Cuando Parker entró por la puerta, Cindy levantó la vista de su Selectric, con los ojos azules cómicamente agrandados detrás de los gruesos cristales de sus gafas de concha de carey. Parker notó que había algo distinto en ella, y luego recordó. Era lunes. Cindy se cambiaba el color del pelo cada fin de semana. En la última versión era oscuro, casi negro, con reflejos brillantes.
—Me gusta su pelo —comentó Parker, siguiendo la rutina—. ¿Algún recado?
—¿Bromea? El teléfono no ha dejado de sonar desde que llegué. Es terrible lo de John Duffy.
—Ahora está en rayos X si quiere usted echarle la última mirada —le dijo Parker.
—Ya lo veré bastante en las reposiciones —dijo moviendo su renovada cabeza—, Pero es una pena. ¡Era tan atractivo!
Cogió dos montones de recados y le dio uno de ellos, dando unas palmadas al montón que se había quedado.
—He separado la prensa.
Parker asintió.
—Páseselos a Charles. Dígale que anuncie una conferencia de prensa para las dos.
—¿De esta tarde? —preguntó sorprendida.
—Sí.
—¿No es ir un poco deprisa?
—No se puede evitar. El público querrá respuestas —abrió la puerta de su despacho—. Si llama alguien más, estoy ocupado hasta después de comer.
El despacho, revestido de roble, era espacioso y los estantes de las paredes estaban llenos de gruesos textos de medicina. En la pared, junto a la enorme mesa de caoba, una hilera de pantallas de circuito cerrado de televisión seguía las actividades de los puntos neurálgicos del Centro de Ciencia. La luz del sol entraba oblicuamente a través de las persianas de detrás de la mesa y caía en forma de rectángulo a rayas sobre la hoja de trabajo que había sobre su vade. Se sentó en la silla giratoria de respaldo alto y echó un vistazo a los mensajes.
Jan Bukowski, presidente del gran jurado de acusación: llamada de cortesía.
Miles Novak: estará hoy por la noche a las nueve.
Doctor Jonas Silverman: volverá a llamar.
Alan Nakamoto: referente a la conferencia, Comité para la Preparación del Desastre. 555-9091.
Eve: 555-7611.
Parker se preguntó qué querría Eve. Si sería acerca de Ricky, si algo iba mal, si el fin de semana seguiría como estaba previsto.
Por favor, el fin de semana que viene no, pensó Parker. Tenía verdaderas ganas de ver a su hijo.
Según el acuerdo de divorcio, Parker tenía derecho a ver a su hijo un fin de semana sí y otro no, pero el año pasado una media docena de veces la madre de Eve se había puesto misteriosamente «enferma», siempre unos cuantos días antes de los fines de semana que le tocaban a él, y requería los cuidados inmediatos de Eve en Palm Spring. Invariablemente, se llevaba con ella a Ricky, y volvía a Los Ángeles el domingo por la noche después de que la extraña dolencia de su madre hubiese desaparecido.
Eve había pasado una época muy dura, emocional y financieramente, desde que se divorciaran hacía seis años, y en gran parte ella culpaba a Parker. En cierto modo, él también se culpaba a sí mismo. De niña, el traumático divorcio de sus padres la había dejado con un profundo temor al abandono, que las largas horas de Parker en el Centro de Ciencia Forense habían exacerbado. A ella podría no haberle importado tanto si él hubiese sido un cirujano ausente; siempre le había reprochado la carrera que había escogido, pero no había sido capaz de comprender cómo alguien podía trabajar tantas horas para llevar tan poco a casa.
Parker pensaba que las heridas emocionales se curarían con el tiempo, pero no había sido así. Sólo esperaba que su resentimiento no se manifestase aquel fin de semana. Otras dos semanas le parecerían una eternidad.
Otra posibilidad que cruzó la mente de Parker le hizo estremecer. Quizás hubiera cambiado de parecer sobre Boomer. Boomer era un cachorro de Labrador dorado, la gran sorpresa para el cumpleaños de Ricky. Ricky había estado pidiendo un perro durante un año, y Eve y Parker habían estado discutiéndolo, a veces acaloradamente. Ella estaba en contra, con toda la razón, Parker tenía que admitirlo, pero finalmente y a regañadientes había consentido. Sin embargo, no había ninguna garantía de que fuese a mantener la decisión, y ese pensamiento le atemorizaba. Boomer y él habían sido compañeros de piso durante cuatro días y Parker ya había limpiado el cupo de caca de perro de toda una vida.
Iba a coger el teléfono cuando la línea uno se encendió y Cindy se la pasó. Cogió el teléfono y dijo:
—Le he dicho que no me pase las llamadas…
—Es Alex Tartunian —dijo como pidiendo disculpas—. Creí que querría cogerlo.
—De acuerdo —dijo, y apretó el botón—. Dígame, inspector.
—Me he enterado de que John Duffy ha sido encontrado muerto esta mañana —dijo Tartunian ásperamente, sin ni siquiera saludarle.
—Así es.
—¿Cómo murió?
—Todavía no lo sé. Parece un ahogamiento, pero no lo sabré hasta que no haga la autopsia.
—¿Había drogas de por medio?
—No, que yo sepa —dijo Parker eludiendo el compromiso, sabiendo lo sensible que era el hombre al respecto.
—Acabo de recibir una llamada de Byron Fenady. ¿Sabe usted quién es?
Parker confesó que no.
—Es uno de los productores de una de las mayores televisiones independientes. Es el productor del show de Duffy.
Parker permaneció en silencio, esperando.
—Quería que le asegurara que el asunto se llevará con discreción. Está preocupado por la publicidad desfavorable. No le puedo culpar, considerando la forma en que ha tratado usted esos asuntos en el pasado.
Esperó a que Parker contestase a la repulsa y cuando no lo hizo, preguntó:
—¿Cuándo espera usted saber algo?
—He convocado una rueda de prensa para las dos de esta tarde.
—No quiero una repetición del caso DeWitt —dijo el inspector, terminante—, ¿Queda claro?
—Perfectamente —respondió Parker, intentando no traspasar a su voz la amargura que sentía.
—Llámeme cuando tenga los resultados —dijo Tartunian con aspereza—. Antes de la conferencia.
El inspector colgó sin decir adiós.
Las maneras autoritarias de Tartunian y el que mencionase a DeWitt enojaron a Parker y al mismo tiempo le crearon cierta aprensión. El hombre ejercía mucho poder. Más que cualquier otro miembro de la junta, Tartunian había sido el responsable del nombramiento de Parker como coroner. Desde entonces, las relaciones entre los dos hombres se habían deteriorado radicalmente.
Tartunian siempre había tenido lazos importantes con la industria cinematográfica; iba a las fiestas de las estrellas y de los magnates, asistía a sus funciones de caridad, aceptaba agradecido las generosas contribuciones a los fondos de su campaña, y esos lazos habían sido claramente probados por su pública condena de la forma en que Parker había llevado el caso DeWitt.
Cuando Alan DeWitt, guapo seductor y galán romántico en más de cincuenta películas importantes, fue encontrado muerto en el suelo embaldosado de su salón hacía un año y medio, sus admiradoras de todo el mundo le lloraron. La causa de la muerte fue una hemorragia cerebral, resultante de una caída y de un golpe en la cabeza con el borde de una mesita de mármol para café. El cuerpo permaneció allí durante cuatro días antes de ser descubierto por un amigo preocupado. En una conferencia de prensa, Parker consideró que la muerte del actor estaba «relacionada con el alcohol» (el alcohol en la sangre de DeWitt en el momento de su muerte era de 21), y se armó una tormentosa controversia, porque la colonia del cine se adhirió a la causa de la estrella caída.
En su propia conferencia de prensa, el gremio de actores de la pantalla, a través de su presidente, un amigo del inspector Tartunian, denunció a Parker por «asesinato del personaje», al describir a DeWitt como un «borracho solitario». Tartunian se hizo eco del sentir y publicó una declaración en la que acusaba a Parker de hacer un mal uso de la tragedia para sus propósitos de auto-exaltación y luego citó el asunto para apoyar a Brewster en su pelea por el presupuesto con el coroner.
Pero detrás del apoyo de Tartunian al ataque, había habido más que su mera amistad con miembros de la industria del cine. El resentimiento era mucho más profundo que todo eso.
Cuatro años después del nombramiento de Parker como coroner, el hijo de Tartunian, de dieciséis años, fue encontrado ahogado en la piscina familiar. La autopsia reveló que el chico había ingerido una gran dosis de LSD poco antes de su muerte, hecho que llevó a Parker a la conclusión de que se había caído a la piscina y que, en su estado de desorientación, se había ahogado. Cuando Parker se negó a suprimir las alusiones a la droga en su informe, el inspector se enfureció, y desde entonces, su relación había pasado de fría a abiertamente hostil.
Del mismo modo que Tartunian había utilizado el caso DeWitt para reunir a los enemigos de Parker, también el caso Duffy podría convertirse en una bomba política, que podía estallar en la cara de Parker si no tenía cuidado.
Intentó apartar este pensamiento de su mente mientras marcaba el número de la agencia de publicidad y pedía la extensión de Eve.
—Sólo quería estar segura de que podrías quedarte con Ricky —le dijo sorprendiéndole—. Me voy fuera el fin de semana y no volveré hasta última hora del domingo.
—¿Te vas a Palm Springs?
—No. Me voy a San Francisco. Con Matt.
Matt era Matthew Brautigan, el presidente de la agencia de publicidad en la que trabajaba Eve, de cincuenta y dos años. Se habían estado viendo bastante durante los últimos seis meses, según Ricky. ¿Y por qué no? A sus treinta y ocho años Eve era todavía una mujer condenadamente atractiva y Brautigan le podía ofrecer seguridad financiera, algo que Parker nunca había podido hacer. Se merecía encontrar seguridad en algún aspecto de su vida.
—¿Vais en serio? —le preguntó Parker.
—Eso —le contestó ella glacialmente— no es de tu incumbencia.
Parker se dio cuenta, por el tono, de que sería mejor dejar el tema.
—¿Y el perro?
—¿Qué pasa con el perro?
—¿Es conforme, verdad?
—¿Por qué no habría de serlo?
Se dijeron adiós y Parker colgó, tranquilizado. Tardó unos treinta segundos en nublársele el pensamiento. Últimamente, Brautigan había comenzado a aparecer cada vez más en las conversaciones de Ricky. Parker se empezó a preguntar lo serio que sería realmente el asunto. El no veía a Ricky lo bastante a menudo, pero con otro hombre en la película, con toda probabilidad le vería incluso menos. Parker había visto al hombre varias veces y parecía bastante agradable, pero, ¡verse suplantado en la figura del padre por alguien que creaba campañas de anuncios de cereales para desayunar con nombres como Conde Chocula…! Parker sintió una punzada y tomó nota mentalmente de que tenía que enterarse de algo más sobre aquel hombre.
Antes de bajar, Parker le devolvió la llamada al doctor Jonas Silverman del Westbrook Hospital. Tenía la incómoda impresión de saber de lo que se trataba, pero no podía eludir a su viejo amigo. Era mejor averiguarlo ya.
—Jonas, ¿cómo estás? —preguntó Parker cuando Silverman se puso al teléfono.
—A decir verdad, Eric, podría estar mejor. Esta mañana hablé con tu doctor Roberts. Me informó sobre el informe de la autopsia de McCullough. Me gustaría hablarte de eso.
—No sé qué es lo que hay que hablar…
—Te lo estoy pidiendo como un favor personal —dijo Silverman.
Parker tenía aquel día bastantes cosas a las que hacer frente sin tener que añadir a la agenda el alegato de defensa del Westbrook de Silverman, pero hacía demasiado tiempo que conocía y respetaba al hombre como para negarse a aquella petición.
—¿Qué te parece a las cuatro y media en mi oficina?
Silverman dijo que allí estaría, y colgó.
Parker garabateó una nota y salió. Al salir le dio el memorandum a Cindy.
—Llama a Tom Barnes al USC y dile que así es como quiero que sus estudiantes se vistan para la autopsia de la próxima semana.
Leyó la nota y le lanzó una mirada inquisitiva.
—¿Con esmoquin?
—Y asegúrate de que se enteren de que tendrán que pagar los gastos de tintorería de su bolsillo.
Cindy miró a Parker con incredulidad, intentando ver si le estaba tomando el pelo.
—¿Vienen a una autopsia o a la entrega de premios de la Academia?
Por toda respuesta Parker sonrió, y se dirigió hacia la puerta.