—¿Tú otra vez?
La incredulidad en la voz de mi padre resulta innegable. Ni siquiera está gritando, por lo que sé que está realmente enfadado, aunque sus mejillas han perdido una parte del rubor de antes. Tiene las espesas cejas juntas, y su mirada es turbia y confusa. Un leve velo de sudor le cubre la frente.
Saca su revólver.
—¿Cuántas veces tengo que matarte?
Hunter permanece inmóvil en medio de la habitación, con las manos a los costados. El silencio es sobrecogedor. Entonces se encoge de hombros y dice:
—¿Siete? Supongo que tengo más de gato de lo que me gustaría reconocer.
Nadie se ríe. Los guardaespaldas avanzan un paso a la vez. La expresión de George y Erica Foster, más atrás, es de extrañeza, mientras que mi madre da la impresión de haberse atragantado con algo. También están Benedict y Kyle —Kyle de brazos cruzados, y Benedict tratando de hacerme señas sobre algo que no entiendo—, y por detrás de ellos atisbo a Garland y a Thomas en el vestíbulo.
Está toda la banda.
—¿Dónde está Davida? —pregunta mi madre. Señala a Hunter con el dedo—. ¿La has matado, místico?
—Por supuesto que no —responde él—. Yo no soy el violento.
—No le hables así a mi esposa —interviene mi padre, que apunta a Hunter con el cañón de su revólver—. Es más, no le dirijas la palabra. ¿Cómo te atreves a aparecer por mi casa, después de todo lo que le has hecho a mi familia…?
—¿Y qué hay de lo que me habéis hecho vosotros a mí? —replica Hunter. Levanta los brazos—. Dejad que Aria y yo nos marchemos y os dejaremos en paz para siempre.
—Yo no negocio con místicos —dice mi padre con un gruñido.
Hunter vuelve la vista hacia el balcón, como si pudiera echar a correr y saltar por él.
—No lo hagas —le susurro—. Es demasiado arriesgado.
—¡Basta! —grita mi padre—. Esto ya ha durado suficiente. Se te da bien no dejar rastros, eso te lo concedo. Te buscamos por toda la ciudad y no te encontramos. Estaba seguro de que por fin te habíamos pillado esa noche en las Profundidades. No tengo ni idea de cómo has conseguido volver de entre los muertos, místico, pero esto va a acabar para siempre. Aquí. —Quita el seguro de su revólver—. Ahora.
Me arrojo delante de Hunter.
—No —digo, extendiendo los brazos. Ahora que sé que Hunter está vivo, ahora que por fin he recuperado los recuerdos que me arrebataron, haré cualquier cosa con tal de protegerle. No puedo perderle de nuevo.
—Aria, si no te apartas, esta vez pienso dispararte.
—Pues dispárame.
Siento el aliento de Hunter en mi nuca.
—Aria, no hagas esto —dice—. Apártate. Por favor. No quiero que te hagan daño.
Miro a mi padre a los ojos.
—Quiero a Hunter. Siempre querré a Hunter.
El dedo de papá se tensa sobre el gatillo de su revólver.
—Entonces espero que mueras feliz, Aria.
—Espera, Johnny. —Es Benedict. Tiene los ojos llorosos, y juguetea con los puños de su camisa al empujar a George Foster para pasar. A un lado de la habitación, junto a mi cama, Klartino desvía su arma de Hunter a Benedict—. No puedes matarles. Sobre todo a Hunter.
Papá ladea la cabeza de modo que le cae un mechón de cabello blanco sobre la frente, y se burla:
—Claro que puedo.
—No, no lo entiendes…
—Quizá no lo entiendes tú, Patrick. —Los ojos de mi padre arden de ira—. La última vez ocurrió lo mismo: interviniste tratando de ayudar. «Podemos reemplazar sus recuerdos» —dice imitando la voz de Benedict con aire burlón—, solo que mira lo que ha ocurrido. Este chico no va a tener otra oportunidad. Va a morir ahora mismo.
—El místico es tu llave a los túneles —suelta Benedict. Todo el mundo parece picado por la curiosidad.
—¿Qué quieres decir, Patrick? —pregunta George Foster.
—Es un rebelde. Nunca ha sido drenado. Su poder abrirá las entradas ocultas. Una vez lo haga, podremos acceder a los túneles en masa. Cogerlos por sorpresa.
Mi padre parece considerar esta información, como el resto del grupo. Sé que Benedict está tratando de ganar algo de tiempo para Hunter y para mí, pero también sé que lo que dice es cierto. Hunter puede abrir los accesos sellados. Pero, si lo hace, todos los rebeldes estarán en peligro. No quiero cargar con esa responsabilidad.
—Tienes que tratar solo con nosotros —le digo a mi padre, pero hace caso omiso de mis palabras. La posibilidad de acabar con los rebeldes de una vez por todas le resulta demasiado tentadora para ignorarla.
—Aunque el místico tiene que estar vivo —añade Benedict—. Si no, no será capaz de abrir ninguna de las entradas.
George Foster se aparta de su esposa y susurra algo al oído de mi padre. Miro a Hunter, cuyo rostro refleja preocupación. «Te quiero», articula en silencio.
«Yo también te quiero», esbozo en respuesta.
George Foster se retira, y mi padre le hace un gesto a Stiggson.
—Bien. Esposa al chico. —Luego se dirige a Hunter—: Nos conducirás a una de las entradas de los místicos y nos permitirás bajar. Si descubrimos que has advertido a tu gente de nuestra llegada, Aria morirá. Si haces lo que te ordenamos…, permanecerá ilesa.
Hunter asiente, como si de verdad estuviese considerando este ridículo plan. Porque no puede estar haciéndolo… ¿verdad?
—¿Y qué pasa conmigo?
—Tú morirás, por supuesto. Pero prometo acabar contigo de la forma menos dolorosa posible.
—¡No! —grito—. Esto es inaceptable, es…
—Aria —me interrumpe Hunter—, no tiene sentido luchar. Es la mejor forma… la única forma.
—No puedes estar hablando en serio —le digo, como si estuviésemos solos en la habitación. Acabamos de reencontrarnos; no pienso perderle de nuevo.
Le miro a los ojos, y el azul encantador de su mirada me baña como una ola, calmando mis nervios. Pienso en la noche de mi fiesta de compromiso. «Siempre he pensado que el amor verdadero me abrasaría.» Bien, aquí estoy, en llamas, ardiendo de amor: siento como si me hubiesen abierto el pecho, como si estuviesen a punto de arrancarme y machacarme el corazón.
Y no hay nada que pueda hacer para evitar que ocurra.
—Espósale —repite mi padre.
Stiggson avanza con pasos pesados y metódicos, lleva las esposas en una mano. Hunter vuelve las muñecas y se las tiende, rindiéndose. Stiggson le mira de un modo extraño; justo cuando está a punto de abrir las esposas, cambia de parecer y le da un puñetazo a Hunter en todo el estómago.
—¡Para! —grito.
Hunter no emite un solo sonido. Entonces Klartino se acerca a toda prisa y golpea a Hunter en la mejilla con la culata de su pistola.
—¡Parad, por favor!
Hunter sigue en silencio. Le sale sangre, una sangre muy roja, a borbotones de la nariz; le resbala por la boca, baja por su barbilla y le empapa la camisa.
Stiggson se coloca detrás de Hunter y le tira de los brazos, que emiten un sonido escalofriante al desencajarse. Hunter conserva el gesto impasible. No quiere que mi padre vea que está ganando.
Un destello plateado, y Stiggson coloca las esposas alrededor de las muñecas de Hunter. El matón le empuja por delante de él hacia la puerta. Avanzan lentamente, como en la procesión de un funeral. Hunter me mira por encima del hombro, y conecto con él por un momento. «Iré a buscarte», pienso con todas mis fuerzas, y espero que de algún modo me entienda.
Y entonces Klartino se planta delante de mí. Me empuja para que me siente en la silla de mi escritorio, luego me sujeta los brazos por detrás y me ata las muñecas con algún tipo de alambre que se me clava en la piel.
—¿Qué estás haciendo? —Trato de retorcer las manos, pero es imposible.
Mi madre levanta la mano.
—Tú te quedas aquí, Aria.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Ya sabes por qué —contesta—. Estoy muy decepcionada. Pensé que te habíamos curado. Que podíamos volver a ser una familia, sin ese místico. Pero no ha cambiado nada. Arriesgarías tu vida por un disparate romántico antes de consagrarla a tu familia, a esta ciudad…
—Yo consagro mi vida a esta ciudad —la interrumpo—, mucho más que papá y tú.
Mi madre me da una bofetada tan rápido que ni siquiera la veo venir. Aunque el escozor de la mejilla no me duele. Solo me cabrea.
—Bien, enciérrame. Eso no significa que no vaya a encontrar el modo de escapar… lo he hecho antes, y puedo hacerlo de nuevo. Tú ponme a prueba.
Mi madre parece sorprendida por mi estallido. Abre mucho los ojos y se ruboriza. Thomas me mira con tristeza, luego se marcha. La habitación queda vacía; todo el mundo ha bajado menos mi madre y yo.
—Sé lo que me hicisteis —continúo—. Lo recuerdo todo. Y nunca te perdonaré.
Mi madre chasquea la lengua, el tipo de gesto que una madre le haría a su hija si hubiese sacado malas notas o hubiese vuelto tarde a casa. Pero ahora estamos tan lejos de eso… Esto es a vida o muerte.
—Buenas noches, Aria —dice. Y se va.
Inmediatamente, trato de aflojar el alambre. En todo caso parece apretarse aún más y algo afilado me perfora la piel de ambos brazos. Examino la habitación, intentando buscar algo contra lo que frotar mis muñecas para cortar el alambre, pero no veo nada… solamente el borde de mi mesa.
Entonces veo las manijas metálicas de las ventanas que dan a mi balcón… ¿podrían cortar el alambre?
Me impulso con los pies para dirigirme al balcón dando saltitos con la silla. Si puedo soltar el alambre, entonces podré abrir las ventanas y quizá… de algún modo… ¿acceder a la fisura?
Suspiro y echo la cabeza hacia atrás. Siento una frustración increíble. No hay forma alguna de que consiga abrir la fisura, en especial ahora que el único objeto místico que poseo, el guardapelo, está vacío.
Estoy a cinco o seis saltos de las ventanas cuando estas se abren de repente.
Estallan ruidosamente contra las paredes, y una ráfaga de aire me impacta en el rostro y me echa el pelo hacia atrás. Al principio apenas distingo nada… el balcón está lleno de una luz verde resplandeciente. Pero entrecierro los ojos y lo veo.
Turk.
En su moto.
Suspendido junto a mi balcón.
Chorros de un verde brillante salen de los tubos de escape; las ruedas cromadas resaltan contra el cielo oscuro. Tres luces led superred parpadean justo debajo del asiento de piel.
—¡Turk!
Lentamente, aterriza con la moto en el balcón, apaga el motor y se baja. Esta noche lleva la cresta teñida de un naranja claro. Viste una camiseta ajustada sin mangas y pantalones cortos que dejan ver los músculos de sus pantorrillas y su piel morena.
—¿Estás bien? —dice mientras avanza hacia mí—. Algunos rebeldes, a los que no les gustas demasiado, descubrieron lo de la fisura, así que tuve que sellarla. Pero a pesar de todo he estado pendiente de ti. Justo he pillado lo que ha ocurrido. He esperado a que abandonaran el edificio para entrar.
—Se lo han llevado… Van a…
—Chisss —dice Turk—, todo a su debido tiempo, señorita. Todo a su debido tiempo. —Analiza la situación—. ¿Estás atada?
—¿Por qué si no iba a estar aquí? —Pongo los ojos en blanco—. ¿Puedes ayudarme?
Turk sonríe.
—Ah… Las palabras mágicas.
—Vamos, Turk, no hay tiempo para esto. ¡Van a matarle!
—Yo creía que ya lo habían hecho. —Turk suelta una risa nerviosa—. Vale. Voy a hacer saltar lo que quiera que te esté atando. —Camina a mi alrededor—. Mantén las manos quietas, no te muevas. No quiero desintegrarte un dedo o alguna otra parte de tu cuerpo accidentalmente.
—No tiene gracia.
—Tú estate quieta, Aria.
Mantengo la vista fija en la moto de Turk. No veo su energía, pero la oigo; es como tener el zumbido de un avispero directamente en mis oídos. La silla sufre una sacudida. Salgo despedida hacia delante y caigo de costado. Trato de mover los brazos y compruebo que puedo. Me los llevo delante de la cara, las ataduras metálicas siguen alrededor de mis muñecas, como horribles brazaletes. Me pongo en pie.
—Gracias —le digo a Turk.
—No hay de qué.
Ladeo la cabeza hacia su moto.
—Salgamos de aquí.
—¿Y hacia dónde vamos? —Turk se frota la frente—. ¿Tienes un plan?
—Van a utilizar a Hunter para obtener acceso al sistema del metro. Tenemos que bajar, advertir a los rebeldes…
—Espera, espera —dice Turk con aire de derrota—. En primer lugar, a la velocidad de los trenes, tu familia, los Foster y cualquier refuerzo que lleven probablemente ya estén en las Profundidades. Nunca les alcanzaremos. Y, lo más importante, no tenemos ni idea de adónde van, por qué boca van a intentar entrar. Hay docenas. Daremos vueltas a toda velocidad buscándoles y… no seremos capaces de salvarle. De salvar a nadie. —Da un puñetazo a la pared—. ¡Maldita sea! —Su puño atraviesa el yeso con un crujido y se levanta una nube de polvo en el aire.
—Eso ha sido una estupidez —digo.
Se frota los nudillos, que le sangran.
—No, no lo ha sido.
—Espera… Times Square. Hunter ha mencionado algo acerca de Times Square… ¿Hay una vieja boca de metro allí?
Turk piensa un segundo.
—Sí, hay una. —Sonríe—. Venga, vamos. Sé exactamente adónde debemos ir. —Hurga un segundo en su bolsillo y saca un anillo de plata—. Toma.
—¿Un regalo? Qué detalle…
—No es un regalo cualquiera, es una llave maestra.
—¿Una qué? —pregunto, mientras observo el anillo. Parece… un anillo. Me quito mi anillo de compromiso y me pongo el de Turk en su lugar. Me empieza a vibrar ligeramente el dedo.
—Un sello místico solo puede romperse con energía mística. Así es como entran los rebeldes en los túneles —me explica Turk—. Pero, como tú no eres mística, vas a necesitar una llave maestra para entrar. He transferido parte de mi energía al anillo, para que, en caso de que nos separemos, puedas esconderte ahí abajo.
—Gracias —digo, sé que esto me va a venir muy bien. El anillo me recuerda otra cosa: el guardapelo. De repente necesito encontrarlo—. Espera. —Busco a tientas por debajo del armario y lo saco. Está sucio y resquebrajado, pero me lo cuelgo del cuello de todos modos, como símbolo de lo que mis padres me han hecho. No pienso permitir que sus actos me paralicen. Convertiré mi pasado en mi futuro… con Hunter.
Sigo a Turk hasta el balcón, donde coge su casco y me lo pone en la cabeza. Me remango la falda con las manos para poder subir a la moto.
—¿Lista? —me pregunta Turk.
—Solo una cosa más: ¿llevas tu TouchMe?
Asiente y se lo saca del bolsillo.
—¿Por qué?
Lo cojo con una mano y empiezo a marcar un número.
—Porque mi madre me ha cogido el mío, y hay alquien a quien tengo que llamar.