Parker se despertó a las cinco y veinticinco, se puso su chándal, su calzado deportivo y, acompañado por Boomer, fue a hacer el «recorrido grande» de los tres kilómetros. En lo alto de Sycamore, se detuvo unos momentos para contemplar la salida del sol y luego bajó corriendo por el camino de la colina hacia su casa, sintiéndose inspirado y sudado.
A las siete y diez llegó al Centro de Ciencia Forense y después de examinar el plan del día, subió. Stander Collingsworth ya hacía varias horas que estaba trabajando cuando Parker le llamó y le preguntó:
—Stander, ¿has recibido el paquete?
—Sí.
—¿Y?
Hubo una pausa incómoda.
—¿Tienes un pequeño problema político por ahí, Eric?
Ahora le tocó el turno a Parker de hacer una incómoda pausa.
—¿Por qué me lo preguntas?
—Desde que me telefoneaste ayer, he tenido llamadas de Myron Feldman, el abogado de Joan Duffy, y también de su agente, instándome a que rechazase tu solicitud. Poco después, recibí una llamada de Tartunian, tu inspector del condado. Me pidió que pospusiera mi decisión sobre el asunto hasta mañana.
—¿Basándose en qué?
—Basándose en que mañana por la tarde ya no serías coroner.
Parker se dejó caer hacia atrás, estupefacto.
—¿De dónde habrá sacado esa idea?
—No lo sé, pero no parecía tener ninguna duda sobre ello. Dijo que tú dimitirías. O eso, o que te cesarían. Será duro, Eric.
Probablemente no debería de haberle sorprendido, pero de alguna forma, le sorprendió. Parker sintió que se le encogía el corazón.
—Lo siento, Eric —dijo Collingsworth con simpatía—. Espero que se arregle, sea cual sea el problema. Yo sé lo desagradecido que puede ser este maldito trabajo.
—¿Esperarás a mañana a tomar la decisión?
—No creo que tenga elección —dijo Collingsworth—, Llámame mañana con lo que sea.
Parker se sentó al escritorio y se quedó mirando por la ventana, intentando entender lo que le estaba sucediendo. Era una locura. ¿Cómo podrían cesarle? ¿Con qué motivos?
El teléfono sonó. A Parker le pareció un despertador.
—¿Diga?
—¿Eric? Aquí Frank Fiore. Escucha, por un agente te envío algo que creo que deberías ver. Pero no te lo he enviado yo, ¿entiendes?
—¿Qué es? —preguntó Parker aturdido.
—Una copia de los cargos que Tartunian quiere presentar contra ti si no dimites como coroner. Te dije que quería tu cabeza. Bien, pues va a por ella. Creí que deberías verlos, para que al menos pudieras estar preparado para lo que te va a echar encima en esa reunión de mañana.
—¿Qué clase de cargos? —preguntó Parker, confuso.
—Están en el paquete que te envío —dijo el alcalde—. Son todo mentiras, pero pensé que deberías poder prepararte.
—Gracias, Alcalde.
—Recuerda: no has recibido nada de mí.
A las ocho y veinte entró Cindy con un sobre de papel de manila sellado y dijo:
—Un enviado de la alcaldía acaba de traer esto.
Parker le dio las gracias y esperó a que ella se marchara para abrir el sobre.
Había cincuenta y ocho cargos en total, siendo algunos de ellos los siguientes:
* Que Parker había demostrado, en los seis años que había dirigido el departamento forense, incompetencia administrativa, cuyos resultados eran una acumulación de casos y un probable peligro para la salud pública.
* Que había perdido la confianza de su personal y de sus colegas médicos.
* Que repetidamente había buscado publicidad para sus propios propósitos egomaníacos, en detrimento del departamento. (Los casos de DeWitt y Duffy estaban expresamente mencionados.)
* Que había mostrado un comportamiento extraño y excéntrico en el cumplimiento de su deber. (Su solicitud a Tom Barnes para que los estudiantes llevaran esmoquin a su próxima clase se mencionaba sólo como un ejemplo.)
* Que temerariamente había levantado el fantasma de un pánico nacional haciendo «irresponsables declaraciones públicas» sobre la posibilidad de una epidemia de peste bubónica en Los Ángeles.
* Que se le había oído decir después de un reciente temblor de 5,6 que deseaba que «hubiese un terremoto mayor», para poder «demostrar lo que el departamento podía realmente hacer» y convertirse en una celebridad de la noche a la mañana.
* Que había amenazado tácitamente la vida del director de la administración del condado ofreciéndose para hacerle «una autopsia gratuita mientras todavía estaba vivo».
Parker apenas podía creérselo. Todo aquel asunto era ridículo. A lo que no estaba totalmente inventado, se le había dado la vuelta y se le había sacado de contexto para hacer que pareciese un loco.
Llamaron a la puerta y Steenbargen metió la cabeza.
—Cindy dice que le habías dado orden de que nadie te molestase, pero no he creído que eso me incluyese —entró y echó una mirada a la expresión de Parker—, ¿Qué te pasa? Parece que se te haya acabado de morir tu mejor amigo.
—He sido informado de que a partir de mañana ya no seré coroner.
Steenbargen frunció el ceño.
—¿De qué estás hablando?
—Parece que Tartunian me va a dar la opción entre dimitir o ser cesado.
—¿Basándose en qué?
Parker cogió las hojas de cargos y las echó encima del escritorio. Steenbargen las cogió y, según iba leyendo, su expresión se iba enfureciendo más. Cuando sus ojos llegaron al final de la página, levantó la vista y dijo:
—Eso es una tontería.
—Claro.
—La única razón por la que se amontonan los casos es porque no dan fondos…
—Tú lo sabes y yo lo sé.
—Y ellos lo saben también —interrumpió Steenbargen airadamente—. Puedes hacer un picadillo con toda esta porquería. Puedes refutar cada uno de estos cargos.
Parker sonrió tímidamente.
—Excepto el ofrecimiento de autopsia que le hice a Brewster.
Steenbargen se encogió de hombros.
—¡Qué demonios! Si el tipo no puede aguantar una broma, que se joda. ¿Qué es eso de la «peste» y del esmoquin?
Parker le explicó lo que le había dicho al ayudante de Brewster y le dio sus razones para la petición de vestimenta formal y Steenbargen dijo:
—Tienes que reconocer que cuando quieren pueden ir deprisa —sonrió a Parker escrutadoramente—. ¿Qué vas a hacer?
Parker suspiró y movió la cabeza.
—No sé.
Steenbargen se echó hacia adelante sobre la mesa, agresivamente.
—¿Qué quieres decir con que no lo sabes?
—Este departamento es lo que más me preocupa —le dijo Parker—. Está claro que si Tartunian y Brewster quieren mi cabeza, estarán dispuestos a sacrificar todo lo que yo he trabajado para sacarlo adelante para obtenerla. No puedo dejar que eso suceda.
—No puedes dejar que te atropellen —dijo Steenbargen—, Si dimites y publican estos cargos, todos creerán que son ciertos. Arruinarán tu reputación. Tienes que luchar.
—Aunque consiga probar que cada uno de los cargos es falso, la gente igualmente creerá que son ciertos —dijo Parker. Suspiró y se hundió en el sillón—. ¡Qué caramba! Quizás ya sea hora. Estoy cansado.
Steenbargen se apartó de la mesa y movió una mano en el aire despreocupadamente.
—Sí, claro. ¡Qué caramba! Quizás tengas razón. Tienes cuarenta y cinco años. Siempre puedes comprarte una linda granjita en algún lugar apartado de todo y criar pollos y cerdos. Appomattox estaría bien. Es un lugar apropiado para rendirse.
El sarcasmo le dolió, pero Parker solamente frunció el ceño, con aire culpable.
—No puedes salirte con ésas —le dijo Steenbargen, y luego sonrió—. No sabrías cómo.
Les interrumpió Cindy que llamó para decir que un tal inspector Stroud estaba al teléfono. Parker cogió el auricular.
—Doc —dijo Stroud alegremente—. Creí que le gustaría saber que hemos cogido a Sandoval. Estaba escondido en una dirección de Alvarado, con casi un kilo de heroína, dos kilos setecientos gramos de cocaína en pasta, algunas pastillas de PCP y un escondrijo de armas automáticas. No hacía ni cinco minutos que lo teníamos en el coche cuando empezó a cantar para hacer un trato.
La noticia animó un poco a Parker.
—¿Ha confesado si tuvo algo que ver con los asesinatos de Brock y de Braxton?
—No. Admite que estuvo allí, pero afirma que no llegó a entrar. Según él, la Braxton le llamó sobre las seis y le dijo que quería revenderle por diez mil una partida de coca que le había vendido él a Brock la noche antes por veinte de los grandes. Dijo que necesitaba urgentemente el dinero para irse de la ciudad, porque alguien intentaba matarla. Sandoval dice que fue a su casa para ver de qué iba aquello, pero que cuando llegó ya había alguien más en la casa. Estaba esperando delante de su coche, dice, cuando usted aparcó. Entonces la Braxton salió en llamas y decidió salir a escape de allí.
—Eso encaja con los hechos —admitió Parker.
Stroud dijo:
—Ese tipo es una mierda. Diría cualquier cosa para librarse de una acusación de asesinato.
—¿Admitió traficar con Brock?
—Sí. Y en grandes cantidades. Según él, Brock vendía un par de kilos por semana a su elegante clientela de estrellas de cine.
—¿De dónde sacaría Brock todo ese dinero?
—Sandoval dice que Brock era sólo la pantalla, que tenía un socio que era el que ponía el dinero. Algún pez gordo de la televisión. Me imagino que sería a través de las conexiones del socio en los estudios como Brock vendía la mierda.
—¿Sabe Sandoval quién es ese pez gordo?
—No —dijo el inspector—. Dice que Brock nunca se lo dijo.
Parker pensó en ello.
—Quizás esté diciendo la verdad —le contó a Stroud su carrera por el callejón la tarde anterior—. Si había alguien más en la casa, podía haber aparcado en el callejón. Aquella cocaína derramada en la parte de atrás prueba que el asesino salió por la puerta trasera…
—Siento decepcionarle, Doc —interrumpió Stroud—, pero aquello que había allí atrás no era cocaína.
Aquello detuvo a Parker momentáneamente.
—¿Qué era?
Hubo un ruido de papeles.
—Carbonato sódico de Dihidroxialuminio, almidón, jarabe de maíz, estearato de magnesio y azúcar. Este es el verdadero nombre del alivio.
—¿Mmm?
—Una Rolaid.
—¿Una Rolaid? —repitió Parker, comprendiendo de golpe.
—Sí. A alguien se le debió caer una y la pisó.
Al cabo de unos segundos:
—Doctor, ¿sigue usted ahí?
—Le volveré a llamar —dijo Parker apresuradamente y colgó.
Llamó a Wolfe a la Metro.
—¿Ya ha conseguido encajar aquella huella parcial?
—No.
—Intente cotejarla con una de Byron Fenady.
—¿De Byron Fenady? ¿Está bromeando?
—¿Parece que bromeo?
—¿Qué le hace pensar que fue Fenady?
—Se encontró una Rolaid en el porche detrás de la casa de la chica. Fenady toma Rolaids como si fuesen caramelos —Parker se dio cuenta de lo tonto que sonaba cuando se oyó a sí mismo.
—Media división toma Rolaids como si fuesen caramelos —se burló Wolfe.
—Sandoval le dijo a Stroud que Brock vendía grandes cantidades de cocaína en el estudio —arguyó Parker—, También le dijo que Brock tenía un capitalista… algún pez gordo de la televisión. Creo que el capitalista era Fenady.
—¿Fenady un traficante de drogas? —dijo sin acabar de convencerse—. El tipo es un productor de los grandes. ¿Por qué se iba a meter en esa porquería? Para él sería calderilla…
—Quizás en otro tiempo, pero no últimamente. A Fenady le han cancelado un montón de programas en los últimos años y su compañía tiene problemas. Mi impresión es que se metió en el negocio de la droga para mantenerse a flote mientras intentaba conseguir un nuevo éxito en las ondas.
—Si vamos a centrarnos en alguien como Fenady, será mejor que tengamos algo más que impresiones. ¿Puede relacionar a Fenady con Brock?
—Quizás.
—Quizás no es suficiente —dijo Wolfe—. Mire, este tipo no es un buscavidas callejero de tres al cuarto. No tolerará fácilmente que nos metamos con él. Tiene amigos, y amigos importantes. Antes de que me pudiese siquiera acercar a él tendría que tener muchísimo más que algunos quizás y una Rolaid.
—Tiene una huella.
—Tengo una huella parcial —le corrigió Wolfe—. Y aunque encajase, sólo tendríamos cuatro puntos de identificación. Necesitaríamos tener al menos diez antes de ir a los tribunales con ello. He ido al fiscal del distrito con menos, pero ni siquiera pensaría en ello con un peso pesado como Fenady. Si me consigue alguna prueba, un móvil seguro, algo concreto que relacione a Fenady y a Brock, entonces sería distinto.
—De acuerdo —dijo Parker—. Le conseguiré su prueba.
Wolfe debió darse cuenta de la frustración de la voz de Parker, porque dijo:
—Mire, doctor Parker, si tiene usted razón sobre ese tipo, el actuar precipitadamente no nos ayudará a meterlo en la cárcel. Lo primero es lo primero. Veré si puedo hacer una comparación de las huellas, y si encajan, partiremos de ahí. Tenemos que preparar un caso. Lleva tiempo…
—No tengo tiempo —le dijo Parker, y colgó.
Telefoneó a Mia al plató de La vida es dura y le dijeron que estaba rodando una escena y no podía ponerse al teléfono. Colgó el receptor sin dejar su nombre y le dijo a Steenbargen:
—Vamos.
El inspector se le quedó mirando con curiosidad.
—¿Adónde?
Parker cogió la hoja de cargos y las sacudió en el aire, enfurecido.
—A hacer que a Tartunian se le atragante esto —sonrió—. Tienes razón. Nunca podría marcharme así.