Steenbargen abrió la puerta principal y Parker pasó por debajo de la cinta que rodeaba el escenario del crimen y entró.
El lugar era aún más deprimente a la luz del día. La alfombra seguía empapada y la atmósfera cargada con el penetrante y ácido olor del carbón. Las paredes y el suelo, ennegrecidos, absorbían y debilitaban la tenue luz solar que se filtraba por las ventanas y la puerta delantera.
—¿Qué es exactamente lo que estamos buscando aquí? —preguntó Steenbargen.
—Probablemente un cable eléctrico normal con un enchufe en una punta y pelado por la otra.
Parker se dirigió inmediatamente hacia la silla de cocina caída al lado de la pared, se agachó y examinó la lámpara rota del suelo. Cogió un bolígrafo y le dio la vuelta a una pieza del pie de la lámpara. De allí sobresalía un fragmento de cable limpiamente cortado.
—Este cable ha sido cortado —miró el enchufe que había en el zócalo cercano—. El otro extremo probablemente fue enchufado aquí.
Parker se quedó mirando fijamente a la silla y dejó que su mente trabajase en el lugar.
—Esa silla es de la cocina. El asesino la debió traer aquí, la colocó lo suficientemente cerca del enchufe para que el cordón alcanzara y luego ató a ella a Emily Braxton. Cuando yo llegué se oía música tocando fuerte, probablemente para que no se oyeran sus gritos. Probablemente también la amordazó. Pudo haber pasado el cable hacia su boca a través de un agujero en la mordaza.
Desde el enchufe, los dos hombres se desplegaron por la habitación, con los ojos pegados a la quemada alfombra. Después de recorrer la habitación infructuosamente por tres veces, fueron por separado hacia otras habitaciones, retrocedieron, luego alternaron las tareas en las habitaciones por si uno de ellos, por alguna razón, dejase reiteradamente de ver algo. Al cabo de quince minutos se volvieron a encontrar en la sala de estar.
—Nada —dijo Steenbargen.
—Se lo debió de llevar —dijo Parker y se dirigió a la cocina.
Steenbargen le siguió y dijo:
—Si tuvo buen cuidado de llevarse el cable y la mordaza, ¿por qué se dejaría la maleta?
—La maleta, obviamente, estaba cerrada. El asesino tenía que asegurarse del contenido. Emily Braxton en aquel momento no estaría en condiciones de decirle dónde estaba la llave, así que la llevó a la cocina y forzó las cerraduras. Una vez hecho eso, no podía llevarse la mercancía en la bolsa, porque no se cerraría.
—Lo que significa que probablemente trajo su propia bolsa o se llevó la mercancía dentro de algo de aquí.
Parker abrió la puerta trasera y se quedó en el porche.
—El asesino debió desatar a la chica, le echó éter, le prendió fuego, y luego se largó por detrás. No podía hacer mucho que se quemaba, probablemente desde que la oí gritar, no más de diez o veinte segundos… —se quitó la chaqueta y se la dio a Steenbargen—. Cuando la segunda manecilla de tu reloj llegue a las doce, di: «Ya», y luego reúnete conmigo en la puerta delantera.
—¿Qué vas a hacer?
—Practicar la carrera. La he descuidado mucho en los últimos dos días.
Steenbargen señaló los zapatos marrones de Parker.
—¿Con eso?
—No he traído calzado deportivo, pero el asesino probablemente tampoco. Pero lo tendremos en cuenta, por si acaso.
Steenbargen se quedó mirando la esfera de su reloj y gritó:
—¡Ya!
Parker salió corriendo. Estuvo en la puerta trasera en tres saltos, la abrió y corrió a toda velocidad calle abajo. Cuarenta y cinco metros más allá dio con la calle, giró a la derecha y corrió hacia la esquina. Volvió a girar a la derecha y cruzó la calle forzándose todo lo que pudo en los últimos veinte metros de acera. Cuando llegó aproximadamente frente al lugar en el que había estado aparcado el Corvette, gritó:
—¡Alto!
A Parker se le pegaba la camisa al cuerpo y andaba sin resuello mientras se acercaba a Steenbargen, que le esperaba al lado de un coche.
—Veinticuatro segundos.
—Si tenemos en cuenta el tiempo que le hubiera llevado al tipo salir de la casa, más el tiempo de abrir la puerta del coche y subir, probablemente estemos hablando de un mínimo de treinta segundos. —Movió la cabeza—. Es demasiado tiempo.
—Quizás el tipo sea un sprinter de primera —dijo Steenbargen, pasándole a Parker la chaqueta—. O quizás era sólo el que vigilaba y el tipo que hizo el trabajo sucio estaba aparcado en la callejuela.
Parker tuvo que admitir que era una posibilidad.
Camino de la oficina de Grossman, Parker informó a Steenbargen de las autopsias de Brock y de Braxton. Cuando terminó, el inspector preguntó:
—¿Crees que quienquiera que inyectase a Brock puso el equipo de bucear en su casa para que pareciera que él mató a Duffy?
—Tu conjetura es tan buena como la mía.
—Lo comprobaré con la ANIS cuando volvamos a la oficina.
La mayoría de submarinistas del país estaba inscrita en la ANIS, la Asociación Nacional de Instructores Subacuáticos.
—Aunque si no estuviese inscrito —observó Parker—, podía haber aprendido solo. No necesitas estar inscrito para comprarte un equipo de submarinista.
Steenbargen puso el intermitente y salió de la autovía.
—Es cierto, pero si se hubiese comprado un traje de neopreno, cabría esperar que se hubiera comprado uno que le fuese bien.
Sol Grossman acababa de colgar el teléfono cuando su secretaria hizo pasar a Parker y a Steenbargen al despacho.
Grossman no pareció muy contento de verles, pero les invitó a sentarse.
—¿Qué pasa ahora, doctor Parker?
Su comportamiento era mucho menos amistoso que en la anterior visita, de hecho, era casi hostil.
—Joan Duffy me dice que le ha aconsejado que no dé su autorización para un nuevo examen del cuerpo de su esposo.
Grossman cruzó las manos por encima del estómago y se recostó.
—Así es.
—¿Por alguna razón en particular?
El agente se inclinó hacia adelante.
—Creo que le ha dado usted la vuelta, doctor. Usted es quien se supone que debe proponer un motivo.
—Se los expliqué a ella.
Grossman sonrió irónicamente.
—¿Esa tontería sobre un buzo? —sacudió la cabeza—. Realmente no comprendo sus motivos en todo esto, Parker. La forma en que ha llevado esta investigación desde el principio ha sido un escándalo. Pero esto ya es realmente demasiado.
—¿Y qué me dice de sus propios motivos, señor Grossman?
Los ojos del hombre tomaron un brillo malicioso.
—¿Qué quiere decir con eso?
—Usted no tendría ningún motivo personal para querer que la muerte de Duffy siguiera siendo un accidente, ¿verdad?
El rostro de Grossman se enrojeció.
—Creo que será mejor que me explique esa observación.
—Usted admitió que aquella noche antes de que Duffy muriese tuvieron una discusión por dinero —dijo Parker.
—¿Y bien?
—Olvidó usted algunos detalles, como el hecho de que Duffy le acusase de robo y le amenazase con matarle.
El agente se rió irónicamente.
—John me amenazaba con dispararme una semana sí y otra no. Eso no quería decir nada.
—¿Y cuál fue la razón de la amenaza de esta semana? ¿Crestline Heights?
El enrojecimiento de sus mejillas palideció y la jactancia desapareció de su voz.
—¿Por qué me iba a amenazar John con dispararme por Crestline Heights? Iba a ganar mucho dinero con ese proyecto.
—Si se vendían las unidades —intervino Steenbargen sin darle importancia—. Pero para que se vendieran, primero tenían que construirse, lo que en este momento no parece demasiado prometedor. ¿Sabía usted cuando compró la propiedad en Idaho que era Zona O?
—Gente en puestos influyentes nos aseguró que se concedería un cambio de calificación. Hasta ahora no ha sucedido, pero todavía tengo esperanzas.
—Si la calificación se cambiase mañana —dijo Steenbargen— no llegaría a poder completar la construcción para cuando venciese el préstamo de Crestline Heights, Inc.
—Entonces conseguiré una prórroga del crédito —dijo Grossman—. El presidente del banco es amigo mío.
Steenbargen asintió.
—¿También está él en el negocio de Crestline?
Grossman frunció el ceño.
—No. Sólo John y yo.
—¿Sabía Duffy lo de la restricción de la zona? —preguntó Parker.
—Desde luego.
—Hace diez días Duffy llamó a la constructora Diamond de Boise. Habló durante ocho minutos con alguien de allí, pero nadie de la oficina parece recordar haber cogido la llamada. ¿Quizás sepa usted de qué se trataba?
Grossman intentó parecer extrañado.
—No.
Steenbargen frunció los labios y se tiró del bigote. Puso cara de preocupado.
—¿Podría haber sido para averiguar dónde estaban los dieciséis millones de dólares que faltan de la cuenta de Crestline en el banco California Pacific?
Grossman permaneció inmutable por la pregunta. Parker tuvo que reconocérselo al hombre; era un tipo frío. Era uno de esos individuos que parecen tranquilizarse en condiciones de combate.
—No sé de qué está usted hablando. El dinero que haya sido sacado de la cuenta para la construcción ha sido para gastos. Planos, nivelaciones, vallado…
—Puede usted comprar un montón de vallas por dieciséis millones de dólares —dijo Steenbargen—. La forma en que me lo imagino, y por favor, sírvase corregirme si me equivoco, es que contaba usted con que Duffy estuviese demasiado ocupado, o demasiado intoxicado para molestarse en comprobar el destino del dinero. Ésa fue probablemente una de las razones por las que escogió Idaho para el proyecto: era atractivo y estaba lejos.
—El presidente del California Pacific, su compinche —prosiguió—, y la gente de la Diamond probablemente también estaban en ello. Hubiese sido mucho más fácil de esa forma. Diamond hubiera presentado unas facturas excesivamente hinchadas para su pago y su compinche las hubiera conformado.
Steenbargen se detuvo un momento para calibrar la reacción de Grossman, pero no parecía haber ninguna.
—Yo creo que usted probablemente tenía la intención de dejar los ocho millones de dólares en el banco. De ese modo, cuando el préstamo venciese, podría usted liquidar el interés del crédito. Eso le hubiese dado quizás un año más. Cuando se hubiera gastado todo, Crestline Heights Inc. hubiese quebrado, el banco hubiese ejecutado la hipoteca sobre la propiedad, Duffy se quedaría sin setecientos mil y usted y sus compinches se repartirían dieciséis millones.
Grossman dijo a modo de advertencia:
—Yo de usted, señor Steenbargen, tendría mucho cuidado en hacer afirmaciones como ésa. La administración puede acabar encontrándose ante los tribunales haciendo frente a un juicio por difamación molesto y costoso —hizo una pausa—. No sé por qué mis asuntos de negocios son de repente objeto de la inspección del coroner, pero para su información, Duffy no iba a perder ningún dinero en el negocio de Crestline. En cualquier momento que hubiese querido, le hubiese dejado fuera. De hecho, hace meses, cuando comenzamos a encontrar problemas políticos en Boise, ofrecí recuperar las acciones de Crestline de John a su precio original, más los intereses. Esa oferta fue hecha delante de testigos, incluido Joan Duffy. John rechazó la oferta. Quería seguir con el proyecto. La oferta sigue aún en pie para Joan, si quiere dejarlo.
Grossman se puso en pie.
—Si quiere hablar conmigo de nuevo, doctor Parker, hágalo a través de mis abogados.
—Tengo una pregunta más, señor Grossman —dijo Parker, sonriendo extrañamente—. ¿Ha invertido Boodry en alguno de sus proyectos inmobiliarios?
Por primera vez, Parker detectó algo en los ojos del hombre, una oleada de temor.
—Buenos días, caballeros.
—¿Qué opinas? —preguntó Steenbargen cuando salieron.
Parker movió la cabeza y arrugó el entrecejo.
—No lo sé.
—A ver qué te parece esto —probó Steenbargen—. Duffy descubrió lo de la estafa de Crestline y amenazó a Grossman con un proceso jurídico, de manera que Grossman decidió deshacerse de él. Utilizó la envidia que Brock sentía por el tipo y su desesperación por ver su nombre en el candelero para prometerle hacerse cargo si Brock se deshacía de Duffy. Una vez que Duffy estuvo fuera de en medio, Grossman tenía que deshacerse de Brock…
—¿Y qué me dices del traje de buzo que no le iba? —dijo Parker—. No me acaba de convencer. Por un lado, tenía lógica, lo que dijo de devolverle el dinero a Duffy.
—Tienes razón. A Grossman no le importaban los seiscientos mil de Duffy. Eso era sólo algo para aprestar la bomba. Él quería los millones del banco. Aunque Duffy hubiese descubierto el plan, no le hubiera importado a Grossman. De todos modos, nadie hubiera podido hacer nada, probablemente.
Parker se le quedó mirando, sin comprender.
—¿Qué quiere decir, que nadie hubiera podido hacer nada? Es fraude.
—Técnicamente, quizás, pero ningún fiscal lo tocaría. Los directores de banco son adultos. Nadie les ha forzado a prestar el dinero a Crestline Heights Inc. Grossman no cumplió, eso es todo. No puedes procesar a alguien por eso.
—Si el presidente del banco estaba en ello…
—Es conspiración —dijo Steenbargen, asintiendo—. Pero intenta probarlo.
—No me puedo creer que Grossman vaya a robar millones y se vaya a quedar sin castigo —dijo con desaprobación.
Steenbargen sonrió dudosamente.
—Quizás no. Nunca se ha oído que a la Superintendencia de Contribuciones se le haya instruido un proceso —miró a Parker con curiosidad—. ¿Quién es ese tal Boodry de quien hablabas?
—Alguien a quien tampoco se le ha instruido nunca un proceso.
Parker le contó su encuentro con Boodry y a Steenbargen le dio una risa ahogada.
—Bueno, una cosa es segura. Si estamos buscando a alguien a quien le vaya bien aquel traje de buzo, eso deja fuera a Grossman.
—No necesariamente —dijo Parker—. No tendría necesidad de meter las manos en el barro para tenerlas sucias.
—¿Quieres decir que si conoce a luchadores, podría conocer a un buzo?
—Quizás valdría la pena comprobarlo. Me gustaría también saber si Grossman tenía algún trato de negocios con Harvey Brock. Aunque Brock y Braxton hubieran sido asesinados por un asunto de drogas, eso no explica su conexión con la muerte de Duffy. Los tres están conectados de algún modo. Lo sé. La policía no va a encontrar la relación. Ni siquiera van a buscarla.
—¿Lo que quiere decir que es asunto nuestro? —preguntó Steenbargen.
Parker no dijo nada. Parecía que en cuanto salían de una sala del Nautilus, se encontraban en otra. Se preguntó cuántas más tendría que explorar antes de llegar al final.