incluso llevarlo a su casa?
—Le hice a Byron la misma pregunta —le dijo ella.
—¿Y qué dijo?
Ella levantó un hombro.
—Que aceptaría un trato con el mismísimo demonio si le ayudara a elevar los índices. Tengo que admitirlo, de vez en cuando Harvey salía con una buena idea para un episodio.
—¿Viste alguna vez a Fenady y a Emily Braxton juntos?
—¿La novia de Harvey? Sí. La he visto por aquí algunas veces.
—¿Por el estudio? —preguntó Parker resueltamente.
—Sí —le respondió ella, mirándole con extrañeza.
—¿Últimamente?
—Unas cuantas veces. ¿Por qué?
Parker intercambió una mirada con Steenbargen y preguntó:
—¿Usa cocaína Fenady?
Ella echó la cabeza hacia atrás y dijo:
—¡Uf! Estás entrando en un área de la que no me gusta hablar. Él es quien me contrata.
Parker levantó sus manos rogando:
—Tienes que confiar en mí, Mia…
—Eso me deja sin salida —dijo con voz fría.
—No te lo puedo decir ahora —dijo Parker—. No puedo hasta que no tenga concretadas unas cuantas cosas más. Te lo diré en cuanto pueda. Te lo prometo.
Puso mala cara y desvió la mirada.
Parker dijo:
—No te estaría haciendo estas preguntas si no fuesen sumamente importantes.
Ella miró a Steenbargen, vacilante.
—Mike es mi brazo derecho —le aseguró Parker—, Lo que me puedas confiar a mí, se lo puedes confiar a él. No lo dudes.
Repitió la pregunta, con algo más de insistencia.
—¿Consume cocaína Fenady?
Ella lo pensó.
—Esto no es de utilización pública.
—Claro que no.
—Si oigo una sola palabra de esta conversación repetida… —comenzó advirtiendo ella.
—No la oirás —le aseguró Parker.
En su mirada todavía había duda, pero dijo:
—No sé qué pueda tener esto que ver con nada, pero la respuesta es, sí, la consume.
—¿Mucho?
—No sé qué significa eso. La propia definición y la de otro pueden ser distintas. Últimamente más, desde que las cosas empezaron a no ir muy bien con el programa. Le proporciona valor contra el miedo. Al menos, eso cree él.
—Duffy lo sabía todo sobre el negocio de drogas de Brock —prosiguió Parker—, ¿Mencionó alguna vez que Brock tuviese un socio? ¿Un hombre de dinero?
—No discutíamos los negocios de Harvey —respondió ella algo ásperamente.
—Duffy parecía muy seguro de que iba a poder dejar La vida es dura sin problema. ¿Dijo cómo lo iba a conseguir?
—No.
—¿Mencionó alguna vez cómo iba a hacer que Fenady le liberase de su contrato?
—No.
—¿Nunca lo discutiste con él?
Ella reflexionó y luego dijo:
—Yo no lo llamaría una discusión. Hace una semana más o menos John sacó el tema de dejar el programa y yo le advertí que Byron nunca le dejaría ir. Sólo su cara adoptó una apariencia extraña, casi una sonrisa presuntuosa, y dijo que seguro que Byron le liberaría, que tendría que hacerlo.
—¿Te dijo qué quería decir con eso?
Ella meneó la cabeza.
—No. Supuse que era la droga la que le hacía hablar.
—Una pregunta más —dijo Parker—. ¿Sabe bucear Fenady?
Sus ojos, azules de nuevo, parpadearon confusamente.
—¿Por qué quieres saber eso?
—Te he prometido que te lo diría en cuanto pudiera y lo haré —le aseguró Parker.
A ella no le causó una excesiva alegría aquella respuesta, pero dijo:
—Produjo una serie hace unos años… Cazadores del mar. El asesor técnico del programa le enseñó.
Parker intentó no mostrar ninguna emoción en su rostro.
—¿Está Fenady por ahí?
—En alguna parte —dijo—. Antes ha pasado un momento por el plató. Puedes probar en su oficina.
Parker notó la inquietud en sus ojos y sonrió amablemente.
—Confía en mí.
Alguien gritó el nombre de Mia y ella dijo:
—Tengo que volver al trabajo.
Parker le dijo que la vería más tarde y cuando se hubo marchado le dijo a Steenbargen:
—Llama a Wolfe. Dile lo que tenemos y consigue que intente obtener mandamientos para registrar la casa de Fenady y la oficina. Nos encontraremos por allí.
—Bien —dijo Steenbargen, y partió.
Las oficinas de Fenady Productions estaban en el segundo piso de un tosco edificio de madera, color gris acorazado, que quedaba de los días de apogeo del estudio. Una secretaria canosa, que también parecía pertenecer al legado histórico del edificio, interrumpió su tecleo el tiempo suficiente para decirle a Parker que Fenady estaba por el edificio número cuatro, revisando planos para un decorado que debía levantarse para Ángeles de la calle.
Camino del edificio, Parker pensaba en las opciones que tenía. Podía esperar a que Wolfe tuviera las órdenes de registro, en cuyo caso quizás tuviera que esperar mucho tiempo. Incluso con el testimonio de Mia, sabía que Wolfe se andaría con cuidado con un hombre de la estatura de Fenady. Y si eso sucedía, había una gran posibilidad de que la carrera de Parker, y este caso añadido a ella, se deslizase hacia el silencioso olvido. Parker debía asegurarse de que hubiera un motivo para un mandamiento, un motivo que Wolfe no pudiera ignorar.
El edificio número cuatro era otro hangar enorme, pero con un cierto encanto en su interior. El suelo de hormigón estaba cubierto de serrín y su vacía inmensidad estaba llena de montones de tablas, planchas de madera y mesas de trabajo, de las cuales sólo dos se utilizaban. Fenady estaba inclinado sobre una de ellas, mirando una serie de planos con un hombre bajito y calvo que llevaba un mandil de carpintero. Levantó la vista y dijo:
—Vaya, vaya, la morgue viene a visitarnos. ¿Qué le trae por aquí, doctor Parker?
—Usted, señor Fenady.
Fenady se enderezó.
—Bien, ya me ha encontrado. ¿Qué desea?
—Quiero que escuche una historia —dijo Parker con falso entusiasmo—. Me ha tenido despierto toda la noche. He pensado que era tan buena que tenía que venir a buscarle personalmente y contársela. Es de las suyas. Es el misterio de un asesinato.
Fenady entrecerró los ojos.
—Mire, Parker, realmente no tengo tiempo…
—Por favor, señor Fenady —imploró Parker—. No me llevará mucho tiempo. Sé que le gustará. Se trata de ese importante productor de televisión cuya productora empieza a tener dificultades porque sus programas van siendo cancelados a causa de la bajada de los índices de audiencia —se detuvo y preguntó burlonamente—: ¿Quiere usted que continúe?
En los ojos de Fenady había ahora una mirada recelosa. Intentando parecer despreocupado, le echó una ojeada a su reloj y dijo:
—Siga. Tengo unos cuantos minutos.
Miró al carpintero y luego señaló otra mesa de trabajo unos metros más allá.
—Vayamos allí.
Se dirigieron hacia una mesa de trabajo en la que alguien había dejado una sierra mecánica. Fenady le pidió que continuase.
—El productor da con un cómico de poca monta, un amigo de la estrella de una de sus series, que complementa sus escasos ingresos de las salas de fiesta vendiendo cocaína. El productor da de inmediato con una idea para mantener su imperio a flote convirtiendo las insignificantes operaciones del cómico en una gran operación. Él será el capitalista; le dará al actor acceso al estudio y a las conexiones del mundillo del espectáculo, que comprarán en grandes cantidades, mientras el cómico asumirá los riesgos manifiestos como hombre de paja.
Hizo una pausa para asegurarse de que tenía la atención de Fenady y luego continuó:
—Es un buen arreglo, provechoso para todos, pero más tarde el cuerpo de seguridad del estudio pilla al hombre de paja vendiendo. El productor hace ver que se enfurece, y realmente lo está, no porque el hombre de paja haya estado vendiendo cocaína en el estudio, sino porque le cogieron y lo estropeó todo. Pero tiene que hacer que las cosas parezcan bien, de forma que prohíbe al cómico entrar en el estudio y echa tierra al asunto. Para mantener en funcionamiento el lucrativo negocio, el productor y el cómico deciden utilizar a la novia del cómico en el papel de vendedora. Eso funciona bien por un tiempo, pero luego tropiezan con otra dificultad. La estrella del programa del productor, que no está satisfecha con su papel y quiere liberarse del contrato, descubre el acuerdo del productor con su amigo y le amenaza con descubrirlo todo a menos que el productor le deje en libertad. ¿Le parece que funciona hasta aquí? —preguntó Parker.
—Dijo usted algo del misterio de un asesinato —dijo Fenady intentando parecer desinteresado. Miró de nuevo el reloj.
—Eso dije —prosiguió Parker—. El productor decide asesinar a la estrella…
Fenady movió la cabeza.
—¿Por qué no dejaba libre a la estrella simplemente? El motivo del asesinato es débil…
—Por varias razones —dijo Parker, estudiando el rostro del hombre—. Una, la acción es realmente casi un trabajo agradable, porque el productor siempre odió al actor, desde que éste le quitase la novia, que era la compañera del actor en la serie. Tuvieron un par de discusiones sobre el tema, particularmente una muy desagradable en la que la estrella acusó al productor de haber enviado cartas envenenadas a su mujer sobre sus asuntos extramatrimoniales.
»Dos, la estrella había estado últimamente actuando de forma extraña, le gustaba la cocaína incluso más que a los clientes de su amigo, y no podía confiar en que mantuviese la boca cerrada, especialmente teniendo en cuenta su animosidad por el productor. Y tres, en aquel momento el productor no podía dejar que el tipo se marchase. Necesitaba que el programa en el que estaba el actor durase al menos otra temporada para que pudiera venderse en cadena. Pero cuando le llegan noticias de que la serie va a ser suprimida, el productor se da cuenta de que tiene pocas posibilidades de venderla en cadena, a menos que la estrella esté muerta. El actor, de repente, vale más muerto que vivo, porque el programa, al ser el último trabajo del actor, de pronto se convierte en un artículo más que vendible.
—Esto empieza a parecer descabellado —dijo Fenady.
—Aguante un poco y escuche el resto —dijo Parker—, El productor es un submarinista. Aprendió con el asesor técnico de uno de sus antiguos programas de televisión. Sabe que la estrella nada en el océano a una determinada hora cada mañana, así que se desliza en el agua con su equipo de bucear, ata un cinturón de plomo especial al chico, espera que se ahogue y se lo quita. Pero igual que en la ley de Parkinson, cuando el productor se va a meter en el coche, es visto por su socio-actor, que acababa de hacer una entrega de droga a la estrella aquella mañana. El cómico suma dos y dos y sale con una idea, un pequeño plan de chantaje propio.
El cómico, que siempre ha soñado con tener éxito, pero que en realidad nunca había logrado ser ni de segunda fila con sus habilidades, le dice al productor que mantendrá la boca cerrada y no dirá que le ha visto en la playa si el productor le pone en un espectáculo propio. Al cómico, la estrella no le importaba nada, realmente; le trataba mal, y el tipejo vio la ocasión de su vida en ese día. Sin embargo, el productor tiene otras ideas.
Engaña al cómico, luego va a su piso y le pone un poco de heroína en la bebida. Cuando el tipo pierde el conocimiento, le inyecta una dosis mortal, para que parezca que el tipo murió mientras se chutaba. Luego deja su traje de buzo en el armario del cómico para intentar que las sospechas de la muerte de la estrella recaigan sobre él. Pero el productor está nervioso. Ha leído un artículo en los periódicos que dice que la muerte «accidental» de la estrella puede ser un asesinato, una posibilidad reforzada por un engorroso coroner que deja entrever que hay un posible testigo de la escena.
Fenady no dijo nada, pero pasó la mano por el borde de la mesa.
—Pero el productor tiene mucho que limpiar para ocultar completamente sus huellas: la novia del cómico. Ella no sólo sabe lo de la droga, sino que también sabe lo de Duffy. Tiene que hacerla desaparecer. Pero antes de eso, el productor decide conseguir el último cargamento de droga por el que, unas cuantas noches antes, había pagado. Ella se resiste a decírselo, pero finalmente se lo saca metiéndole un cable eléctrico en la boca. El productor ha sacado ese pasaje de un episodio de Corrupción en Miami que vio unos meses antes. Fíjese, el tipo no es sólo un asesino, es un plagiario. Cada idea que haya podido tener, la ha sacado de otro.
Esa observación pareció irritar a Fenady. Oprimió los labios y los ojos le brillaban con viveza mientras sacaba un paquete de Rolaids de su bolsillo.
—Se le cayó una de esas allí, ¿sabe?
Toda la cara de Fenady se puso tensa.
—¿Qué?
—Una Rolaid. Se le cayó una en casa de Emily Braxton. Descuidado.
Fenady miró a las Rolaids como si le hubieran traicionado y las volvió a guardar en el bolsillo.
—También fue usted un descuidado en casa de Brock —le dijo Parker—. Dejó una de sus huellas en el émbolo de la jeringa que utilizó.
Fenady se le quedó mirando, intentando saber si mentía. Pudo apreciar, por la mirada acerada de los ojos del coroner; que no era así.
Fenady intentó parecer adecuadamente ofendido.
—¿Está usted loco?
—No —dijo Parker—, Es usted quien lo está. No lo suficientemente loco como para escaparse de ésta con una alegación de locura, ni siquiera lo bastante como para alegar incapacidad mental, pero loco, de todos modos. No sólo hay pruebas físicas, hay también testigos que les relacionan a usted y a Brock. La poli está ahora mismo de camino con mandamientos judiciales. Una vez encuentren esa cocaína, se acabó. Se terminó, Fenady. Es usted historia.
Los hombros de Fenady se desplomaron y le dio la espalda a Parker, apoyándose en el borde de la mesa. Se quedó así por un momento, en silenciosa derrota y luego, sin previo aviso, se dio la vuelta. Parker no vio la sierra hasta que fue demasiado tarde. La luz estalló en su cabeza, luego sintió un dolor grande y agudo y cayó. Afortunadamente, el suelo le detuvo.
El ruido de un fuerte zumbido comenzó a sonar de repente en su cabeza y miró hacia arriba, aturdido, viendo que el ruido no estaba en absoluto en su cabeza, sino en la mano de Fenady. Con un gran esfuerzo se apartó, rodando, mientras la cuchilla vibrante de la sierra bajaba hasta el hormigón donde había estado su cabeza, y se rompía con un fuerte chasquido.
Parker se escabulló hacia atrás como un cangrejo desorientado sobre el suelo cubierto de serrín y Fenady le siguió con una mirada demente en los ojos, pero entonces uno de los carpinteros dio un alarido y la cabeza del productor se volvió bruscamente.
Los dos trabajadores estaban petrificados junto a sus mesas de trabajo, mirando fijamente a Fenady, con el horror en sus rostros. El productor bajó la vista hacia la sierra que llevaba en la mano, la dejó caer y echó a correr.
El carpintero calvo corrió a ayudar a Parker a ponerse en pie.
—¿Está usted bien? ¿Qué demonios le pasó? Parecía que estuviese intentando matarle.
Parker se tocó la cabeza. Cuando apartó la mano, estaba ensangrentada.
—Y lo estaba.
Se inclinaba con vértigo y el hombre trató de mantenerlo recto, pero Parker rechazó el intento de ayuda y se dirigió hacia la puerta.
Para cuando Parker llegó fuera, Fenady estaba casi a doscientos metros, al final de la calle que había entre dos estudios de sonido. Se volvió y vio a Parker que le seguía, abrió la puerta de uno de los edificios y desapareció dentro. Parker pasó tambaleándose cerca de un par de extras que estaban paseando, pero como eran residentes en el país del artificio, no se volvieron a mirar de nuevo al hombre manchado de sangre. Parker llegó hasta la puerta, la abrió de un tirón y se metió en el edificio. Su cabeza aún no estaba clara y le llevó unos segundos darse cuenta de que no alucinaba cuando chocó contra un hombre-lagarto de más de dos metros, vestido con un mono color plata metálica.
—¡Ten cuidado, idiota! —dijo el hombre-lagarto; Parker le ignoró y siguió andando.
Se abrió paso por entre algunos técnicos y se encontró en el interior de una extraña nave espacial pilotada por robots brillantes de palpitantes ojos rojos.
—¿Qué demonios hace ese tipo ahí? —bramó una airada voz—. ¡Que alguien le saque de ahí!
Parker salió del anillo de luces cegadoras y estaba escrutando a la multitud cuando un fornido hombre de la seguridad se acercó y le agarró el brazo. Parker le mostró un instante su chapa y le dijo:
—Asuntos de la policía. ¿Ha visto entrar corriendo a un hombre aquí?
El hombre señaló al otro lado del edificio y la mirada de Parker siguió al dedo hasta una franja de luz de día que entraba por una puerta que se cerraba.
Casi cinco metros más allá de la puerta, Parker se encontró en la calle de hileras de casas por la que anteriormente había paseado, sólo que esta vez estaba llena de gente. Un tranvía pasaba retumbando y los peatones se abrían paso a empellones a su lado.
Desde su trono en la grúa de la cámara, el indignado director se puso de pie y señaló a Parker.
—¡Usted! ¡No se quede ahí de pie, coño! ¡Muévase! —Se percató de la sangre de la cabeza de Parker y le gritó—: ¡Maldita sea! ¡Esto no es una escena de batalla! ¿Para qué es la sangre?
Los ojos de Parker barrieron la calle y vislumbraron la camisa azul de Fenady, hacia el final, que intentaba esconderse entre los peatones. Fenady miró por encima de su hombro, vio a Parker y comenzó a correr de nuevo. Al girar a la izquierda al final de la esquina, Parker supo adonde se dirigía.
El personal de Ángeles de la calle estaba haciendo un montaje para rodar en una calle larga de coches aparcados. Fenady se paró cerca de una de las grúas, le dijo algo al operador, se volvió luego para mirar a Parker y sonrió extrañamente. Fenady le hizo un ademán, fue corriendo hacia el Maserati rosa y se metió dentro de un salto. El motor del coche se puso en marcha, los neumáticos chirriaron y salió disparado como una bala mientras Parker llegaba hasta la grúa de la cámara.
—¿Qué demonios está haciendo? —irrumpió el director gritándole al operador, que estaba rodando.
—No lo sé —respondió el hombre.
El Maserati dio un giro de 360 grados al final de la calle y luego se quedó parado unos segundos antes de que Fenady pisara a fondo el acelerador. Los neumáticos echaron humo y el brillante coche dejó una larga marca de goma pasando como un rayo por al lado de las cámaras. Parker pudo ver la cara de Fenady al pasar, con los labios torcidos hacia atrás en una mueca de calavera, con los ojos llenos de locura. Luego el coche pasó por su lado, como una imagen borrosa.
El director levantó los brazos.
—¿Me quiere alguien decir, por favor, qué es lo que está pasando?
Todos los ojos del plató estaban puestos en la parte de atrás del coche rosa, esperando ver brillar las luces de freno según se acercaba al final de la calle simulada, yendo a más de ciento diez. Estaban esperando todavía cuando el coche deportivo viró bruscamente a la derecha y se metió de cabeza en un camión aparcado, explotando en una lluvia de cristales y de metal.
Una nube de polvo espeso oscureció la visión del accidente, pero Parker no tenía que verlo para saber que no había necesidad correr para llegar allí.
—¡Dios mío! —dijo el director, con la boca y los ojos muy abiertos, sin comprender.
Todos en el plató estaban helados, silenciosos, mirando cómo el polvo se asentaba, y luego hubo una loca pelea entre los coches.
El operador movió la cabeza.
—Pavoroso. Jodidamente pavoroso.
Parker le preguntó:
—¿Qué le dijo?
El hombre bajó la vista hasta Parker y pestañeó.
—Me dijo que nos iba a enseñar cómo quería que lo hiciésemos.
—¿Eso es todo?
El hombre negó con la cabeza.
—No. Dijo que me asegurara de cogerlo en la primera toma, que le iba a garantizar al programa el cincuenta por ciento de la audiencia.