24

El doctor May me lanza una mirada escalofriante.

—Sinceramente, Aria, solo estoy intentando ayudarte.

La habitación es tan blanca como la recordaba, y huele a una mezcla de limones recién cogidos y antiséptico. No veo a su vieja ayudante, Patricia, por ninguna parte.

—No le creo —contesto, ladeando la cabeza hacia la bandeja metálica llena de jeringuillas—. Esto no es un espectáculo de variedades precisamente.

Me habían dicho que salíamos del apartamento para escuchar a la orquesta que tocará en la boda. Me ha extrañado que mi padre nos acompañara, puesto que son cosas que normalmente deja en manos de mi madre. En cuanto nos hemos subido en el tren ligero, he sabido adónde me traían en realidad: a la consulta del doctor May.

Aún no cuento con todas las respuestas, pero esto es lo único que tiene sentido: el doctor May está involucrado en la modificación de mis recuerdos. Antes pensaba que estaba intentando devolvérmelos, pero ahora sé que es el responsable de quitármelos. Borrará mis recuerdos de Hunter y los reemplazará por sentimientos falsos por Thomas. Probablemente, bajo petición de mis padres.

Hunter. Davida. Pese a que están a punto de operarme, lo único en lo que puedo pensar es en el hecho de que eran… bueno, ¿qué eran? Davida estaba enamorada de él —eso lo he podido deducir de sus escritos—, pero no tengo ni idea de lo que Hunter sentía. Y tampoco puedo preguntárselo.

El doctor May hace ademán de cogerme el brazo. Me giro hacia el otro lado de la camilla.

Él se limita a reírse.

—Estás luchando contra lo inevitable —dice, y asiente hacia la puerta, tras la cual esperan mis padres. El doctor May se sube las mangas de la bata blanca de laboratorio y coge una jeringuilla nueva—. Puedes aceptar la operación ahora o podemos sedarte y operarte después.

El doctor May trata de tocarme de nuevo. Esta vez levanto una pierna y le propino una patada en el estómago.

—¡Uuuf! —resopla, doblándose sobre sí mismo. Se tambalea hasta la pared y aprieta un botón.

Entra una ayudante.

—Tráeme un sedante —le ordena el doctor May a la joven—. Rápido.

La mujer se vuelve para cumplir la orden cuando Patrick Benedict entra en la sala. Retrocedo, es justo la última persona a la que quiero ver aquí.

—Quizá pueda ser de ayuda —le dice Benedict al doctor May.

Se estrechan la mano; por supuesto, son amigos.

—Esta es imposible —asegura el doctor May apuntándome con la jeringuilla—. Habría utilizado un sedante desde el principio, pero interfiere con el procedimiento. Supongo que tendré que arriesgarme.

—¿Por qué no me dejas unos momentos a solas con ella? —sugiere Benedict—. Aria y yo siempre hemos alcanzado cierto entendimiento.

El doctor May asiente con firmeza hacia Benedict, luego sale por la puerta con parsimonia, haciéndole un gesto a su ayudante para que le siga. Le veo hacer un aparte con mis padres en el vestíbulo.

La puerta se cierra automáticamente.

—Por fin solos —bromeo. Nunca le he gustado a Benedict, y el hecho de que esté aquí es muy mala señal.

Él ignora mi comentario y mantiene la vista fija en mis padres y en el doctor May a través del cristal. Espera unos segundos, luego me coge de los hombros con brusquedad.

—¡Au! —digo.

—¡Chissst! —Se inclina hasta poner los labios en mi oído y me susurra con aire urgente—: Solo tenemos un minuto, así que escucha con atención, Aria. Voy a darte una pastilla que debes tragarte inmediatamente. Luego permite que te sometan a la máquina. El procedimiento de alteración de la memoria será un fracaso; sin embargo, cuando salgas de la máquina, debes fingir que ha sido un éxito. Te harán una serie de preguntas. Mírame antes de contestar. Si parpadeo una vez, responde afirmativamente. Si parpadeo dos veces, contesta negativamente. ¿Lo entiendes?

Se aparta y desliza una diminuta pastilla blanca en mi mano. Doblo los dedos en torno a ella y le miro. Estoy increíblemente confundida.

—¿Por qué haces esto?

—No hay tiempo para explicaciones —replica Benedict, que mira de reojo hacia la puerta del laboratorio—. Tienes que confiar en mí, Aria. Por el bien de Hunter.

Hunter.

La puerta vuelve a abrirse y el doctor May entra de nuevo tan campante. Confiar en Benedict, ¿yo? Es prácticamente un ogro, siempre maleducado conmigo. Y encima es leal a mi padre. ¿Por qué demonios iba a confiar en él?

Pero el nombre de Hunter resuena en mis oídos. Davida ha desaparecido. No hay nadie más que quiera ayudarme. Bajo la mirada a mi puño, la pastilla diminuta oculta en su interior. Llegados a este punto, ¿qué puedo perder? Me la llevo a la boca fingiendo toser.

Me trago la pastilla justo a tiempo.

—¿Bien? —pregunta el doctor May socarronamente, de pie ante mí con una jeringuilla.

Respiro hondo.

—Estoy lista.

Cuando salgo de la máquina, me siento más o menos igual, aunque un poco más confundida. Tengo la parte interna del brazo dolorida de la serie de inyecciones que el doctor May me ha administrado, pero aparte de eso sigo siendo yo. Me bebo un vaso de agua de un trago.

—¿Cómo te encuentras? —me pregunta mi madre. Tiene el brazo cogido del de mi padre, y ambos parecen preocupados, aunque sé que es por las razones equivocadas: no les importa cómo me encuentro, solo quieren saber si la operación ha sido un éxito.

Benedict se halla unos pasos por detrás de mis padres con los brazos cruzados. Asiente ligeramente hacia mí. Debería responder de forma positiva.

—Me encuentro… bien.

—Aria, ¿sabes por qué estás aquí? —me pregunta mi padre. Tiene las cejas oscuras arqueadas, la frente arrugada.

Benedict parpadea dos veces.

—No —contesto.

Mi padre le dirige a Benedict una sonrisa fugaz, del tipo que habría pasado por alto si no estuviese pendiente.

Pero lo estoy.

—Aria —dice el doctor May, que da un paso hacia mí—, has sufrido otra recaída con el Stic. Tu madre te ha encontrado en el suelo de tu habitación, sufrías convulsiones y… bueno, casi no sales de esta.

Mi primera reacción es echarme a reír, pero en lugar de eso me muerdo la lengua. Con el rabillo del ojo puedo ver que Benedict tiene todo el cuerpo tenso, rígido. De repente me doy cuenta de que este es uno de los momentos más importantes de mi vida. Necesito convencer al doctor May y a mis padres de que la operación ha salido bien. Benedict no podrá protegerme de nuevo. Si no resulto convincente, podría perder mis recuerdos de verdad, en esta ocasión para siempre.

Pero ¿qué se supone que tengo que recordar exactamente esta vez? ¿Cómo voy a saber qué han tratado de borrar?

Cojo aire con un estremecimiento.

—¿De… de verdad?

Mi madre asiente con aire solemne.

—¿Quizá estabas nerviosa por la boda? No sé por qué… quieres tanto a Thomas… y Thomas te quiere…

Su voz se va apagando y se me queda mirando, apenas pestañea. Sé que mi padre y ella están esperando comprobar si objeto. No necesito mirar a Benedict para saber qué tengo que responder.

—Sí que quiero a Thomas —digo, manteniendo un tono firme. Mi madre coge la mano de mi padre; ambos irradian alivio—. No estoy nerviosa por la boda. No… no recuerdo qué ha ocurrido. —Vuelvo a coger aire—. Lo siento.

—Voy a hacerte una serie de preguntas, Aria, para determinar la extensión de tu pérdida de memoria. —El doctor May coge un TouchMe portátil y teclea algo.

—En realidad —interviene mi padre—, ¿por qué no hace las preguntas Benedict? —El tono de mi padre deja claro que no se trata de una pregunta; es una exigencia. Debe de pensar que Benedict será más duro conmigo—. Sin ánimo de ofender, Salvador.

—Sí, sí, por supuesto —dice el doctor May, algo aturullado—. Grabaré las respuestas.

Benedict se endereza la corbata y se acerca, deteniéndose a unos centímetros de la camilla en la que estoy sentada. El aire acondicionado está al máximo, y tengo la piel de gallina. Me ajusto el camisón de hospital alrededor de la cintura.

—¿Cuál es tu nombre completo? —pregunta Benedict.

—Aria Marie Rose —contesto.

—¿Cuándo naciste?

—El 14 de octubre.

—¿Quiénes son tus padres?

Señalo a mi padre y a mi madre.

—John y Melinda Rose.

—¿Cómo se llama tu prometido?

—Thomas Foster —respondo.

Benedict vuelve el rostro hacia mi padre, luego me mira de nuevo a mí. Abre los ojos solo un poco, y sé que están a punto de empezar las preguntas importantes.

—¿Conoces a un chico llamado Hunter Brooks? —me pregunta. Parpadea dos veces intencionadamente.

—No —contesto.

El suspiro de alivio de mi madre resulta audible.

—¿Sabes adónde ha ido Davida, tu sirvienta? —De nuevo parpadea dos veces.

—No —digo—. Ni siquiera sabía que se había ido.

El doctor May sonríe, y sé que lo estoy haciendo bien.

—¿Estás enamorada de Thomas Foster? —Un parpadeo de Benedict.

—Sí —digo.

—¿Tienes alguna preocupación acerca de la boda? —Dos parpadeos.

—No —respondo, y luego esbozo una amplia sonrisa—. Solo espero que el vestido de novia me quede bien.

Benedict se vuelve hacia mis padres, que le hacen señas para que se acerque. Benedict habla con ellos en susurros. El doctor May se reúne con ellos un momento, y me quedo sola con mis pensamientos.

Mis padres han tratado de borrar a Hunter Brooks de mi mente. Han fracasado.

Quieren que crea que estoy enamorada de Thomas y me case con él. No lo estoy.

Y Benedict quería detener este procedimiento. Es la mano derecha de mi padre, su mayor adepto. ¿Qué puede significar esta traición?

El doctor May se aclara la garganta.

—Aria, estarás bien. Tus padres quieren que veas a un terapeuta, alguien al que recomendaré, para que podamos llegar a la raíz de tu adicción al Stic. —Hace una pausa—. Me preocupa que, si sigues tomando esa droga, tu memoria no sea lo único que corra peligro; tu vida también lo hará.

—Quiero ponerme mejor —digo, tratando de sonar sincera.

Por fuera, mis padres parecen los mismos: mi padre y mi madre, la única familia que tengo aparte de Kyle. Pero sé lo que son en realidad: unos mentirosos. Unos asesinos. En mi mente veo cómo se doblan las rodillas de Hunter y su cuerpo cae por la borda, le veo desaparecer en el agua turbia. Siento un dolor en el pecho.

Él se ha ido. Yo sigo aquí.

La mejor forma de honrar su memoria es acabar con cualquier plan que mis padres hayan puesto en marcha.

—Haré lo que me digáis —añado— para arreglar las cosas.

Los idiotas de mis padres me sonríen radiantes.

Unas horas más tarde, estoy en casa.

El doctor May me ha dado un montón de analgésicos, pero, a diferencia de las primeras veces que me intervinieron, esta vez me encuentro perfectamente. Debe de tener algo que ver con el inhibidor que me ha proporcionado Benedict.

Kiki llama y hablamos unos minutos hasta la hora de la cena. Saco el guardapelo de mi bolso y le doy vueltas en mis manos. Por suerte, mis padres no han sospechado que se salga de lo normal y no se han deshecho de él. Hunter me dijo que no sabía cómo abrirlo; y si él no lo sabía, ¿quién lo va a hacer? La única persona que se me ocurre es Lyrica, pero no voy a ser capaz de escaparme a las Profundidades para verla de ninguna manera. Ahora, no.

Me cuelgo el guardapelo del cuello y me lo meto dentro de la blusa. Es arriesgado, pero quiero sentirme cerca de Hunter. Esto es lo único que tengo que él tocara. Miro el reloj; es importante que todo el mundo piense que soy normal, así que a cenar.

Abajo, el clan Foster al completo se encuentra sentado a la mesa de nuestro comedor, junto con todo el desfile de villanos estirados: el alcalde Greenlorn, el jefe de policía Bayer, el gobernador Boch. Stiggson, Klartino y una manada de guardaespaldas, todos con traje negro, rondan silenciosamente en la habitación contigua, tratando de fundirse con el diseño intrincado del papel de la pared.

Tomo asiento junto a Thomas, que va vestido de manera insulsa aunque elegante, con una camisa azul claro con botones de arriba abajo, el cuello abierto, y lleva el cabello peinado hacia atrás y con la raya a un lado.

—¿Qué tal estás? —me pregunta y me da un beso. Ofrece un buen espectáculo, eso sin duda. Si omitiera todas las mentiras, la decepción, el engaño…, supongo que podría convencerme a mí misma de que realmente me quería.

Por desgracia, sé quién es. Puede que no sea responsable de nada de lo que me ha pasado, pero sin duda se alegra lo bastante de aceptarlo.

Aunque todas las miradas están puestas en mí, así que contesto alegremente:

—Genial. —Y me aseguro de apoyar la mano en la mesa para exhibir el nuevo anillo de compromiso, que destella aún más que la araña de luces del techo.

Al otro lado de la mesa se encuentra Benedict, que lleva la misma ropa que esta tarde. Le miro, pero él aparta la vista.

Primero nos sirven la sopa, una crema de marisco ligera, veraniega. Empujo los pequeños granos de maíz por el plato con la cuchara. Ni se me pasa por la cabeza comer, tengo el estómago revuelto de los nervios. No dejo de pensar en cómo voy a conseguir quedarme un momento a solas con Benedict. ¿Por qué me ha ayudado? ¿Sabe que Elissa es una agente doble, que trabaja para los rebeldes? ¿Trabajan juntos? Quiero preguntárselo, pero le prometí a Elissa que no descubriría su tapadera.

—¿Aria? —oigo que dice Erica Foster, como si se estuviera repitiendo.

Sonrío rápidamente.

—Lo siento.

—No pasa nada, querida. Justo le estaba diciendo a tu madre lo bonito que es el anillo de compromiso.

—Ah, sí —digo, bajando la vista al mazacote de diamantes que descansa en mi dedo. La alianza de plata me aprieta, como si me succionase todo rastro de vida—. Es bastante bonito.

La cena transcurre lentamente, como si cada minuto fuese una hora. La conversación, por supuesto, gira en torno a la política y los sondeos, cuando no se desvía a los detalles de la boda, lo cual, para ser sinceros, es lo mismo.

—La cena será deliciosa —le explica mi madre a Erica Foster—. Filet mignon con salsa de granos de pimienta, cogollos de brécol y patatas nuevas asadas…

—Perdonadme —digo—. Tengo que empolvarme la nariz.

—¿Todo bien? —me pregunta Thomas.

—Por supuesto —contesto.

—Aria —mi madre levanta una ceja—, ¿necesitas que te acompañe?

Todos los rostros se vuelven hacia mí.

—¡Solo tengo pis! —Kyle pone los ojos en blanco—. Quiero decir… ¡no necesito ayuda! Gracias.

Me levanto, dejando la servilleta sobre la mesa. Benedict no me está mirando; está hablando con el jefe de policía.

Salgo al pasillo, donde está nuestro baño de invitados. Paso por delante de la puerta y entro en la pequeña habitación en la que guardamos los abrigos, bolsos y maletines de los invitados.

Busco el maletín de Benedict rápidamente y reconozco el cierre dorado de inmediato. Le he visto llevarlo al trabajo y siempre he pensado: «¿Por qué llevar maletín?». Prácticamente todo en la oficina está informatizado, así que tampoco es que tenga que cargar muchos papeles de aquí para allá.

Está prácticamente vacío. Dentro hay una botella de agua a medias y un delgado sobre de papel manila que contiene una sola hoja. En la parte de arriba de la misma aparecen garabateadas una dirección y las palabras:

Imagen

La letra me resulta familiar.

¿Dónde está la información de alto secreto? ¿Dónde está la razón por la que me ayuda? Suspiro, deslizo el papel de vuelta en el sobre y devuelvo el mismo al maletín.

Regreso a la mesa y me coloco la servilleta sobre el regazo.

—¿Todo bien? —me pregunta Thomas.

Esbozo una sonrisa falsa.

—Claro. ¿Por qué no iba a estar bien?

Una vez se ha marchado todo el mundo, me preparo para acostarme. Magdalena me cepilla el pelo y me ayuda a lavarme la cara. Me da una pastilla del doctor May; finjo que me la trago y la escupo a la papelera cuando se marcha.

Trato de dormir, pero estoy inquieta. Me vienen imágenes fugaces de Hunter a la mente: de su cara, de sus labios. Recuerdo la sensación que me producían sus brazos al rodearme. No es justo. Hacía tan poco que nos conocíamos… Y ahora está muerto por mi culpa.

Me pregunto qué estará haciendo Violet Brooks. ¿Piensa en su hijo? ¿Sospecha que no volverá a verle? ¡Y Turk! Pobre Turk. Merece saber qué le ocurrió a su amigo.

Salgo de la cama y me acerco a las ventanas, descorro las cortinas y contemplo la noche. ¿Dónde está la fisura? ¿Puedo acceder a ella?

Una sombra baila en el balcón.

Parpadeo y ha desaparecido. Pego la cara al cristal de la ventana. ¿Kyle? ¿Davida?

No. Es ridículo. Ahí no hay nadie.

Corro las cortinas y estoy a punto de volver a la cama cuando siento el peso del colgante contra mi pecho. Me lo saco del camisón y lo observo, frotando la plata pulida con los dedos, en busca de un cierre que sé que no está ahí. Un guardapelo de captura. ¿Qué significa eso?

Quizá haya una respuesta en la nota que encontré junto con él.

Voy al armario, donde escondí el papel. Sé que solo contiene una palabra —«Recuerda»—, pero tal vez haya pasado algo por alto.

Me tiemblan los dedos mientras sostengo el pedazo de papel a la luz. Le doy la vuelta, aunque el reverso está en blanco. No hay nada nuevo. ¿Qué estaba pensando, que de repente miraría la nota y las respuestas que estoy buscando aparecerían por arte de magia?

Estoy a punto de devolverla al cajón cuando algo se enciende en mi cabeza, como si se hubiese pulsado un botón.

Imagen

Me quedo mirando la palabra, el trazo limpio de las letras, el palito que desciende de la R, la curva de la a.

La letra me resulta familiar. La he visto antes, esta noche.

En el maletín de Patrick Benedict.