He cambiado los nombres de Grunewaldsee y Bergensee. Ambas casas existen (Bergensee, masiva, imponente y regia incluso en su abandono; Grunewaldsee restaurada a su condición original), pero ninguna está en las localizaciones en que las he situado.
La casa de los Adolf sigue estando en Olsztyn, en el lugar que la describo, en la misma calle que la sinagoga abandonada, junto al antiguo cementerio judío que, según testigos oculares, fue excavado por el régimen comunista polaco en los primeros años setenta. Se llevaron varios camiones cargados con objetos de valor escondidos en tumbas de familiares por los judíos antes de ser deportados durante la guerra a los campos de concentración, y a los féretros y a los cuerpos les quitaron las joyas y los metales preciosos. Incluso sacaron los huesos y los ataúdes. Hoy día, el sitio sigue siendo un áspero trozo de tierra picada de viruela entre una calle dominada por enormes bloques de casas de la posguerra y un mercadillo.
El número final de muertos entre los conspiradores involucrados en el plan de von Stauffenberg para asesinar a Hitler puede que no se conozca nunca. Los oficiales alemanes implicados habían sido testigos de las atrocidades sobre la población civil del este de Europa llevadas a cabo por todas las ramas de su ejército, la Wehrmacht, o habían escuchado relatos de primera mano. Creían que no tenían más opción que romper su juramento de fidelidad a Hitler, tal como él había roto su juramento al pueblo alemán. Su intención era buscar la paz.
Antes del intento frustrado, los conjurados contactaron con los Aliados con la esperanza de negociar un fin a la guerra. Tras el fracaso del plan, la BBC emitió listas de los conspiradores que le resultaron útiles a Hitler, ya que los nazis no los conocían a todos. El plan fallido se utilizó como excusa para detener a cualquiera que se opusiera a Hitler. Arrestaron a unas siete mil personas y, en abril de 1945, ya habían ejecutado a cinco mil. Más de doscientos oficiales del ejército fueron sentenciados a muerte en el infame «Tribunal del pueblo» entre el 20 de julio de 1944 y el 21 de diciembre de 1944, antes de que el juez, Roland Friesler, muriera en un bombardeo aéreo aliado. Al principio Hitler pensaba llevar a cabo «juicios ejemplares» tomando como modelo los soviéticos de los años 30 con cobertura por radio y televisión. Pero después cambió de opinión y, el 17 de agosto de 1944, prohibió cualquier información sobre los juicios. Desde esa fecha, ni siquiera las ejecuciones se anunciaban públicamente.
El coronel Claus Schenk Graf von Stauffenberg, su ayudante, el teniente Werner von Haeften, el general Friedrich Olbricht y el coronel Albrecht Ritter Mertz von Quirnheim fueron ejecutados por un pelotón de fusilamiento la noche del 20 de julio de 1944 en el patio del cuartel del Ejército de Reserva en Bendlerstrasse. Otros no tuvieron tanta suerte. Tras someterlos a juicio, guillotinaron a los civiles, y a los militares los desnudaron, los colgaron y los estrangularon lentamente con cuerda de piano antes de bajarlos, revivirlos y repetir el proceso, en ocasiones varias veces antes de que murieran. Sus terribles castigos se filmaron por orden personal del Führer y las películas se mostraron al personal del cuartel general de Hitler.
A miles de parientes de los conspiradores, principalmente mujeres y ancianos, los separaron de sus hijos y entre ellos, y los encarcelaron en bloques VIP de prisiones y campos de concentración. A los hijos de los traidores los llevaron a orfanatos y campamentos dirigidos por el Estado donde intentaron hacerles olvidar sus familias e identidades. No todos, pero la mayoría (incluyendo la esposa de Claus von Stauffenberg, Nina, y sus cinco hijos), sobrevivieron a la guerra.
El Gauleiter de Prusia Oriental, Erich Koch, que insistió en que Prusia Oriental no caería ante los rusos, ordenó a la población civil quedarse en sus pueblos y ciudades. Supervisó la carga de dos vagones de tren con sus propias posesiones y los envió al Reich en diciembre de 1945 antes de volar a Libau, donde dos rompehielos estaban esperando para evacuarlo con su personal. Aunque había espacio en ambos navíos, se negó a dejar subir a bordo a ningún refugiado. Cambió su uniforme nazi por uno gris y evitó ser capturado hasta 1949, cuando fue detenido por los británicos. Como había sido un brutal administrador de Ucrania y Polonia, fue entregado a las autoridades polacas. Los soviéticos creían que Koch sabía la localización del contenido de la Habitación Ámbar, que los nazis se habían llevado del palacio de Tsarskoe Selo, cerca de Leningrado, y pidieron su extradición. Las autoridades polacas se negaron. Si Koch conocía la localización de las riquezas de la Habitación Ámbar, nunca la reveló. Su juicio tuvo lugar en Varsovia en octubre de 1958. Se le encontró culpable de acabar con las vidas de 400.000 polacos (no fue juzgado por sus crímenes en Ucrania) y se le sentenció a muerte el 9 de marzo de 1959. Esta pena fue más tarde conmutada por cadena perpetua. Algunos creen que logró este cambio con detalles de la situación del tesoro saqueado por los nazis. Erich Koch murió en prisión en Barczewo, cerca de Olsztyn (antes Allenstein), en el corazón de la antigua Prusia Oriental el 12 de noviembre de 1986.
Se estima que entre cuarenta y cincuenta millones de personas murieron en la carnicería de la Segunda Guerra Mundial, once millones en campos de concentración. Más de la mitad murió tras el atentado fallido del coronel von Stauffenberg contra Hitler el 20 de julio de 1944.
De los cinco millones de soldados rusos capturados por los alemanes, un millón y medio sobrevivieron a la guerra, aunque después Stalin los ejecutó o exilió a gulags siberianos, donde permanecieron encerrados diez años o más.
El dieciocho por ciento de la población polaca, más de seis millones de personas, murieron en la Segunda Guerra Mundial a manos de los ejércitos alemanes o rusos.
Entre dos y tres millones de civiles de Prusia Oriental murieron durante la invasión de su país por el ejército soviético. A los soldados rusos les dijeron que Prusia Oriental era la madriguera de la bestia fascista, y fueron tan brutales en su trato a la población civil como lo habían sido en Rusia los escuadrones de la muerte alemanes. Los que no fueron masacrados murieron de hambre y frío en su huida.
Las estimaciones varían respecto a cuántos soldados alemanes que se rindieron ante los estadounidenses murieron en sus campos de prisioneros. Documentos recientemente descubiertos sugieren entre 100.000 y 200.000, algunos de apenas catorce años. Los campamentos eran idénticos a los preparados por los alemanes para los prisioneros de guerra rusos; campos abiertos, sin agua ni letrinas. Los estadounidenses alimentaban a los prisioneros con lo que ahora se reconoce que eran raciones inferiores a lo necesario para el sustento.
Algunos historiadores están indecisos sobre si las atrocidades de Nemmersdorf en Prusia Oriental las cometieron los ejércitos rusos invasores en venganza por las cometidas por los alemanes en Rusia, o las SS en un desesperado intento de empujar a los habitantes para luchar por cada centímetro de su país.
Escribí El último verano para poner rostro humano a las estadísticas que me cuesta trabajo retener, incluso tras haber visto los monumentos conmemorativos en Polonia. Utilicé material de archivo y documentos familiares y privados, principalmente los diarios de mi abuela y de mi madre, escritos entre 1936 y 1948. Todas las experiencias y sucesos bélicos descritos en El último verano sucedieron realmente. Charlotte von Datski y su familia son típicas de la aristocracia prusiana de la época, pero, aparte de las personalidades bien conocidas, todos los personajes son creaciones de mi imaginación.
La inspiración para El último verano llegó en 1995, cuando acompañé a mi madre al hogar del que huyó su familia en 1945. La familia polaca Rodzina, que ahora ocupa parte de la casa (después de que fuera utilizada como cuartel de un comandante ruso durante varios años fue dividida en apartamentos), nos recibió como si fuéramos viejas amigas. No sólo nos permitieron quedarnos en la casa de ensueño que mi abuelo había construido para su familia, sino dormir en el antiguo dormitorio de mi madre.
Me senté a escuchar mientras mi madre y ellos intercambiaban experiencias del tiempo de la guerra. Al final de la contienda, los soviéticos les quitaron la granja en la que la familia había vivido durante generaciones y se la dieron a una familia de rusos desplazados. Les dijeron que «fueran al norte», buscaran una granja o casa vacía y la ocuparan, y eso hicieron.
En 1947, los Aliados eliminaron el nombre Prusia, que databa de 300 a. C., del mapa de Europa. Con la excepción de Prusia Oriental, las tierras de Prusia se dividieron entre las cuatro zonas aliadas de ocupación en Alemania: francesa, británica, estadounidense y soviética. Polonia absorbió la mayoría de Prusia Oriental, excepto el noreste, que quedó anexionado a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). La capital, Königsberg, fue rebautizada como Kaliningrado en honor a Mikhail Kalinin, el Presidente del Soviet Supremo. Los rusos llegaron de toda la URSS, sobre todo de Siberia, para asentarse en la ciudad. Sigue siendo parte de Bielorrusia.
El 11 de febrero de 1945, en la Conferencia de Yalta, Churchill, Roosevelt y Stalin decidieron que los trabajos forzados eran una reparación de guerra legítima. Todos los aliados se beneficiaron de esta declaración. Stalin ordenó la deportación de los restantes alemanes étnicos, hombres y mujeres, de Rumanía, Yugoslavia, Hungría, Prusia Oriental, Pomerania y Silesia, y los envió a hacer trabajos forzados en la Unión Soviética. Los últimos 25.000 fueron transportados en 1947-48. Del millón de alemanes que entró en las provincias orientales de la Unión Soviética y el sistema de prisión gulag, sólo sobrevivió el 55 por ciento. Cuando Prusia Oriental quedó étnicamente limpia de sus nativos germanos, los nombres alemanes de lugares se cambiaron por otros rusos o polacos.
Como los hijos y nietos de los «refugiados», yo crecí consciente de que aunque mi madre y mi abuela se habían esforzado por adaptarse a su nueva vida de posguerra, nunca se recuperaron de la sensación de pérdida o del dolor de estar exiliadas de su amada tierra, donde nuestra familia vivió y trabajó durante siglos.