Lo primero que pensó Parker cuando Jonas Silverman llegó a su oficina fue: «cáncer». El hombre debía de haber perdido unos diez kilos desde la última vez que Parker le vio hacía un año, y el traje gris colgaba, suelto, sobre su estructura ósea. Tenía la cara ojerosa y demacrada y la piel de sus mejillas ofrecía un insano brillo cerúleo.
—Eric —dijo Silverman, adelantando la mano.
El apretón de Silverman era débil, como su sonrisa.
—Has adelgazado —dijo Parker.
—Siete kilos —dijo con orgullo—. He estado tomando Pritikin durante los pasados seis meses.
—¿Por problemas de corazón?
—No, tenía un poco alto el colesterol en la sangre. Quería ver si lo podía bajar.
—¿Lo conseguiste?
—Veinte miligramos. Deberías probarlo.
Parker asintió con indiferencia. Comer patatas cocidas, secas, no era precisamente su idea del disfrute de la vida. Quería tener buena salud, claro, pero también quería vivir la vida al máximo, y tenía que haber un trueque en alguna parte.
Parker conocía a Jonas Silverman desde su época de interno en el USC, cuando Silverman tenía una de las clientelas de cirugía cardiovascular más lucrativas de Beverly Hills. Más tarde, él y un grupo de médicos muy respetados, compraron el Westbrook y las aptitudes de Silverman como Director Administrativo del centro comenzaron a reemplazar en importancia sus habilidades con el escalpelo.
Como jefe administrativo del hospital, Silverman se había visto obligado a reducir su trabajo como cirujano hasta el punto que ya prácticamente casi todo su tiempo lo empleaba en manejar presupuestos, en conseguir fondos, en reclutar nuevos doctores y en buscar el apoyo de la comunidad. Parker había pensado a menudo que era desperdiciar penosamente el talento de un hombre, pero a Silverman parecía gustarle su nueva posición, así que ¿quién era él para criticarle? Westbrook tenía la reputación de ser uno de los hospitales no lucrativos de la ciudad mejor dirigidos y gran parte del mérito se debía a Jonas Silverman.
Pero Parker últimamente había estado preocupado. Durante el pasado año, su oficina había recibido varios casos de personas lesionadas que habían muerto camino del County, después de haber sido rechazados por el personal ER de Westbrook. La administración de Westbrook adujo falta de camas como causa de su negativa a tratarlos, pero, en todos los casos, el paciente era pobre.
Cuando su viejo amigo aseguró a Parker que la condición social de los casos no había tenido nada que ver con el hecho de que no se les hubiera admitido, Parker tuvo que darlo por cierto. No podía creer que una persona dedicada a curar, como Jonas Silverman, pudiera ser en absoluto responsable de tal política, y se sintió culpable por haber abrigado pensamientos sospechosos. Sin embargo…
Contempló cómo Silverman se quitaba un hilo de la rodilla derecha y se volvía en la silla para mirar indirectamente hacia él. Silverman rodeó con su brazo el respaldo de la silla con aire despreocupado y enlazó las manos.
—Quería hablar personalmente contigo sobre el caso McCullough, Eric.
—¿Qué pasa con eso?
—¿Tienes la intención de archivar el informe del doctor Roberts tal como está?
—¿Hay alguna razón por la que no debiera hacerlo?
—De hecho la hay.
Meditó un momento y luego dijo:
—¿Roberts es un hombre competente, supongo?
—Mucho.
—¿Has examinado su informe?
—Sí.
—¿Estás de acuerdo con sus conclusiones?
—Sí, lo estoy —Parker cogió el expediente de la mesa y lo abrió—. «La presencia de crepitus resultante de la formación de gas en el tejido subcutáneo, el olor característico, las exudaciones rojo oscuro, todo indica una infección masiva. El tejido en la incisión quirúrgica, así como el tejido subcutáneo subyacente, facie y músculo eran edematosos y de color rojo oscuro a negro. Las íntimas de los vasos sanguíneos estaban manchadas de hemoglobina, lo que indicaba que la hemoglobina del paciente estaba bajando rápidamente. La orina estaba teñida de hemoglobina.» —Levantó la vista—. No creo que haya ninguna duda, McCullough murió de sepsis.
—El paciente no mostraba síntomas de sepsis —sostuvo Silverman—. No tenía pus, ni fiebre…
—Estaba con inmunodepresores —le recordó Parker—. Obviamente, los esteroides enmascararon los síntomas. La cuestión no es si McCullough murió de sepsis, Jonas, sino cómo la contrajo.
—Aunque tu doctor Roberts tenga razón, no le veo ningún gran misterio —dijo Silverman—, Ambos sabemos que los pacientes de transplantes renales son particularmente susceptibles a la infección debido a las complicaciones de la terapia depresora.
Parker se recostó.
—Los análisis microscópicos y microbiológicos del tejido engangrenado mostraron Clostridium perfringens, así como varias especies de bacteroides. Del único lugar del que el paciente pudo haber cogido esos anaerobios era de un intestino perforado, y McCullough no lo tenía.
De la única manera que Silverman pudo responder a eso fue poniendo cara de preocupación.
Parker continuó:
—Lo que no entiendo es cómo el patólogo interno de Westbrook —hizo una pausa para consultar el informe del hospital en el expediente—, el doctor Yee, no lo vio y determinó que la causa de la muerte había sido un fallo renal. Los signos de infección eran claramente visibles.
—El paciente acababa de sufrir un trasplante —objetó Silverman—. La suposición del doctor Yee era natural.
Parker negó lentamente con la cabeza.
—Hubiera sido un buen punto de partida, pero habría habido coágulos en el riñón si McCullough hubiese muerto de fallo renal. Una vez que Yee lo miró y no vio coágulos, debería haber mirado en otra parte.
—¿Me estás diciendo que a tu personal nunca se le pasa nada por alto? —preguntó Silverman a la defensiva.
—Se nos pasan muchas cosas. Demasiadas. Pero no esta vez.
—Esa es tu opinión.
—Así es.
Silverman se revolvió en su silla con impaciencia e hizo una mueca.
—Vamos, Eric. Ambos sabemos que estas cosas ocurren…
Parker empezaba a estar molesto. Cogió el informe.
—Así es, Jonas, ambos sabemos eso. Veamos qué sucedió en el caso McCullough —y empezó a leer—: «Barry McCullough un varón de cincuenta y seis años, ingresó en el Westbrook el 12 de abril para un trasplante de riñón. El riñón del cadáver había sido llevado del hospital General de Los Ángeles el 13 de abril, donado por la familia de Juan Gutiérrez, víctima de un apuñalamiento mortal el 11 de abril. El 14 de abril era llevado a cabo con éxito por el doctor Myron Minkow un trasplante de riñón, a la zona ilíaca derecha del paciente. Después de la terminación de las anastomosis vasculares, se hizo la reconstrucción urinaria por medio de una ureterneocistotomía. El paciente fue llevado a una habitación particular. Hacia la medianoche, la presión de la sangre empezó a bajar y aparecieron síntomas de toxicidad. Al cabo de nueve horas cayó rápidamente en conmoción y expiró». Dime lo que pasó, Jonas, y por qué.
—¿Quién lo sabe? —dijo Silverman, levantando el brazo como una marioneta—. El hecho es que no importa lo que le sucediera, no podemos devolverle la vida.
Parker se le quedó mirando durante al menos diez segundos antes de preguntarle:
—¿Por qué estás aquí exactamente, Jonas?
Silverman frunció los labios, moviéndose incómodamente en su silla.
—He visto familias como la de McCullough antes. Pueden oler el dinero por negligencia médica. Por eso solicitaron una segunda autopsia. El informe de Roberts les hará el juego.
Silverman había sido uno de los cirujanos más meticulosos y hábiles de los que Parker había tenido el placer de contemplar. El ver en qué se había convertido, un político, le entristecía. El salvar vidas había pasado a segundo plano, por detrás de salvar a los asnos del hospital.
—No me dieron esa impresión, Jonas. Sólo quieren saber por qué murió su padre. Creen que puede haber un conflicto de intereses en que a un fallecido en el Westbrook le haga la autopsia un patólogo del Westbrook. No estoy seguro de no estar de acuerdo.
Silverman resopló indignado.
—¿Estás sugiriendo que la autopsia de Yee formaba parte de algún tipo de encubrimiento?
—No. Todo lo que estoy diciendo es que los McCullough no me parecieron en absoluto gente mercenaria.
—Te equivocas, Eric —dijo con firmeza—. En cuanto tengan el informe de Roberts, llamarán a algún abogado picapleitos. Puedes apostarte algo.
Parker miró fijamente al hombre.
—¿Te preocupa el resultado?
—Claro que no —dijo Silverman con indiferencia—. Pero sería muchísimo más sencillo evitar la situación. No importa cuál sea el resultado, al hospital no le hace falta la clase de publicidad que originaría un litigio por incompetencia. Los juicios por incompetencia no los ganan los defensores. La gente siempre piensa: donde está el humo, allí está el fuego.
Parker se sentía desgarrado. Realmente quería creer a Silverman. Su propio padre, después de licenciarse del ejército, fue acusado de incompetencia quirúrgica, y un forense meticuloso y una meticulosa autopsia fueron los que salvaron su reputación. Aquella crisis en la vida de su padre y su resolución, fueron las que primero hicieron a Parker consciente de la medicina legal y del bien que con ella podía hacer.
—¿Qué estás sugiriendo que haga, Jonas? ¿Cambiar el informe de Roberts?
Silverman se sintió embarazado y dijo:
—Siempre hay un margen de error. No estoy discutiendo la competencia de Roberts ni sus hallazgos, sólo la interpretación de éstos.
Miró a Parker, vacilante.
—Últimamente han estado apuntando hacia ti, Eric. Se sabe que algunas personas —gente con buenas conexiones— van a por ti. Westbrook tiene algunos amigos que podrían ser poderosos aliados cuando llegue la confrontación de fuerzas.
Parker notó que las mejillas se le enrojecían de cólera. Con un gran esfuerzo consiguió mantener la voz apacible y tranquila.
—¿Es eso un soborno, Jonas?
—No soy tan tonto como para eso —dijo Silverman, sonriendo hipócritamente—. Sólo estoy exponiendo un hecho, eso es todo.
—Y todo lo que tendría que hacer para asegurar ese apoyo sería secundar el informe de Yee de que ha sido un fallo renal.
Silverman se encogió de hombros.
—Yo no puedo decirte lo que tienes que hacer, Eric. Pero ésa parece ser la solución más sencilla.
—Para ti y para Westbrook, quizás. No para mí.
—Entonces, ¿vas a registrar el informe de Roberts?
—Sí.
Silverman frunció el ceño.
—¿Se les ha notificado ya a los McCullough?
—No.
Silverman se mordió el labio pensativamente y luego dijo:
—¿Me harías un favor personal? ¿Esperarías un par de días?
—Mi respuesta será la misma.
—Sólo piénsatelo. Eso es todo lo que pido.
Los ojos de Silverman estaban tristes, como si estuviese decepcionado por el sonido de su propia voz. Parker no le culpó. El doctor prosiguió:
—¿A qué puede perjudicar? Mientras tanto me dará tiempo para examinar este asunto y encontrar dónde cogió McCullough la gangrena gaseosa.
Parker meditó. Se había calmado lo suficiente como para ceder un poco. ¿Qué podía perjudicar, después de todo?
—De acuerdo.
El semblante de Silverman se volvió de nuevo amistoso.
—Gracias, Eric. Te lo agradezco —se puso en pie y alargó la mano. Tenía la palma caliente y sudorosa—. Siempre he estado de tu parte, Eric. Quiero que sepas eso.
—Gracias, Jonas —dijo Parker, sonriendo con las mandíbulas apretadas.
Silverman salió y Parker se quedó mirando pensativamente la puerta cerrada, intentando explicarse de qué había ido aquella conversación. Silverman estaba preocupado por algo más que sólo por la mala publicidad. Por muchísimo más. Y aunque no lo sabía todavía, al ofrecerle aquel soborno pobremente enmascarado, le había convencido para que Parker investigase de qué se trataba.
Se dirigió a la consola del vídeo y escudriñó en la pantalla que conectaba con la sala de inspectores.
Cuatro hombres estaban sentados con los pies sobre las mesas, charlando o leyendo revistas. Parker cogió el teléfono y miró cómo uno de los hombres de la pantalla respondía. Pidió hablar con Jacobi, y el recado fue transmitido a un hombre inmensamente gordo, que dejó el periódico sensacionalista en el que estaba absorto y levantó su enorme cuerpo de la silla con un gruñido. El gordo cogió el teléfono y dijo:
—Aquí Jacobi.
—¿Es interesante la lectura? —preguntó Parker.
—Sí —respondió el hombre—. Hay una historia asombrosa de que se ve a Elvis en un OVNI.
—¿Cómo puede leer esa porquería?
—¿Qué quiere usted decir? No podrían imprimirlo si no fuese cierto, ¿no?
—Ésa es una de las cualidades que yo busco en un inspector, un gran escepticismo —dijo Parker—. Acabo de recibir una visita de Jonas Silverman de Westbrook. Está preocupado por el veredicto de Roberts sobre el caso McCullough. Demasiado preocupado. Su patólogo, Yee, determinó que la causa de la muerte era un fallo renal, pero Roberts dice que es sepsis. Silverman quiere que siga siendo un fallo renal.
—Y usted quiere saber por qué.
—Así es —dijo Parker—. ¿Está su prima, la enfermera suplente, en Westbrook todavía?
—Sí.
—Quiero que hable con ella. Averigüe si sabe algo sobre un caso de trasplante de riñón que murió hace cinco días. McCullough. Si ella no sabe nada, encuentre a alguien que sepa algo. El tipo murió de sepsis y quiero saber dónde la cogió.
—Bien.
—Roberts hizo la autopsia. Hable con él antes de ir.
Jacobi asintió.
—Vale.
—Oh, y, Jacobi…
—¿Sí?
—Averígüelo —dijo bromeando—. O podría ir usted a darse una vuelta con Elvis.