Parker encontró la compañía de producción de Fenady en una zona aislada del gran estudio, frente a un bloque de falsos barrios bajos. Parecían estar casi a punto de acabar y la acción estaba limitada a una rampa y a un par de coches aparcados. Camiones de material bloqueaban ambos extremos de las calles y dos equipos de cámaras sobre grúas móviles maniobraban para conseguir los mejores ángulos.
Parker utilizó su identificación para que el guardia de seguridad le dejase pasar y se dirigió hacia un grupo de hombres apiñados alrededor de un chocante Maserati rosa. Eran cuatro y todos parecían preocupados y molestos, una mirada al parecer ubicua en los asuntos de televisión. Quizás les pareciese que aquella mirada justificaba de alguna forma sus sueldos.
Parker se disculpó y el atleta del grupo, un hombre musculoso, alto y bronceado, de unos cuarenta y pico de años levantó la cabeza, molesto.
—¿Qué pasa?
Parker volvió a mostrar su identificación.
—Doctor Eric Parker, médico forense del condado. Estoy buscando a Byron Fenady.
—Lo acaba de encontrar —dijo el hombre con frialdad. Tenía el pelo negro, peinado hacia atrás desde la frente y eso hacía que sus rasgos, que estaban demasiado juntos, pareciesen aún más apretados en su cara. Los ojos eran oscuros e intensos, cubiertos por oscuras cejas y la boca, de labios delgados, parecía una herida de cuchillo. Iba vestido con unos pantalones caqui con cinturón de goma y una camisa deportiva de manga corta, a cuadros azules y verdes.
—¿Y bien?
Parker miró a los demás.
—Me gustaría hacerle algunas preguntas…
—Esta bien, una estrella ha muerto —dijo el hombre sarcásticamente—. Vosotros, tíos, no podéis enterrar a alguien nada más, ¿verdad? Tenéis que andar en el cadáver y que vuestro nombre aparezca en los diarios.
Parker ignoró el arranque y dijo amablemente:
—Aquí o en la ciudad. Donde le sea más conveniente.
—Aquí está bien —dijo Fenady de mala gana. Miró su reloj, tan deprisa que difícilmente pudo ver la hora—. Sólo déjeme terminar esta reunión. Cinco minutos todo lo más. —Señaló con un gesto una hilera de sillas de lona delante del Maserati—. Siéntese y disfrute del espectáculo.
Parker miró también su reloj y se acomodó en una de las sillas mientras el grupo de Fenady se movía fuera del alcance de su oído. Parecían estar discutiendo y Fenady hacía gestos airados.
—Hola pájaro —dijo una voz de mujer que salía, al parecer, por debajo del capó del Maserati.
Parker se levantó y se dirigió hacia el coche. El tablero de mandos se parecía a los controles de la cabina de un 747, completado con diales, indicadores y luces centelleantes. La única cosa que no tenía era ni piloto ni copiloto. Parker echó un vistazo alrededor.
—Sí, tú —confirmó la voz de mujer, rezumando sensualidad.
Parker volvió a mirar alrededor.
—¿Te gustaría dar una vueltecita?
Las luces verdes del tablero centellearon en sincronización con la voz. Parker miró a su alrededor intentando localizar a la mujer, que tenía que estar emitiendo desde algún lugar cercano. Aunque no había otros testigos de su desconcierto, empezaba a sentirse embarazado.
—¿Qué ocurre? —dijo el Maserati en un susurro—. ¿No me encuentras atractiva?
Parker volvió a sentarse y cerró los ojos, intentando ignorarla. Era imbécil si iba a empezar a hablar con un coche.
—Podría volver —dijo el Maserati, roncándole el motor.
Parker volvió a mirar dentro. Tenía que haber un conductor. Los coches no se ponían solos en marcha. La cabina seguía vacía.
—Y encontrarme contigo aquí. ¿Qué te parece a las diez? Tú traes un paquete de seis botellas y un par de asados y yo traeré algo de alcohol. Lo haremos en el asiento de atrás. ¡Uuhh, Uuhh!
—No hay asiento trasero —dijo Parker sin querer, lamentándolo inmediatamente.
—¡Entonces lo haremos en el de delante! —dijo la voz sin aliento—, ¡Fíjate en el cambio de marchas!
El motor se apagó de repente.
—¡Oh, oh! Aquí viene el jefe. No le digas que hablaba contigo, ¿vale?
Parker levantó la vista para ver a Fenady que volvía.
—Vale —respondió Parker, viendo finalmente el humor de la situación—. Pero debo advertirte… que estoy enamorado de un Chevrolet.
—¿Y qué tiene un Chevy que yo no tenga? —susurró el Maserati—, ¿No me has oído? Los latinos son los mejores amantes… Hasta la noche, amore mio…
Fenady llegó con un aspecto más relajado, como si hubiese ganado la discusión que hubiera podido tener. De nuevo le echó una ojeada a su reloj deportivo negro, no tanto para ver la hora, como para demostrar que era un hombre muy ocupado, que cada uno de sus minutos era valioso.
—Siento haberle puesto verde antes —le dijo, sonriendo para congraciarse—. Últimamente he estado bajo mucha presión. Semana de control de audiencia.
Parker hizo un gesto de asentimiento, como si entendiera lo que eso significaba y Fenady le preguntó:
—¿No estaría el coche hablando con usted, verdad?
—No —dijo Parker, sintiéndose de inmediato ridículo por haber mentido.
Fenady sacó lo que le quedaba de un paquete de Rolaids y se puso rápidamente una en la boca.
—Mona, el Maserati que habla. Antiguamente las estrellas eran las celebridades. Ahora son las máquinas. Son los tiempos en que vivimos. ¿Ha visto usted el programa?
Parker admitió que no.
—¿Qué opina usted del concepto?
Parker vaciló, intentando no herir los sentimientos del hombre.
—¿No cree usted que es un poco…?
Los ojos del productor se empequeñecieron.
—¿Un poco qué?
—Bueno, poco original. Recuerdo haber visto algo parecido.
—El otro programa —dijo Fenady irónico—. Aquello es un coche macho y éste es un coche hembra. Por eso es rosa ¿lo ha cogido? Y siempre está estropeando su papel. Ese es el truco. No lo planeamos así, pero como la aprendiza que pone la voz no hacía más que estropearlo, decidimos incorporarlo al guión.
—¿Y esa diferencia es suficiente?
—Dejémosles que le hagan la corte —dijo Fenady, dando por concluido el tema.
Se volvió e hizo un gesto con la mano a un grupo de hombres que estaban al lado de un camión del pan aparcado al otro lado de la calle y luego hizo una señal. Uno de los hombres se acercó, se metió en la parte de atrás del camión de un salto y el motor del Maserati arrancó con un rugido. Parker miraba fascinado cómo la máquina hacía un giro en U y aparcaba en paralelo a la rampa de delante del camión.
—Muy bueno —comentó Parker—. Ese coche puede ser la solución al problema del alcoholismo en la conducción.
Fenady sonrió sardónicamente.
—Eso sería malo para su profesión, ¿no?
—Mi profesión siempre será buena —le aseguró Parker.
Fenady extrajo otra Rolaid. El rostro del hombre se puso serio, indicando el final del parloteo del show-business amable.
—¿Y de qué va todo esto?
—Han surgido algunas cuestiones sobre la muerte de Duffy…
—¿Qué? ¿Esa mierda del «Times»? «¿Posible asesinato?» ¿Qué era esa porquería?
—Una tergiversación.
—Si no habla con ellos, no le pueden tergiversar —Fenady frunció el entrecejo al pensar en ello—. Esa clase de periodismo amarillo es justo la clase de cosa que quería evitar. Por el bien de todos. Me aseguraron que la investigación sería llevada con discreción…
—¿Por quién? ¿Por Alex Tartunian?
—Hablé con Alex —admitió Fenady.
—¿Es íntimo amigo suyo Tartunian?
—Íntimo no, pero nos conocemos. De todos modos, Alex no es el único que quiere que esto no se nos escape de las manos.
Parker tenía la intención de pedir perdón por la historia, pero las maneras altivas del hombre le hicieron atrincherarse. Ya había habido bastante gente intentando apretarle las clavijas aquel día.
—Ya lo sé. La colonia del cine ejerce mucha influencia en esta ciudad. Pero mientras yo sea coroner no tengo intención de comprometer la verdad, sin importarme la clase de presión que eso me lleve a soportar.
—¿La verdad? —dijo Fenady airadamente, sacudiendo una mano—, ¿Es así como llama a lo de esta mañana?
—Podría haber ahí más verdad de lo que usted se piensa —se desquitó Parker.
Eso le detuvo.
—¿Uh?
—Hay pruebas de que Duffy sufrió lesiones que pudieron no ser causadas por el ahogamiento. Y un testigo vio cerca del lugar a un submarinista que salía del agua aproximadamente a la hora en que Duffy se ahogó.
—¿Un submarinista? —preguntó Fenady con un tono a todas luces escéptico—. ¿Está usted diciendo que alguien ahogó a Duffy?
—No estoy diciendo nada por el momento —dijo Parker, sintiendo haberse dejado llevar—. Sólo que hay preguntas sin contestar que necesitan una respuesta. Por ejemplo, el hombre aparentemente tenía un serio problema con la cocaína…
—Creí que dijo usted en las noticias de ayer noche que la cocaína no le mató.
—No le mató.
—Entonces, ¿por qué sacarlo a relucir? —preguntó Fenady levantando las palmas—. Por lo que a mí concierne, mientras el tipo trabajase en el plató, no me importaba lo que hiciese cuando llegaba a casa.
—Por lo que he oído, no era sólo en casa. He oído que estaba empezando a obstaculizar su producción.
Fenady le miró con suspicacia.
—¿Ah sí? ¿Dónde oyó usted eso?
—Mia Stockton.
Fenady se frotó la barbilla, pensativo.
—Tuvimos unos cuantos problemas. El principal era aquel camarada de John, servicial y sin talento. Pero controlé la situación.
—¿Está hablando de Harvey Brock?
Asintió y frunció los labios.
—Lo metí en unos cuantos programas como un favor a Duffy. Luego descubrí que el muy gusano le estaba pasando drogas a Duffy aquí mismo en el estudio. Y no sólo a Duffy. ¡Caramba! El muy hijo de puta abastecía a la mitad del personal.
—¿Quiere usted decir que la vendía?
—Eso es exactamente lo que quiero decir.
—¿Qué hizo usted?
—Hice que los de seguridad le prohibiesen aparecer por el plató. John armó un buen escándalo, pero yo me mantuve firme. No pude meterle en la cabeza que el muy chinche, su amigo del alma, estaba intentando matarle.
—¿Quiere usted decir eso, literalmente?
—Matar su carrera, matarle. Es lo mismo. Duffy era su carrera. Era un hombre con un ego deficiente. Su definición de sí mismo estaba envuelta en su trabajo. No es anormal en esta profesión. Brock quería ver a Duffy derrumbado. Estaba celoso. Vio que Duffy tenía éxito y eso le devoraba.
—¿Brock se lo dijo?
—No hacía falta. Lo he visto otras veces.
—Hablé con Brock. Dice que va a venir a presentarle una idea que tiene para un nuevo programa.
—No pasará de la verja —rezongó el productor—. Intentó montarme una de sus ideas mientras estaba en el programa. Cortinas biónicas. Brillante, ¿eh?
Parker miró el coche rosa al otro lado de la calle y contuvo la lengua. Un poco más de carnaza podría hacer temblar las maneras tan pagadas de sí mismo del hombre.
—Tengo entendido que Duffy estaba hablando de dejar La vida es dura, que pensaba que el programa era una tontería.
Aquello provocó la indignación de Fenady. Levantó dos dedos para poner énfasis en los puntos que quería establecer, doblándolos según lo hacía, y dijo en tono irritado:
—Uno, no podía irse. Tenía un contrato. Dos, el programa no es una tontería. Si eso es lo que la gente quiere, ¿cómo puede ser tonto?
Ésa le pareció a Parker una premisa dudosa, pero cuanto más pensaba acerca de ella, más incierta se le volvía. Si él pudiera adoptar esa filosofía: dar a la gente lo que la gente quiere… aún podría encontrar su propia salvación.
—No me importa en absoluto lo que la crítica piensa —prosiguió Fenady—. Ellos no compran espacios. Yo doy a la audiencia lo que quiere, porque si no lo hiciera, yo sería el estúpido.
Parker miró el Maserati, que estaba calle abajo. Estaban montando una especie de simulacro. Detrás de una hilera de coches indefinidos, se oía rugir un motor, aprestándose a correr por la rampa. Eso era lo que la audiencia quería, meditó Parker.
—Pero La vida es dura estaba decayendo, ¿no es así? ¿No estaban bajando los índices de audiencia?
—Sí, bajaron —admitió Fenady—, pero estaban volviendo a subir. Y de todas formas, la pregunta sigue siendo: ¿Qué demonios tiene eso que ver con la muerte de Duffy?
—Nunca lo sabré si no lo pregunto.
—Brillante.
Parker retrocedió, deseando tener algo más con que seguir, alguna excusa para dejar de lado el mito y compararlo con el hombre. El mito era su poder. Le mantenía seguro.
—¿Y qué me dice de su continuación con Mia Stockton?
—¿Que qué le digo de qué?
—¿Cree que funcionará?
Fenady suspiró, cansado.
—¿Y yo qué soy? ¿Un oráculo? ¿Cómo voy a saber si funcionará? Lo único que sé, la única cosa que puedo saber, es que es una persona con talento. Hay una gran audiencia que conoce a Mia Stockton y les gusta. Entonces, ¿por qué no intentarlo?
—Claro, pero por lo mismo, ¿por qué arriesgarse?
—No llegué donde estoy pasando por alto una buena cosa —dijo Fenady al cabo de un momento—. En esta profesión, en cuanto empiezas a dormirte en los llamados laureles, ya no estás en ella. Puedes pensar que lo estás, pero no es así. En este trabajo tienes que ser un tiburón, siempre moviéndote, siempre buscando.
—¿Qué?
Ahora no hubo vacilación. Fenady dejó ver los dientes con una sonrisa hambrienta.
—La siguiente comida.
A Parker le distrajeron unos chirridos de neumáticos. Un momento más tarde, un coche para simulacros salió de la rampa y se lanzó sobre los coches aparcados, pasando muy cerca del Maserati. Golpeó la calle con un desagradable ruido sordo, dio varias vueltas y luego cayó del revés. El director gritó: «¡Corten!» y el personal corrió hacia el destrozado automóvil en el que el especialista estaba deslizándose por una ventana, sonriente.
—¿Sabe usted lo que ese pequeño simulacro me ha costado? —preguntó Fenady—. Tres de los grandes. Uno para el especialista, dos para el coche. Esta clase de espectáculo de alto concepto es una máquina de tragar dinero. Ni siquiera te cubre los gastos de la licencia. Ángeles de la calle lleva dos temporadas en pantalla y aún estoy en números rojos.
A pesar de sí mismo, Parker estaba aún absorto en el coche destrozado, preguntándose cómo el conductor había podido escapar completamente ileso.
—Entonces, ¿por qué preocuparse?
—No me ha estado usted escuchando —se quejó Fenady—. Para estar arriba, tienes que tener muchas pelotas en el aire, y ésta es una de ellas, ¿comprende? Tengo otras pelotas que sostienen a ésta, y un día esta pelota, espero, sostendrá a otras. Dan vueltas y vueltas y cuándo van a pararse, nadie lo sabe. Entretanto, bastantes de ellas llegarán a venderse en cadena para mantenerme arriba.
—¿Y es de eso de lo que se trata?
—Se trata de eso en parte —le corrigió Fenady—. ¿Cuánto de grande la parte? Tienes que llegar ahí para saberlo —la sonrisa apareció de nuevo.
—¿Así que ésa es la fórmula mágica para usted? ¿Venta en cadena?
—La fórmula mágica —repitió Fenady—. Esperas tener en antena un programa el tiempo suficiente para que empiece a producir dinero residual. Pero incluso eso está cambiando. Todo el negocio está cambiando. Antes eran tres temporadas, y un programa como éste había superado el período crítico, pero nada más. El cable y las series dirigidas a la venta en cadena lo han enredado todo. Las series de una hora de duración y de aventuras de alto concepto son difíciles de vender. Ahora el mercado de la venta en cadena es para la comedia de enredos de media hora. Ahí es donde está el dinero. Un plató y un reparto de siete. Sin destrucción de coches, sin especialistas, sin filmaciones exteriores. Estoy reajustando mi elaboración de nuevas series en esa dirección.
—Tengo entendido que Duffy tenía una idea para su propia serie cómica.
Fenady se encogió de hombros.
—¿La discutió con usted alguna vez?
—No —dijo Fenady. Cogió otra Rolaid y se la metió en la boca. Exteriormente, el hombre parecía controlarse mucho, pero por dentro las cosas eran aparentemente distintas, bullía, estaba a punto de derramarse. Esto es el show-business, pensó Parker.
Fenady miró de nuevo su reloj y dijo con impaciencia:
—Mire, si eso es todo…
Parker asintió.
—Gracias por su tiempo, señor Fenady. Sé que está usted muy ocupado.
Miró al personal, que estaba atareado montando otra toma y dijo:
—¿Sabe? Nunca había pensado en ello antes, pero lo que yo hago como forense se parece mucho a hacer un programa de televisión, sólo que al revés. Empezamos por el final y pasamos la película hacia atrás, cuadro a cuadro, hasta que llegamos al título. Igual que en su trabajo, nos interesa el reparto. El nombre de la estrella.
—Ya, sí, eso es fascinante —dijo como si casi no fuera nada—. Perdóneme.
Parker le miró marcharse y pensó que, considerándolo todo, había sido más agradable hablar con el coche. La diferencia entre entenderse bien y hacerse un enemigo.