La cosa cayó sobre él sin previo aviso. Hacía un momento, Duffy estaba haciendo el muerto más allá del rompiente, descansando para poder volver a nado a su casa de la playa de Malibú y temiendo, sólo de pensarlo, tener que pronunciar las indigestas líneas inútiles que los escritores habrían conseguido meter en el guión del día. Un instante después, el agua se lo estaba tragando, oscura y tenebrosa, y el pánico le arrastraba como si se tratara de una piedra.
Sus manos se agitaron intentado agarrarse a algo sólido, a cualquier cosa, pero se cerraban sólo en torno a agua. ¡Dios mío!, pensó, me estoy ahogando.
Abrió la boca para gritar y un torrente de agua salada inundó su garganta. Ahogándose y con arcadas, movió las piernas desesperadamente, intentando detener su descenso, pero el peso repentino alrededor de su cintura seguía empujándole hacia abajo. Intentó en vano agarrar aquella cosa, pero ésta se negaba a soltarle.
El miedo había consumido la mayor parte del oxígeno de sus pulmones y sentía el pecho como si le fuese a estallar. El dolor de los oídos era agudísimo. Es inútil —pensó—, voy a morir; entonces el pie tocó algo, la solidez arenosa del fondo, y le inundó una oleada de esperanza.
Duffy dobló las rodillas cuanto pudo, encogiéndose, y se dio un impulso con todas sus fuerzas, levantando una nube de arena. La luz de la superficie estaba unos metros por encima suyo, exactamente por encima de las puntas de sus dedos, pero le parecía estar aún muy lejos. Se estiró intentando alcanzarla, pero el peso era excesivo y comenzó a hundirse de nuevo.
¡Maldita sea! Esto no me puede suceder a mí, pensó. ¡Soy una estrella! Ese pensamiento pareció encender en él la llama de un último esfuerzo. Se debatió intentando alcanzar la luz frenéticamente, luego su visión le ofrecía las cosas algo empañadas y sus pensamientos se volvieron como el agua, arremolinados, tenebrosos, desenfocados, antes de disolverse en la negra oscuridad.
Sus ojos seguían abiertos, pero ya sin visión. Su cuerpo se movía con las ondulantes hebras de las algas y se balanceaba suave, graciosamente, al compás de las rítmicas y sedantes olas del rompiente.