A la hora de dividir en períodos un régimen tan largo y tan cambiante como el de Franco una fecha, la de 1959, resulta clave pero también la pura constatación de la diferencia entre las décadas sucesivas es de indudable utilidad. En la historia del régimen se puede considerar que existen, desde el punto de vista de la relevancia de la política económica, dos etapas claramente distintas, separadas por aquella fecha a partir de la cual se produjo un cambio sustancial en esta materia: aquélla en la que ese factor jugó un papel de primerísima importancia y aquélla en que éste fue de relevancia mucho menor. Esta caracterización, sin embargo, también tiene trascendencia en otros aspectos de la vida española, pues los momentos en que la política económica desempeñó un papel más importante son aquéllos en los que el régimen adquirió de una manera evidente el aspecto de dictadura aceptada pasivamente y sin pretensiones de adhesión inmediata por parte de la población, sin que el partido único desempeñara un papel tan decisivo como en el pasado y sin que la dictadura tuviera ya siquiera una voluntad vagamente totalitaria. En otros tiempos, los iniciales de la dictadura de Franco, el propósito fundamental de los dirigentes políticos fue precisamente imponer criterios de este género y a ellos se sometieron todos los demás, incluido el crecimiento económico.
No es una casualidad que ese predominio de la política fuera acompañado de una situación económica lamentable debido a la gestión de quienes estaban en el poder, al margen de las circunstancias que se dieron en aquel momento en España y en el mundo.
Pero, como ya se ha indicado, al margen de la relevancia de la fecha de 1959, la periodización del franquismo en décadas tiene también sentido. Si se señala ese año como el esencial quedan las dos décadas previas como antecedente y los tres lustros posteriores como consecuencia de aquel cambio decisivo. Estos períodos pueden ser objeto de una descripción y una definición coherentes pues, en definitiva, tienen una indudable unidad en sus más diversos aspectos. En la práctica en este libro se ha utilizado ese punto de partida como medio para dividir este libro en capítulos aunque con flexibilidad que exige una somera explicación. Los años cincuenta pueden ser considerados como una unidad pero, concluidos con la liquidación de cualquier propósito de retorno a una política dominada por el partido único y por un importante giro en la política económica, al menos se prolongan en lo esencial hasta mediados de los años sesenta porque hasta ese momento, habiéndose obtenido los dividendos de la política económica seguida, al mismo tiempo no había aparecido realmente una oposición efectiva, como la existente en los años primeros del régimen. Por eso el capítulo siguiente cubre desde 1951 hasta 1965, lo que tiene más sentido y coherencia que utilizar como unidad cronológica la década y dejar el lustro final como antecedente de la transición.
Al margen de esta explicación general no cabe la menor duda de que la primera década del régimen franquista está dotada de unidad interna. Durante ella se intentó, aunque de forma a menudo poco coherente y continua, asimilar la España vencedora en la Guerra Civil con aquellas potencias que habían sido sus aliadas durante ese conflicto. Este intento proporciona la clave interpretativa de todo el período y explica el ostracismo posterior al que se vio sometido el régimen de Franco desde 1945.
La suprema paradoja del momento es que la España de la primera década del franquismo, cuyas pretensiones eran desmesuradas en todos los terrenos, ofrecía una realidad social y económica muy poco digna de cualquier entusiasmo imperialista. La razón de ser de esta paradoja fue siempre política, basada en un propósito de ruptura con el pasado y de reconstrucción del Estado a partir de un modelo por completo antitético con el anterior, así como en el deseo de hacer posible una presencia internacional que recordara de algún modo la España imperial de otros tiempos. Todo ello estaba en evidente contradicción con la realidad de una política económica muy desacertada que no hizo más que agravar los males de la posguerra. Por otro lado los dos factores indicados estuvieron siempre estrechamente entrelazados porque política y política exterior siempre quedaron unidos de forma íntima en la época franquista y porque la política económica desarrollada fue la traducción inmediata, pero incoherente y errada, de una evidente voluntad de poder. El deseo de «fascistización» interna estuvo muy estrechamente relacionado con el expansionismo exterior, de la misma manera que la supervivencia mediante una operación cosmética a partir de 1945 centró la totalidad de la política exterior al margen de la pretensión de desempeñar un papel significativo en la política internacional de su tiempo. En cuanto a la oposición política al régimen parece obvio que tanto en la era azul, durante la Segunda Guerra Mundial, como inmediatamente después de ella, vivió con la vista fija en el final de la Guerra Civil, bien porque quisiera dar la vuelta a su resultado, o bien porque, en el caso de los monárquicos, considerara que se habían adulterado por completo los resultados de un conflicto especialmente sangriento y quisieran superarlo. Incluso se puede decir que en la cultura española del momento perduró un directísimo impacto de la Guerra Civil apreciable en múltiples aspectos, no sólo temáticos: siempre en ella aparece el espectro de la crueldad del inmediato pasado o la meditación acerca de por qué fue posible el conflicto fratricida entre los españoles.
Si está clara la caracterización del período como unidad cronológica, no lo está menos la división que de él puede hacerse. Los años de la guerra mundial no sólo estuvieron marcados por ese factor de la política internacional, sino que, además, corresponden a un primer momento en la singladura del nuevo régimen, en que todavía estaba muy lejos de ser clara la vertebración institucional y, sobre todo, las relaciones entre los grupos políticos obligados a la unificación en abril de 1937. Fue también el período en que Franco, convertido en Caudillo durante la circunstancia bélica, debió hacer el aprendizaje de sus capacidades políticas efectivas para dirigir la coalición de la totalidad de la derecha española no democrática. Después de 1945 se puede considerar que este aprendizaje ya estaba hecho y que, por tanto, el verdadero problema de la vida española en esos días consistió no tanto en la capacidad de Franco para el ejercicio de la dictadura arbitral como en su eficacia en la resistencia ante la presión exterior de las naciones vencedoras en la guerra mundial y la interior de una oposición que se identificaba con lo que ellas significaban. En cambio en otros terrenos, como los relativos a la política económica y a la cultura, los rasgos fundamentales del período, definidos durante el primer lustro del régimen, se mantuvieron.