Para cuando descendemos a las Profundidades, el sol se ha escondido del todo y el cielo aparece amoratado, con matices de color violeta y azul.
—Aún no entiendo qué está haciendo ella aquí —dice Turk por encima del rugido de su moto.
Cruzamos una serie de puentes a toda velocidad y avanzamos junto al canal de Broadway. La mayoría de las tiendas ya están cerradas, pero quedan algunas personas pululando por las calles y pasarelas que se arrojan al agua para apartarse de nuestro camino; no es momento de conducir con precaución. Quién sabe lo que mis padres le están haciendo a Hunter, cuánto le queda de vida. Tenemos que salvarle.
Elissa Genevieve se agarra a mi cintura con más fuerza.
Cuando la hemos recogido, Turk prácticamente se ha negado a hablar con ella.
—Trabaja para el enemigo.
—No, no lo hace —le he dicho—. Está trabajando para ayudaros desde dentro, igual que Benedict.
Elissa ha asentido.
—Sí, ¡él y yo trabajamos juntos!
Ha acudido con su larga melena recogida en una sobria coleta y el rostro desprovisto de maquillaje. Le había enviado un mensaje para que se reuniese con nosotros en el Círculo de las Atalayas y explicarle lo que había ocurrido. La he invitado a venir con nosotros. Para que nos ayude.
—No te he visto nunca en los túneles —ha dicho Turk con aire escéptico.
—Me han drenado —ha contestado Elissa. Vestida completamente de negro (pantalones de lycra y camiseta ajustada), parecía preparada para luchar—. Ya no tengo acceso.
—Ella me ha ayudado —le he explicado a Turk—. Me enseñó lo que ocurre en la sala de drenaje. Está de nuestro lado, Turk.
Turk se ha rascado la frente.
—No tenemos tiempo para discutir esto. Si Aria confía en ti, entonces yo confío en ti. —Ha pulsado un botón oculto bajo el manillar de la moto, y el asiento se ha extendido sin hacer ruido, dejando espacio para todos.
Casi. Ahora estoy estrujada entre Turk y Elissa; prácticamente puedo sentir cómo se me recolocan los órganos. La bruma que desprende el canal es densa y pesada, y gira en torno a nosotros en forma de volutas grises, como el humo de un puro enorme.
Cuando llegamos a la calle Cincuenta, Turk reduce la velocidad. Times Square está a solo unas manzanas, y queremos que nuestra presencia pase inadvertida.
Empieza a llover. Al principio llovizna, luego gruesas gotas me salpican la cara y me empapan la ropa.
—Mierda —dice Turk.
La luz blanca de los faros de la moto hiende la niebla, lo que nos permite ver, pero solo hasta donde incide el haz de luz. A nuestro alrededor, la lluvia, la oscuridad y el calor de la noche me lamen como la lengua de un perro, haciéndome que me sienta cansada y desaliñada.
Me peino el cabello hacia atrás con los dedos y me seco las mejillas. No hay tiempo para el cansancio. Lo único en lo que puedo pensar es en Hunter.
Avanzamos alrededor de una manzana más; luego Turk se detiene frente a un grupo de edificios en ruinas y apaga el motor.
—A partir de aquí deberíamos ir a pie. Es menos llamativo.
Elissa desciende de la parte de atrás de la moto, y puedo volver a respirar. Me tiende la mano para ayudarme a bajar. Turk empuja la moto hasta una vieja boca de incendios. Desenrosca la cadena del cuadro y la ata a esa toma de agua.
Cuando acaba, nos busca en la oscuridad; prácticamente lo único que consigo ver es el blanco de sus ojos.
—Hay una aguja por aquí cerca —dice—. Debería haber más luz si seguimos avanzando.
Caminamos juntos en silencio. Me agarro de la camiseta de Turk y le sigo. Espero que sepa adónde va. Oigo los crujidos a medida que piso pedazos de pavimento roto, una botella de refresco vacía. No alcanzo a ver el canal de Broadway, pero sé que está cerca; oigo el agua que choca contra el cemento y huelo el hedor nauseabundo y salado.
Avanzamos una o dos manzanas más y giramos a la derecha, pasamos por un puente y vemos una aguja en la distancia. Su luz cubre la zona con un brillo iridiscente. La energía familiar que contiene gira y se ondula en blanco-amarillo-verde, blanco-verde-amarillo. Presto atención en busca de alguna señal de Hunter, de mis padres, pero lo único que oigo son las voces amortiguadas de los transeúntes a lo lejos, nuestros pies al arrastrarse, y el latido salvaje de mi propio corazón.
El barrio parece abandonado. Las calles están llenas de basura; los escaparates de las tiendas, cubiertos de grafitis o hechos añicos. Esta zona está abarrotada de edificios, que se superponen como dientes torcidos. Las ratas corretean llevando trozos de papel y comida podrida. Más adelante, marquesinas descoloridas cuelgan tristemente de teatros abandonados, las bombillas rotas o inexistentes, las ventanas hechas pedazos.
—En su día, esto fue el centro de la ciudad —explica Turk cuando pasamos por un gran cruce de avenidas.
Colgada de un poste en uno de los puentes hay una señal verde en la que se lee CALLE CUARENTA Y DOS. Veo la entrada a la vieja estación de metro; la más grande con la que me he encontrado hasta ahora. Sobre la entrada hay unos círculos de diferentes colores, rojo, amarillo, azul, cada uno con un número descolorido en su interior.
Me vuelvo para asegurarme de que Elissa está bien. Esta mira a su alrededor con suma atención, los ojos desorbitados, como si buscara a alguien. Nuestros ojos se encuentran y por un segundo parece culpable; luego se relaja y me dirige una sonrisa tensa.
—¿Tenemos que bajar por ahí? —Señalo la boca de metro, que está sellada con bloques de cemento unidos con vigas de acero. Parece absolutamente impenetrable. Busco los postes verdes, como los que había cerca del puerto de South Street, pero no veo ninguno. Me pregunto cómo vamos a entrar.
Turk niega con la cabeza.
—No. La entrada está ahí. —Señala unos edificios más allá: yo no veo nada salvo una señal sucia y enorme a media manzana de distancia aproximadamente. En algún momento probablemente fuera blanca, pero de eso hace muchos años. Ahora es de un beige mugriento, con unas grandes letras rojas, TKTS, donde antes vendían los billetes.
—¿Ahí?
Turk asiente.
—Vamos. Pero cuidado. —Se adelanta un poco y nos hace un gesto para que lo sigamos; tras él, nos apoyamos contra uno de los edificios. Por encima de nosotros hay un toldo que nos proporciona la sombra que tanto necesitamos: en el centro de Times Square hay luz, más luz de la que había previsto. Tendremos que permanecer en los márgenes para que no nos vean.
Turk escucha atentamente, luego me indica que sigamos. Me aseguro de no pisar nada que pueda romperse y delatarnos. Cuanto más nos acercamos al letrero de TKTS, más voces oigo. Miro hacia el centro de la plaza.
Y es entonces cuando lo veo. Unos metros más allá.
—Vamos, chico —dice alguien.
Hunter tiene la cabeza gacha y los brazos esposados a la espalda. Camina con la espalda encorvada, arrastrando los pies como si le resultase doloroso. Le flanquean dos guardias, y Stiggson y Klartino les siguen justo detrás. Mi padre y George Foster caminan escoltados unos pasos por delante, junto a Thomas, Garland, Kyle y Benedict. No está ninguna de las mujeres.
Me tapo la boca para que no puedan oír mi jadeo.
Le doy un golpecito a Turk en la espalda y nos detenemos. Elissa también.
—¿Qué ocurre? —le pregunto.
—Chissst —replica Turk.
Nos apretamos tanto contra el edificio que noto las marcas de los ladrillos en mi espalda y en las palmas de mis manos. Desde este ángulo, alcanzo a ver a Hunter y a la banda de mi padre, pero, a menos que giren en la esquina y se den de frente con nosotros, deberíamos quedar fuera de la vista.
Observamos cómo los guardias tiran de Hunter hacia uno de los edificios con una puerta dorada descolorida. Las ventanas están cubiertas de mugre.
—¿Es esta?
Hunter estudia la puerta por un segundo. Su rostro está tan magullado que apenas se le reconoce. Tiene la frente abierta, las mejillas rojas e hinchadas. Lleva el pelo apelmazado por la sangre y pegado a la frente por el sudor. Siento como si me retorcieran el estómago. Creo que podría vomitar.
—No lo recuerdo —murmura Hunter.
Mi padre se acerca lentamente a él y le levanta la barbilla con un dedo. Lleva la camisa arremangada, con lo que deja al descubierto sus gruesos antebrazos y músculos marcados. Hunter trata de apartar la mirada, pero mi padre le coge de la mandíbula.
—Mírame —le ordena.
Se miran el uno al otro por un segundo, luego Hunter escupe a mi padre.
En cuanto el escupitajo le toca la frente, mi padre ataca. Echa el brazo hacia atrás y le propina un puñetazo en el estómago, luego en la cara. Su puño entra en contacto con la barbilla de Hunter con un ruido sonoro.
Hunter se dobla sobre sí mismo, y vomita sangre y bilis, y lo que quiera que contenga su estómago, sobre el pavimento.
—¿Listo para dejarte de gilipolleces y enseñarnos dónde está la entrada? —pregunta mi padre.
Hunter no contesta. Tiene el labio partido —puedo verlo desde aquí—, y sus ojos parecen apagados, sin vida.
—No veo —susurra Elissa detrás de mí. Echa el peso de su cuerpo hacia delante y da una patada a algo tras ella, ¿una botella de cristal vacía? No lo sé, pero produce un ruido que alerta a todo el mundo de nuestra presencia.
Se me pone todo el cuerpo en tensión, y contengo la respiración. Turk tiene los ojos muy abiertos. Está alerta, nervioso.
Los guardias husmean en el aire como perros adiestrados, y veo que mi padre gira la cabeza alrededor. Kyle, que se encuentra a unos pasos de Hunter y le apunta con la pistola, se vuelve.
—¿Quién anda ahí? —grita.
Elissa me aprieta la mano, y yo aprieto la de Turk. Estoy tan asustada. Quizá si no hacemos ruido…, ningún ruido…, nos ignoren.
Justo entonces alguien cruza tambaleándose el puente del otro extremo de la plaza. Un hombre, por lo que parece, con una botella en la mano. Dobla en la calle en la que están mi padre y los demás, y se queda paralizado.
Kyle dispara.
La bala se aloja justo en la frente del hombre. La botella cae y se estrella contra el suelo, y el hombre se desploma en el pavimento como una marioneta abandonada.
—Algún borracho —dice Kyle.
Mi padre y sus secuaces, tranquilos tras haber encontrado la fuente del ruido, empujan a Hunter hacia otro edificio en ruinas. Hunter mira en nuestra dirección, y por un instante veo un destello de vida en sus ojos.
Sabe que estamos aquí.
Espero con todo mi corazón que lleve a mi padre lejos de aquí.
Y entonces, como si pudiera oír mis plegarias, Hunter abre la boca ensangrentada y dice:
—Vale, os llevaré. Es por este callejón.
Señala en la dirección contraria al letrero, y sé que está mintiendo, tratando de ganar tiempo para nosotros. Los matones le apuntan a la espalda con sus pistolas, empujándole; sus figuras se hacen más pequeñas a medida que se alejan.
Turk nos guía lejos de la esquina, permanecemos muy juntos. Entonces por fin me suelta la mano.
—Mientras Hunter los distrae, necesitamos bajar a los túneles y conseguir refuerzos. Podemos superarlos en número. —Turk señala el letrero de TKTS—. ¿Veis el edificio gris justo debajo del letrero? —Asentimos—. Ahí está la entrada. Rescataremos a Hunter y volveremos a desaparecer en los túneles, donde podemos planear nuestro próximo movimiento.
—Parece un plan —digo, aliviada por tenerlo.
—Yo nunca he bajado por ahí —dice Elissa, y hace un gesto hacia los bloques de cemento. No se disculpa por haber hecho ruido, por conseguir que casi nos maten. Las luces y sombras de Times Square juguetean sobre su rostro, haciendo que parezca más vieja de lo que es—. ¿Cómo voy a entrar yo?
Turk pone los ojos en blanco; estoy segura de que desearía que Elissa no estuviera aquí. Se pasa una mano por el pelo. La lluvia le ha chafado la cresta, que se inclina hacia un lado.
—Aria tiene una llave maestra.
Alzo la mano y muevo el dedo en el que llevo el anillo. Es la única parte de mi cuerpo que permanece caliente. Los ojos de Elissa destellan al entenderlo.
—Tendrás que cogerle de la mano cuando la use —le indica Turk—. Deberíais poder entrar las dos así. Yo voy a quedarme aquí, para asegurarme de que no le hacen demasiado daño.
—Pero yo no sé dónde está nada ahí abajo —digo—. No estoy segura de si podría encontrar el apartamento de Hunter sola. ¿Y si me pierdo? Además, ¿quién me va a escuchar a mí? Id vosotros dos. Me quedo yo y estoy pendiente de Hunter.
Turk niega con la cabeza.
—De ninguna manera, Aria. No pienso dejarte sola aquí arriba. —Suspira—. Entonces iremos todo juntos, esperemos que mientras tanto no le pase nada a Hunter.
—Pues vamos —dice Elissa con seguridad, al tiempo que se yergue.
Esperamos el momento perfecto para movernos. En cuanto el grupo de mi padre está fuera de la vista, Turk nos hace un gesto con la mano y susurra:
—¡Ahora!
Salimos a toda prisa de las sombras protectoras, damos una zancada por encima de un montón de adoquines rotos y corremos por un puente alto y ancho que atraviesa el canal. Ante nosotros se encuentra enseguida la entrada, justo debajo del letrero descolorido. Como todas las viejas bocas de metro, esta también se halla sellada con hormigón armado.
Entonces veo un poste largo y fino, prácticamente oculto tras el muro de hormigón. Está hecho de metal y coronado por una pequeña esfera verde. En algún momento debió de ser decorativa, pero ahora se ha fusionado con el acero, está doblada, de modo que, si no la estuvieses buscando, no la encontrarías.
—La esfera —digo—. Es una versión más pequeña de las que había en el puerto.
Extiendo el brazo para tocarla cuando oigo un disparo.
Miro por encima del hombro, y veo a Turk tendido en el suelo, con las manos en el pecho. Una mancha de sangre va extendiéndose en su camiseta y se le cuela entre los dedos. Tiene el rostro congelado del shock.
—¡Elissa, cuidado! —digo, pero entonces veo la expresión de su rostro: está sonriendo, su sonrisa es oscura, perversa.
Y luego veo la pistola en su mano.
Es ella quien ha disparado a Turk.
Antes de que pueda reaccionar, Elissa me agarra la mano y retuerce el anillo que me ha dado Turk: la llave maestra.
—Elissa, ¿qué estás haciendo? Pensé que…
—Pensaste mal —se burla, y se echa a reír con aire triunfal—. Trabajo para tus padres y los Foster cazando rebeldes. Ese es mi verdadero trabajo. Nadie, ni siquiera Patrick, sabe la verdad. —Inspira hondo.
—¿Cuánto tiempo llevas haciendo esto? —pregunto, tratando de que siga hablando, con la esperanza de que se me ocurra algo, cualquier cosa, que me permita escapar.
—¿La Conflagración? —dice Elissa—. La bomba era mi proyecto preferido, fue fabricada con mi propia energía.
Ahora todo cobra sentido: fue Elissa quien se volvió contra su propia gente por beneficio personal, a quien mis padres concedieron un puesto en las Atalayas y a quien contrataron para perder de vista a los místicos. Entonces debía de tener veintipocos años, y lleva trabajando para mi familia desde entonces.
Elissa vuelve corriendo a la calle.
—¡Tengo la llave maestra! —Sostiene el anillo por encima de su cabeza como un trofeo—. ¡Y he encontrado el acceso!
Me da un vuelco el corazón. Me han traicionado. A Turk le han disparado. Y ahora yo estoy a punto de morir.