32

Y entonces estoy despierta, y es como si no hubiese cambiado nada. La batalla continúa encarnizada a mi alrededor. Puedo oírla. No quiero tener que verla.

Estoy boca abajo en el suelo, rodeada de agua y tierra; incluso puedo saborear la suciedad húmeda y arenosa en mi boca. La gente pasa corriendo a mi alrededor, supongo que me dan por muerta.

Debería estar muerta.

He recibido una descarga de energía mística en pleno pecho. La sensación ha sido como el contacto con un místico, multiplicado por el infinito: el rayo brillante que me alcanza directamente en el pecho.

Que se abre paso a través de mí.

Que me atraviesa con una corriente galvanizadora.

Que me enciende, abriéndome los poros como si estuvieran iluminados, pulidos con un brillo verde letal.

No estoy muerta… ¿verdad?

Oigo voces que gritan:

—¡Tailor, a tu espalda!

—¡Elissa, Elissa!

—Oh, Dios, Derek, ¿puedes oírme?

Entreabro los ojos: unas botas se mueven a mi alrededor, pasan por encima de mí. Huele a barbacoa, y sé demasiado bien de dónde procede el olor a chamuscado.

Lentamente, ladeo la cabeza para sacar la boca del agua e inspiro hondo. Espero para ver si me duele algo. Mis brazos se resienten, pero por lo demás estoy bien. Abro los ojos y, a unos centímetros de mí, reconozco la hebilla de plata de un par de zapatos.

Thomas. De pie junto a mí.

Inclino el cuello para ver a Thomas luchar. Contra Hunter.

Hunter tiene el brazo extendido y está usando su energía para crear una barrera que desvíe las balas que Thomas le está disparando. De las puntas de sus dedos surgen pequeños rayos que forman un escudo de energía translúcida que maneja como si fuera un antiguo caballero.

—¡Vamos, Foster! —Hunter está gritando. Lleva el pelo alborotado y tiene las mejillas rojas—. ¿Eso es todo lo que tienes?

Thomas ignora sus pullas mientras ve cómo las balas siguen rebotando contra el escudo, alcanzando a la gente detrás de mí o alojándose en los muros del túnel.

—¿Demasiado nenaza para luchar como un hombre? —grita Thomas—. Ah, es verdad…, en realidad no eres un hombre, ¿no?

Hunter se enfada; puedo ver cómo sus rasgos se contraen, cómo se le tensa la frente. Por suerte, sigue sosteniendo el escudo. «Vamos, Hunter —pienso—. No dejes que te afecte.»

Frustrado, Thomas dispara otra serie de balas.

Hunter flexiona las puntas de los dedos y el escudo adquiere un verde más claro. Esta vez, a escasos centímetros de alcanzar el escudo, las balas se vuelven dúctiles y se funden cayendo al agua del suelo.

Thomas niega con la cabeza.

—¿Qué de…?

—¿Demasiado calor para ti, Foster? —vocea Hunter, con una sonrisita.

Siguen así unos minutos más, moviéndose en círculos, serpenteando entre los demás místicos y hombres; solo tienen ojos el uno para el otro.

—¡Vamos! —grita Thomas.

Hunter salta por encima de un cuerpo caído, y veo cómo su escudo empieza a titilar.

La luz verde vibra momentáneamente, luego desaparece por completo.

Hunter tiene una expresión de horror en el rostro. Thomas aprovecha la ocasión para dispararle, pero el cargador de su pistola está vacío. Lo expulsa tranquilamente e introduce uno nuevo.

Hunter cierra los ojos, levanta las manos y el escudo aparece de nuevo, rodeándole como una burbuja, pero luego se desvanece.

Se está cansando. No será capaz de mantener esta situación mucho tiempo.

—No te queda mucho, ¿verdad? —se burla Thomas, los labios curvados en una sonrisita.

El escudo de Hunter vuelve a desaparecer; él trata de reavivarlo, pero no puede. Thomas se ríe con ganas.

En la distancia veo a mi hermano luchando contra una mística. No veo a mi padre, pero no me lo imagino adentrándose en el corazón de la batalla.

Intento no llamar la atención sobre el hecho de que sigo viva hasta que decida mi próximo movimiento.

—Ya no tienes escapatoria, místico —oigo que le dice Thomas a Hunter, cuyo rostro está transfigurado por el miedo.

Thomas le tiene arrinconado contra un muro, apuntándole con el arma a la cabeza. Mi guapo y valiente Hunter… tengo que salvarle. Tengo que ayudarle.

Echo un vistazo a mi lado, donde ha caído uno de los hombres de mi padre, los ojos cerrados, muerto. Empuña una ametralladora. Si consigo hacerlo bien, tendré un instante —un solo instante— para coger el arma y abatir a Thomas. Si él me ve primero, me disparará él a mí. Y luego disparará a Hunter.

No puedo fallar.

Respiro hondo, y me preparo mentalmente para lo que tengo que hacer.

«Un, dos, tres», cuento en mi cabeza. Y me lanzo.

Cojo la ametralladora de las manos del muerto. El arma viene a mí con facilidad, como si estuviera destinada a empuñarla.

Entonces me pongo en pie de un salto, apuntando a Thomas por la espalda con el cañón del arma. No quiero matarlo, pero tengo que hacerlo. Sin duda él no piensa mostrar ninguna piedad… Si espero más, perderé a Hunter.

—¡Para! —grito.

Confundido, Thomas se vuelve para mirarme. Abre la boca para hablar, pero, antes de que pueda hacerlo, cierro los ojos y acciono el percutor.

El sonido resulta ensordecedor.

No lo suelto hasta que el retroceso del arma me obliga a dejarla caer. El agua me empapa el pelo y la cara, pero Thomas ha caído junto a mí, con los ojos abiertos de la sorpresa.

De repente la tierra a mi alrededor empieza a desplazarse.

—Aria —dice Hunter. Tiene el rostro cubierto de suciedad y sudor, pero nunca le he visto tan guapo—. Tenemos que salir de aquí. Van a activar una bomba.

Escupo agua sucia, marrón.

—¿Quiénes?

—Los hombres de tu padre… Les he oído hablar de ello. Vamos.

Hunter me coge del brazo y consigo recuperar el equilibrio.

Mi mirada se posa en Patrick Benedict, que está empapado en sangre y lleva un arma enfundada en el pecho. Está más adentro, donde el suelo de los túneles aún no se ha inundado, con los pies en el travesaño inferior de la escalera.

Se agacha y coloca ambas manos en el suelo.

Inmediatamente, la tierra se ablanda, como arenas movedizas, y empieza a hervir. El contacto con Benedict hace que se agite y fluya, irradiando un suave resplandor amarillo.

Cerca de una docena de los hombres de mi padre se sumergen en el suelo fundido hasta la cintura. Gritan horrorizados. Cuando Benedict retira las manos, el suelo vuelve a solidificarse.

Sus gritos acaban de forma abrupta.

Me doy cuenta de que es porque están muertos.

Benedict me mira con aire triunfal. Entonces veo a Elissa aparecer por detrás de él.

Le apunta con la pistola.

Y dispara.

La bala alcanza en la nuca a Benedict, que se cae de la escalera, desplomándose en el suelo.

El agua mana ahora desde un túnel lateral, bañando los cuerpos, y Benedict se ve arrastrado por ella y desaparece bajo las turbias corrientes.

Entonces se produce una explosión ensordecedora.

Tiembla el suelo.

Los muros de los túneles empiezan a caer sobre sí mismos.

Las pasarelas se retuercen y se doblan, chirriando hasta romperse. Las escaleras caen al agua. Trozos del techo comienzan a desprenderse y caen como una lluvia mortal.

Todo el mucho grita. Chilla.

—Vamos —me dice Hunter. Turk también está allí.

—Pero Benedict…

Hunter niega con la cabeza.

—Tenemos que irnos, Aria. Ya.

Tira de mí de vuelta hacia el corredor y nos dirigimos al andén por el que hemos entrado. Las pasarelas han quedado inservibles, así que chapoteamos por el agua, tratando de ponernos a salvo antes de que los túneles se llenen y se desmoronen completamente.

Aquí no hay ganadores.

Escupo agua, me la aparto de los ojos.

«Violet Brooks, la esperanza mística, está muerta.»

Hunter me coge la mano y tira de mí por el tramo de escaleras hasta el andén.

«Patrick Benedict ha desaparecido.»

El suelo está cubierto de cadáveres. Por un momento tengo miedo de verme arrastrada. Hunter y Turk me alcanzan los brazos.

«He matado a Thomas.»

Cierro los ojos y dejo que me lleven lejos de allí.

Las calles retumban con el sonido de miles de sirenas. Antes de que consiga orientarme, Hunter me empuja hacia una calle lateral, fuera de la vista; nos quedamos de pie bajo un toldo negro, tratando de encontrar sentido a todo lo que ha ocurrido mientras Turk ayuda a atender a un grupo de místicos heridos.

Lo que queda de mi ropa está empapado, y la piel de Hunter está fría y pegajosa. Apoya su cabeza contra la mía, al tiempo que me atrae entre sus brazos e intenta hacerme entrar en calor.

—Los túneles secretos —consigo articular—. Están destrozados.

—Chisss —repone Hunter—, no te preocupes. Aria, estamos vivos. —Acerca sus labios a mis oídos—. Tú y yo. Juntos. Ahora mismo no importa nada más.

Guardo silencio mientras escucho el sonido de nuestra respiración. El aire es caliente, pero aun así supone un cambio agradable frente al suplicio de los túneles. Noto el guardapelo contra el pecho y pienso en todo lo que hemos pasado Hunter y yo. Tiene razón: el revés de lo que acaba de ocurrir es algo con lo que tendremos que lidiar el resto de nuestras vidas.

Atraigo la cara de Hunter a la mía. Pese a que sabe a sangre y a lágrimas y a sudor, no quiero que deje de besarme. Y entonces me echo a llorar… porque está aquí. Conmigo. Después de todo esto, incluso cuando todo aquello por lo que hemos luchado está en peligro, seguimos teniéndonos el uno al otro.

Está lloviendo de nuevo, y las gotas que caen se mezclan con mis lágrimas hasta que ya no las distingo. Puede que no tenga familia, pero tengo mis recuerdos.

Y entonces siento que se me doblan las rodillas.

—Hunter… —jadeo al sentir un dolor punzante en el costado.

Él separa sus labios de los míos y me mira muy preocupado.

—¿Aria? —dice en voz baja, asustado.

—Te quiero —le digo.

Hunter me recoge en sus brazos justo cuando el mundo parece cerrarse en torno a mí.