Viernes, 25 de mayo de 1945
Acabo de regresar del campo de prisioneros de guerra estadounidense otra vez. He ido allí cada mañana durante las últimas dos semanas, pero siguen sin darme el permiso de viaje que necesito para salir de Baviera y buscar a Erich. He rogado y suplicado a los funcionarios, les he contado que envié a mi hijo de cuatro años a Berlín en enero.
Su respuesta siempre es la misma. Si me importara mi hijo no debería haberlo enviado lejos de mí, y mucho menos a Berlín. Estoy demasiado enfadada y alterada para explicar que no tenía elección. Que si se hubiera quedado conmigo, los rusos lo habrían matado junto con los demás niños y mujeres refugiados.
Esta mañana pregunté si tenían una lista de supervivientes de los campos con la esperanza de encontrar el nombre de Irena. Después de lo que la SS dijo sobre cambiar los nombres de las niñas, sé que es inútil buscarlas. Si existe una lista así, los estadounidenses dicen que no tienen una copia. Entonces, pensando en papá von Letteberg y Greta, pregunté si tenían los nombres de los supervivientes de los bombardeos en Berlín. De nuevo la respuesta fue negativa.
Frau Weser pudo ver lo desolada que estoy cuando regresé a la granja. Me dio un cuenco de caldo de pollo y me consoló con la idea de que mañana será otro día. Pero no puedo evitar preguntarme si volveré a ver a Erich.
Lunes, 28 de mayo de 1945
Por fin recibí mis papeles de descargo de los estadounidenses. Es oficial, ya no estoy bajo sospecha como antiguo personal militar alemán y, en teoría, libre de ir a donde quiera. Pero, como los estadounidenses se negaron a darme también un permiso, no puedo usar el tren.
Mientras discutía con los oficinistas, un hombre muy delgado me llamó con unos golpecitos en el hombro. No lo reconocí, pero él a mí sí. Era Samuel Goldberg, el prisionero que había conocido en Dachau. Aún parecía enfermo, pero mejor que la última vez que lo vi en el campamento.
El médico estadounidense de Dachau le había advertido que no estaba lo bastante bien como para abandonar la cama, pero Samuel dijo que no podía esperar más para empezar a buscar a su familia. Tenía una imprenta en Hamburgo antes de la guerra, y vivía en los suburbios con su mujer y tres hijos. Él y toda su familia, incluyendo sus padres y hermanos y hermanas, fueron enviados al Este en 1941. Sabe que sus padres y hermanos están muertos, pero le separaron de su mujer y sus hijos en un campo de Riga en 1942, y tiene la esperanza de que hayan sobrevivido.
Los estadounidenses le dieron papeles que le daban derecho a comida, alojamiento y transporte, para él y sus acompañantes, a cualquier pueblo o ciudad de Alemania. Cuando le conté que yo estaba buscando a mi hijo, mis suegros y mi cuñada, se ofreció a llevarme con él. No podía creer su amabilidad. Nos marchamos mañana temprano en el primer tren al norte. Samuel pretende empezar a buscar a su mujer en Hamburgo. Duda que haya podido regresar tan pronto, pero otros judíos que los conocían tal vez sí, y espera que tengan noticias de ella y de sus hijos.
Y Hamburgo está mucho más cerca de Berlín que Bavaria. ¿Pero sigue allí Erich?
Martes, 29 de mayo de 1945
Sigo en casa de Frau Weser, herida y enfadada. El horrible soldado francés estaba muy borracho cuando regresó a la casa anoche tarde. Él y algunos de sus camaradas habían pasado el día saqueando la casa de Hitler en Berchtesgaden. Tenía una maleta llena de ropa de mujer y trató de regalármela.
Yo sabía lo que quería a cambio y no la acepté, pero él no me dejaba tranquila. Intenté luchar contra él y grité pidiendo ayuda, pero, Frau Weser y su hijo estaban en el granero cuidando a una vaca enferma, y los otros soldados habían salido. Cuando le partí un vaso en la cabeza, me disparó en la pierna.
Frau Weser y su hijo vinieron corriendo cuando oyeron el ruido del disparo. La bala me atravesó la pierna, destrozando mi único par de medias, unas tejidas a mano que Frau Weser me había regalado. La pierna no dejaba de sangrarme, así que el hijo de Frau Weser fue a traer al médico. Estaba fuera, pero su hermano, también médico, acababa de regresar de Berlín, donde había estado trabajando en un hospital militar, le pregunté, como hago con todo el mundo que viene del norte de Alemania, si conocía a papá y mamá von Letteberg.
Milagrosamente, los había conocido y respetado a los dos. Pero tenía las peores noticias. Murieron cuando una bomba cayó en su bloque de apartamentos. Había oído que a su nieto lo habían sacado vivo de los escombros, pero no sabía si Erich había sido herido ni qué le había pasado. Me aferré a la idea de que al menos mi hijo estaba vivo hace dos meses.
No puedo cargar peso en la pierna, pero el hijo de Frau Weser me dio un bastón para apoyarme. Samuel accedió a retrasar nuestra salida un día, pero mañana nos vamos al norte definitivamente. Visitaré las oficinas y los campos de desplazados de Hamburgo con Samuel. Si no encuentro rastro de Erich, Irena o Greta allí, seguiré hacia Berlín, incluso si está en manos de los rusos.
Domingo, 30 de junio de 1945
Ayer dejé Hamburgo. Samuel y yo registramos nuestras familias en la Cruz Roja allí, y me dijeron que a Erich lo habían dejado en un orfanato católico de Celle.
No podía esperar un tren, así que, ignorando el consejo de Samuel, permanecí al lado de la carretera y pedí a los camiones del ejército que me llevaran. Un cabo británico me llevó hasta la puerta del asilo aunque no le caía de camino.
Cuando le expliqué quién era, una de las hermanas me llevó al lado de la cama de Erich en la enfermería del orfanato. Tiene difteria y está muy enfermo. La hermana al cargo me contó que no había abierto los ojos en dos días. Vio que no iba a dejarlo, así que me ofreció trabajar como limpiadora a cambio de comida y una cama provisional en el suelo del dormitorio del desván donde duermen las chicas mayores.
No puedo dejar de pensar en Samuel y en la expresión de su cara cuando lo dejé para subirme a un camión lleno de hombres extraños. Hemos estado tan cerca, si no más, como si fuéramos familia estas últimas semanas.
Fue desolador ir de un campo de desplazados a otro con él. Las listas de supervivientes están empezando a confeccionarse y no están en ningún tipo de orden. Las repasé lo mejor que pude en busca de Irena y las niñas, y pregunté a todos los supervivientes que encontramos si las habían visto, pero todos dijeron lo mismo. Los parientes alemanes de los conspiradores estaban en alojamientos separados en los campos y en las prisiones, y ningún prisionero o preso de campamento «ordinario» los veía.
Fue muy difícil dejar a Samuel. Prometimos mantenernos en contacto, pero ¿cómo lo haremos, si ninguno de nosotros tiene casa ni dirección?
Las condiciones en el orfanato son terribles, pero las monjas trabajan muy duro para mantener funcionando el sitio. La poca comida que hay viene de donaciones caritativas de las tropas británicas. Aunque todos los adultos hacen lo posible por mantener limpio el lugar, es imposible dado el enorme número de niños que hay aquí, y llegan muchos más a la puerta cada día.
La madre superiora me dijo que está segura de que la mayoría de los niños que traen los alemanes son suyos, pero no tiene valor para rechazarlos, porque están muertos de hambre. Hay tan poca comida que todos los alemanes pasan hambre. Al menos una vez al día y a veces dos, un camión británico, francés o estadounidense aparece con una docena de niños pequeños o más que han encontrado las tropas en las ruinas bombardeadas.
Los niños duermen de tres en tres y de cuatro en cuatro, así que no es muy sorprendente que tantos hayan cogido la difteria y el sarampión. Como si eso no fuera bastante, una de las hermanas ha diagnosticado fiebre escarlatina en una de las llegadas de esta mañana.
Si… No, cuando Erich se recupere, tengo que sacarlo de aquí. Pero ¿adónde podemos ir sin dinero ni amigos que nos ayuden?
Sábado, 18 de agosto de 1945
Al menos Erich ya tiene fuerzas para dejar la cama unas horas seguidas. Está terriblemente delgado y muy débil, pero el médico me ha asegurado que, con buena comida, reposo y cuidados, sobrevivirá sin secuelas permanentes. Pero ¿dónde puedo conseguir buena comida sin dinero? Le llevaré fuera para dar un corto paseo esta tarde. Está soleado y hace calor, y quizá el aire fresco le haga algún bien.
Domingo, 19 de agosto de 1945
Estoy tan enfadada que apenas puedo hacer que este lápiz deje de temblar. Era muy obvio, en cuanto me lo contaron. ¿Por qué no se me ocurrió hacer a la madre superiora ninguna pregunta?
Simplemente supuse que a Erich lo habían traído unos extraños al orfanato, pero ayer por la noche, cuando estaba sentada en la cocina, hablando con las hermanas sobre nuestras familias, dije que en cuanto Erich estuviera bien empezaría a buscar a mi hermana y a mi cuñada.
Entonces una de las monjas me dijo que no tengo que buscar muy lejos a mi hermana si se llama Greta von Datski. Que está viva y a salvo, trabajando para los británicos como intérprete a poco más de treinta kilómetros.
La monja me contó que Greta había traído a Erich al orfanato después de que la doncella de mamá von Letteberg se lo llevara a ella en los últimos días de la guerra. Greta le había dicho a la madre superiora que no podía cuidar de ella misma, mucho menos de un niño, y que no quedaba nadie más para atender a Erich, ya que el resto de la familia había muerto.
¿Cómo pudo Greta hacer eso? Si yo hubiera encontrado a Marianna o a Karoline nunca las habría abandonado en un orfanato.
La madre superiora vio lo enfadada que estaba e intentó calmarme. Dijo que la vida había sido muy dura para todos las semanas inmediatamente posteriores al fin de la guerra. Preguntó si Greta era mi única hermana y cuando dije que sí, aunque tengo una muy buena cuñada, repitió que debería agradecer a Greta por tomarse el tiempo y la molestia de poner a Erich a salvo, no enfadarme con ella por abandonarlo.
Cuando le recordé la difteria, me dijo que no había manera de que Greta adivinara que Erich iba a contraerla. Terminó diciendo que la vida es demasiado corta para guardar rencores y rencillas, y que nunca debería olvidar que Greta es mi hermana y mi única pariente consanguínea viva.
Aunque no estoy segura de cómo me recibirá Greta, he decidido ir a la dirección que me dio la madre superiora. Ni siquiera es posible, si Greta no puede o (más probablemente) no quiere ayudarnos, que tenga alguna noticia sobre Irena y las niñas.
No es la primera vez que escribo que Irena es mi hermana mucho más de lo que Greta haya sido o pueda ser jamás, y tengo la sensación de que no será la última.
Lunes, 27 de agosto de 1945
Como me temía, Greta no quiso saber nada de mí ni de Erich, pero hizo muchas preguntas sobre las joyas de la familia. Me dijo a la cara que no creía mi historia de que los rusos me las habían quitado, y quiso que vaciara mi mochila.
Me negué porque temía que se quedara los documentos de posesión, las llaves y la copia del otorgamiento de las tierras a Grunewaldsee. ¿Quién sabe cuándo se marcharán los rusos de Prusia Oriental? Espero que sea pronto para poder regresar. Cuando lo haga, los documentos y las llaves pertenecerán a los hijos de Irena, no a Greta.
Siempre tengo cuidado de mantener el collar de ámbar que Masha y Sascha me dieron bajo mi blusa, así no tuve reparos en señalar que había perdido todas mis propias joyas así como las suyas, las de mamá e Irena, lo cual sólo la puso más furiosa.
Greta tiene alquilada una gran habitación soleada en la primera planta de una buena casa perteneciente a Frau Leichner, esposa de un oficial que era arquitecto antes de la guerra. Herr Leichner desapareció en Stalingrado y su mujer se interesó mucho cuando le hable de Manfred. Como muchas mujeres de toda Alemania, aún espera que su marido regrese. No tuve valor para hablarle sobre los cuerpos de soldados que había visto en el bosque y a los lados de las carreteras cuando huía de Prusia Oriental.
A Frau Leichner le gustó Erich de inmediato, y viceversa. Su hijo murió de tos ferina hace dos años y, después de oír a Greta echarnos de su habitación, y gritarnos que no podía hacer nada para ayudarnos, porque ya tenía bastantes problemas para mantenerse ella (creo que toda la casa oyó a Greta), me ofreció una pequeña habitación en la tercera planta a cambio de ayuda con las tareas domésticas.
La habitación es muy pequeña, y sólo tiene una cama individual, pero hay una chimenea y, cuando llegue el invierno, puedo buscar leña en el bosque. Frau Leichner se ofreció a cuidar de Erich por las tardes para que pudiera buscar trabajo con el que pagar nuestra comida.
Sé que todo el mundo está buscando trabajo y hay muy poco, pero una habitación propia significa que Erich y yo podemos empezar a vivir algo parecido a una vida normal otra vez. En el orfanato, todo el mundo fue amable con nosotros, pero seguía siendo una institución. Sólo espero no tener que lamentar mi decisión de dejarlo.
Greta estaba furiosa cuando Frau Leichner le contó que me mudaba. Me acusó de no tener vergüenza, y dijo que para una von Datski era degradante fregar suelos y limpiar para otra gente. Cuando le pregunté cómo podía ser degradante el trabajo honrado, se fue a su habitación y cerró de un portazo.
Considero esta mudanza una medida temporal. Algún día, pronto espero, regresaremos a Grunewaldsee, pero hasta que eso suceda, continuaré buscando a Irena y a las niñas.
Si está viva, no tendrá nada que darme excepto su amor, pero estoy segura de que nos dará a Erich y a mí una recepción mejor que la que nos ha dado Greta.
Lunes, 8 de septiembre de 1945
Creí que sería difícil ignorar a Greta ya que estamos viviendo en la misma casa, pero ha sido sorprendentemente fácil. Pasa fuera trabajando todo el día, y muchas veces no viene hasta tarde por la noche o temprano por la mañana. Viste ropa cara; sus trajes son de lana británica; sus medias de nylon estadounidense; su perfume, blusas de seda y cosméticos, franceses.
Cuando Frau Leichner se quejó de que a menudo despierta a toda la casa entrando a todas horas, Greta explicó que la necesitan para interpretar en cenas y fiestas.
Desde luego, tiene un montón de novios, y todos ellos son oficiales aliados, pero no se atreve a cruzar la puerta de su habitación cuando la visitan. Frau Leichner ha amenazado con echarla a la calle si lo intenta, y hay tal escasez de habitaciones que Greta sabe que no encontrará otra tan buena, si es que encuentra alguna.
Trabaja para un comandante inglés, Julian Templeton. Para gran enojo de Greta, ha sido muy amable con Erich… y conmigo. Nos trae latas de comida y dulces para Erich.
Tenía una hija de la misma edad de Erich, pero su esposa y ella murieron en un bombardeo en Londres. Me ofreció un trabajo limpiando la casa que su unidad ha requisado en las afueras de la ciudad. El dinero que ha acordado pagarme supondrá una gran diferencia. Podré comprar buena comida para Erich y pagar a nuestra casera por cuidarlo aquí por las tardes cuando trabajo.
Le hablé a Julian sobre Irena, y me prometió investigar sobre ella, mediante la Cruz Roja, por mí. Espero que ella y las niñas estén vivas y bien. Ahora que Erich está a salvo conmigo, sólo puedo pensar en volver a verla a ella y a las hijas de Wilhelm.
—No tenía ni idea de que la hacienda fuera tan extensa. —Laura se inclinó en su silla y miró al otro lado del lago hacia los bosques de la otra orilla.
Brunon le ofreció una chocolatina.
—Antes de la guerra tenía diez veces el tamaño de ahora. Lindaba con la ciudad en un punto. Mi abuelo me contó que los von Datski cobraban alquileres en cuarenta y cinco granjas.
—Es más bonita de lo que había imaginado. Puedo comprender por qué mi abuela quería que lo viera a caballo. Nos habría llevado horas venir andando hasta aquí. —Laura sacó la cámara y fotografió el paisaje de bosques que se agazapaban justo al borde del agua—. También entiendo por qué quería volver, y por qué nunca hablaba de su vida aquí.
—Es una pena que no se encontrase bien para ir a dar un paseo con mi abuelo —dijo Brunon—. Se ha quedado decepcionado.
—Igual que mi abuela cuando el médico le dijo que se quedara en la cama. Pero si algo me dice la experiencia es que se obligará a estar bien mañana. Grunewaldsee es tan bonita… —musitó—. Si hubiera sido mi hogar y lo hubiera perdido, no creo que me recuperara nunca. Esto también explica dónde vive ahora mi abuela. Compró un terreno frente a un lago en Estados Unidos y construyó allí, aunque todo el mundo decía que lo más sensato era comprar la casa hecha.
—¿Construyó una casa como Grunewaldsee?
—No se parece en nada a Grunewaldsee. —Laura palmeó el cuello de su caballo—. Su casa es de madera, moderna y muy americana.
—Tu abuela es una mujer sabia. Dudo que Grunewaldsee pudiera ser recreada.
Laura tiró de la brida de su caballo hacia la derecha, apretó los talones y lo siguió por la orilla.
—¿Estamos cerca de la casa de madera?
—Está a un kilómetro. En los setenta ensancharon este camino. Pero la casa junto al lago es mucho más antigua. Más de doscientos años, según mi abuelo.
—Mi abuela dijo que no había cambiado desde la última vez que la había visto, aunque obviamente la habían reformado hacía poco. —Entrecerró los ojos contra el resplandor del sol, y miró hacia el lago—. Qué bonito barco.
—Aquí nunca se ha permitido nada con un motor, ni siquiera en los días comunistas. La contaminación del petróleo ha matado a los peces y ha viciado el agua de la mitad de los lagos de por aquí, pero no de éste.
—¿Y en el futuro?
Brunon rio.
—Mi abuelo mandó a la porra a los alemanes occidentales con sus barcos a motor, y ahora que el ruso que ha comprado la hacienda tiene la misma mentalidad, probablemente esté tan seguro como cualquier lago en Polonia. Vamos, veamos lo bien que montas por el bosque. Espero que sepas esquivar.
Laura siguió a Brunon entre los árboles. El calor del sol le hizo comprender que debía de ser cerca de la hora de comer. De pronto se sintió hambrienta y se acordó de los sándwiches y las botellas de agua que Brunon había atado a su silla en un hatillo ante la insistencia de su abuela.
—¿Es hora de comer? —lo llamó.
—Sí, y si llevamos a los caballos por este camino, llegaremos a la casa junto al lago. Hay un banco en el jardín con vistas al agua.
Aflojó el paso y, mientras cabalgaban uno junto al otro, hablaron de política y de todo y de nada. Laura se dio cuenta de pronto de lo relajada que se sentía en compañía de aquel joven. Parecía de la misma edad que su hermano Luke, pero era mucho más maduro, y se preguntó si sería el resultado de pasar tanto tiempo con sus ancianos abuelos.
Se estaba riendo con una comparación que Brunon había hecho entre la música pop y Wagner cuando el camino giró bruscamente a la izquierda. Un coche bloqueaba su camino y se encontró mirando a un hombre alto, delgado, de pelo oscuro y ojos desconcertantemente azules. Su caballo retrocedió, ella le gritó y luchó por retomar el control, pero el extraño demostró ser más rápido que ella. Dejó caer la caña de pescar que sostenía y echó mano a la brida.
—A los caballos polacos no les gusta que les griten en inglés. —Como el de Brunon, su inglés tenía acento americano.
—No sé hablar polaco. —Ella se aferró al caballo con las rodillas.
—Ya que estás en el país, quizá es hora de que aprendas —la reprendió.
—Intentaré darle más importancia —replicó ella.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —preguntó él, todavía agarrando la brida.
—Tres días.
—En ese caso, te perdonaré. ¿No vas a presentarme a tu amiga, Brunon?
A Brunon se le había puesto la cara roja, y Laura se preguntó si el hombre era un amigo del nuevo propietario. A pesar de todas las afirmaciones de Brunon de que «al dueño no le importaría», estaba obviamente incómodo porque lo hubieran pillado montando sus caballos en sus tierras.
—Ésta es Laura von…
—Templeton —terminó Laura.
—¿Von Templeton? —El hombre sonrió—. Eso sí que es un nombre poco común.
—Mi abuela era una «von»; mi nombre es sólo Templeton.
—Michael Sitko. —Tradujo su nombre al inglés y le ofreció la mano—. Mis amigos me llaman Mischa. ¿Vamos a ser amigos, Laura?
—Dudo que me quede en Polonia el tiempo suficiente para hacer amigos.
Michael miró a Brunon.
—¿Estás ejercitando los caballos?
—Y enseñándole a Laura Grunewaldsee —reconoció Brunon.
Mischa miró a Laura.
—Aparte de disfrutar de un paseo con Brunon en un bonito día, ¿hay alguna razón en particular por la que querías ver Grunewaldsee?
—Mi abuela creció aquí.
Él se puso serio.
—La señora con un «von» en su nombre.
—Es una von Datski —reveló Brunon, orgulloso, antes de que Laura pudiera detenerlo. Después de la reluctancia de su abuela a darle su apellido a la mujer del hotel, Laura creyó que Charlotte habría preferido mantener su identidad a salvo de cualquiera que viviera cerca de Grunewaldsee—. Vino aquí ayer con Laura. Mi abuelo la conocía de antes.
—¿Y ahora os estáis quedando con la familia Niklas? —dijo Mischa.
—No, en un hotel en Allenstein; quiero decir, en Olsztyn.
—¿En cuál?
—Está al otro lado del lago.
—Lo conozco. El servicio es bueno, y la comida tampoco está mal. Perdona; tengo que recuperar mi aparejo de pesca y hacer una llamada. —Abrió el coche y metió su caña de pescar en él.
—Lo siento, la has soltado por mi culpa —se disculpó Laura.
—No ha pasado nada. —Mischa se sacó un móvil del bolsillo.
—¿Te quedas esta noche? —preguntó Brunon.
—Indefinidamente —contestó Mischa—. Esta semana llevaré más muebles a la mansión.
—¿Entonces cenarás con nosotros? Ya sabes que mi abuela siempre hace suficiente para un regimiento.
—Gracias, iré. —Mischa se sentó en el coche y cerró la puerta.
—¿Mischa trabaja para el nuevo dueño de Grunewaldsee? —preguntó Laura a Brunon mientras seguían adelante.
—No, Mischa es el nuevo dueño de Grunewaldsee.
—¡Él! Pero es muy joven… Aparenta unos treinta.
—Quizá los tenga. Nunca he pensado en su edad. —Brunon detuvo su caballo junto a un embarcadero y desmontó—. ¿Creías que un viejo ruso habría comprado la hacienda? Son los jóvenes los que tienen el dinero.
—Y dirigen la mafia.
—No creo que a Mischa le guste que le llamen mafioso. —Llevó a su caballo al borde del agua para que pudiera beber.
—¿A qué se dedica?
—A algo que le da suficiente dinero para comprar este lugar. No es prudente preguntarle a un ruso cómo se gana la vida, sobre todo si vive bien.
—Y se muda de la casa del lago a la mansión, así que obviamente pretende vivir aquí. —Laura hizo lo mismo y desmontó.
—Alguna gente dice que pretende convertir la mansión en un hotel, pero nunca ha comentado sus planes conmigo o con mi abuelo.
—Sería un sacrilegio hacer un hotel en esa casa.
—Poca gente tiene tanto dinero como para pagar el mantenimiento de una casa del tamaño de Grunewaldsee sin unos ingresos.
Laura recordó lo que su abuela había dicho sobre el coste de renovar Bergensee. Quizá estaba bien que el dueño no compartiera sus nociones románticas. Si Grunewaldsee tenía que sobrevivir el siglo siguiente con el tejado y las paredes intactas, necesitaba un amo con los pies firmes sobre el suelo.
Viernes, 26 de octubre de 1945
La mejor noticia, Julian ha encontrado a Irena. Está en un campamento de desplazados cerca de Berlín. Ha prometido llevarnos a Erich y a mí a verla en su próximo permiso. Mientras tanto, tengo su dirección y voy a escribirle.
Miércoles, 31 de octubre de 1945
Irena llegó ayer por la tarde. Julian no me dijo ni una palabra, pero le envió permisos de viaje, un billete de tren y el número de teléfono de su oficina con una nota que decía que contactara con él y dejara dicho allí en qué tren llegaba. Se reunió con ella en la estación y la trajo aquí de vuelta.
Yo estaba limpiando las escaleras cuando llegó. Abrí la puerta, pero no la reconocí. Está delgada, pálida, y parece años mayor, pero en cuanto habló, Erich corrió hacia ella y la abrazó.
Preparé una cena de carne enlatada, que Julian me había regalado, manzanas asadas y patatas hervidas. Después de comer nos sentamos y pasamos media noche hablando. Greta se pasó un momento, pero fue tan fría con Irena como lo había sido conmigo.
Sé que Greta usó el nombre de Wilhelm para obtener su puesto como intérprete, porque Julian simpatizó conmigo sobre la muerte de Wilhelm. Cuando le pregunté cómo sabía que a mi hermano lo habían colgado los nazis, dijo que Greta le había contado a todo el mundo cómo había muerto su hermano. Los antinazis tenían preferencia sobre los nazis como empleados de los aliados. Me indignó que Greta se atreviera a usar el nombre de Wilhelm después de la carta de denuncia que le había enviado antes de que lo colgaran.
Como Erich, Irena había estado gravemente enferma. En su caso había sido un caso feo de tifus. Me leyó una parte de la última carta que Wilhelm le escribió. Uno de los guardias de la prisión de Ploetzensee se la entregó en el campamento de desplazados después de la guerra.
En ella, Wilhelm rogaba su perdón, pero mantenía que matar a Hitler y salvar Alemania era más importante que sus vidas, o incluso que las vidas de sus hijas. Acababa diciendo que esperaba que lo comprendiera. Después de leérmela, me dijo que no entendía por qué Wilhelm había arriesgado sus vidas y su felicidad, y que nunca lo haría.
Dijo que Wilhelm le había hablado del trato que la Wehrmacht, las SS y los Einsatzgruppen, los escuadrones de la muerte, había dispensado a los judíos, rusos y polacos en Europa del Este. Incluso las mujeres y los niños. También había hablado con ella sobre los campamentos que había visto en Polonia.
Dijo que lo único en lo que pensaba en Ravensbruck era en lo que Wilhelm había hecho, y le parecía difícil aceptar que hubiera apoyado al coronel von Stauffenberg sabiendo que si el golpe de estado fallaba, ella y las niñas serían encarceladas en un sitio similar.
Argumenté que Wilhelm era un hombre honorable. Sabía que estaba arriesgando su propia vida, pero seguramente no podía haber previsto lo que Hitler le haría a su familia o a las familias de los demás conspiradores. Como eran inocentes, él tenía derecho a esperar que dejarían tranquilas a ella y a las niñas, pero incluso mientras hablaba sabía que Irena había dejado de escucharme.
Me contó que su bebé, un niño, había nacido en una celda de prisión sin la ayuda de un médico, ni una enfermera. Menos de veinticuatro horas después se la habían llevado de la prisión y la habían obligado a marchar en medio de una tormenta de granizo hasta el campo de concentración de Ravensbruck. Sólo le habían dado una sábana fina para envolver al niño. Como resultado, murió de neumonía dos días después de llegar.
Tras la liberación, había mirado por todos los sitios que se le ocurrieron en busca de Marianna y Karoline, pero como les han cambiado los nombres le han avisado que podría ser imposible encontrarlas.
Entonces, finalmente, se derrumbó y se echó a llorar.
Le había preparado una cama en el suelo y me uní a ella allí, la abracé fuerte toda la noche y lloré con ella. Antes de llegar la mañana le prometí que no descansaría hasta que encontráramos a las niñas y nos las devolvieran.