—¿Va todo bien ahí dentro? —pregunta Stiggson con dos golpes en la puerta cerrada.
—¡Sí! —aúllo mientras Hunter vuelve del baño con una toalla húmeda. Me limpio el vómito de la boca y la barbilla con ella, mientras Hunter frota la moqueta con vigor—. Solo necesito unos minutos más.
Doy un sorbo de agua de un vaso que hay sobre mi mesilla. No me puedo creer que acabe de vomitar. Es más, no me puedo creer que haya vomitado delante de Hunter y que él, para más inri, lo esté limpiando ahora mismo; un detalle increíble, pero terriblemente vergonzoso.
—Espera. —Le hago un gesto para que pare. Me mira con sus hermosos ojos azules, y está tan guapo que quiero gritar.
—¿Qué? —dice.
Me quedo con la boca abierta.
—¡Estás vivo!
Él deja caer la toalla, se levanta y me abraza. Me da igual que me huela el aliento: Hunter está aquí, me sostiene entre sus brazos. Lo demás no importa.
—Creí que estabas muerto. —Las palabras me salen a toda prisa; hay tanto que quiero decirle, ahora que recuerdo, ahora que sé la verdad—. No lo entiendo… vi cómo te… te vi…
—Lo sé —dice Hunter, y me besa en el cuello, justo por debajo de la oreja—. Es difícil de explicar, pero estoy aquí.
—¿De verdad eres tú? —susurro.
—En cuerpo y alma.
Siento cómo su pecho sube y baja contra el mío, su aliento caliente en mi mejilla.
—¿Cómo has conseguido adoptar el aspecto de Davida?
—Es complicado —dice Hunter—. Pero básicamente fue cosa suya. He mantenido la apariencia que ella proyectó en mí para que la gente pensara de verdad que había muerto. Pero hoy no he podido soportarlo más y he venido a buscarte… y me han cogido.
Echo la vista atrás, a la puerta de mi habitación, donde espera la sombra de Stiggson.
—Explícame lo que vi. Cuando te dispararon.
Nos recostamos en la cama, y Hunter me coge la mano y entrelaza sus dedos con los míos. El uniforme de Davida le queda ajustado ahora que ha recuperado su cuerpo.
—Esa noche —empieza a relatar Hunter, escogiendo sus palabras cuidadosamente—, cuando los matones de tu padre me atraparon, me pusieron unas esposas de mercurio. Es lo que utilizan para inmovilizar a los místicos. No podía moverme. Luego me cubrieron la cabeza con una bolsa y me arrojaron a la bodega del barco de la policía.
Me estremezco.
—Lo recuerdo.
—Había tres hombres en el barco, y todos estaban arriba. —Hunter se muerde el labio inferior—. Solo lo sé porque Davida me quitó la bolsa de la cabeza y me lo dijo. Había entrado como polizón.
Recuerdo esa noche… Davida estaba allí, pero luego había desaparecido.
—Pero ¿por qué estaba allí?
Hunter inhala profundamente.
—¿Sabes cuál es el don de Davida?
—Puede adoptar la apariencia de otra persona —digo, pensando en el día en que Davida adoptó mi cara y yo vi una imagen de mí misma como reflejada en un espejo.
—Ese tipo de poder, adoptar la forma de otra persona, es increíblemente raro. Solo lo posee uno de cada cien mil.
Y en ese momento recuerdo lo que averigüé al leer su diario secreto: que ella y Hunter estaban prometidos en matrimonio. Llevaban comprometidos desde que nacieron.
—Oh, no… —susurro, cuando me doy cuenta de repente.
—Yo no podía moverme —dice Hunter, con un matiz de desesperación en la voz—. Me habían dejado aturdido. Ni siquiera era capaz de hablar. Solo podía quedarme mirando cómo Davida me quitaba las esposas, me robaba el rostro y adopaba mi forma. Luego proyectó la suya en mí. Me empujó por el suelo hasta detrás de unas cajas donde nadie me viera y…
—Ocupó tu lugar —acabo por él. Le pongo una mano en la mejilla, está caliente, ardiendo.
—No tuve elección, Aria. Tuve que quedarme ahí tirado y oír cómo la arrastraban, la hacían ponerse en pie en la popa y luego… le disparaban.
Hunter solloza en silencio. Le seco las lágrimas con el pulgar.
—Chissst. No es culpa tuya.
—¡Claro que lo es! —susurra Hunter con aspereza—. Si yo no te hubiese llevado a las Profundidades, si no te hubiese…
—No puedes pensar así —le interrumpo—. Ella se sacrificó por ti. Lo menos que puedes hacer es asegurarte de que su sacrificio no fue en vano.
Durante un momento no dice nada, se queda mirándome antes de asentir. El dolor que reflejan sus ojos me rompe el corazón. Está claro que la quería mucho.
—Bien. A la mañana siguiente, una vez amarraron el bote y me despejé, volví a escabullirme a los túneles. Solo.
De repente oigo una voz a mi oído: «¿Le quieres? Entonces os protegeré a los dos… Todo el tiempo que pueda.»
Davida no se sacrificó solo por Hunter. Se sacrificó por mí. Por los dos, y por lo que significábamos juntos. Mi padre tiene razón en una cosa: un matrimonio entre familias enemistadas puede ser poderoso. En lugar de la unión de los Rose y los Foster, ¿qué haría la de una Rose y un Brooks por Manhattan?
Las mejillas de Hunter brillan a causa de las lágrimas. Se seca la nariz con la manga, luego se peina el pelo hacia atrás con la mano. Quiero disfrutar de este momento con él, pero resulta casi imposible. Me están esperando al otro lado de la puerta. Esperan ver a Davida.
—¿La querías? —No estoy segura de por qué necesito saberlo, pero lo hago.
Hunter asiente.
—Sí.
—Entiendo. —Noto que se me acelera el pulso. Esa no es la respuesta que esperaba.
—Como a una amiga —aclara—. Se suponía que iba a casarme con ella, pero eso fue antes de conocerte a ti. Estoy enamorado de ti, Aria. Davida lo sabía. —Por primera vez esta noche, Hunter sonríe—. Te quise desde la primera vez que te vi. Te quise aún más la primera vez que te besé aquel día en el Bloque.
—Es contigo con quien quiero estar, Hunter —digo, tratando de transmitir todo lo que siento—. Yo también te quiero. —No puedo evitar disfrutar de este momento de intensa felicidad en medio de tanta tristeza.
—Davida te quería, Aria —dice Hunter cogiéndome de los hombros. Me mira a los ojos, como si pudiese ver en mi interior—. Por eso hizo lo que hizo.
Noto que se me saltan las lágrimas.
—Aunque había mucho que no sabía de ella, yo… también la quería. Y tú —Descanso la palma de la mano en su mejilla— conocías nuestra historia, ¿y no has dicho nada en todo este tiempo?
Asiente en silencio.
—Las cartas… Romeo y Julieta… ¿eran tuyas?
Asiente de nuevo.
—Esa noche, cuando me salvaste de aquellos chicos y me llevaste al Java River, ¿cómo pudiste quedarte ahí sentado y dejarme pensar que no nos conocíamos? —pregunto—. ¿Por qué no me contaste la verdad?
—¿Que habíamos tenido una aventura secreta y estábamos perdidamente enamorados, y que tus padres me habían borrado de tu memoria? —Me doy cuenta de que jamás le habría creído de habérmelo contado. Habría pensado que estaba mal de la cabeza—. Sabía que habías perdido la memoria —continúa—. Me lo dijo Davida. Así que no esperaba que me reconocieras. No decir nada ha sido una de las cosas más difíciles que he hecho en mi vida, pero sabía que era lo correcto. —Me toma las manos y me atrae hacia él—. Pero ahora recuerdas. Nos tenemos el uno al otro, y eso es lo que importa.
Se oye un ruido como de algo que cae, y Hunter se pone en pie de un salto y corre a las ventanas. Se asoma entre las cortinas.
—Estaremos juntos, Aria, pero no ahora mismo.
—¿Qué? —Me pongo en pie—. ¿Qué quieres decir? —Señalo a la ventana—. Usemos la fisura, salgamos de…
—Es demasiado peligroso —replica, mientras da unos pasos hacia mí—. Deberíamos esperar a que se calmen las cosas, hasta que pasen las elecciones…
—Han adelantado la boda, Hunter —le interrumpo—. Es dentro de cinco días.
—¿Que han hecho qué? —dice Hunter, más alto de lo que pretendía.
Alguien golpea la puerta, y se oye un sonido metálico.
—¡Aria! ¡Abre inmediatamente!
—Están buscando la forma de llegar bajo tierra —digo— para matar a los rebeldes.
—Nunca lo conseguirán —contesta Hunter con una seguridad sorprendente—. No te preocupes por eso.
—Están planeando algo terrible —explico con un escalofrío—. Tenemos que bajar a los túneles, avisar a los rebeldes, a tu madre, y encontrar el modo de hacer llegar la verdad al resto de la ciudad. Nos lo debemos a nosotros mismos… y a la gente de Manhattan.
Veo el alivio en los ojos de Hunter.
—Esperaba que dijeses eso.
—La fisura —digo, pero Hunter niega con la cabeza.
—Ha sido inhabilitada —explica Hunter—. Turk la selló cuando creyó que había muerto. Tendremos que acceder por otro sitio.
—¿La entrada del puerto?
—La están vigilando. —Hunter se rasca la barbilla—. Hay una entrada en la Cuarenta y dos, en el West Side.
—Perfecto.
Hasta que paro para coger aire, no me doy cuenta de que la puerta de mi habitación está abierta: Sitggson, mi hermano, mis padres y los Foster se encuentran en la entrada, boquiabiertos.
Y tras ellos hay cinco hombres fornidos que me apuntan directamente a la cabeza.