—¿No es encantador? —pregunta mi madre.
Entro vacilante en el apartamento. Thomas está junto a mí; hace ademán de cogerme la mano, y le dejo hacerlo, pese a que mi primer impulso es retirarla. O darle un manotazo. Pero es importante que todo el mundo crea que lo que hizo el doctor May ha sido un éxito. Que me he olvidado de Hunter. Que amo a Thomas.
—Precioso —contesta Thomas, guiándome hasta el comedor.
Estamos de pie en lo que pronto será nuestro nuevo apartamento. Está dos pisos por debajo de donde vivo ahora, en el edificio de mi familia. Parte del acuerdo con los Foster consiste en que Thomas vivirá en el West Side, con nosotros, mientras Garland ocupe la alcaldía, una especie de garantía para asegurarse de que los Foster incluyen a nuestra familia en todas las decisiones políticas que tomen.
Levanto la vista al techo blanco, luego miro la pared de enfrente, a las ventanas que dan al río Hudson. ¿Hay cámaras en lugares que no puedo ver? No me sorprendería mucho.
—De París —dice mi madre, al tiempo que señala un sofá negro. La habitación tiene pocos muebles, es moderna, las paredes están pintadas de crudo y rosa.
Al otro lado del salón se encuentra la cocina, que tiene la atmósfera de un bar de etiqueta, con platos de porcelana y copas de vino con incrustaciones a la vista. Las paredes de la cocina están cubiertas con un diseño de ladrillos plateados que parece haber sido estampado en metal galvanizado.
Parece la casa de otra persona. De una persona que no me gustaría.
—¿Qué te parece, Aria? —me pregunta Thomas, al tiempo que me aprieta la mano.
Observo la moqueta, el televisor, los cuadros…, todo seleccionado por mi madre.
—Es todo precioso —digo, tratando de sonar entusiasmada.
Mi madre esboza una amplia sonrisa.
—Todavía queda mucho por hacer, claro… Necesitamos ropa de cama para el dormitorio y toallas para el baño. Ah, y…
Desconecto. Lo único en lo que puedo pensar, lo único en lo que he estado pensando desde anoche, es en la letra de Benedict. ¿Escribió él la nota que acompañaba el guardapelo? ¿O la nota que encontré en su maletín la escribió alguno de sus empleados? De cualquier modo, él será capaz de identificar al autor, que debe de ser la misma persona que me dejó el guardapelo a mí.
El único problema es llegar hasta él. Ya no se me permite volver a la oficina, a menos que…
—Mamá… —digo.
Ella se interrumpe en medio de una frase.
—¿Sí?
—¿Crees que podríamos pasar hoy por el despacho de papá?
Parpadea como si me viese por primera vez.
—¿Para qué?
—Acabo de acordarme —digo, saliendo como puedo del paso— de que me dejé en mi mesa unos pendientes que me había prestado Kiki.
—Haré que alguien los recoja —contesta.
—Pero el cajón tiene un código de seguridad.
—Entonces dame el código. —Lanza una mirada sospechosa a Thomas.
—Funciona mediante escáner dactilar —me tiro un farol. No creo que mi madre tenga ni idea de que las mesas de la oficina ni siquiera se cierran con llave… Al menos eso espero—. Me encantaría llevar los pendientes a la cena de ensayo que tenemos dentro de unos días —añado—. Quedarían tan bien con el vestido que he escogido… Ya sabes, el de color esmeralda con el dobladillo de terciopelo arrugado.
Mi madre hace un leve ruidito con la lengua.
—Ese vestido es precioso… —Se toma un momento para pensar, luego me examina—. ¿Los pendientes son tan importantes?
—Sí —respondo, asintiendo enérgicamente—. Son tan chic…
Mi madre es una verdadera adicta a la moda.
—Bien —dice, cediendo, y noto cómo se me relaja todo el cuerpo—. Iré contigo.
No puedo ocultar el suspiro que se me escapa. ¿Cómo voy a poder quedarme unos momentos a solas con Benedict con ella siguiendo todos mis pasos? ¿Y qué va a decir cuando se dé cuenta de que los cajones ni siquiera se cierran con llave?
—Vámonos —dice, y le da un leve beso a Thomas en la mejilla—. Te vemos luego, querido. —Se vuelve hacia mí—. Aria, tenemos una última prueba del vestido de novia a mediodía. Y no queremos llegar tarde.
En el edificio del despacho de mi padre, salimos del ascensor en la oficina en la que yo trabajaba. Todo está como lo dejé: los cubículos, la gente, los expendedores de agua y los servicios. Veo la puerta de acero inoxidable por la que entré a hurtadillas con Elissa, la que conduce por un largo corredor hasta una habitación deslumbradora donde una vez vi cómo drenaban los poderes de una mística. El mero hecho de recordarlo hace que me estremezca.
Al otro lado del pasillo se halla el despacho de Patrick Benedict. Estoy segura de que se encuentra dentro, trabajando.
—¿Cuál era el tuyo? —me pregunta mi madre, mientras se arregla el collar de perlas.
—Ah, está justo allí. —Señalo mi cubículo vacío—. ¿Necesitas ir al baño?
—No —contesta mi madre, y ladea la cabeza para mirarme—. ¿Por qué lo preguntas?
—Por nada —digo. «Aparte de que necesito estar unos minutos sola.»—. Solo que, ya sabes… que yo sí lo necesito.
Mi madre pone los brazos en jarras.
—Entonces ve.
—Eh, vale. Claro. —No me muevo.
—Bueno, ¿a qué estás esperando?
Entonces aparece Elissa Genevieve de la nada y me rescata.
—¡Aria! —dice con una sonrisa resplandeciente, y añade—: Melinda, me alegro mucho de volver a verte.
Mi madre inspecciona el corte de la falda azul marino de Elissa, su blusa almidonada y el collar de zafiros. Está impresionada.
—Hace tanto que no hablamos… —continúa Elissa.
—Sí, en efecto —dice mamá—. ¿Qué tal te ha ido?
Elissa y yo nos miramos; pese a que permanecemos en silencio, le lanzo una mirada de súplica que reconoce inmediatamente.
—Yo justo iba al baño —digo.
—Claro —contesta, señalando hacia algo que no es un baño, que yo sepa.
Luego se lleva a mi madre mientras le da conversación, le hace un cumplido acerca de su collar y le pregunta dónde se arregla el pelo. Mi madre se lanza de cabeza, y calculo que tengo cinco minutos, diez a lo sumo, antes de que venga a buscarme.
Primera parada, el despacho de Benedict.
Llamo rápidamente a la puerta.
—¿Quién es? —dice una voz desde el otro lado.
—Aria —contesto en voz baja.
La puerta se abre con un susurro. Entro y la puerta se cierra tras de mí. Benedict se encuentra detrás de su mesa, me mira con las manos apoyadas en la superficie de caoba.
—Hola —dice. Su tono es cariñoso; nunca ha sonado tan amable.
Sin pronunciar una palabra, abro mi bolso, saco la nota y el guardapelo, y los deslizo delante de él.
No estoy segura de qué esperar. Quizá que parezca sorprendido o completamente confundido. En lugar de eso, examina el guardapelo por un momento, echa un vistazo a la nota y luego alza la vista hacia mí con el rostro carente de expresión.
—He estado esperando que vinieras a verme con esto.
Me da un vuelco el corazón.
—¿De verdad?
—En efecto —dice, sin apartar los ojos de mí—. No tenemos mucho tiempo. Imagino que te ha acompañado alguien…
—Mi madre —contesto—. Está charlando con Elissa.
—Primero, lo primero —dice Benedict, al tiempo que se levanta de su mesa y la rodea hasta que prácticamente nos tocamos—. No debes contar lo que hice por ti ayer, o que el procedimiento no funcionó. Es de suma importancia que guardes las apariencias.
—¿Hasta cuándo? —Niego con la cabeza—. No puedo casarme con Thomas. Sencillamente, no puedo.
Benedict se aclara la garganta.
—No tenemos tiempo para ataques femeninos de histeria, Aria. Escucha: no soy quien crees que soy. Aunque parece que trabajo para tu familia, en realidad trabajo para los rebeldes.
—¿Por qué? —pregunto y se me quiebra la voz—. Si trabajas en secreto para los rebeldes… ¿por qué ayudaste a que me borraran la memoria?
Los ojos de Benedict se oscurecen.
—No tuve elección. Para mantener el secreto de mi verdadera alianza, debía obedecer órdenes. Sin embargo, antes de la intervención, extraje fragmentos de memoria que tus padres tenían intención de borrar.
—¿En serio? —pregunto, impresionada. No me esperaba eso.
—Escondí tu memoria en un guardapelo de captura. —Lo coge con suavidad—. Son muy raros… solo existe un puñado en el mundo. Están confeccionados en plata pura de Damasco y perfeccionados con energías místicas.
—Pero ¿por qué? ¿Por qué lo hiciste?
El suspiro de Benedict parece salirle del alma.
—No siempre he trabajado contra tu padre. Durante muchos años estuve de su lado, renegando de mi propia gente. Tu padre me salvó de una mafia durante la época turbulenta que siguió a la Conflagración, y…, bueno, las deudas de sangre son serias. No fue hasta hace poco, en los dos últimos años, cuando la posibilidad de que Violet Brooks se presentara a las elecciones y ganara se convirtió en una realidad, cuando cambié de bando. —Sacude la mano en el aire—. Un renegado que reniega de nuevo. Desde entonces, he hecho lo que he podido. Incluso fingí el drenaje de Violet: pese a que es una mística registrada, conserva sus poderes. —Me mira con intensidad—. Nadie puede saber nada de esto, Aria.
—Pero ella… parece drenada.
—Es falso —dice—. Un buen maquillaje para ayudarla a parecer enferma. La gente ve lo que quiere ver, Aria. Tú más que nadie deberías saberlo.
—¿Por qué no me has contado nada de esto hasta ahora? ¿Por qué has esperado a que acuda a ti con el guardapelo?
—No habrías confiado en mí. Apenas lo haces ahora —dice, y no puedo evitar reconocer la verdad de sus palabras—. Hay un momento para todo, Aria. Este es tu momento.
Lo miro y me doy cuenta de que Patrick Benedict es mucho más de lo que parece. Aunque no está a favor de los drenajes, los acata, ocultándose a plena vista, obedeciendo a mi padre y soñando con el día en que no tenga que hacerlo. Está esperando las elecciones para que eso se haga realidad. Para que se produzca un cambio. En ese sentido, es como Elissa. En apariencia son tan diferentes: ella es afable, mientras que Benedict es introvertido. Sin embargo, en el fondo, los dos trabajan por un futuro mejor.
—Te debo una disculpa —digo—. Pensé que eras… diferente.
—No importa. —Benedict rechaza mis palabras con un gesto—. Ahora los dos sabemos la verdad. —Extiende el brazo y deja caer el guardapelo en mi mano—. Deberías irte. Tu madre va a empezar a preocuparse.
—Pero ¿cómo abro el guardapelo? —le pregunto—. He intentado encontrar un cierre, pero está atascado.
Benedict sacude la cabeza enérgicamente.
—No, no, no tiene que abrirse.
—¿No? Y entonces, ¿cómo…?
—Tiene que comerse.
Lo cual es tan extraño que no sé qué decir.
—Ha llegado el momento —me dice Benedict de forma enigmática—. Esta noche, en privado, trágate el guardapelo. Los recuerdos atrapados en su interior se liberarán y se verán absorbidos por tu cuerpo. Pero recuerda, Aria: una vez lo hagas, no habrá vuelta atrás. Recordarás todo lo que has perdido.
Estoy a punto de pedirle que se explique cuando llaman a la puerta. Benedict pulsa un botón en su mesa y la puerta se abre. En el vano se encuentra mi madre, con Elissa a su lado.
—¡Aria! —exclama mi madre—. ¿Qué haces incordiando a Patrick mientras trabaja? —Se me acerca y me coge del brazo—. ¡Elissa acaba de sugerir que Thomas y tú podríais ir a Bali de luna de miel! Yo no he ido nunca.
—Es precioso —interviene Elissa.
Mi madre frunce los labios.
—Me encanta la idea de una isla. Perdona si Aria te estaba molestando, Patrick. Solo hemos venido a por unos pendientes. ¿Los has encontrado, querida?
—No —digo disculpándome—. He mirado, pero… deben de estar en mi habitación.
Mi madre pone los ojos en blanco.
—Hay que ver, Aria. —Le sonríe a Benedict—. Perdería la cabeza si no la llevase pegada al cuello. Venga, vámonos. —Tira ligeramente de mí—. Adiós a todos.
—Adiós —repito yo.
Benedict regresa a su escritorio, pero Elissa me mira de un modo extraño.
Sigue observándome hasta que mi madre y yo entramos en el ascensor y las puertas se cierran detrás de nosotras.
El resto de la tarde transcurre como un torbellino.
Tengo la prueba final del vestido de novia. El corpiño blanco, con incrustaciones de cristales y diamantes importados de África, queda ceñido alrededor de mi caja torácica, casi como un corsé, con un relleno que hace que parezca que de verdad tengo pecho. La espalda está hecha de tiras de seda cruzadas en un efecto entretejido sencillamente precioso. La falda cae con suavidad hasta el suelo y se extiende en una cola de ondas blancas.
—Magnifique! —le dice mi madre a la costurera.
Me miro en el espejo. Veo a una chica —no, a una mujer— que está a punto de embarcarse en el viaje más importante de su vida: el matrimonio. Del cuello para abajo, parezco completamente preparada. Pero del cuello para arriba lo único que veo son las líneas de preocupación que me cruzan la frente y unas sombras de color violáceo bajo los ojos.
¿Qué va a ser de mí? Incluso si consigo tragarme el guardapelo, ¿qué bien van a hacerme ahora los recuerdos perdidos? Hunter está muerto y, a menos que se produzca un milagro, Garland —un auténtico hombre de paja para mis padres y los Foster— ganará las elecciones. Me casaré con Thomas, que no me quiere, y viviré en el mismo edificio que mis padres, que me tratan como una propiedad que se compra y se vende. Y se limpia hasta que brilla si es necesario.
—¿Qué te parece, Aria? —Mi madre sonríe, y yo lo único que quiero hacer es darle un puñetazo por lo que le hizo a Hunter, por lo que me ha hecho a mí.
—Es muy bonito —digo.
Para cuando volvemos a casa, después de hacer unos recados, son más de las cuatro de la tarde.
—¡Señora Rose! —El portero, Henry, se dirige a mi madre en cuanto entramos en el edificio—. Hemos tratado de llamarla al TouchMe, pero no contestaba.
—¿Qué ocurre? —le pregunta mi madre, agitada—. ¿Va todo bien?
Henry le hace un gesto hacia el ascensor.
—Han encontrado a la criada que se había escapado, Davida. La han retenido, las espera arriba.