27

El guardapelo me toca la lengua y me abraso. Abro la boca para gritar, pero lo único que exhalo es vapor mientras el colgante parece cobrar vida propia y se abre paso por mi garganta.

Y luego se produce una explosión, y todo lo que me rodea se desvanece.

El rugido de las Profundidades me llena los oídos.

«Esto es una estupidez.» Coloco la mano sobre el escáner del PD por enésima vez. Pero, igual que en las anteriores ocasiones, no ocurre nada. Nunca debería haber aceptado esa apuesta con Kiki: que podría durar quince minutos sola en las Profundidades. Ahora el maldito PD no funciona. ¿Y si me quedo atrapada aquí abajo y se enteran mis padres?

Me rindo y me giro.

—¡Aparta! —me grita alguien que pasa corriendo por mi lado, un hombre joven que lleva dos barras de pan de aspecto duro en los brazos. ¿A qué viene tanta prisa? Estamos en las Profundidades, como si hubiera algún sitio decente al que ir.

Oigo los gritos de los gondoleros a medida que sigo uno de los canales con la esperanza de que me lleve a otro PD. Un gondolero corpulento me dirige una sonrisa desdentada. Me acerco a él y le pido indicaciones.

—Tú no necesitas un PD, cariño. —Incluso desde el muelle, puedo oler su aliento acre—. Solo me necesitas a mí.

Me inclino hacia atrás.

—Por favor…, solo estoy intentando volver a casa.

—Ven a casa conmigo —dice él con una sonrisita—. Te voy a enseñar lo que es pasar un buen rato. —Entonces me coge de la muñeca. Los tablones del embarcadero crujen cuando trata de tirar de mí hacia el bote. A mi alrededor nadie parece darse cuenta, o no les importa.

—¡Para! —grito—. ¡Socorro!

Sus dedos me sujetan como una garra, arrastrándome hacia delante. Entonces veo una figura que pasa a toda velocidad por delante de mí. Oigo un sonoro golpe, y la presión en torno a mi muñeca se afloja. Caigo en unos brazos fuertes que me llevan de nuevo hacia la acera, hacia la seguridad.

Descubro que la figura es un joven. Un joven guapísimo. Los mechones de su cabello rubio sucio le cubren los ojos, pero aun así veo que son azules. Resultan casi hipnóticos.

—¡Capullo! —chilla el gondolero—. ¡Me has roto la muñeca!

—¡Tienes suerte de que solo te haya roto eso! —grita el chico en respuesta—. Cerdo. —Baja la voz—. ¿Estás bien?

Asiento.

—¿Adónde vas?

—A casa. El PD estaba roto, estaba buscando otro.

Esboza una sonrisa.

—Yo puedo ayudarte.

—Ya has hecho suficiente…

—No aceptaré un no por respuesta. —Me hace un gesto hacia delante—. Las damas primero.

Pasamos una calle con varios escaparates pequeños.

—Eres muy amable —le digo.

—Gracias. Uno no encuentra todos los días a una chica guapa y medio perdida en apuros. —Bromea flexionando los bíceps—. Me permite exhibir mis capacidades como superhéroe.

Me río.

—Superhéroe, ¿eh?

—Algo así. Por cierto, soy Hunter.

—Aria —digo.

—Sí, lo sé… quiero decir… que te he reconocido.

No me sorprende. La mayoría de la gente de Manhattan reconoce mi cara.

—Bueno, encantada de conocerte, Hunter. Muchas gracias por salvarme.

—No hay de qué. Es lo que hacemos los superhéroes.

Me apoya la mano en la espalda para guiarme. A pesar del intenso calor, el contacto con él me produce un escalofrío.

—¿Y qué estás haciendo aquí abajo?

Echo un vistazo a mi ropa y arrugo el entrecejo.

—Supongo que voy dando la nota.

—No en un mal sentido —dice—. Pero… sí, algo sí que lo haces.

Suspiro.

—Una amiga me ha dicho que no me atrevería a bajar. Ha sido una estupidez por mi parte.

Se queda callado un momento.

—¿Por qué?

—¿Por qué ha sido una estupidez? Casi me secuestra un gondolero, para empezar. Y no estoy segura de para qué me ha retado. De todos modos, aquí abajo no hay nada especial.

Más adelante veo una cola para un PD. Inmediatamente aliviada, acelero un poco el paso.

—Bueno, me has conocido a mí.

—Hummm —digo, algo distraída—, ¿qué quieres decir?

—Has dicho que no había nada especial aquí abajo. Y luego yo he dicho «Bueno, me has conocido a mí». —Se pone rojo y baja la vista al suelo. ¿Está intentando ligar conmigo?

Lentamente alza la vista y nuestros ojos se encuentran. El modo en que me observa hace que me eche a temblar, nerviosa.

—Quizá pueda verte alguna vez. Ya sabes, en las Atalayas.

¡Está intentando ligar conmigo!

—Mira Hunter, es todo un detalle, y tú eres…, eres muy mono, pero…

—No importa —replica. Parte de la luz de sus ojos parece apagarse—. Ha sido una tontería. No he conocido a ninguna chica tan guapa en toda mi vida y se me ha pasado por la cabeza. —Me dirige una sonrisa fugaz; sus dientes son perfectamente blancos—. Bueno, aquí está el PD. Adiós, Aria.

Uuuh. ¿He sido una maleducada por rechazarle con tanta facilidad? Quién sabe qué habría ocurrido si no hubiese intervenido con ese gondolero. Parece divertido, y no tenía por qué acompañarme hasta aquí. Ni siquiera ha parecido importarle quién soy. Y me ha llamado guapa. Nadie me lo había llamado antes.

—Hunter —digo…

Pero entonces el recuerdo estalla en una llamarada que parece extenderse por todo el mundo, incluida yo; es como si cada partícula de mi cuerpo se estuviese separando. Imagino que la electricidad ilumina mi columna vertebral como un tubo de neón, abrasándome la piel en estallidos de calor y color —los rojos más enfadados, los azules más insoportables, amarillos más calientes que la superficie del sol—, y los colores se funden en una nada candente.

Me doy cuenta de que estoy mirando un cielo de un blanco cegador por el calor del verano.

Estoy en una barca, recostada en el asiento, y Hunter rema mientras canta una estúpida canción de «El pequinés errante».

—Es «El holandés errante» —digo—. Es un barco lleno de fantasmas.

—Puede que en las Atalayas —contesta mientras conduce la barca bajo unas ramas, donde la sombra fresca oscurece el agua—. Pero aquí, en el Bloque Magnífico, es un perrito de mucho pelo que solo se aparece a las parejas que están enamoradas de verdad.

—Mira que eres cursi… —le digo.

Hunter deja de remar. Tiene el rostro acalorado, las mejillas, rosadas y calientes. Apoya el remo en las horquillas.

—Ah, ¿sí?

—Sí —contesto sonriendo.

Veo que saca la mano y la pasa rozando el agua. Estamos en uno de los canales más pequeños y tranquilos que atraviesan el Great Lawn. Yo no debería estar aquí; es sábado y les he dicho a mis padres que había quedado con Kiki. En lugar de eso, he seguido las instrucciones de una nota que habían dejado en mi balcón y he venido a las Profundidades. Es nuestra tercera cita. Solo espero que no me hayan seguido la pista. Si mis padres supieran que estoy aquí abajo, me castigarían. Si supieran que estoy con un místico rebelde no registrado, me castigarían de por vida.

Hunter levanta la mano, salpicándome con el agua.

—¡Qué asco, Hunter! —grito, al tiempo que me seco el agua de los brazos.

Él se limita a reírse y se pone a remar de nuevo.

—«¡Y el perrito con el rabo en el cieeelo…!»

—Puede que seas bueno en muchas cosas, pero cantar no es una de ellas. —Me inclino hacia atrás y contemplo el cielo—. Hunter… ¡mira! —Más adelante se produce un estallido de color que sale despedido arriba, desde detrás de una arboleda—. ¿Son fuegos artificiales?

Hunter vuelve la cabeza y estabiliza la barca. Las chispas —rojas y moradas— ascienden con una serie de estallidos ligeros y luego caen en el agua a unos metros de nosotros.

Doy un grito ahogado.

—Me encantan los fuegos artificiales.

—Bien —dice Hunter—, porque estos son solo para ti.

A medida que habla reparo en que las pavesas de los fuegos artificiales han empezado a brillar de color naranja, convirtiendo la superficie del canal en una especie de lienzo. El resplandor de las pavesas se acentúa hasta que me doy cuenta de que tienen forma de algo… ¿Un pequinés?

Hunter rompe a reír de forma histérica.

—¿Qué está pasando?

—Tú mira.

En segundos, el contorno del perro —sus patas arqueadas, las orejas caídas y el pecho ancho— empieza a moverse.

—Oh, ¡uau! —digo.

El pequinés se apoya sobre las patas traseras; entonces salta y patina por el agua trazando un ocho, y a continuación otro, sin dejar de menear la cola en ningún momento. Esto es más que unos simples fuegos artificiales. Miro a Hunter, tratando de averiguar cómo consigue hacer toda esta magia.

—¿Qué…?

Entonces el perro salta de nuevo y se hace una bola para lamerse y mordisquearse. Unos segundos más tarde, trota hasta la orilla del canal y alza la pata para mear.

—¡Turk! —grita Hunter—. ¡No se suponía que debía ser así!

Oigo una risa sonora procedente de entre los árboles, y aparece una cresta mohawk brillante.

—¡Me he quedado contigo! —grita el otro chico, Turk, en respuesta. Debe de ser uno de los amigos de Hunter.

—Ah, ya veo. —Me inclino hacia Hunter y le golpeo el brazo—. Eres un tramposo.

Hunter sigue riéndose. El sonido, desbordante y sincero, resulta contagioso, y me veo riendo yo también, doblándome sobre mí misma y llevándome las manos al estómago del dolor.

Luego su risa se atenúa. Los dos recobramos el aliento, y Hunter entrelaza sus dedos con los míos, atrayéndome hacia sí. Su contacto me marea, me hace flaquear.

—Hunter, ten cuidado… la barca…

—Puede que haya hecho trampa con el pequinés —me susurra—, pero mis sentimientos por ti son reales.

Presiona sus labios contra los míos, uniéndonos. Estoy sudando a causa del calor y tengo la ropa prácticamente pegada a la piel, pero nada de eso importa mientras Hunter me recorre la espalda con las manos. Mi cuerpo responde a su caricia como si llevase esperándola —esperándole— toda mi vida. Solo quiero más, más, más.

—No, no, no —dice Turk—. Es una mala idea.

—¿En qué se diferencia de mis otras malas ideas? —pregunta Hunter.

Estamos los tres en el vagón de metro que hace las veces de apartamento de Hunter. Turk camina de un lado para el otro, sacudiendo la cabeza como un loco.

—En que esta es ilegal.

Hunter le lanza una mirada.

—Quiero decir, realmente ilegal. Va contra todas nuestras reglas, Hunter. —Me mira—. Aria, quiero que seáis felices, pero, si cogen a Hunter, ni siquiera los demás rebeldes se apiadarán de él. Será desterrado. —Turk apoya un brazo muy moreno en la pared—. Y porque no quiero hablar de tu madre…

—Pues entonces no hables de ella —replica Hunter—. Turk, estás aquí porque confío en ti. —Me rodea la cintura con el brazo—. Pero si esto es demasiado para ti, vete. No voy a ofenderme. Ya has hecho bastante.

Turk se desploma en el sofá.

—¿Que me vaya? ¿Cómo se supone que voy a irme, Hunter? Eres mi mejor amigo. Os quiero a los dos, pero esto es ir demasiado lejos.

Hunter se encoge de hombros, luego se acerca a Turk y le da una palmada en el hombro.

—Va a salir bien. Te lo prometo. —Después se vuelve hacia mí—. Esto es lo que va a pasar, Aria: voy a crear un portal entre mi apartamento y tu balcón.

—¿Un portal?

—Sí, como… un túnel secreto. Solo que va a ser invisible y mágico y… bueno, los detalles no tienen importancia. Lo que importa es que me permitirá ir directamente a tu balcón. Se acabó lo de andar a escondidas por las Profundidades o arriesgarnos a que nos cojan.

—¿Podré utilizarlo yo para bajar aquí?

—Podrás viajar por él conmigo —aclara Hunter—, pero solo puede activarse mediante energía mística, no podrás usarlo sola.

—¿Y cómo hacéis ese… portal? ¿Es peligroso?

Hunter considera la pregunta.

—Un poco. Pero no te preocupes. Tú solo mira.

Retrocedo un paso cuando Hunter alza el brazo derecho y extiende los dedos. Al principio, no ocurre nada; lo único que veo es lo mucho que se está concentrando, sus labios apretados con fuerza, el entrecejo fruncido. Pero entonces su mano empieza a brillar con luz verde: de las puntas de sus dedos surgen rayos de electricidad que emiten un leve zumbido.

Los rayos parecen a punto de alcanzar la pared. Luego se detienen. Hunter deja que se le estabilice el pulso un momento; luego dobla los dedos y los rayos comienzan a fundirse en uno, contrayéndose. Ya no son largos y delgados como lanzas. Ahora son tan pequeños que no parecen rayos; en lugar de eso, su mano es como una bola verde brillante. Alrededor de su mano empiezan a girar anillos de energía, como los que giran en torno a un planeta, cada vez más rápido. Lo único que oigo es un zumbido sonoro. Lo único que veo es su puño palpitante de magia.

El zumbido cobra tal volumen que resulta casi ensordecedor. Luego Hunter da un puñetazo en el espacio vacío delante de él con un sonoro chasquido. El aire reacciona como si fuese sólido, abriendo lo que parece un pequeño agujero negro, cuyos bordes resplandecen con luz verde.

Los sonidos del apartamento vuelven a la normalidad. Miro a Hunter. Los rayos han desaparecido completamente. Turk se ha quedado boquiabierto, como si estuviese en estado de shock.

—Ahora —dice Hunter, ligeramente sin aliento. Señala al agujero y sonríe—. ¿Quién va primero?

El dolor es tan intenso que apenas veo. Solo puedo concentrarme en este suplicio. Es como si estuviera ardiendo, como si me despedazaran. Lo único que logro atisbar son puntos de color que se vuelven más brillantes a medida que se agudiza el dolor. Los puntos empiezan a moverse, oscilando en círculos azules y rosa y amarillos. Hay fuego y hace calor. Entonces me traspasa una corriente de algo frío. Los puntos empiezan a componer una imagen. Otro recuerdo…

—Aria, hay algo más que deberías saber. —Hunter me coge las manos; estamos de pie en medio de mi habitación, a punto de darnos las buenas noches.

—¿Qué es?

Frunce el entrecejo.

—Odio ser el que te cuente esto. Pero la Conflagración… ¿el atentado terrorista que mató a toda esa gente inocente y envió a los místicos bajo tierra hace veinte años? Fue orquestada por tu familia. Por tu padre. Sobornó a un grupo de mercenarios místicos para que crearan un arma. Un arma defensiva, aseguró. Pero luego la volvió contra ellos y la detonó en un lugar público para que nadie volviera a confiar jamás en los místicos.

Siempre supe que mi padre era un mal tipo, pero esto…

—Entonces… mi vida entera, la vida de toda la gente de esta ciudad, se ha basado en una mentira.

—Lo siento, Aria.

Antes de que pueda responder, oigo la voz de mi padre.

—¡Aria! Abre. —Golpea salvajemente con los puños la puerta de mi habitación—. Sé que estás ahí con él. Se ha acabado, Aria. Abre la puerta.

—Hunter —digo desesperada—, tienes que irte. Ya. —Corro al balcón y lo abro; inmediatamente entra una oleada de aire caliente.

A Hunter le tiemblan los labios.

—Ven conmigo.

—Eso solo conseguiría empeorar las cosas. —La puerta de mi habitación suena como si estuviese a punto de resquebrajarse. Como mucho, tenemos segundos—. Estaré bien. —Le beso apasionadamente—. Vete.

Hunter activa la fisura en mi balcón al tiempo que mi padre entra en la habitación. Kyle le adelanta corriendo, intentando alcanzar a Hunter, que desaparece en la fisura y la sella tras de sí.

—¿Adónde ha ido? —Mi padre me coge de la camisa, la retuerce y me levanta del suelo. Oigo cómo empieza a rasgarse la tela.

—No lo sé.

—Esto no es un juego, Aria. Dime adónde.

—Ya te lo he dicho… ¡No lo sé!

Me suelta y caigo de rodillas al suelo. Un dolor lacerante asciende por mis muslos. El hombre que tengo delante ya apenas se parece a mi padre. Tiene la piel llena de manchas, y los ojos salidos como los de un animal furioso.

Entonces levanta la mano y me da una bofetada; los dientes se me cierran como un cepo y me corto la lengua. El sabor ácido de la sangre me llena la boca.

—¡Johnny, para! —grita mi madre desde el vano de la puerta.

—¡Eres una traidora! —Mi padre me mira con absoluta repugnancia. Algo plateado destella en su otra mano: empuña una pistola—. Esto se va a acabar ahora, Aria.

—Aria —dice Kyle desde el rincón—. No seas idiota. Dile dónde se esconde el místico.

—Mátame si quieres —digo—. No pienso ser tu marioneta.

Mi padre retira el seguro del revólver. Me apunta directamente a la cabeza.

—¡No, Johnny! —Mamá entra corriendo en la habitación—. ¡No lo hagas! —Mi padre la aparta de un empujón.

Cierro los ojos. Ya está. Estoy a punto de morir.

Entonces oigo otra voz.

—Johnny. Espera. —Abro los ojos. Benedict se encuentra en la habitación; parece preocupado, y lleva una jeringuilla en la mano—. Hay un modo mejor.

Mi padre se vuelve hacia él.

—Habla, Patrick.

—Podemos eliminar los recuerdos de Aria de ese chico místico e implantar otros en su lugar. —Benedict destapa la aguja—. Es experimental, pero no tiene que morir, Johnny.

Mi padre nos mira a todos —a mi madre, a mi hermano, a Benedict y a mí—, y asiente.

—De acuerdo. —Vuelve a mirarme—. Quizá esta vez seas mejor hija.

—Quizá tú seas mejor padre —replico, escupiendo sangre.

Sé que desea golpearme de nuevo, aunque no lo hace. Benedict se acerca y trato de retroceder, pero Kyle viene por detrás, me coge de los brazos y me los retuerce a la espalda.

—¡No! —grito.

—Ahora te vas a dormir, Aria —dice Benedict.

Los trazos de recuerdos empiezan a encontrar su sitio lentamente, como pájaros que regresan al nido. Las imágenes de mis padres pasan fugaces frente a mis ojos; mis sentimientos por Hunter vuelven y se consolidan. Los secretos y mentiras y traiciones. Davida. Thomas. Todo lo que me ha sido arrebatado vuelve, solo que más claro. Y duele. Me cubre una fina red blanca de dolor, como si me estuviesen apuñalando por todas partes, arrasando cada poro de mi piel. Pero hay un consuelo innegable en el dolor: me pertenece. Es el precio de saber.

Estoy en la consulta del doctor May. Tengo todo el cuerpo inmovilizado. Me encuentro tumbada en una camilla, con las manos a los lados, a punto de verme introducida en una máquina grande.

Benedict se inclina por encima de mí.

—Aria, ¿puedes oírme?

Trato de contestar, pero descubro que no puedo hablar.

—Escucha atentamente. Hunter no te ha dejado para siempre. El corazón de un místico no es como el de un humano. A simple vista adoptan formas distintas: unos cambian de color, otros son cajas fractales, algunos parecen estar hechos de cristal.

Benedict desaparece un segundo, luego vuelve.

—El corazón es donde habita el poder de un místico, y la energía localizada en él ejerce su magia a ojos del espectador; mirar en él es ver una realidad en cambio permanente, un espejo impredecible de nosotros mismos. Tienes que confiar en que, en algún momento después de esto, mirarás en su corazón y te verás a ti misma, y ese reconocimiento lo liberará todo.

Trato de entender lo que me está diciendo —¿volveré a encontrar a Hunter aunque me estén borrando los recuerdos?—, pero tengo tanto sueño…

—Aria, ¿confías en mí?

No me quedan energías. Lo único que puedo hacer es asentir.

Y entonces vuelvo a sentirme completa, plena, y mi cuerpo no arde de dolor, sino de otra cosa… ¿Amor?

Las cartas de amor, Romeo, el chico de mis sueños cuyo rostro nunca he sido capaz de ver, es Hunter.

Siempre ha sido él. Detrás de todo, Hunter.

Y así de sencillo, estoy de vuelta… de vuelta en mi habitación, en esta celda a la que llamo casa, con el chico al que quiero delante de mí, preguntándome:

—¿Me quieres?

—Sí —susurro—. Pero ¿eres tú?

Me toma entre sus brazos y me susurra:

—Soy yo de verdad. Y ahora eres tú de verdad, Aria. Has vuelto a mí.

Me cojo del brazo de Hunter para no perder el equilibrio, siento su fuerza bajo mis manos, los músculos flexibles de sus brazos. ¿Cómo puede estar aquí? Le vi morir…, ¿no?

De repente se me cierra la garganta y me empieza a picar la piel, como si sufriese una reacción alérgica. La alegría de encontrarme entre los brazos de Hunter se desvanece, reemplazada por la ira, hacia mis padres, mi hermano, Thomas, todos los que me han mentido.

No puedo respirar.

—¿Aria? —dice Hunter con gesto desesperado. Se desliza detrás de mí y me coge por debajo del esternón.

Entonces me aprieta la boca del estómago con fuerza.

Toso y el guardapelo sale disparado de mi boca y aterriza bajo el armario con un ligero sonido metálico.

Me lloran los ojos, doy una boqueada y me lleno los pulmones de aire. Entonces, sin previo aviso, me vomito encima.