18

Parker se sentó solo en el silencio de su oficina, mirando fijamente las fotografías y el peso del cinturón que había sobre su mesa. Examinó el cierre de latón y la anilla que habían sido cosidos al cinturón. Lo cerró de golpe y luego tiró de la pequeña anilla lateral, soltando el cierre. Ningún buceador entendido podría nunca volver a colocar la hebilla de apertura fácil con un montaje tan peligroso. A menos que quisiera que no se abriese.

Parker miró detenidamente las contusiones de las fotografías y la forma y el tamaño de los plomos de dos kilos y cuarto del cinturón. Eran aproximadamente iguales.

Se levantó, se puso el cinturón y se lo abrochó. Los aproximadamente trece kilos y medio tiraban fuertemente del cinturón hacia las caderas. Él era algo más delgado de lo que lo había sido Duffy, o sea que el actor habría llevado los pesos más arriba, lo que confirmaban las fotografías. Parker arregló los pesos para aproximarse a la posición de las marcas de la fotografía. Eso hubiera dejado el clip a la altura de su riñón izquierdo. Accionar la apertura hubiese sido difícil en las mejores condiciones, incluso aunque Duffy hubiese sabido exactamente dónde estaba y cómo funcionaba. Con ella allí detrás, aterrado y ahogándose, le hubiese resultado imposible.

Parker se imaginó la escena: Brock sabía que Duffy nadaba por las mañanas. Habría estado esperando y preparado. El traje de buzo y el chaleco salvavidas habrían compensado el peso extra que el hombre llevaba. Habría seguido a Duffy, manteniéndose detrás de él para asegurarse de que su rastro de burbujas no era detectado, acechando a su presa desde las oscuras profundidades como un tiburón predador, esperando el buen momento para atacar. Luego, quizás cuando Duffy se hubiera detenido para descansar del ejercicio, Brock habría subido rápidamente por debajo, enrollando el cinturón de muerte alrededor de la cintura del actor y abrochándolo antes de que pudiese reaccionar.

Aterrado, Duffy debió de intentar arrancarse el cinturón, y ésa sería la razón de las abrasiones del abdomen y de la espalda. Parker cogió la fotografía de la magulladura y del hematoma de la pantorrilla derecha de Duffy. Se quitó el cinturón, fue a la bolsa de buzo y empezó a escudriñar el equipo. Sacó la mano con un cuchillo de buzo enfundado en una vaina negra de tobillo. El extremo del mango era una bola de acero inoxidable del tamaño y de la forma de la contusión de la fotografía. Quizás Duffy había luchado brevemente con su agresor y la señal le había salido al golpear el cuchillo.

La lucha debió de ser breve, sin embargo. En su terror, el primer objetivo de Duffy habría sido llegar a la superficie. Habría dejado ir a Brock y el hombre podía simplemente haberse alejado nadando y ver cómo su amigo se ahogaba. No le habría tomado mucho tiempo. Ni siquiera el nadador más fuerte podría haber permanecido a flote con trece kilos y medio encima. Después de haber llevado a cabo el hecho, Brock pudo haber soltado el cinturón y nadado hacia la orilla, saliendo probablemente del agua en algún lugar de más abajo, por si alguien había sido testigo del ahogamiento desde la playa. Pero, ¿por qué se molestaría en llevarse el cinturón con él? ¿Por qué no dejarlo simplemente en algún lugar del camino? No sería probable que lo encontrasen y aunque así fuese, no era probable que lo hubieran conectado con la muerte de Duffy. ¿Un souvenir, un recuerdo, para poder mantener vivo su envidioso odio? ¿O había tenido otra consecuencia el cinturón? El recuerdo de la acción de su traición homicida, ¿había forjado tales remordimientos en Brock que había decidido quitarse la vida con una sobredosis de drogas?

Aquella clase de especulación no servía para nada en aquella fase del juego y Parker lo sabía. Primero, tenía que probar que Duffy había sido asesinado, y para eso necesitaba que le devolvieran el cuerpo. Si sus críticos habían bramado antes, se le tirarían a la yugular con esa petición. Su única posibilidad era que Joan Duffy se pusiera de su lado, y teniendo en cuenta su humor aquella mañana, dudaba que tuviese alguna. Cogió el traje de buzo y se dirigió al piso de seguridad.

Era después de medianoche, y un extraño silencio se había apoderado del lugar, la quietud interrumpida sólo ocasionalmente por las voces apagadas de los pocos forenses o ayudantes lo bastante desafortunados como para hacer el turno de noche.[1] Parker sonrió burlonamente ante la ironía del término mientras bajaba por el bien iluminado pasillo. Allí todos eran traslados al cementerio.

El cuerpo de Harvey Brock estaba sobre la mesa de la sala de autopsias, bañado por la dura luz de las lámparas. Parker había decidido que haría la autopsia sin que le ayudaran. No había necesidad de sacar de la cama a ningún empleado para eso. Además, ¿qué les podía decir? ¿Que quería que le ayudaran a hacer una autopsia en mitad de la noche porque podía oír a los sabuesos políticos detrás de él, pisándole los talones? Cualquiera hubiese pensado que estaba perdiendo la cabeza. Excepto Schaffer, quizás. Aquel joven hubiera ido de buen grado, aunque hubieran sido las tres de la mañana. Después de pensarlo, Parker decidió que no. Dejemos al chaval que duerma. Por la forma en que iban yendo las cosas por allí, iba a necesitar todo lo que pudiera reunir tan sólo para conseguir llegar al día siguiente. Lo haría solo.

Después de cinco minutos de ardua lucha para meter y estirar la parte de arriba del traje de buzo en el torso de Brock, Parker comenzó a lamentar su decisión. Dejó el cuerpo y salió al vestíbulo. Un joven ayudante negro con el cabello lleno de trenzas salía de la sala de almacenamiento refrigerada y Parker le llamó.

—Ven un momento, ¿quieres?

El joven obedeció y Parker le preguntó:

—¿Cómo te llamas?

—Emmett Jackson, señor.

El joven era alto y fuerte, con una complexión como de jugador de rugby.

—¿Cuánto tiempo hace que trabajas aquí, Emmett?

—Un año, creo —dijo levantando sus grandes hombros.

—¿Te gusta?

—No es algo que quiera hacer para siempre, si eso es lo que me pregunta usted —dijo el ayudante vestido de verde. Parecía que se estuviese preguntando adonde iría a parar todo aquello.

—¿Qué es lo que quieres hacer para siempre?

—Estoy estudiando para dentista, señor.

El chico era respetuoso. A Parker le gustaba eso.

—¿Dónde?

—En la USC.

Parker asintió.

—¿Eres propenso a marearte, Emmett?

El ayudante sonrió abiertamente.

—Es casi un año demasiado tarde para hacer esa pregunta.

—Necesito un ayudante. ¿Te gustaría ayudarme?

Aquello cogió al joven por sorpresa.

—¿Yo?

—Sí, tú.

—¿Ayudarle a usted? ¿A hacer una autopsia?

—Eso es.

—¿Ahora?

Parker asintió.

—Pero… No sabría qué hacer…

—Yo te diré lo que hay que hacer.

Emmett se encogió de hombros, vacilante.

—Bien, doctor. Si usted lo dice.

Parker hizo pasar a Emmett a la sala de autopsias y señaló el traje de buzo.

—Primero tenemos que vestirlo.

La mirada de Emmett indicaba que se estaba preguntando si Parker había perdido un tornillo.

—No quiero parecer tonto, señor —dijo vacilante—, pero ¿no es algo inusual vestir a un cadáver antes de hacerle la autopsia?

—No tengo intención de hacer la autopsia con el cuerpo vestido —le aseguró Parker, sonriendo.

Los ojos de Emmett se volvieron cautelosos.

—¿Quiere usted decir que va usted a vestir el cuerpo y luego lo va a desnudar?

—Precisamente. Ahora échame una mano.

El estudiante de odontología se puso a trabajar, y Parker podía imaginarse lo que estaba pensando… ¿en qué clase de ritual fetichista había caído?… sin embargo, no podía negarse a ayudar. Parker sabía que era mezquino no dar una explicación, pero también era divertido, así que se calló, pensando que las oportunidades de diversión eran bastante raras en aquellos tiempos.

Incluso con la ayuda de la fuerza de Emmett, le llevó a Parker sus buenos diez minutos de lucha persistente el conseguir meter el cuerpo de Brock en el traje de buzo. Se apartó, se secó el sudor de la frente y examinó cómo le ajustaba.

—Raro.

Emmett aún seguía con aquella mirada. Todo allí era raro.

—¿Qué?

—Estos trajes se supone que deben quedar ceñidos, ése es su principio… pero éste le está ridículo.

—Quizás lo compró hace mucho tiempo y engordó —apuntó Emmett, intentando ser útil.

—Quizás —dijo Parker—. Pero eso no explica por qué los brazos son demasiado largos.

—¿Está usted seguro de que es suyo?

—Estaba colgado en su armario, pero para responder a tu pregunta… no, no estoy seguro —Parker sonrió—. Acabas de dar con una regla cardinal de la patología forense —le dijo Parker—, Las ideas preconcebidas pueden llevar a conclusiones erróneas. Un buen patólogo forense se lo cuestiona todo.

Steve Patton había descrito al buzo que vio como de más de metro ochenta. Aquello no había preocupado especialmente a Parker al principio; el testimonio de testigos oculares era notoriamente falible. Pero ahora no estaba tan seguro. El traje de buzo le hubiese ido mucho mejor a un hombre de esa altura que a Brock.

Le quitaron el traje y después de que Parker hubiera completado el examen de la superficie externa del cuerpo, describiendo cicatrices, lunares y otras señas de identificación, dirigió su atención a través de una lupa al brazo izquierdo. Empezó con la mano y manifestó ante el dictáfono:

—No hay evidencia de trauma en la mano izquierda, ni en los nudillos, ni en las uñas. El antebrazo izquierdo no muestra superficie cutánea anormal. No se aprecian inflamaciones ni equimosis amoratada.

Llevó su mano hacia el pliegue del codo y oprimió la parte interior del brazo, sin notar ningún endurecimiento apreciable. Examinó cuidadosamente las venas alrededor de la parte interior del codo. La señal del pinchazo era tan limpia que casi estuvo a punto de pasarla por alto, incluso con la ampliación. Aquello estimuló su curiosidad. Cuando una persona se ponía una inyección, raramente era tan limpia. Normalmente sangraba más y se rompía más la piel. Esta parecía casi como si se la hubieran hecho en un consultorio médico.

Parker le pidió a su reclutado ayudante un rotulador negro que había dejado con los demás instrumentos, y con él trazó una cuadrícula en la piel por encima del pinchazo, de unos quince centímetros por ocho, marcando la dirección y el contorno de las venas. Emmett miraba fascinado cómo el forense jefe seleccionaba un escalpelo y empezaba a cortar un elipsoide de piel alrededor de la cuadrícula, de aproximadamente un centímetro de profundidad. Con precisión quirúrgica Parker levantó el trozo de piel, junto con el tejido subcutáneo y porciones de las venas antecubitales que vertían en las venas cefálicas y braquiales, y la colocó sobre una platina.

Emmett siguió a Parker al microscopio de disección donde el científico forense preparó la muestra para su examen. Parker puso los ojos sobre las lentes binoculares y examinó primero las venas. Había pocas cicatrices detectables, lo que indicaba que si Brock se inyectaba drogas, no lo había hecho a menudo. Parker se echó hacia atrás y le preguntó a su nuevo ayudante si quería echar un vistazo. Emmett se inclinó sobre el microscopio y Parker pasó automáticamente a su tono magistral.

—Como puedes ver, una aguja hipodérmica deja un rastro en la carne muy parecido al que deja un tenedor en un trozo de carne cruda, excepto, desde luego, su tamaño. Afortunadamente, el rastro se llena de sangre, lo que hace que sea muy fácil descubrirlo. Lo que tenemos que hacer ahora es determinar la dirección de ese rastro con relación a la cuadrícula que hemos dibujado, así como la inclinación del ángulo que siguió, a través del tejido subcutáneo y la vena.

—Fascinante —dijo Emmett sinceramente.

Parker sonrió, complacido.

—¿Verdad?

Volvió a sentarse al microscopio y en unos minutos había hecho sus cálculos. Sobre un eje que bajaba derecho por el brazo de Brock, la aguja había penetrado en la piel con un ángulo de cuarenta y cinco grados hacia el interior, en el lado interior izquierdo del codo.

Parker volvió a la mesa de la autopsia y cogió la jeringa que había dejado allí. La puso en la mano derecha de Brock, entre los dedos pulgar y corazón, con el dedo índice sobre el émbolo y llevó el brazo por encima del abdomen hacia el brazo izquierdo, intentando colocar la aguja de forma que entrase en el brazo por el ángulo calculado.

—Tengo una teoría, Emmett —le explicó Parker mientras trabajaba—. Miro el cuerpo humano como un esqueleto con bisagras. El brazo se dobla por la bisagra del codo y de la muñeca, la pierna por la de la rodilla y el tobillo, etc. Pero esos goznes sólo se pueden mover en ciertas direcciones. Así que cuando consideras la mano de un hombre, como las manos de este hombre, la longitud de sus dedos, la flexibilidad de las articulaciones, la longitud de sus brazos, deberías poder determinar, por el ángulo y la localización de la señal de un pinchazo, si se inyectó él mismo.

—Tiene sentido —dijo Emmett.

Parker inclinó la cabeza.

—Cada pinchazo, en realidad, sería como la firma de la persona, único para sus articulaciones musculares y esqueléticas. Por ejemplo, como puedes ver, con el brazo de este hombre al lado, la posición normal en la que un yonkie se inyectaría, no hay forma de que podamos conseguir una trayectoria que case con el ángulo de la aguja —levantó la cabeza—. Cógele el brazo por allí y mira a ver si nos casa en otra posición.

El negro movió el brazo hasta que Parker hubo conseguido su ángulo.

—Para que este hombre se hubiera inyectado —concluyó Parker— hubiera tenido que mantener el brazo izquierdo haciendo un ángulo de noventa grados con su cuerpo. Incluso así, hubiera sido difícil.

—No hay modo de que alguien se inyecte a sí mismo de ese modo.

—Exactamente —convino Parker—. Lo que significa que a menos que mi geometría sea errónea, alguien debe haberle puesto esta inyección.

Volvió al microscopio y rehizo sus cálculos. Salieron igual.

Todo el cansancio había abandonado el cuerpo de Parker, y había sido sustituido por una sensación de regocijo. Aunque su teoría de la «firma» era sólo eso, una teoría, y con toda probabilidad sería rechazada por sus críticos como altamente especulativa, estaba seguro de estar sobre algo, y se metió de lleno en el trabajo que tenía por delante.

Trabajó rápidamente, todo el rato apuntando ávidamente las señales delatoras a su curioso alumno: la abundante espuma gris, parecida a la espuma de afeitar, de la tráquea y de los bronquios, el severo edema y la congestión de los pulmones, el peso del corazón; el cerebro, que estaba hinchado y pesaba 1 kilo 630 gramos, 400 gramos más de lo normal; la vejiga distendida, que contenía 450 cm³ de orina. Extrajo las usuales muestras de 100 mi de sangre, orina y bilis, sacó intactos el estómago, la vesícula biliar y un riñón, y dejó aparte porciones significativas de pulmón, hígado y cerebro, pero no tenía que esperar los resultados del análisis toxicológico para saber que Harvey Brock había muerto repentinamente por una sobredosis de drogas.

Emmett miraba al jefe coser la incisión abierta en forma de Y y dijo:

—Realmente nunca había visto antes una autopsia. Al trabajar en este turno sólo había conseguido ver el producto final.

—¿Lo has encontrado interesante?

—Mucho.

Parker acabó de suturar y luego le dijo a Emmett que guardase el cuerpo y fuese a verle a su oficina. Parker dejó abierta la puerta de la oficina y veinte minutos después entraba el joven negro, vacilante.

—Siéntate —le dijo Parker, indicándole la silla de visitante VIP, la que era blanda. Todas las demás eran duras y servían para estancias cortas.

—Te estuve observando allí abajo —dijo Parker, dejándose caer en su silla—. Empezaste pensando: ¿Quién demonios querría hacer esto? Y luego cambiaste de parecer.

Emmett no respondió. Su rostro permaneció impasible mientras Parker continuaba.

—La mayoría no llega nunca por ese primer atajo. Porque es un cadáver, se apartan, repugnados, y se pierden para siempre.

Parker vio los ojos de Emmett dirigirse espontáneamente a su reloj. Eran casi las tres de la mañana y el argumento de Parker iba a autodestruirse en sus propias coacciones opuestas.

—Pero la triste verdad es que no muchos estudiantes de medicina están deseosos de ser patólogos. Todos los estudiantes de medicina brillantes quieren ser cirujanos cardiólogos, oncólogos, endocrinólogos, o psiquiatras con una lucrativa consulta en Beverly Hills.

—De lo que la mayoría de la gente no se da cuenta es de que la ciencia forense puede ser un instrumento para ayudar a los vivos. Al estudiar la patología de una enfermedad, podemos ayudar a encontrar un remedio. Los estudios de heridas y lesiones han preparado el terreno para las nuevas tecnologías, inestimables para prevenir lesiones mortales.

Emmett miraba educadamente y su rostro expresaba un ligero grado de curiosidad.

—Y las fronteras se están sólo abriendo. En las próximas décadas el desarrollo de la ciencia forense va a revolucionar totalmente el sistema médico-legal. A través de la investigación del ADN, seremos capaces de identificar a un criminal por medio de análisis de las enzimas proteínicas de las secreciones dejadas en la escena del crimen. Dentro de una o dos décadas seremos capaces de reunir perfiles psicológicos completos del muerto por medio de estudios neuroquímicos. Seremos capaces de decir qué temperamento tenía la persona y si él o ella estaban deprimidos o enfadados, homicidas o suicidas en el momento de la muerte. Según avanza la tecnología, las aplicaciones de la ciencia serán ilimitadas.

—Parece usted excitado —dijo Emmett, sonriendo ligeramente.

—Éstos son tiempos excitantes —Parker podía darse cuenta de que el joven ayudante se preguntaba adonde conducía aquello—. ¿Dices en serio lo de ser dentista?

—Sí —dijo Emmett, pero algo vacilante, le pareció a Parker.

—La medicina legal ofrece oportunidades y satisfacciones especiales. La oportunidad de conseguir algo, de ser único. Al verte esta noche, he pensado que serías bueno en eso. Espero que lo pienses.

Emmett miró su reloj.

—Bien, será mejor que vuelva al trabajo, señor. Pero se lo agradezco. Ha sido muy… instructivo.

Parker se rió.

—Sin duda.

Mientras miraba a Emmett salir, se preguntó si su discurso le había causado alguna impresión. Era difícil de decir. Emmett Jackson era un hombre reservado. No como él.

Se frotó los cansados ojos y se levantó. Ahora estaba lo bastante cansado como para poder dormir, aunque sólo fuese por unas horas. Pensó en echarse en el sofá de la oficina, pero decidió irse a casa. Incluso cuando era joven, su cuerpo se había resentido de pasar las noches en sofás. Además, se dio cuenta de que esperaba ser recibido por al menos una cara en todo el día que estaría feliz de verle, aunque pisase algo.