8

De vuelta a casa, a Parker se le antojó pasarse por Sunset Strip. Tuvo la suerte de encontrar un aparcamiento a sólo dos manzanas del Comedy Store y fue andando. Sorteando la cola que había, se fue hasta la taquilla y después de mostrar su placa al muchacho de la entrada, fue encomendado a un corpulento encargado que le acompañó al camerino.

La sala a dos niveles estaba llena a un cuarto de su capacidad, probablemente no llegara a llenarse ni siquiera con la cola del exterior. En los buenos y dorados tiempos de Hollywood, aquello había sido Ciro’s, el más elegante y chic de los clubs de striptease, que se enorgullecía de tener las mejores funciones y la clientela de estrellas más atractiva, pero ahora la sala, débilmente iluminada, era sólo una memoria marchita de su antigua gloria. Los clientes eran hoy, en su mayor parte, gente de menos de veinticinco años, vestidos con téjanos y camisas deportivas, el techo mostraba las conducciones del aire acondicionado y las negras paredes estaban convenientemente adornadas con caricaturas de neón de gigantes de la comedia desaparecidos hacía mucho tiempo: Laurel y Hardy, Ed Wynn, Groucho, W.C. Incluso los rollos de pergamino de neón rojo a cada lado del escenario se veían pegajosos.

El encargado llevó a Parker hasta una puerta cercana al escenario. La cruzaron y subieron unas escaleras hasta otra puerta. El guía estaba a punto de llamar cuando se abrió y salió una rubia alta, atractiva y de huesos grandes, que llevaba un traje de tweed gris. Tenía un aire vagamente familiar, pero Parker no pudo en aquel momento situarla. Ella obviamente sí lo hizo. Cuando pasó, rozándole, saludó con la cabeza, sonrió y dijo:

—Doctor.

El guía anunció:

—Harvey, aquí hay alguien que quiere verte —y se apartó para dejar pasar a Parker.

El sombrío camerino era lo suficientemente pequeño como para parecer lleno con Parker y los dos hombres que se estaban cambiando allí. Uno de los dos preguntó impertinentemente sin levantar la cabeza:

—¿Otro periodista? Diles que hablaré con ellos después de la función.

—No soy un periodista —dijo Parker—. Soy el doctor Eric Parker.

Brook levantó entonces la cabeza. Andaba por los treinta, bajo, de cabello moreno y desgreñado que enmarcaba su rostro redondo y rechoncho como el de un bebé. Llevaba puesto un par de pantalones cortos de boxeo tipo «Rocky», de color rojo, blanco y azul y una camiseta blanca que marcaba cada michelín de su cuerpo fofo.

—¿El coroner, no?

—Así es.

—Le he reconocido por las noticias. He visto la conferencia de prensa esta tarde.

Aunque aún no había subido al escenario, su cara estaba ya cubierta con una reluciente capa de sudor. Sus pupilas eran como alfileres y sus ojos parecía como si estuviesen iluminados desde dentro, como un farolillo. El hombre se encontraba cogido.

—¿De qué va esto? ¿Es sobre John?

—Sí.

Brock asintió como si él fuese igual de importante.

—Ha sido algo horrible. John era el mejor amigo que tenía en el mundo.

No le pareció a Parker que el hombre estuviese conmovido. Ni siquiera triste. Quizás adivinando sus pensamientos Brock añadió:

—Estuve pensando en suspender la actuación de esta noche, pero luego pensé: no, John lo hubiera querido así. La función debe continuar, ¿verdad?

—¿Y por qué no?

—Voy a dedicar mi actuación de esta noche a la memoria de John —dijo el cómico, sonriendo de una manera extraña.

—Eso está bien —dijo Parker, pero por alguna razón, dudaba de la sinceridad de Brock.

—¿Durante cuánto tiempo fueron ustedes amigos?

El otro cómico, un chaval joven y flaco vestido con téjanos y una camisa a cuadros, carraspeó incómodamente y se puso en pie.

—Les voy a dejar solos para que hablen. Gracias, Harvey.

Cuando hubo salido, Brock dijo:

—¿Le importa si me visto mientras hablamos? Es un poco tarde.

—No, no, hágalo.

Parker miró mientras Brock cogía un par de pantalones cortos color púrpura de la maleta que había sobre el suelo y se los ponía sobre los «Rocky».

—Tengo entendido que usted y Duffy se conocían desde hacía ya mucho tiempo. Desde Second City.

—Así es —dijo—, ¿Quién se lo dijo?

—Joan Duffy.

Brock cogió una camiseta azul con un agujero en el pecho y se lo puso encima de la camiseta «Rocky».

—¿Sí? —escondió los ojos—, ¿Cómo lo está llevando?

—Parecía estar bien cuando hablé con ella.

—Tendré que llamarla y ofrecerle mi pésame.

El anuncio no sonaba muy convincente.

—¿Cuándo habló usted con Duffy por última vez?

—Ayer por la noche.

Brock se puso una camisa blanca de manga larga y comenzó a abrochársela.

—¿A qué hora?

—Sobre la una.

—¿Cómo parecía estar?

Brock lo pensó, como si intentase encontrar las palabras justas.

—Tenso.

—¿Como cuánto?

—Sólo tenso —dijo Brock, encogiéndose de hombros—. Ya sabe.

—Me temo que no.

El cómico vaciló.

—Estaba agitado, inquieto.

—¿Por qué?

—Por un montón de cosas. El show. Su hijo. Su vida.

—¿Es de eso de lo que hablaron?

Brock resolló y se pasó la mano por la nariz.

—Sí. ¿Por qué?

—¿No hablaron ustedes de nada más?

Los ojos de Brock se entrecerraron cautelosamente.

—¿Como qué?

Parker encogió los hombros.

—Drogas, por ejemplo.

El cómico intentó parecer sorprendido, pero la expresión era patentemente falsa.

—¿Drogas? ¿Por qué íbamos a hablar de drogas?

—Se encontraron drogas en la casa de Duffy —dijo Parker sosegadamente.

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo?

El hombre se estaba poniendo a la defensiva, y su tono comenzaba a ser combativo. Parker decidió presionarle.

—¿No le suministraba usted drogas a Duffy?

Brock se encogió.

—¿Quién le dijo eso?

Cuando Parker no respondió inmediatamente, el cómico se respondió a sí mismo:

—Joan, probablemente.

—¿Por qué le acusaría de una cosa así? —preguntó Parker inocentemente.

—Porque necesita una cabeza de turco, y yo lo soy —dijo Brock irónicamente—. John se había estado jodiendo con narcóticos y fulanas durante mucho tiempo. Joan no quería culparse a sí misma, así que tenía que echarle las culpas a otro. Como yo era el que estaba más cerca de él, me culpó a mí.

—¿Así que no le pilló un día pasándole a Duffy un gramo de cocaína en medio de la función?

Brock sonrió con una sonrisa triste y sacudió la cabeza. Sacó una americana deportiva de la maleta y se la puso, cogió una pistola de agua y se la puso en el bolsillo interior.

—John se drogaba porque creía que lo necesitaba para actuar. Vino pidiéndome que le consiguiera un poco para él. Sólo un gramo, dijo. Yo pensé, ¡qué demonios!, saldrá y la conseguirá de todos modos. Es mejor que yo vaya y se la consiga a que él salga a la calle a buscarla por ahí.

—¿Esa fue la única vez que usted le consiguió cocaína?

—Un par de veces más, cuando estaba desesperado —admitió Brock de mala gana—. Mire, intenté que el chico fuera a desintoxicarse, pero no quería. Hubiera esnifado Perú si se lo hubiera podido meter por la nariz. Estaba fuera de control. Especialmente durante los dos últimos meses, desde que Joan le dejó. Si salías con John por la noche, no te dejaba que bajaras del tren en dos días. Era una locura.

Se echó hacia atrás e hizo un gesto señalando su conjunto.

—¿Ha visto usted alguna vez a un traficante de droga vestido así? Soy un cómico, no un gángster.

Parker tuvo que sonreír ante la imagen. Aún sonreía cuando preguntó:

—¿Qué estaba usted haciendo en casa de Duffy a las seis y cuarto de esta mañana?

Eso pareció disminuir la confianza que Brock había ido ganando.

—¿Eh?

—Le vieron en el camino de la casa de Duffy.

Parker dijo «le vieron» en lugar de «vieron su coche», porque no quería dejarle ningún margen para que pudiera negarlo.

Brock se volvió hacia el espejo e hizo ver que se maquillaba. Era sólo un gesto para ganar tiempo, y Parker lo sabía. Utilizó aquel momento en beneficio propio, cogiendo un cenicero vacío con el que Brock había estado jugueteando nerviosamente. Lo dejó caer en el bolsillo de su americana.

—Estaba preocupado por él —dijo Brock, respondiendo por fin—. Quería asegurarme de que estaba bien.

—¿Y lo estaba?

Brook se volvió y miró a Parker de frente.

—No lo sé. No pude encontrarle. Cuando no contestó por la puerta principal, fui a la de atrás. La puerta corredera de cristal estaba abierta, pero él no estaba. Me imaginé que estaría nadando, siempre lo hacía a esa hora, pero no le pude atisbar desde el acantilado, así que me fui.

—¿Sabe usted qué hora era exactamente?

—Entre las seis y las seis y media. Exactamente no lo sé —hizo una pausa y luego añadió—: Los polis no me han preguntado aún sobre eso.

—Lo harán, estoy seguro —le dijo Parker—. ¿Dónde vive usted?

—En Hollywood —dijo Brock, vacilante, preguntándose obviamente por qué Parker quería saber aquello.

—Debía de estar usted terriblemente preocupado por Duffy para hacer todo ese camino a esa hora de la mañana, sólo para ver cómo estaba.

Brock se encogió de hombros.

—No podía dormir. Sentía como si John me hubiera necesitado y yo no le hubiese ayudado. Yo siempre estaba disponible para él, como él lo estaba para mí.

—¿Le preocupaba que él pudiera tener la intención de hacerse daño de algún modo?

Brock pareció sorprendido por la sugerencia.

—¿Que se hiciera daño? ¿Quiere usted decir que se suicidase?

—Sí.

—Ese pensamiento no cruzó nunca por mi mente —dijo Brock con convicción.

—¿Le había oído sacar el tema alguna vez?

—Claro, pero no en serio.

—¿Cómo lo sacó?

—Pues, cosas como… cuánto más fácil sería todo acabando de una vez… cosas así. Pero no lo decía en serio —Brock miró a Parker resueltamente y le preguntó—: ¿Es eso lo que usted cree? ¿Que John se suicidó? En la conferencia de prensa usted dijo que fue un accidente.

—Tenemos que considerar todas las posibilidades.

Brock sacudió la cabeza, luego cogió un pañuelo de la caja y con ligeros toques enjugó las gotas de sudor que se habían acumulado en su rostro.

—Si John hubiera querido matarse no se hubiera ahogado. Se hubiera ido con mucho más bombo y platillo. En los restos de un coche incendiado o algo así.

—Tengo entendido que Duffy creó un personaje para usted en su espectáculo…

—Yo creé a Kowolski —dijo Brock irritado—. John le vendió la idea a Fenady, pero yo lo creé, del mismo modo que creé la mitad de las parodias de John.

—¿Quiere decir que le robaba material suyo?

—Claro. Siempre. Pero yo le dejaba. La mitad de las cosas que John hizo con Second City eran cosas que yo escribía —hizo una pausa y sonrió afectadamente—. Supongo que Joan le dijo que John me llamó y me ofreció parte de su espectáculo por la bondad de su corazón.

Parker asintió.

—Yo llamé a John —dijo Brock. Se agachó y cerró la tapa de la maleta—. Yo le di el personaje de Kowolski y le dije que me lo debía.

El sudor había vuelto al rostro de Brock. Una mezcla de irritación y de inquieta energía parecían bullir a través de sus poros… Parker se preguntó que qué más.

La explicación de Brock de por qué había ido a casa de Duffy por la mañana no sonaba a verdadera. Si realmente estaba preocupado por el hombre, ¿por qué no fue de inmediato cuando Duffy le llamó? Y también, una vez allí, ¿por qué no esperó, para asegurarse de que todo iba bien? ¿Por qué se fue como un rayo?

La mano de Parker acarició el bolsillo de su americana, percibiendo el cenicero. Podía contener la respuesta.

La puerta del camerino se abrió y entró una chica con cara de anoréxica, de cabello castaño cobrizo y piel cetrina, llena de pecas. Se detuvo cuando vio a Parker y Brock dijo:

—Emily, te presento a Eric Parker. El coroner. Ésta es Emily Braxton, mi novia.

Llevaba una blusa de algodón dorada y téjanos metidos en unas botas de cuero negras hasta la pantorrilla. Parker estrechó su mano, que estaba fría y húmeda. Sus ojos verdes estaban demasiado maquillados y ardían intensamente desde sus hundidas cuencas, dando a la cara una apariencia cadavérica.

—Hemos estado hablando de John —le dijo Brock.

—Aprovechado —fue todo lo que ella dijo.

Parker intentó ponerle un cebo a Brock.

—Debe haber sido frustrante, ver que la carrera de Duffy despegaba gracias a su material, mientras usted seguía trabajando en pequeños clubs, de telonero.

El rostro del cómico se ensombreció e iba a decir algo cuando se contuvo. Sonrió con facilidad y dijo:

—Yo estaba contento por John. Éramos como hermanos. Lo que le sucedía a él era como si me sucediese a mí. Su éxito era mi éxito. Además, ya llegará mi día.

—Eso es —comenzó a decir inesperada y entusiásticamente Emily Braxton—. Harvey tiene una idea para una serie de humor que es seguro que dará el golpe. Byron Fenady la va a producir.

—Felicidades —dijo Parker.

—Bueno, en realidad todavía no es seguro —dijo Brock—. Se la voy a presentar mañana…

—Pero en cuanto oiga la idea, se comprometerá —dijo la chica—. Sería muy tonto si no lo hiciera.

Brock le echó una mirada y la cortó:

—Trae mala suerte hablar de estas cosas antes de que sucedan, Em.

—Tú sabes que no podrá resistirse —dijo la chica con entusiasmo—. Es demasiado buena.

Brock sonrió a Parker con rigidez.

—Mi novia es mi mayor admiradora, por si no se había dado usted cuenta. Lo que queremos hacer es un programa piloto. Estamos seguros de que en base a eso las cadenas lo adquirirán. —Echó un vistazo al reloj y dijo—: Tengo que irme dentro de un segundo…

—Una pregunta más —dijo Parker—. ¿Conocía usted el asunto de Duffy con Mia Stockton?

—Sabía que hacía tiempo que se veían.

—¿Cómo describiría usted la relación?

Brock se encogió de hombros.

—A Mia le gustaba John, a John le gustaba Mia. Eran amigos.

A Parker le pareció como si el hombre estuviese esquivando.

—¿Y eso era todo?

—Lo que John tuviese con Mia, era asunto suyo, y yo realmente no tengo la intención de entrar en ello.

Parker notó que Brock estaba escondiendo algo. Las facciones del cómico se aflojaron y sonrió mientras acompañaba a Parker hasta la puerta.

—¿Se va usted a quedar al espectáculo?

—No lo había pensado.

—¿Por qué no lo hace? —sugirió Brock expansivamente—. Sea mi invitado.

Parker decidió dedicarle el tiempo. El ver cómo se vestía el hombre había picado su curiosidad.

—Gracias. Lo haré.

La aceptación pareció agradar a Brock, que le hizo señales a un tramoyista que estaba en el pasillo para que le buscase a Parker una buena mesa. Parker le dio de nuevo las gracias y luego preguntó con indiferencia:

—Por cierto, ¿de qué año es su Porsche?

—Del ochenta y uno —dijo Brock con orgullo.

—Es magnífico —dijo Parker, fingiendo envidia—. ¿Le costó mucho?

—Demasiado, pero en este negocio la imagen es importante. Si creen que estás abajo, te mantienen abajo. ¿Entiende lo que le quiero decir?

Parker asintió comprendiendo.

—Este tipo de trabajo debe estar muy bien pagado para que se pueda permitir un coche como ése.

Brock pareció intuir hacia dónde había apuntado Parker. Sonrió, pero la sonrisa era más falsa que un par de Levi’s coreanos.

—Conseguí el coche porque era una ganga. Se lo iban a quitar a un amigo mío. Todo lo que tuve que hacer fue hacerme cargo de los pagos.

Se quitó de encima a Parker con una despedida apresurada y cerró la puerta.

Parker siguió al tramoyista quien, después de consultarlo brevemente con la dirección, situó a Parker en una mesa pequeña en la parte de atrás del club, junto a un poste, como testimonio de la influencia de Brock.

Pidió un whisky escocés y agua a la camarera y lo pagó; no tenía intención de aceptar que el cómico le invitase a bebida, y entonces el locutor interrumpió sus pensamientos, dando la bienvenida a los clientes al Comedy Store y rogándoles un gran aplauso para el primer cómico de la noche, ¡Harvey Brock!

Brock entró corriendo en el escenario y fue saludado por el aplauso entusiasta de la sala medio vacía. Empezó diciéndole a la audiencia lo maravillosa que era y luego entró en un monólogo hablando de su mujer, quien, según afirmaba, había muerto.

—Incineré a mi mujer, mezclé sus cenizas con mi cocaína y la esnifé. Eso fue lo mejor que ella me hizo sentir en años.

La referencia a las drogas provocó risas sofocadas entre la gente.

—Soy un viudo, pero de vez en cuando me gusta pensar que mi mujer está todavía ahí. Me siento en mi sillón con mi pipa, apoyo el aspirador contra la pared y lo escucho aspirar dinero.

Cuando llegó a los chistes sobre su difunta mujer, abogada de los derechos de los animales, hasta el punto que su pastor alemán tenía los mismos derechos en casa que Brock, incluida la cama, la gente se dormía.

Brock notaba que el público se le escapaba. Su sonrisa se había hecho más forzada. Un par de provocadores le gritaron. Brock les gritó a su vez:

—Seguro que conduces un camión con los neumáticos demasiado grandes, ¿verdad, pedazo de imbécil?

Brock se lanzó desesperadamente a los accesorios. Salpicó a la audiencia con la pistola de agua e hizo varias parodias, cambiando de voz según se iba quitando capas de ropa, y a cada capa de ropa que se quitaba que no provocaba la risa, el striptease se volvía más y más frenético. Cuando el tema de «Rocky» se oyó a toda marcha por el sistema de sonido del club, el cómico estaba en la última capa de ropa. Fue alardeando por todo el escenario como un Sylvester Stallone gordo y empapado de sudor, con los brazos levantados en señal de victoria, pero su júbilo era evidentemente falso. La mirada de derrota de sus ojos contradecía a la sonrisa. El chico había sido golpeado.

La música terminó y la expresión de Brock se volvió sombría de repente. Se dirigió al micrófono y dijo en tono bajo:

—Señoras y señores, quiero dedicar este espectáculo a John Duffy que, como estoy seguro que sabrán, ha muerto trágicamente esta mañana. El mundo ha perdido un gran talento. Y yo he perdido a mi mejor amigo —la voz de Brock se ahogó de pronto—. Sigue haciéndoles reír John. Donde quiera que estés, sé que estás actuando en la Sala Grande.

Era un truco barato, un último esfuerzo para provocar emoción, cualquier emoción, en la gente. Y funcionó. La sala rompió en un estrepitoso aplauso mientras Brock se separaba del micrófono, tirando besos a la audiencia, y desaparecía detrás del telón.

Hubo una pausa mientras el animador anunció al cómico siguiente y Parker, sintiéndose decepcionado, se levantó para irse, casi chocando contra la alta rubia que le había saludado fuera del camerino de Brock.

—Hola otra vez —dijo la mujer, sonriendo, mientras Parker se disculpaba. Cuando quedó claro que él seguía sin reconocerla, dijo—: Alexis Saxby. El Times.

Allí es donde había oído aquella voz. Parker miró a su alrededor buscando una salida, pero la mujer obstruía su camino. A él no le cabía la menor duda de que lo hacía con intención. Sonrió diplomáticamente.

—¿No tuvo usted bastante de mi pellejo esta tarde, señorita Saxby?

La mujer se rió.

—No le estoy persiguiendo, doctor. De veras. Estoy aquí por la misma razón que usted.

—¿Que es…?

—Hacerle una entrevista a Harvey Brock —dijo—. ¿Qué piensa usted de su actuación?

—Sin comentarios.

Ella movió la cabeza en señal de acuerdo.

—Ahora ya sé por qué me llamó. Así puede utilizar toda la publicidad colateral que pueda obtener.

—¿Brock la llamó?

—Esta tarde. Quería saber si quería una entrevista a fondo sobre Duffy.

Oh, pensó Parker. Brock no quería discutir ningún aspecto personal de la vida de su amigo fallecido. No, a menos que hubiese algo para él.

—¿Le ha dicho a usted algo interesante? —le preguntó Alexis Saxby.

—Nada que pudiera cambiar lo que he dicho en la conferencia de prensa, si es eso lo que quiere usted saber.

—¿Nada acerca de la posibilidad de un asesinato?

La pregunta sobresaltó a Parker.

—¿Asesinato? No. ¿Por qué pregunta usted eso?

—El redactor de espectáculos del periódico me ha dicho que Duffy no era muy querido. Aparentemente era un hijo de puta para con los que trabajaban con él. Extremadamente temperamental.

—Eso difícilmente constituye un motivo para el asesinato…

—También estaba enganchado a la cocaína. Quiero decir muy enganchado —hizo una pausa y cruzó con él una mirada fija—. Usted obvió la cuestión de la droga en la conferencia de prensa.

—Lo intenté.

—…pero las juergas con droga de Duffy eran conocidas por toda la comunidad del espectáculo.

—El hecho sigue siendo el mismo, las drogas no fueron un factor en la muerte de Duffy —dijo Parker—. Si me perdona usted…

La mujer no hizo ademán de apartarse de su camino. Parker estaba atrapado. Podía ver los titulares del día siguiente si intentaba apartarla físicamente: «forense asalta a una periodista».

—No ha respondido usted a mi pregunta —le dijo ella.

—No me he dado cuenta de que me hiciese una.

—¿Es posible que Duffy fuera asesinado?

—¿Qué está usted intentando hacer exactamente señorita Saxby? —preguntó Parker exasperado—. Me doy cuenta de que tiene usted un trabajo que hacer, pero ¿qué sentido tiene todo esto? ¿Inventar otro escenario sensacional para vender más periódicos?

—Me gustaría pensar que mis razones no son tan estúpidas —le respondió, pareciendo ofendida—. Sólo estoy haciendo un trabajo, como usted. Todo lo que le estoy preguntando es que si es posible que John Duffy fuera asesinado.

—Y yo le pregunto que por qué lo pregunta usted. ¿Tiene usted alguna información que yo no tenga?

—Yo no sé qué información tiene usted.

Podrían continuar así toda la noche, pensó Parker.

—«Off the record» —dijo la periodista.

—Todo es posible —le dijo Parker—. En este caso, sin embargo, es bastante improbable.

—¿Puedo considerar eso como un sí?

Parker se miró el reloj.

—Tengo otra cita, señorita Saxby. Si me perdona usted…

Ella miró alrededor y se apartó pidiendo excusas.

—Lo siento, no me había dado cuenta de que estaba estorbando el paso.

Sin duda, pensó Parker, mientras se dirigía a la salida.