Capítulo 7

Domingo, 16 de junio de 1940

Ha pasado mucho tiempo desde que tuve tiempo libre para escribir en este diario, pero, como nos dicen constantemente por la radio, todos debemos trabajar duro en un país en guerra, las mujeres igual que los hombres. Con mamá enferma y los gemelos en Francia, como ya había anticipado, la administración de Grunewaldsee ha recaído sobre mí. Wilhelm sugirió a Greta que dejara su actividad en la BDM para ayudar, pero ella dijo que su trabajo implementando el programa de realojamiento del Reich era demasiado importante, ya que no sólo concernía a la guerra, sino a todo el futuro del Tercer Reich.

Le supliqué a Wilhelm que no discutiera con ella. Estoy contenta de asumir sola la responsabilidad de nuestro hogar, porque odiaría volver a vivir con Greta. Dirigir la hacienda es una carga, pero que resulta bienvenida, ya que me deja poco tiempo para pensar en lo mucho que echo de menos a papá o en mi matrimonio con Claus.

He descubierto cuánto trabajo duro se necesita para que todo vaya bien en Grunewaldsee. Muchas cosas que siempre di por hechas necesitan mucha organización. Estaba acostumbrada a coger los arreos limpios y brillantes; ordenar a los mozos del establo que ensillaran mi caballo; entrar en el comedero de los animales y ver los cubos llenos. Ahora, nada más que escribir las tareas semanales me lleva todo un día; y eso sin mantener las cuentas actualizadas, rellenar formularios del departamento de guerra y emitir y pagar facturas. El trabajo de oficina ocupa dos, a veces tres días a la semana; tiempo que preferiría pasar ayudando a Brunon a supervisar a los trabajadores. Hay mucho que necesito aprender.

Me gustaría haberme molestado en escuchar más a papá cuando estaba vivo, pero creía que tenía todo el tiempo del mundo. Y en aquellos días no podía imaginar Grunewaldsee sin él o sin los chicos.

Trabajo en el despacho de papá, y, a menudo, miro el documento enmarcado que hay colgado en la pared frente al escritorio. Es una copia del fuero que otorga el lago de Grunewaldsee y las tierras de alrededor al primer Wilhelm von Datski para vivir aquí. Lo firmó el Gran Maestre de la Orden de los Caballeros Teutones en 1286. A veces me siento abrumada por la larga línea de von Datski que han vivido aquí antes que yo, y siento su desaprobación ante las decisiones que yo, una mujer, y tan joven, me veo obligada a tomar en nombre de la familia.

Antes de irme a la cama, a menudo me quedo en el balcón de mi dormitorio, mirando al lago e imaginando no sólo a todos esos von Datski muertos a lo largo de los siglos, sino a todos los que vivirán aquí después de mí. Espero no ganarme también su desaprobación. Sería terrible pasar a la historia de la familia como la Charlotte von Letteberg, de soltera von Datski, que arruinó la hacienda, o la llevó a la bancarrota, pero con suerte, y con la ayuda de Brunon, evitaré cometer errores graves.

Quiera Dios que algún día mis nietos jueguen aquí con los de Wilhelm y Paul. Irena espera un hijo para septiembre. Wilhelm y ella están en éxtasis, pero nadie podría estar más contento que mamá. Dice que sabe que Irena tendrá un niño, que asegurará la continuidad del linaje von Datski en el Reich de mil años del Führer. No puedo ni imaginarme cómo será Grunewaldsee dentro de mil años. Con suerte, igual y tan perfecta como ahora.

Confío totalmente en Brunon. Papá siempre dijo que es el mejor administrador que Grunewaldsee ha tenido en su historia. Sabe más que nadie sobre la hacienda. Me alegra que sea demasiado mayor para servir en el ejército, porque en lugar de los hombres capaces que se han alistado, nos han dado chicas del ejército de tierra y civiles polacos.

Las chicas del ejército de tierra se han alojado con las familias de los hombres que están fuera luchando. Al principio fue difícil, pero cuando las viudas supieron que les pagarían por albergarlas, estuvieron de acuerdo. Metimos a los polacos en algunas de las cabañas más viejas, que papá siempre pensó en reformar, pero, por diversas razones, nunca llegó a hacerlo. Su ración de comida es menor que la nuestra, pero yo la he aumentado. No eran ni remotamente suficientes para trabajadores del campo.

Brunon les dijo que pusieran las cabañas lo más cómodas posible, y les dio madera para reparar las puertas y ventanas, así como algunos muebles viejos que teníamos en el desván. Han hecho un buen trabajo; las cabañas tienen ahora mejor aspecto del que han tenido desde hace años.

Llevó un tiempo, pero, de momento, al menos, todo parece ir bien, aunque tengo que mantener los grupos completamente separados, porque las chicas alemanas miran con desprecio a los polacos y no pierden ni una oportunidad de denigrarlos. Recibimos una directiva del despacho del Gauleiter[12] que decía: «Todos los alemanes deben tratar a los trabajadores polacos del Reich con una actitud que corresponda a nuestra dignidad nacional y a los objetivos de la política alemana». Me sentí confusa cuando lo leí, pero Brunon dice que es una advertencia sobre que no debemos ser demasiado amistosos con los polacos. No necesitaban haberse molestado en enviarnos el papel. Apenas tengo tiempo de ver a mi propia familia.

La cosecha de este año será buena, pero no ganaremos mucho dinero, porque tres cuartas partes de la misma han sido requisadas por el ejército y tenemos que vendérselas al precio que ha fijado. Pero será un pequeño sacrificio si eso significa que la guerra acabará antes.

Han muerto muchos en Francia las dos últimas semanas, incluidos cuatro chicos de mi orquesta; Peter era uno de ellos. El querido Peter, que era tan divertido, aunque a veces resultara un fastidio y una molestia. Mamá y papá von Letteberg recibieron el telegrama hace tres días, pero murió el 30 de mayo. Fue un gran golpe para los dos, como también lo será para Claus. Mi pobre cuñado; fuimos parientes tan poco tiempo…

Aún no he explicado el motivo por el que he vuelto a coger la pluma después de todo este tiempo.

Mi hijo, Erich Peter Claus von Letteberg, nació a las dos en punto esta mañana, dos días después de que nuestra bandera pasara bajo el Arco del Triunfo y nuestros soldados marcharan por los Campos Elíseos.

El parto fue una agonía. El médico me dio tanta morfina como se atrevió, y si no hubiera sido por Minna y mamá von Letteberg, creo que habría muerto, pero cuando todo pasó y vi a mi querido hijo por primera vez, no podía creerlo. Un niño precioso, rubio, de ojos azules, tan vivo, enfadado y perfecto, y exactamente igual que su padre, o eso me aseguraron mamá y papá von Letteberg.

Vinieron en coche desde Berlín para verme en cuanto recibieron la noticia de la muerte de Peter, porque quisieron contármelo ellos mismos. Fue muy considerado de su parte, y me hizo sentir verdaderamente como hija suya. Y se quedaron cuando me puse de parto poco después de que llegaran.

Adoran al pequeño Erich. El pobre Peter murió antes de convertirse en tío. Claus ya había escrito aceptando que si teníamos un hijo llevara el nombre de mi padre, pero también lo he llamado Peter por su hermano.

Sé que Claus intentó conseguir un permiso, pero me alegró que no lo consiguiera, porque habría venido a casa a oír mis gritos llenando la mansión durante dos días con sus noches. Papá von Letteberg me dijo que no se podía prescindir de ningún soldado alemán en la gran ofensiva de Francia, pero utilizó sus influencias para telefonear a Claus y contarle que tenía un hijo. Claus dijo que ahora que los ejércitos ingleses y franceses se habían rendido y que Alemania había liberado a Europa de la presencia de las tropas aliadas, quería que sus padres y yo lo visitáramos en París. Papá von Letteberg dijo que para él era imposible, pero no para su mujer y para mí. Pobre mamá von Letteberg; lo único que quiere hacer ahora es abrazar a Erich y hablar de Peter. Lo han enterrado en Francia, así que no habrá funeral, sólo un servicio en su memoria.

En cuanto a mí, Claus tendrá que esperar hasta que vuelva a estar bien. El médico me ha advertido que como el parto de Erich ha sido tan complicado, tardaré al menos dos años en recuperarme; además, Erich es demasiado pequeño para viajar. Me alegra tener una excusa. Quizá me sienta distinta sobre ver a Claus de nuevo dentro de un mes o dos. Aunque no lo creo.

Cuando miro a mi hijo durmiendo junto a mi cama, en la cuna que usamos Greta, mis hermanos y yo, rezo por que la guerra acabe pronto y no vuelva a haber otra. La idea de que dentro de dieciocho años puedan reclutar a Erich y muera como Peter me hace desear cogerlo en brazos y ocultarlo del mundo, para que no conozca nunca el daño ni el dolor.

Un tren viajando de París a Prusia Oriental con escala en Berlín

Viernes, 23 de agosto de 1940

Regreso a Grunewaldsee tras pasar dos semanas con Claus en París. Como lo han ascendido a coronel, le resulta imposible conseguir un permiso. No me daba ninguna pena hasta que Greta llegó a Grunewaldsee a primeros de mes con Helmut Kleinert, un pariente lejano de un primo segundo de papá. Anunció que se quedarían dos semanas porque necesitaban unas vacaciones, aunque se me escapa por qué cree que merece más que los chicos del frente.

Greta estaba tan irritante y sarcástica como siempre, y cada vez que entraba en la casa o iba a las tierras, me seguía, así que al final acepté la invitación de Claus. Le dije a mamá que podía ir porque Greta estaba allí para cuidarla.

Greta conoció a Helmut en Berlín. La transfirieron al cuartel de la BDM allí en Pascua. Ella y Helmut celebraron su compromiso con sus compañeros de trabajo, lo cual me parece muy bien, dada la situación alimenticia en Grunewaldsee. A papá le habría gustado Helmut, es un joven tranquilo y agradable, pero habría odiado el anillo de compromiso tan vulgar de Greta. Me dijo que lo había elegido en persona. A mí me daría vergüenza admitirlo. No tendría el valor de llevar un diamante tan ostentoso, sobre todo estos días de austeridad en tiempos de guerra.

El padre de Helmut fabrica armamento, y ha usado su influencia para asegurar un puesto de oficinista en Berlín para su hijo, lo que significa que Helmut nunca tendrá que luchar en el frente. Greta siempre ha buscado su propio interés antes que nada, incluso que el bienestar de la Madre Patria.

Cuando dejé Grunewaldsee, me preocupaba llevar a Erich a una ciudad que podría ser bombardeada, pero simplemente hubo una alerta en todo el tiempo que estuvimos en París, y fue una falsa alarma. Me quedé con Claus catorce días… con sus noches.

Era un viaje tan largo que insistió en que sería ridículo que hiciera el esfuerzo para menos tiempo. El único motivo por el que acepté era que no quería regresar a Grunewaldsee hasta que Greta se hubiera marchado. Así podría volver a dirigir la hacienda sin preocuparme de organizar cenas formales y de entretenerla.

Si la actitud de Greta es un ejemplo de lo que sucede en Berlín, es hora de que la gente de allí se entere de lo que está pasando en el resto del país. Hay escasez de todo: comida, ropa, combustible. A veces es imposible encontrar la ración asignada de comida, y el cielo sabe que ya es bastante pequeña. Sin embargo, Greta y Helmut se comportan como si no hubiera una guerra. Suponen que tenemos reservas ilimitadas de carne, mantequilla y huevos sólo porque vivimos en el campo.

Irena me dijo que su padre tiene tan pocos trabajadores para su negocio de construcción que ha pedido a las autoridades prisioneros de guerra. A mí no me gustaría tener prisioneros ingleses y franceses en Grunewaldsee. Me daría demasiado miedo que sabotearan nuestros esfuerzos por incrementar la producción.

He escrito sobre todo el mundo excepto Claus. Lo mejor que ha salido de nuestro matrimonio está durmiendo en su cochecito junto a mí. Claus usó su rango para conseguirnos un vagón para nosotros, por si Erich entraba en contacto con gente con alguna enfermedad contagiosa. No debe de haber sido fácil, ni siquiera para un coronel. Todos los trenes están abarrotados y los permisos para viajar escasean, pero Claus, como sus padres, adora a nuestro hijo y haría cualquier cosa por protegerlo, incluso usar su rango para obtener privilegios, algo que nunca haría por mí o por sí mismo.

Por primera vez vi un toque de ternura en su rostro cuando dio un beso de despedida a Erich. Creo que tenemos un matrimonio extraño. No tiene nada que ver con el de Irena y Wilhelm. Mi hermano no ha conseguido más que dos permisos desde su boda en Navidad, pero Irena viaja kilómetros, pide que la lleven y se sienta en camiones con toda clase de hombres extraños simplemente por pasar una hora o dos con él. Cuando están juntos apenas pueden mantener las manos apartadas el uno del otro, e Irena es igual que Wilhelm en eso.

Claus siempre es formal y educado. Pero es un coronel y tienen que verlo comportándose correctamente todo el tiempo, no como Wilhelm, que sólo es teniente y puede tener una actitud más escandalosa.

Claus no estaba en la estación para recibirme cuando llegué a París, pero envió a su chófer. El sargento se disculpó y dijo que había un problema con los ingleses, que estaban bombardeando los cañones que apuntaban a sus costas. Soy demasiado educada como para decirle algo a él o a Claus, pero sabía que era una excusa.

Claus posee una suite en un precioso hotel con vistas al Sena. Tiene sala de estar, comedor privado, dos dormitorios y dos cuartos de baño. Por primera vez, Erich no durmió junto a mí. Claus había pedido al hotel que situara la cuna en el cuarto de la doncella. Me llevé conmigo a la hija de Brunon, María. Me ha ayudado a cuidar de Erich desde el día que nació, y me prometió fielmente llamarme si se despertaba, pero no lo hizo. Creo que Claus le advirtió que no lo hiciera, y ella, como todos nuestros sirvientes, le tiene pavor.

Claus, o más bien su ayudante, había sido de lo más atento. Había fruta y flores en todas las habitaciones, perfume y cosméticos en el baño, champán helado y coñac en la sala, y su chófer estaba a mi disposición para llevarme a la modista, donde Claus había abierto una cuenta para mí. Me había dejado una nota para contarme que había sacado entradas para la ópera a modo de celebración por mi primera noche en París, y que después habría una cena formal en mi honor.

Me alegró que Claus hubiera hecho esos preparativos. Es más fácil ser su esposa en público que en privado. Me bañé y me cambié de ropa, fui a la costurera y elegí una serie de trajes de día y tres vestidos de noche, uno de los cuales me arreglaron de inmediato para poder llevarlo esa velada. Luego visité la peluquería del hotel y me lavé y arreglé el pelo, y me hice la manicura. Cuando Claus llegó a la suite a las seis, estaba esperándolo vestida.

Estaba casi tan nerviosa como en nuestra luna de miel. Llevamos un año casados, pero hasta estas vacaciones sólo habíamos pasado juntos siete días con sus noches. Antes de que llegara, cogí su fotografía de mi maleta y la puse en el tocador para recordarme su aspecto. Terriblemente guapo, un poco distante, y la quintaesencia de un coronel de la Wehrmacht. Me quedé desconcertada cuando vi lo respetuosos que eran todos con nosotros. Nos abrían las puertas y la gente se inclinaba, no únicamente el personal militar alemán, sino también los civiles franceses.

Lo primero que hizo Claus fue pedir ver a su hijo. Aunque Erich estaba dormido se empeñó en despertarlo. Creía que a los hombres se suponía que no les gustaban los niños. Claus lo cogió en brazos y se le veía muy orgulloso cuando Erich empujó hacia abajo con los pies como si intentara ponerse en pie. Insistió en que era un prodigio.

No sirvió de nada decirle que el médico y Minna sostienen que todos los bebés hacen lo mismo. Después de jugar con el niño, me pidió que le acompañara al dormitorio para hablar con él mientras se bañaba y se cambiaba el uniforme por el de gala. Sabía lo que quería. No importó que ya estuviera vestida. Simplemente me agachó, de cara contra la cama, me levantó la falda, y me bajó la ropa interior.

Quizá me he vuelto una mujer de verdad, porque la idea de lo que iba a pasar fue peor que la realidad. Aún fue doloroso y humillante, un poco como los exámenes del médico cuando estaba embarazada, pero he aprendido a concentrarme en otras cosas, y nada dura eternamente. Ni siquiera eso.

El resto de la noche fue maravilloso. La ópera fue estupenda; me hizo darme cuenta de lo mucho que he echado de menos la buena música. Los oficiales compañeros de Claus fueron encantadores; la cena en el restaurante, excelente: las salsas estaban hechas con nata y mantequilla de verdad, y la carne y los pasteles estaban perfectos. Creo que nunca he bailado tanto. Todos los compañeros de Claus me pidieron que les hiciera el honor. Pero cuando la velada tocaba a su fin empecé a temer la vuelta al hotel.

Apenas dormí durante las dos semanas; Claus no me dejaba tranquila. Quiere que tenga otro hijo en cuanto sea posible. Le dije que el médico me avisó que no me quedara embarazada otra vez hasta que me recuperase completamente, pero Claus declaró que el parto y el embarazo son lo más natural para una mujer, y que si mi médico no puede cuidarme, debería mudarme a París, donde me encontrará uno mejor.

Quería alquilar una villa fuera de la ciudad, no demasiado lejos, donde pudiera visitarnos a Erich y a mí, y quedarse a veces a pasar la noche. Si no tuviera que organizar Grunewaldsee, creo que me habría ordenado quedarme con él.

Me alegra estar de vuelta a casa. No tengo ni idea de cuándo volveré a ver a Claus, pero espero que no sea antes de Navidad. Algún día la guerra terminará y tendremos que vivir juntos. Deseo el fin de la guerra, pero no pasar todos los días con Claus. La vida de casada sólo es soportable durante dos semanas. Será insufrible cuando dure para siempre.

—Ha sido una buena cena. —Laura apartó a un lado el café y cogió el coñac—. ¿Qué te gustaría hacer mañana?

—Ya te he dicho que quiero ir a ver Grunewaldsee —contestó Charlotte.

—No tenemos por qué hacerlo. He estado mirando las guías. Hay muchas buenas vistas a poca distancia en coche de Olsztyn. El castillo de Malbork, la Guarida del Lobo de Hitler, o podríamos visitar los lagos de Masuria.

—Vine aquí a ver mi antiguo hogar. ¿No crees que ya lo he pospuesto bastante? —preguntó Charlotte.

—Pues entonces iremos, pero sólo si estás absolutamente segura de que no será demasiado para ti.

—Intentaré no llorar esta vez.

—No quería decir eso —dijo Laura rápidamente.

—Ya lo sé, querida.

—Odio verte triste.

—Fui una tonta al pedirte que pararas en Bergensee de camino aquí, y más tonta aún por esperar que no hubiera cambiado. La Polonia comunista tenía prioridades más importantes que el mantenimiento de viejas mansiones.

—Podríamos preguntar a alguien por Grunewaldsee antes de ir allí —sugirió Laura otra vez.

Charlotte negó con la cabeza.

—Lo único que necesito antes de verla es una buena noche de descanso. ¿No te importa si te dejo sola de nuevo?

—Para ser sincera, en este momento no hay nada que me apetezca más que acurrucarme en la cama con un buen libro y la mitad del contenido del minibar.

—Una botella de coñac sería mejor. Mezclar da dolor de cabeza.

—¿Me estás aconsejando que me emborrache? —Laura sonrió.

—Que te pongas un poco alegre tal vez. Mereces una pequeña celebración después de acabar tu película. —Charlotte dejó su asiento—. Te veo por la mañana.

Laura se acabó el coñac y fue al vestíbulo. Apretujado entre la inevitable tienda de joyas de ámbar y un caro outlet de moda femenina, había un pequeño puesto que vendía prensa polaca y extranjera, y unos cuantos libros. La selección en inglés se limitaba a la media docena de los más vendidos en los últimos diez años. Al reconocer la sobrecubierta de El último verano, decidió que era tan buen momento como cualquier otro para retomar el libro, así que lo llevó a la caja. Por la mañana lo lamentó mucho cuando vio que se había quedado dormida en la primera página.

Lunes, 30 de junio de 1941

Ahora comprendo por qué a Claus, Paul y Wilhelm les dieron un permiso de tres semanas a principios de mes. Hace ocho días nuestras tropas invadieron Rusia, y creemos que los tres estaban entre la avanzadilla.

Ha sido un año duro. El Ministerio de la Guerra nos acosa constantemente, cada vez quiere una parte mayor de la producción, que no podemos darle, la última vez que sus funcionarios nos visitaron, se llevaron una docena de caballos. Insistieron en que eran para el transporte, pero Brunon y yo estamos convencidos de que eran para usarlos como comida. Vi a uno de ellos mirando a Elisa. Le dije que se la llevaría por encima de mi cadáver.

No tengo ni idea de cómo piensan que vamos a reemplazar el ganado y los cerdos que se han llevado. Nuestra reserva de cría ha disminuido a la mitad desde el comienzo de la guerra, las raciones de comida se han reducido al mínimo y se habla de volver a recortarlas. Nuestros «amigos» de Allenstein no ayudan. Gente que apenas conocemos nos visita ofreciendo dinero y bienes por una comida que no tenemos. Cuando trato de explicarles que no nos queda suficiente para alimentarnos tras entregar la cuota del ejército, nos acusan de vivir de lo que produce la tierra mientras todos los demás pasan hambre.

A mamá von Letteberg le pasa lo mismo en Bergensee. Como las granjas pagan un alquiler a las tierras de Bergensee, todos suponen que lo pagan en comida. Incluso el padre de Irena entrega la mayoría de los huevos que ponen las gallinas de su patio trasero. Como él dice, a donde quiera que se mire, se ven niños con grandes ojos y estómagos vacíos.

Irena y Wilhelm pasaron su permiso en la casa junto al lago con su hijita, Marianna, que nació el pasado septiembre. La llamaron así por mamá, con la esperanza de complacerla, pero la pobre mamá está peor que nunca. La mayor parte del tiempo ni siquiera recuerda que papá está muerto. Martha, Minna, Irena y yo hacemos lo que podemos, pero a menudo se niega a dejar su habitación durante días seguidos. Cuando conseguimos convencerla de que bajara a cenar con Paul, Wilhelm y Claus la noche que llegaron, empezó a llorar, entonces cogió un cuchillo y se apuntó con él. Tenemos pánico de que se haga daño.

Pasar tres semanas con Claus en casa fue una presión terrible. Pasaba la mayoría del tiempo trabajando en la granja y jugando con Erich. He llegado a la conclusión de que el matrimonio es simplemente una cuestión de pasar las noches lo mejor que pueda. Por el día no es tan malo cuando hay más gente alrededor.

Nos quedamos tres noches en Bergensee. Su madre celebró una fiesta con cena en su honor, y su padre también consiguió unos días de permiso.

Greta volvió para ver a Paul y Wilhelm. Creo que hay algo entre Paul y la hija de Brunon, María. Los vi salir juntos del granero tarde por la noche, y los dos estaban cubiertos de paja. Pasa gran parte del día montando a caballo con ella. Espero que no sea algo serio. No sería apropiado que un von Datski se casara con la hija de un administrador.

Desde que Wilhelm, Paul y Claus se han marchado, vivimos día a día, poniendo todas nuestras fuerzas en organizar Grunewaldsee, esperando y rezando por que acabe la guerra. ¿Y cuando lo haga? Claus ya ha dicho que continuará su carrera militar. Wilhelm ha decidido acabar sus estudios y establecer un bufete en Königsberg. Irena sería feliz en cualquier parte mientras esté con él. Se mudó a Grunewaldsee después de la boda, se quedó para el parto de Marianna, y no se ha ido desde entonces. Creo que encuentra reconfortante dormir en la cama de Wilhelm aunque él no esté allí, y yo estoy muy contenta de tener su compañía.

Puedo hablar con ella de cualquier cosa excepto de mi vida marital, porque ella supone que soy tan feliz con Claus como ella con Wilhelm. No puedo desilusionarla. La haría infeliz y no soporto la idea de entristecerla, sobre todo cuando es tan amable conmigo y se comporta como una hermana más de lo que Greta ha hecho o podría hacer.

Paul es el único que no ha decidido lo que hará tras la guerra. Espero que se encargue de dirigir Grunewaldsee. Estoy muy cansada, aunque de momento no puedo imaginar vivir otra vida. Si Claus permanece en el ejército, podrían destinarlo a París, o a Rusia. No dijo si querría que me uniera a él, y yo no le pregunté. A veces creo que sólo se casó conmigo para que le diera descendientes. Está contrariado porque Erich siga siendo hijo único. Ojalá fuera posible tener niños de otra forma.

Después de París pensé que podría acostumbrarme a la vida de casada; tras las tres semanas con Claus sé que nunca lo haré. Incluso Paul notó el contraste entre Irena y yo. Ella no soporta apartarse de Wilhelm ni un momento. Yo siempre estoy buscando excusas para alejarme de Claus.

Acabo de volver a leer el comienzo de este diario. Han pasado muchas cosas desde entonces. Herr Schumacher nos visitó esta mañana. El Alto Mando le ha pedido que organice un concierto para entretener a las tropas en Polonia. Quiere que me una a ellos dos semanas. Las tropas disfrutan de pocos placeres. ¿Debería ir?

Sería difícil dejar a Erich y a mamá, aunque Irena, Minna, Martha y Brunon aseguran que pueden arreglárselas sin mí. Quizás debería. Pensaré en ello.

Jueves, 13 de noviembre de 1941

Estoy tan enfadada y avergonzada. Ayer Irena y yo fuimos en coche a la ciudad para hacer algunas compras de Navidad, aunque sabíamos que habría muy poco en las tiendas. Fuimos a la confitería. Es raro ver dulces de cualquier clase estos días. El ejército se lleva mucha comida. Azúcar, mantequilla, nata y almendras son casi imposibles de encontrar a no ser que conozcas a un granjero que se atreva a arriesgarse a ser encarcelado por acaparar de más. Al final, mis ruegos llegaron a la conciencia de Herr Meyer; después de todo, estábamos entre sus mejores clientes antes de la guerra. Nos dio una pequeña caja de trufas, pero nos advirtió que no se ajustaban a sus características habituales por la pobre calidad de los ingredientes.

Cuando dejamos la tienda, Brunon nos llevó a casa de los padres de Irena. En 1934, Herr Adolf compró a los judíos un enorme terreno en el que levantó su casa y los talleres necesarios para su negocio de construcción. El cementerio judío y la sinagoga están pegados a su patio. No recuerdo la última vez que vi abierta la sinagoga. Como la mayoría de la gente, evito pensar y hablar sobre los judíos, la más leve mención hacia ellos parece sacar lo peor de alguna gente, especialmente de los chicos jóvenes.

Papá insistía en que no todos eran malos; aunque no iba tan lejos como el tío Ernst, que solía invitar a todos los judíos que podía encontrar a quedarse en su casa para molestar a las autoridades. Fue una bendición que el tío Ernst muriera en 1938. Si no, habría logrado meter a toda la familia en graves problemas.

Papá me dijo que lamentó tanto como yo cuando Ruth, Emilia y mis amigas judías fueron expulsadas del colegio en 1935 junto con todos los demás judíos a los que ya no se les permitía estudiar. Eran buenas amigas, y a papá nunca le importó que las visitara o que las invitara a Grunewaldsee, pero no había oído hablar de ellas desde que cumplí diecisiete años, y papá me advirtió que no sería prudente invitarlas a la fiesta de mi decimoctavo cumpleaños.

Como todos los negocios judíos de la ciudad han sido tomados por alemanes, no había visto judíos por las calles. Supuse que estaban intentando mantenerse fuera de problemas. Se ha hablado de reubicarlos en África o Madagascar, o darles su propia tierra natal en el Este. No estaba segura de si las familias de Ruth y Emilia se habrían marchado ya, pero hoy las vi por primera vez desde hacía más de tres años.

Brunon tuvo que parar el coche cuando entramos en la calle de Irena, porque la calzada estaba bloqueada por un convoy de camiones aparcado delante de la sinagoga. Soldados y oficiales de las SS daban vueltas, Georg entre ellos. Típico de él unirse a un nuevo regimiento con tan terrible reputación. Estaba pavoneándose con sus botas y su uniforme gris, como un gallito que se cree el amo del corral.

Los soldados sacaban a montones de niños y chicas de la sinagoga. Había tantos que no podía imaginar cómo se habían apretujado todos allí, porque no es un edificio muy grande. La mayoría eran guapos, con pelo rubio y ojos azules, nada que ver con los horribles judíos feos de los carteles. Algunas de las chicas mayores llevaban bebés, y entonces vi que Georg estaba apuntando con una pistola a Ruth y Emilia.

No podía creerlo. Estaba en la misma clase que nosotras en la guardería; había tocado en la orquesta con Ruth y Emilia hasta que tuvieron que dejarla. A pesar del frío, bajé la ventanilla.

Sé que Ruth me vio porque gritó mi nombre y empezó a correr hacia el coche, pero Irena me agarró de la manga y susurró: «Por Dios, cierra la ventanilla. Piensa en los niños si no piensas en ti misma».

Georg golpeó a Ruth en la sien con la pistola. Ella se tambaleó, obviamente herida, pero él la obligó a volver a la fila. Nos sentamos allí viendo a los soldados pegar y patear a las muchachas y a los niños, y meterlos en los camiones, durante lo que parecieron horas, aunque cuando luego miré el reloj únicamente habían sido diez minutos. Y todo el rato Marianna durmió e Irena mantuvo las manos sobre los ojos de Erich para que no viera lo que estaba pasando. Él creía que estábamos jugando a las escondidas.

Después de que Irena subiera la ventanilla, nos sentamos en silencio. Ni ella ni Brunon dijeron una sola palabra, aunque estoy segura de que Irena reconoció a Ruth y a Emilia igual que yo.

El primer camión se marchó, y sacaron al rabino y a algunos ancianos del edificio. En ese momento los SS hicieron señas a Brunon para que se moviera. Cuando miré atrás vi al rabino tirado en el suelo y a los soldados pateándolo. Estaba cubierto de sangre.

Supongo que los SS estaban enfadados porque había ocultado a muchos niños en la sinagoga. ¿Estaba intentando salvarlos de la deportación? ¿Por qué molestarse, si pueden tener su propio país? ¿Y por qué pegarle? Era anciano; no podía defenderse ni herir a ninguno de ellos. Los soldados se reían como si disfrutaran lo que estaban haciendo, y Georg era el que se reía más alto.

Intenté hablar con Irena sobre ello, pero no dijo ni una palabra, y cuando vi que estaba tan impresionada como yo, no insistí. Mi vida sólo han sido secretos desde que Herr Schumacher dijo que no debíamos hablarle a nadie sobre nuestro alojamiento en Rusia. No puedo confiar a ninguna persona mis sentimientos sobre Claus o nuestro matrimonio, y ahora esto.

¿Cómo pudo Georg pegar a Ruth? ¿Cómo pudieron él y los demás soldados ser tan crueles? ¿Cómo puede alguien golpear a un anciano indefenso mientras sangra?

La madre de Irena nos estaba esperando con café y pastelitos, pero yo no podía comer nada. Sentía náuseas. Algunas de sus ventanas daban a la sinagoga. ¿Cómo podía ignorar lo que estaba pasando?

Odio la guerra. Odio que no se me permita ser amiga de Ruth y Emilia. Odié ver que se las llevaba a punta de pistola un idiota como Georg, y odio vivir con todas estas mentiras y no poder decir lo que quiera; y tener que contarles siempre a todos que echo de menos a Claus cuando no es verdad.

Quizás estoy siguiendo al tío Ernst. Nunca le importó lo que la gente dijera sobre él o sobre sus opiniones. Por primera vez, comprendo por qué discutía contra la política de pureza racial del Führer. Una cosa es estar orgulloso de ser alemán, y otra es ver cómo patean a los judíos y se los llevan a punta de pistola. Sobre todo cuando son amigos tuyos.

¿Pero volverán a pensar Ruth y Emilia que soy su amiga, cuando las he ignorado y he permitido que Irena subiera la ventanilla para no escucharlas?

Aunque intenté unirme a la conversación en el café de la tarde, no pude fingir estar contenta. Me alegró que llegara la hora de volver a casa. Mientras la doncella nos ayudaba a ponernos los abrigos, regresó Herr Adolf. Llamó a Brunon para que subiera de la cocina, donde había estado tomando el té con la secretaria de Herr Adolf, y luego, con Frau Adolf, nos acompañó al coche. El aire frío resultaba agradable tras el calor de la casa. Herr Adolf empezó a hablarnos de los curiosos ruidos que habían oído en el cementerio judío detrás de la casa por la noche tarde y a primeras horas de la mañana.

Únicamente un muro bajo separa parte del jardín de los Adolf del cementerio judío. No es una buena zona, pero Irena me dijo que era el único sitio en que su padre pudo comprar suficiente tierra como para construir una casa, oficinas, todos los talleres y garajes, y lo demás que necesitaba para su empresa. Me había preguntado cómo pudo permitirse comprar un terreno tan grande y abrir un negocio, cuando tan sólo siete años antes estaban viviendo en una casa alquilada y trabajaba para otra persona. Ahora creo que lo compró a un precio inferior al suyo a unos judíos que se vieron obligados a vender por las leyes raciales que les prohibían poseer tierras y negocios.

Herr Adolf me abrió la puerta del coche, pero insistí en oír más sobre los ruidos extraños. Me imaginé a los SS que volvían por la noche tarde a enterrar a Ruth y Emilia. Herr Adolf bajó la voz y me contó que los ruidos era de gente abriendo tumbas, no para ocultar cuerpos o robarlos, sino para esconder propiedades de valor. Frau Adolf cree que es porque la ley no permite que nadie saque más de diez marcos fuera del Reich. Los judíos que van a ser reubicados quieren guardar sus propiedades con la esperanza de que se les permita regresar después de la guerra para reclamarlas. ¿Pero les dejarán volver?

Recuerdo uno de los discursos del Führer antes de la guerra. No le presté mucha atención en aquel momento, pero Wilhelm sí. Y escuché que Paul y él hablaban después sobre ello con el tío Ernst: «En caso de guerra, el resultado no será la bolchevización de esta tierra, y por tanto la victoria del judaísmo, sino la aniquilación de la raza judía en Europa».

¿Significa «aniquilación» el aprisionamiento y la deportación de todos esos niños y chicas como Ruth y Emilia? ¿O, después de lo que vi que le hacían los SS al rabino, quizá incluso algo peor? ¿Por qué nadie pregunta nada o intenta detenerlo?

No importa lo que los judíos hayan hecho, seguro que las jóvenes como Ruth y Emilia no merecen ser golpeadas y obligadas a subir en camiones por chicos como Georg, que luego se ponen a pegar a ancianos. Muy valiente por su parte elegir a gente demasiado débil para defenderse. Hablaré con Paul y Wilhelm sobre eso cuando vuelvan a casa de permiso.