Hecha esta larga referencia a la cuestión relativa a la organización territorial del Estado debemos ahora volver a la narración cronológica. La aprobación definitiva de la Constitución de 1978 planteó la posibilidad de la celebración inmediata de unas elecciones, o bien el mantenimiento del mismo gobierno, aunque con un apoyo parlamentario más amplio del que hasta ahora había tenido. En el propio partido del gobierno parecieron existir posturas contradictorias en torno a esta última opción: había quienes se decantaban por una colaboración con los catalanistas, mientras que otros estaban dispuestos a hacerlo con los socialistas. No cabe duda de que cualquiera de estas dos opciones habría tenido resultados inmediatos en la configuración del sistema español de partidos. De cualquier modo, da la sensación de que Suárez, en parte por su promesa anterior, por un deseo de ampliar su apoyo parlamentario, o por superar el clima de consenso existente hasta el momento, fue siempre partidario de llevar a cabo las elecciones de modo inmediato. A fin de cuentas, no en vano en octubre de 1978, se celebró el I Congreso de UCD, como si de esta manera se iniciara la próxima confrontación electoral. Por otro lado, hay que tener en cuenta que algún tipo de convocatoria electoral era inevitable, ya que los ayuntamientos seguían en manos cié autoridades no elegidas democráticamente. En estas circunstancias, puesto que de cualquier manera debería haber una consulta popular, era mejor que fuera de carácter general y no tan sólo municipal.
Convocadas las elecciones los diferentes partidos enfocaron la formación de las candidaturas y la campaña de acuerdo con la que había sido su trayectoria en los meses precedentes y con las perspectivas que tenían de acceder al poder. UCD tuvo algunos conflictos de trascendencia a la hora de la elaboración de sus candidaturas, pero ya la composición de sus listas demostró la emergencia de una clase política más joven y más vinculada a los medios de la oposición moderada al franquismo que en 1977. Su campaña electoral se basó en recordar que había cumplido sus propósitos fundamentales desde 1977, mientras que el PSOE, que mantenía, por el momento, sus radicalismos programáticos, no estaba aún en condiciones de acceder al poder. Por supuesto, la estrategia del PSOE consistió en afirmar exactamente lo contrario. Aproximadamente dos tercios de los diputados socialistas de 1977 repitieron su candidatura, aunque fueron desapareciendo algunos de los dirigentes históricos procedentes del exilio, mientras que conseguían puestos relevantes en las candidaturas personas procedentes del PSP. La inclusión de militantes de esta significación se debió a la incapacidad del partido de Tierno Galván de subsistir como grupo político autónomo, debido a motivos económicos. Con ello quedaba definitivamente configurada la unidad de los socialistas y, además, éstos podían beneficiarse del voto urbano simplemente progresista que, en Madrid, se había identificado con Tierno. Desde un principio el resultado electoral se jugó entre estas dos fuerzas políticas en las que, en los momentos iniciales, dio la sensación de existir una mayor paridad que en 1977. A fin de cuentas, parecía que el PSOE iba moderando sus posturas y ofrecía una ejecutoria que proporcionaba una impresión de querer mantenerse dentro de los parámetros de un reformismo moderado, y de disponer de unos cuadros preparados y dotados de capacidad de gestión.
Durante toda la campaña el resultado dependió primordialmente del elevado porcentaje de indecisos (un 40 por 100). Una muestra de la evolución de la sociedad española, desde una modesta movilización política hacia el desencanto, nos la da el hecho de que durante la campaña disminuyera de manera drástica el número de mítines.
En cambio, la televisión y la radio desempeñaron un papel absolutamente decisivo en los resultados: un tercio de los votantes centristas decidieron su voto en el último momento, merced a los programas de televisión. La campaña tuvo momentos de aspereza, como por ejemplo los incidentes producidos en el pueblo granadino de Atarfe con ocasión de la visita de Suárez. Todo hace pensar que una intervención televisada suya, en tono muy dramático, fue decisiva para los resultados electorales. En ella acabó solicitando el voto al mismo tiempo que mostraba los aspectos más radicales del programa de gobierno socialista.
Esta forma de enfrentarse UCD con el principal adversario a su izquierda tuvo una inmediata repercusión en los votos de la derecha. Hubo de sufrir ésta una tentación poco duradera, durante la fase de formación de las candidaturas, de pactar con sus sectores más extremistas, pero finalmente acabó decantándose en una dirección absolutamente contraria. Coalición Democrática, la denominación que finalmente adoptó, no era en realidad más que Alianza Popular, libre de buena parte de sus colaboraciones más identificadas con el franquismo y con algunas incorporaciones personales (Areilza, Ossorio, etc.) que la inclinaron algo más hacia el centro, pero sin proporcionarle un apoyo social de trascendencia alguna. Su estrategia consistió en presentarse como un centro auténtico, superador de la tendencia al compromiso con los socialistas. El inconveniente de esta posición era que, en caso de peligro por el triunfo de estos últimos, obviamente el electorado acabaría por decantarse en favor de UCD como grupo con mayores posibilidades de triunfo. Por su parte, los comunistas nutrieron sus candidaturas de figuras procedentes del sindicalismo pues, no en vano, Comisiones Obreras había logrado la victoria en las primeras elecciones sindicales. Su estrategia consistió en atacar al bipartidismo y tratar de atraerse a una izquierda que no quería que los socialistas se convirtieran en socialdemócratas.
Los resultados de las elecciones de marzo de 1979 no constituyeron un terremoto electoral con respecto a lo esperado, tal como había sucedido en 1977, sino que parecieron confirmar las tendencias que se anticipaban. Así, no se produjeron alteraciones sustanciales en la composición del Parlamento. Los cambios de una elección a otra fueron, por estas fechas, menores que en otros países europeos de semejantes características socioculturales, como Italia. Pero ese rasgo del comportamiento electoral español —que luego no perduraría— no fue el único factor distintivo respecto de otros países del mismo contexto histórico y cultural. Hubo, por lo menos, otros tres bastante palpables. En primer lugar, el nivel de abstencionismo fue bastante alto, quizá porque la transición española a la democracia se hizo básicamente a través del consenso de la clase política y no con una movilización profunda de la sociedad. Por otro lado, en comparación con Italia, Grecia, Portugal o Francia, en España la influencia electoral del Partido Comunista o la derecha se mantuvo relativamente débil. Finalmente, la influencia del regionalismo resultó mucho más importante que en todas las naciones mencionadas y parecía, además, en ascenso hacia 1979.
Hecha esta caracterización general examinaremos más detalladamente los porcentajes de votación y los escaños obtenidos por cada una de las fuerzas políticas. El sistema de partidos, desde luego, siguió siendo polipartidista, con variaciones mínimas pero significativas. UCD perdió algo menos del 1 por 100 de su voto, pero sumó tres escaños más debido a las características de la ley electoral. Logró, en efecto, vencer en 26 de los 28 distritos en los que la ley concedía una sobre representación parlamentaria; en términos de estricta proporcionalidad le hubieran correspondido 45 escaños menos de los que logró. Había subido algo en las zonas de izquierda pero, al mismo tiempo, su voto se había deteriorado en las tradicionalmente conservadoras. De todos modos, los resultados electorales conseguidos en 1979 desmentían la afirmación, hecha desde el socialismo, de que se tratara de un grupo efímero carente de verdaderas posibilidades de perduración. Mantuvo su sólida implantación urbana, su voto no se vio apenas afectado por la ampliación del sufragio a los estratos más jóvenes de la población y siguió manteniendo el apoyo de uno de cada cuatro o cinco trabajadores industriales.
Por su parte el PSOE pasó de 118a 121 diputados pero, si tenemos en cuenta que ya había incorporado al PSP, sus resultados suponían una disminución efectiva tanto en el número de escaños como en el de votos (algo más del 3 por 100 en ese último aspecto). Aunque también se benefició de una cierta sobre representación (14 diputados más de los que le correspondían en términos estrictamente proporcionales), triunfó en 7 de los 9 distritos subrepresentados, como consecuencia de la ley electoral. La paradoja del voto socialista en estas elecciones consistió en que había crecido en la mayor parte del territorio nacional, pero sus derrotas en el País Vasco y en Andalucía, ante movimientos de tipo nacionalista, disminuyeron su porcentaje total. Fue eso lo que creó una decepción en los medios socialistas, que no sólo no lograron el gobierno después de haber tenido la sensación de que lo tocaban con la yema de los dedos durante toda la campaña, sino que no se vieron beneficiados especialmente por el voto juvenil.
El PCE experimentó una sensación semejante. Si en 1977 había podido argüir que el voto comunista había permanecido por debajo de sus posibilidades debido al recuerdo del franquismo, ahora tuvo muchos menos argumentos para sostener esta interpretación. EL PCE logró un incremento de apenas un 1 por 100 del electorado y siguió sin una verdadera implantación nacional. Casi la mitad de sus votos y 15 de sus 23 escaños los logró en Cataluña y Andalucía, pero en la primera inició ya su declive.
En cualquier caso, ni el más optimista podía decir a estas alturas que fuera un peligro para la hegemonía del PSOE en la izquierda y, por tanto, de nada le servía al PCE haber crecido, aunque sólo mínimamente, en 34 de las provincias españolas. Por su parte, Coalición Democrática perdió algo más del 2 por 100 del electorado, pero esto bastó para que el número de sus escaños pasara de 16 a 9, en comparación con la Alianza Popular de 1977. Había sufrido no sólo los efectos del dramatismo del que hizo gala en su última intervención Suárez, sino también de la presencia de una candidatura de extrema derecha (Unión Nacional, que presentaba a Blas Piñar), la cual le había arrebatado votos y un escaño en Madrid. El único rasgo positivo de los resultados obtenidos por CD fue el incremento en Galicia, que le permitió lograr representación parlamentaria en todas las provincias de la región. Quizá el cambio más destacado de estas elecciones fue el incremento del voto regionalista, en especial en Andalucía y en el País Vasco, mientras que permanecía estacionario, por el momento, en Cataluña.
Los resultados electorales de marzo de 1979 contribuyen, como es lógico, a explicar la posterior evolución de cada una de las fuerzas políticas. Aunque UCD había obtenido un gran triunfo, al menos en términos relativos, la verdad es que los analistas debieran haber visto en él ciertos síntomas de fragilidad. En primer lugar, buena parte del voto UCD era simplemente suarista, de tal manera que podía desvanecerse en el caso de que se desmoronara la figura del Presidente. En los sondeos de opinión de estos momentos Adolfo Suárez obtenía una calificación de 7 sobre 10, algo absolutamente infrecuente en un político europeo de la época. Eso explica que, con independencia de los errores que él mismo cometiera, se convirtiera en el destinatario principal de los ataques del PSOE, consciente de que su imagen era un obstáculo fundamental en su marcha hacia el gobierno. Por otro lado, UCD tenía en contra suya una creciente, aunque suave, inclinación del electorado español hacia la izquierda. Esto contrastaba con los resultados electorales, pero a medio plazo supondría el crecimiento del PSOE.
Este último acabaría por obtener una hegemonía en la política española muy superior a la que implicaba esa evolución de la opinión pública, pero su situación en la primavera de 1979 no podía caracterizarse por el optimismo respecto de sus perspectivas de llegar al gobierno. Analistas, desde la óptica del PSOE, de los resultados electorales, como José María Maravall, concluyeron que la legislación electoral hacía muy difícil la llegada, en algún momento, de los socialistas al poder, a menos que se descompusiera el partido del Gobierno. Otros llegaron a conclusiones diametralmente distintas. La izquierda del partido opinó que una táctica moderada, que contrastaba con los principios programáticos defendidos, ni siquiera permitía asegurar la victoria electoral. Así se explican las divergencias internas que se produjeron en su siguiente congreso.
Tampoco la derecha tuvo motivos para mostrarse satisfecha con los resultados electorales. Fraga llegó a pensar en el abandono de la vida pública. Eso, sin embargo, hubiera sido suicida para esta opción política porque, como demostraban los resultados en Galicia, cada vez existía una identificación mayor entre AP y su líder y porque sólo él tenía una verdadera capacidad organizativa para articular la derecha. Los resultados electorales de los comunistas distaban también de ser satisfactorios. Con independencia de los factores ideológicos, fue la voluntad de Santiago Carrillo por imponer una rectificación en aquellas organizaciones de su partido de las que creía que su rendimiento había sido insatisfactorio lo que explica la crisis posterior del PCE.
Las elecciones municipales, celebradas inmediatamente después de las generales, contribuyen a explicar tanto la actitud de la opinión pública española, como las expectativas de los grupos políticos. De nuevo UCD resultó vencedora si atendemos al número de concejales electos (más de 29 000 frente a los 12 000 socialistas). Sin embargo, estas cifras resultan engañosas, en primer lugar, por la ausencia de Coalición Democrática en estos comicios. Aunque esta última obtuvo 2000 concejales, su presencia se limitó a los núcleos rurales y no estuvo presente en las candidaturas de muchas grandes ciudades, como Madrid. La razón era que, por el momento, no se había recuperado de su descalabro. Los socialistas obtuvieron 12 000 concejales pero, sobre todo, unas cuotas de poder político importante merced a los acuerdos suscritos a principios del mes de abril con los comunistas, que habían obtenido unos 3600 concejales. La presencia de Enrique Tierno Galván al frente del Ayuntamiento de Madrid se convirtió en un símbolo de la capacidad gestora de los socialistas en los puestos públicos. Además y, sobre todo, este hecho probaba que si los españoles no estaban, por el momento, dispuestos a conceder a los socialistas el poder con todos sus atributos, no tenían inconveniente en mantenerlos a prueba en los ayuntamientos.