Capítulo 20

Charlotte pasó la página de su diario. Las palabras habían evocado aquella deprimente, fría y húmeda oscuridad de sus primeros años en Gran Bretaña, y se vio de vuelta en la lúgubre casa semiadosada de Julian en los suburbios de Londres, de ladrillos marrones, tres dormitorios y cortinas opacas que tapaban la mayor parte de la luz. Nunca llegaron a ahorrar suficientes cupones para reemplazarlas.

Recordó el sufrimiento de Erich cada vez que le visitaban en el colegio, y cómo la estrecha relación que habían compartido cuando vivían en Grunewaldsee se fue deteriorando hasta desaparecer. Su desgarrador retraimiento hacia ella cuando volvía a casa en vacaciones y a mitad de trimestre. Las silenciosas comidas que había compartido con Julian, ya no el apuesto capitán que le traía flores y bombones, sino un hombre preocupado, con un ceño perpetuo en su rostro, quien se apresuraba entre el trabajo y las reuniones de ex militares y partidos políticos.

Domingo, 29 de mayo de 1955

Julian ha llevado a Jeremy y a Erich, que se quedan este fin de semana, de la escuela a la iglesia, y estoy sola en la casa. He perdido a otro hijo. Mi cuarto aborto desde que nació Jeremy. Los médicos me han avisado que este debe ser el último. La falta de atención médica tras el parto de Alexandra dañó mi útero. Tuve suerte de tener a Jeremy.

El pobre Julian está disgustado. Habría querido más hijos, especialmente una hija para reemplazar a la que perdió, pero no quiere considerar la adopción.

Jeremy es enfermizo, siempre aquejado de toses y resfriados, que atribuyo a este clima húmedo. Ojalá tuviera mejor salud. Me preocupo por él. Julian lo adora. Pero por mucho que quiera a Jeremy, cada vez que lo miro no puedo evitar pensar en Alexandra, nuestra hija que nunca llegó a respirar, Sascha. Ahora tendría diez años, y cada año recuerdo su aniversario. No puedo celebrar el día que os perdí a ambos, pero pienso en vosotros, y tengo la esperanza de que donde quiera que estéis, estéis juntos.

No habría creído posible echar tanto de menos a alguien como aún te echo de menos, Sascha. Estoy ocupada todo el día, limpiando la plata y desempolvando los adornos que Julian no permite tocar a la asistenta, haciendo las invariables comidas inglesas que insiste en que comamos, lavando y almidonando sus camisas porque no confía en la lavandería.

Mi mente nunca está en lo que estoy haciendo. En lugar de eso, paso horas imaginando cómo podrían haber sido nuestras vidas si hubiera huido al Este contigo y tus hombres en lugar de al Oeste.

¿Nos habríamos encontrado un oficial ruso menos desconfiado? ¿O aun así habría perdido a Alexandra? ¿Habríais muerto mamá, Minna y tú de todas formas?

Me doy cuenta de que, a pesar de mi determinación de convertirme en una buena esposa y madre inglesa, malgasto demasiado tiempo viviendo en el pasado, lo que no es justo para Erich, Jeremy y Julian.

Cada vez que la vida va mal y me siento infeliz (como ahora) vuelvo a este diario, si no para escribir en él, para leerlo. Así que me he prometido a mí misma por segunda y última vez, que ésta será la última entrada. Cuando haya terminado de escribir lo guardaré en mi vieja maleta en el ático y no lo miraré de nuevo hasta que sea una mujer vieja, vieja.

Debo vivir el presente y pensar en Julian, Jeremy y Eric, que ya no es Erich Graf von Letteberg, sino Eric Templeton, un chico de quince años muy inglés, cuya ambición es estudiar derecho internacional en Oxford. Me gusta pensar que su padre y abuelos estarían orgullosos de sus logros, no de su nacionalidad.

Así que, Sascha, este tiene que ser nuestro adiós final.

A pesar de su decisión de que ésa sería su última entrada, había siete más.

Sábado, 30 de julio de 1955

Han pasado muchas cosas y, como en todas las otras crisis de mi vida, sólo tengo este diario al que volver. Erich y yo estamos en un barco hacia Alemania Occidental. No consigo pensar en ella como en mi tierra natal. Ésa era y siempre será Prusia Oriental, pero ahora que los rusos, estadounidenses y británicos han dividido el país entre Bielorrusia y Polonia, me he resignado a no ver Grunewaldsee de nuevo. Sin embargo, lo increíble ha sucedido. Veré a Claus.

Hace dos semanas recibí una carta de la Cruz Roja en el correo de la tarde, informándome de que el Standartenführer Claus Graf von Letteberg no estaba muerto, sino que lo habían liberado recientemente de la custodia soviética y del campo de prisioneros en Siberia donde había permanecido prisionero desde 1945. No es el único. Cientos, si no miles, de mujeres de toda Alemania han recibido las mismas noticias acerca de sus maridos, hijos y hermanos, y no puedo imaginarme cuántas esposas, como yo, se volvieron a casar y construyeron nuevas vidas para ellas y sus hijos.

Cuando leí la carta me vine abajo y lloré, y así es como me encontró Julian cuando volvió a casa esa tarde del trabajo, llorando en la cocina sin la cena preparada.

Llamó a Greta, que vino enseguida. Me urgió a contactar con la Cruz Roja, para que pudieran informar a Claus de que me había casado de nuevo y no quería saber nada más de él. Pero sólo podía pensar en los votos que había hecho a Claus en la iglesia de Grunewaldsee y en los sermones que mamá me había dado sobre la santidad del matrimonio.

Sé que nunca he hecho feliz a Julian ni a Claus, pero si Claus me necesita y me quiere a su lado, tiene derecho previo, y sería mi deber ir con él. Así que le dije a Julian y Greta que había decidido volver a Alemania, reunirme con Claus y hablar con él.

Pobre Julian, parecía terriblemente confundido. Lo organizó para tomarse el siguiente día libre en el trabajo, y condujimos hasta el colegio de Erich y Jeremy. Afortunadamente, los exámenes de verano de Erich habían terminado, y cuando le dije al director del internado que teníamos asuntos de familia serios que discutir con él, nos permitió ver a Erich en privado. Erich dice que apenas puede recordar a Claus, lo que no es sorprendente dadas las pocas veces que Claus pudo visitar Grunewaldsee durante la guerra.

Tuve la sensación de que, después de ocho años de intentar adaptarse y ser aceptado como inglés, fue difícil para Erich admitir que tiene un padre alemán que desea verlo. Pero accedió a encontrarse con Claus, aunque se ha reservado el derecho a terminar su educación en Gran Bretaña; en Oxford, si le ofrecen una plaza.

Contarle a Jeremy que iba a dejar el país con Erich fue mucho, mucho peor. Jeremy lloró, gritó, y luego me rogó que me quedara con él. Incluso dijo que Erich debería ir a Alemania solo. A Jeremy nunca le ha gustado Erich, y Erich nunca ha querido o aceptado a Jeremy.

Sabía que Erich estaba celoso de Jeremy cuando era un bebé porque Jeremy se quedaba en casa conmigo. Para cuando Jeremy se unió a Erich en el internado, la diferencia de siete años entre ellos fue una barrera insuperable.

Tenía la esperanza de que, si no podían ser amigos como niños, podrían serlo como jóvenes, pero ahora parece que nunca sucederá.

Siendo un caballero, Julian me dijo que esperará a que le escriba después de haber visto a Claus. Le he prometido que así lo haría. Entonces me sorprendió pidiéndome que firmara un papel que le da plena custodia de Jeremy si decidiera quedarme con Claus.

Alegué que era demasiado pronto para tomar ninguna decisión sobre mi propio futuro, y menos aún sobre Jeremy, pero fue más insistente. Creo que incluso le medio prometí que regresaría con él tan pronto hubiera visto a Claus, pero todo lo que dijo fue que si eso pasaba, rompería el papel.

La única vez que había visto antes a Julian tan firme fue cuando se negó a discutir sobre sacar a Erich del internado. Lo último que quería hacer era pelearme con Julian o despedirme de él con una discusión, así que firmé su papel.

Después de guardarlo en el cajón de su escritorio, me preguntó si sabía a qué renunciaba si decidía quedarme con Claus. Fue entonces cuando me di cuenta de que Julian nunca nos había querido a mí o a Erich, o incluso considerado como personas de pleno derecho. No somos más que mascotas para él. Mascotas que trata bastante bien, pero sólo cuando hacemos lo que él quiere que hagamos, mientras nos adaptemos a su idea de qué deben ser una esposa y un hijastro.

No podía creer que estuviera tratando de mantenerme con él amenazándome con llevarse a mi hijo y así se lo dije. Él respondió que no podía creer que estuviera preparada para dejarle después de todo lo que había hecho por mí y por Erich: cuidar de nosotros cuando no teníamos nada; comprarnos comida; pagar mis facturas del hospital cuando sufrí el colapso; casarse conmigo cuando la mayoría de ingleses se habrían apartado de una viuda alemana.

Al igual que cuando Irena me dijo cosas terribles, sabía que Julian quería herirme porque le había causado dolor, pero no pude escuchar más sus quejas, así que me fui arriba y preparé la maleta.

Estaba muy sereno cuando nos vio a Erich y a mí en el tren de enlace al barco, en la estación Victoria.

Ahora tengo que enfrentarme a Claus. ¿Qué pensará de mí y de mi matrimonio con un soldado aliado? ¿Lo verá como una traición a él y a mi país? ¿Me odiará por permitir que Erich sea educado en un internado inglés? ¿Cómo podemos recoger los pedazos de la breve vida que tuvimos juntos, incluso si queremos?

Alemania Occidental

Martes, 2 de agosto de 1955

Antes de ver a Claus, un comandante vino a hablar conmigo. Me dijo que las condiciones en los campos de prisioneros rusos eran duras, y que decenas de miles de soldados alemanes murieron en Siberia. Todo cosas que ya sabía. ¿Cree que no leo los periódicos?

Algunos dicen que el sufrimiento infligido por los rusos a nuestros soldados es la justa retribución por lo que hicieron los alemanes con los judíos en los campos de concentración. Creo que es sólo un ejemplo más de la enfermedad que emana de la guerra.

Después de que el oficial se fuera, el médico de Claus vino a verme. Me advirtió que la salud de Claus quedó completamente arruinada en Rusia, y que sería un inválido para el resto de su vida. Nunca será lo bastante fuerte como para volver a hacer cualquier trabajo físico y, a causa de la carencia de cualquier clase de atención médica, es propenso a las infecciones y enfermedades. Finalizó informándome sin rodeos de que Claus necesita una enfermera más que una esposa.

Tenía razón. Cuando fui a la sala y vi a Claus y a los demás pacientes, me sentí como si estuviera viendo a Sascha y a sus hombres en el granero de Grunewaldsee.

Los ojos de Claus me recordaron los de los ciervos que mi padre y mis hermanos solían acorralar en el bosque antes de dispararles. Ha envejecido treinta años desde la última vez que lo vi. Tiene la piel amarilla, como pergamino, el pelo blanco, y le tiembla la mano como a un anciano.

Entre otras cosas, el médico está tratando a Claus de agotamiento, malnutrición y úlceras estomacales. Un médico le amputó el brazo derecho en el campo de batalla al final de la guerra y el muñón nunca se curó correctamente, así que el doctor está tratándolo con injertos de piel.

Cuando el médico retiró el brazo, le quitó la chaqueta a Claus; todas sus posesiones personales, incluyendo su reloj, estaban en ella. Claus cree que debió de quedarse atrás cuando los rusos le capturaron a él y a sus hombres, y por eso recibí el contenido de sus bolsillos junto con una carta diciendo que estaba muerto.

No es necesaria mucha imaginación para hacerse una idea de cuántos cuerpos de soldados quedaron moribundos y sin atención, así que fue un error comprensible.

La primera pregunta que Claus me hizo fue cuánto tiempo tenía la intención de quedarme en Alemania. Le dije de corazón que tanto como me necesitara. Se veía tan perdido y roto que sentí que no podía decirle otra cosa.

Claus no dijo nada durante diez minutos, y, cuando finalmente habló, su voz era ronca. Si no le conociera mejor diría que estaba llorando. Dijo que yo era su esposa y que siempre me necesitaría. Claus no mencionó mi matrimonio con Julian, ni a Jeremy, a pesar de que sé que la Cruz Roja le habló sobre ambos.

Después de que pasáramos media hora juntos, fui a la sala de espera y traje a Erich. Claus no podía creer cuánto había crecido. Estaba muy orgulloso de él, y yo estaba feliz cuando vi que estaba preparado para amar a Erich como un padre debería. Estoy contenta de haber insistido en que Erich siguiera practicando su alemán.

Una vez superada la torpeza inicial, no podían parar de hablar entre ellos. Claus estaba de acuerdo con que Erich pueda volver a Gran Bretaña para finalizar su educación y, si es aceptado en Oxford, estudiar derecho allí.

Así que padre e hijo son felices en su reunión. Tengo un nuevo papel como enfermera y estoy contenta. Tanto Claus como yo hemos recibido alguna compensación del gobierno de Alemania Occidental por la pérdida de nuestras cuentas bancarias de antes de la guerra. No es mucho, pero, junto con los atrasos de Claus, esperamos que sea suficiente para comprar un pequeño apartamento en Alemania Occidental. Claus prefiere el sur del país. Como no podemos volver a Allenstein, no me importa a dónde vayamos.

La pensión de Claus no nos mantendrá pero, como está enfermo, me corresponderá a mí salir y ganar dinero de alguna manera. Estoy deseando trabajar. Me dará algo que hacer distinto a los quehaceres de la casa.

Ahora que he terminado de escribir esto, escribiré a Julian para pedirle que organice la anulación de nuestro matrimonio. Quiero escribir también a Jeremy, e intentar explicarle por qué voy a quedarme con Claus en Alemania. Es muy joven, pero con el tiempo espero que entienda que, por más que le quiera y necesite estar con él, Claus está muy enfermo y me necesita más.

Miércoles, 21 de septiembre de 1955

He estado solicitando trabajo como traductora. Mientras esperaba en la oficina de un editor para una entrevista, miré algunos libros infantiles, las ilustraciones eran muy pobres, así que salí y compré algunos materiales de dibujo. Cuando termine los dibujos que estoy haciendo, volveré al editor, que ha accedido a verlos. El nombre de von Letteberg sigue siendo bueno para algo.

Viernes, 2 de septiembre de 1966

Claus murió a las dos de esta mañana. Fue una liberación de una larga y dolorosa enfermedad. O mejor dicho, su cuerpo murió. Creo que su alma murió en algún lugar de Siberia en 1945.

El cáncer estomacal que lo mató fue de crecimiento lento, deshumanizante y agónico. Le suplicó a su médico más de una vez que le diera algo que acabara tanto con el dolor como con él, pero el final, cuando llegó, fue tranquilo y misericordiosamente pacífico.

Lo cuidé y lo sentí por él, pero no quedaba nada entre nosotros al final excepto mi sentido del deber, la gratitud de Claus por mi presencia… y Erich.

Claus nunca me tocó o compartió mi cama desde su regreso. A veces, creo que me veía como el recordatorio de un pasado al que lamentaba mucho no poder regresar.

Como no queda nada que me vincule aquí, estoy haciendo preparativos para dejar Europa e ir a América. Mis editores dicen que continuarán haciéndome encargos sin importar dónde viva, y mi querido Samuel Goldberg, que persuadió a tantos editores para ofrecerme trabajo después de que viera mis ilustraciones en una copia inglesa de Hansel y Gretel, ha accedido a ser mi agente europeo.

Sascha, quién iba a pensar que esas clases de dibujo que me diste en el cuarto de los arreos hace tantos años me permitirían tener una carrera y los medios para mantener a Claus, Erich y a mí misma, hasta que Erich dejó Oxford para coger un puesto en un bufete de abogados de Alemania Occidental.

Estoy ansiosa de tener un nuevo comienzo en un país que no tiene recuerdos. Erich se ha casado y tiene éxito en la carrera que ha elegido, pero no queda amor entre nosotros. Nunca me perdonó por permitir a Julian que lo metiera en un internado inglés, o, cuando volvió Claus, por volverme a casar cuando había una posibilidad de que su padre siguiera vivo. Le mostré la notificación oficial que recibí sobre la muerte de Claus junto con su reloj de oro y otros efectos, pero siguió insistiendo en que una esposa «debería haber permanecido fiel y a la espera».

Vi a Jeremy el mes pasado. Estaba en Alemania de senderismo con unos amigos. Todavía me culpa por dejarle cuando era tan joven. Ha decidido hacer carrera en el ejército y ya ha conseguido una plaza en Sandhurst.

Ambos padres tienen todo el derecho de sentirse orgullosos de sus hijos. Son calcos de los oficiales y caballeros que fueron Claus y Julian. Y, si hubiera otra guerra entre Gran Bretaña y Alemania, estoy segura de que serían muy felices de dispararse el uno al otro en nombre del patriotismo.

Erich y Jeremy estaban muy avergonzados de ver mi fotografía en los periódicos cuando me uní a las manifestaciones antiapartheid y antinucleares. No pueden entender por qué me he involucrado activamente en tantas organizaciones que trabajan por una sociedad más libre y pacífica, o cómo veo la ciega obediencia hacia la autoridad y la apatía política como el camino para permitir que otro Hitler tenga rienda suelta para gobernar el mundo y provocar una nueva tragedia de destrucción.

¿Quién habría pensado que los sobrinos de Wilhelm y Paul podrían resultar ser unos estirados así?

Connecticut, Estados Unidos

Miércoles, 28 de mayo de 1969

Nunca creí que podría pasar, pero en este libro puedo ser sincera. Hay otro hombre en mi vida, un editor. No es como tú, Sascha, pero nadie puede medirse contigo. Anthony es amable y atento. Lo conocí en una fiesta de la editorial en Nueva York hace un año. Su esposa está en un hospital psiquiátrico en New Hampshire, pero no me casaría con él aunque estuviera libre. Dos matrimonios fallidos e infelices son suficientes para una vida y, en verdad, ahora me gusta vivir sola.

Me enseñaste lo que es el verdadero amor, Sascha. Incluso si tú no me amaste y sólo me utilizaste para sobrevivir, me hiciste amarte, y ahora sé que amar a alguien significa querer lo mejor para esa persona y perdonarla sin importar lo que hiciera.

Anthony aún ama a su esposa, aunque ella ya no sabe quién es él. A falta de nada mejor, nos hemos conformado con la amistad, el compañerismo y, por el bien de nuestros respectivos hijos, la discreción. Así es mi vida al fin. En un nuevo país, con trabajo y nuevos amigos para llenar mis días, aunque nunca olvidaré o sustituiré a las personas que he perdido.

Connecticut

Lunes, 13 de octubre de 1969

Un libro ha salido de contrabando de Rusia. Escrito por un prisionero en un campo en Siberia, se llama El último verano. Es nuestra historia, Sascha. Estoy segura de ello. Hay demasiadas coincidencias para que sea de otra forma. El autor es Peter Borodin. ¿Eres tú, Sascha? ¿Es posible que estés vivo?

Nueva York

Sábado, 28 de mayo de 1988

Hoy fui a una firma de libros en Nueva York. Gorbachov ha perdonado a Peter Borodin y le ha permitido salir de Rusia para dar una serie de conferencias y charlas sobre su vida y los sucesos que le llevaron a escribir esta gran novela, El último verano, que le ha hecho ganar tanto reconocimiento en Occidente.

Cuando lo vi, los ojos se me llenaron de lágrimas. Cogí dos copias del libro, y las puse delante de él. Me miró y vi que me reconocía. Cuando las firmó me di cuenta de que sus ojos estaban tan llenos de lágrimas como los míos. Ninguno de los dos podía hablar.

Temía quedar como una idiota delante de tanta gente, así que me aparté, decidiendo volver y hablar con él cuando terminara la firma.

Esperé una hora y luego regresé. Seguía sentado a la mesa en la librería, hablando con gente, pero tuve cuidado de situarme detrás de un expositor para que no pudiera verme.

Me quedé un tiempo antes de comprender que no había nada que pudiéramos decirnos que no supiéramos ya. Si hablaba con él sólo conseguiría abrir viejas heridas e infligir nuevas que nos harían daño a los dos.

Le vi firmar unos cuantos libros más, luego me alejé.

No volví a mirar atrás.

Finalmente, Charlotte cerró su diario. En la mesilla de noche estaba la copia de El último verano que había llevado con ella desde Estados Unidos. La cogió.

—Sascha. —Susurró su nombre. Y las lágrimas que llevaba aguantando sesenta años por fin brotaron de sus ojos.