20

J.:

Mi amor, mi vida. Cada segundo que paso lejos de ti es un segundo más viviendo en la agonía más honda y oscura. Acabo de verte, pero ahora estoy en casa, y tus besos imaginarios persisten en mis labios, en mis mejillas y en mi corazón. ¿Cuándo escaparemos juntos? ¿Cuándo buscaremos un lugar en el que no tengamos que escondernos y mentir? Hemos hablado de esto antes, pero lo necesito ya, como el aire… El momento en que salgamos de esta maldita ciudad está cerca. Puedo saborearlo. Te veré dentro de tres noches, mi amor, como hemos planeado. Hasta entonces…

R.

Dejo la carta sobre la cama, junto a las demás. Las estoy releyendo para ver si me he perdido algo, alguna pista.

Abajo, mis padres se han reunido con los Foster; yo me excuso para «revisar los planes para la boda». Por suerte todo el mundo está distraído —incluido Thomas— porque Garland está practicando su discurso, que será emitido mañana por la mañana.

Rebusco en mi bolso, donde sigue enterrado el anillo que Thomas me ha dado. Es precioso, eso es innegable. Pero ¿de verdad podría ser Thomas, quien me lo ha regalado, el autor de estas cartas de amor, la estrella de mis recuerdos olvidados, el dueño de mi corazón?

Ni en sueños.

Se oye un ruido en la ventana. Vuelvo a meter el anillo en el bolso con brusquedad y escondo las cartas. Luego me apresuro a la ventana y descorro las cortinas.

En el balcón se encuentra Hunter; nos separa un mero panel de cristal.

Ha pasado casi una semana desde la última vez que le vi. Retiro el seguro y le dejo entrar, empapándome de su imagen. ¿Por qué me afecta de esta forma? El movimiento de su cuerpo, con fuerza y seguridad, la forma en que la camiseta negra se le ajusta al pecho. El ligero arco de sus cejas, el azul verdoso de sus ojos, el modo en que su boca se curva discretamente cuando sonríe. Estoy atenta a cada pedacito de él. ¿Podría haber escrito él las cartas? No… Si lo hubiese hecho las habría mencionado.

Sin mediar palabra, me atrae hacia sí y me desliza los brazos por la espalda, rodeándome la cintura. Huele a canela y a humo. Le acaricio el hombro con la cabeza, besando levemente la piel suave de su cuello.

—No sabía si volvería a verte —susurro—. ¿Estabas en el mitin? Desapareciste de repente, y no tenía forma de ponerme en contacto contigo, y…

—Chissst —replica. Hay algo tan perfecto en nuestro abrazo que no puedo evitar preguntarme si nuestros cuerpos están hechos el uno para el otro—. Está bien. Estoy aquí.

Me permito disfrutar del momento todo lo que puedo. Luego me aparto lentamente.

—Estás aquí ahora —digo—. Pero ¿dónde has estado? Te pedí que nos viéramos, y en lugar de eso enviaste a Turk, y mi hermano lo encontró aquí. ¿Te lo ha contado? ¡Y entonces desapareces de la faz de la Tierra!

Hunter alza las manos en señal de rendición.

—Desisto. He intentado permanecer alejado de ti, porque creí que era lo correcto, lo más seguro. Pero no puedo dejar de pensar en ti. Y no puedo dejarte deambular por las Profundidades buscándome. Es peligroso, Aria. Más peligroso de lo que puedas imaginar.

Aunque lo he oído, quiero que vuelva a decirlo.

—Tú… ¿piensas en mí?

Vuelve a atraerme hacia sí y me besa en la frente.

—Cada minuto de cada día. —Me da un beso en la mejilla izquierda—. Sé que las cosas son complicadas —Me besa en la mejilla derecha—, pero creo…, bueno, creo que…

—Aquí no —le interrumpo; le cojo de la mano y tiro de él hacia la ventana, hasta el balcón—. Es demasiado arriesgado. —Pienso en el drenaje e imagino lo que mis padres le harían a Hunter si irrumpieran en la habitación y le sorprendieran aquí—. Llévame a la azotea.

Hunter me suelta la mano y cierra los ojos. Observo cómo sus dedos arrojan rayos de luz que se entretejen en uno solo como lo han hecho antes. Balancea el brazo hacia atrás y lo lanza: el rayo se extiende como un lazo, luego se engancha en la azotea. Me coge entre sus brazos.

Y saltamos.

Me aprieto contra él cuando nos movemos, noto los músculos duros debajo de su camiseta. Me siento… viva.

En la azotea el viento caliente se mueve a nuestro alrededor; levanto la vista. Los últimos rayos rosados del crepúsculo se deshacen a lo lejos, fundiéndose con la noche. El corazón de Hunter late de forma regular, bombeando sangre y energía mística a través de su cuerpo; una energía que fácilmente podría matarme.

Pero Hunter no me haría daño jamás.

Él no es como mi padre.

Nos quedamos mirando las ventanas de vidrio plateado cinceladas en los rascacielos. Es como si estuviéramos juntos en nuestro propio mundo en el cielo. Una ciudad de torres de ensueño.

—¿Por qué me haces esto? —le pregunto finalmente, e inhalo su aroma.

Se ríe.

—¿A qué te refieres?

—Me refiero a mi vida, estaba completamente organizada. Más o menos, como mínimo. —Me doy la vuelta, de modo que apoyo la espalda en su pecho y él me ciñe con sus brazos; nuestros ojos fijos en el cielo que oscurece—. Y entonces apareciste tú.

—Y entonces aparecí yo —repite él con dulzura.

—Y lo cambiaste todo. —Vuelvo el rostro hacia él—. Lo que siento por ti…, parece como si fuera a morirme si no te veo… y entonces, cuando te veo, como si fuera a morirme si te vas. Es…, tiene que ser…, bueno, parece…

—¿Amor? —pregunta Hunter, con los ojos muy abiertos—. ¿Lo que estás sintiendo podría ser amor?

Trago saliva y asiento al mismo tiempo.

—Eso creo —digo—. Eso espero.

—Yo también —contesta—. Más que nada en el mundo.

Entonces se inclina y me besa. No en la frente ni en la mejilla, sino en los labios. Un beso de verdad. Un beso que parece capaz de cambiar el mundo.

Sus labios suaves presionan contra los míos, y luego se abren. Noto sus dientes y su lengua, y entonces me dejo llevar por él, por su sabor, su olor, su tacto. Agarra el dobladillo de mi falda vaquera y lo aprieta entre los puños. Casi en respuesta, el guardapelo que llevo al cuello empieza a palpitar, calentándome la piel. Hunter es todo lo que siempre he querido, lo que nunca he sabido que quería hasta que lo conocí. Lo único que importa somos nosotros, juntos.

—Esto es de locos —le susurro al oído—. Apenas te conozco, pero lo que siento… Es como si llevara toda la vida esperándote.

—Oh —dice, al tiempo que se aparta y se frota el pecho—. ¿Qué es eso? —Hace un gesto hacia mi cuello, donde el guardapelo debe de haberle pellizcado por debajo de la camiseta.

—Ah —contesto nerviosa—, nada. Quiero decir…, es un guardapelo.

Me lo saco del cuello de la camisa y lo sostengo para que lo vea. Una tenue luz dorada se filtra por los bordes; palpita en la palma de mi mano, vibrando como si tuviese vida propia.

Hunter lo observa de una forma extraña.

—¿Por qué no me lo has enseñado antes?

—No lo sé —digo, y confieso que me lo encontré en mi bolso—. Quería guardarlo en secreto hasta que supiera cómo abrirlo.

—¿No puedes abrirlo? —pregunta Hunter, y acerca un dedo para tocarlo. El guardapelo prácticamente salta en mi mano y se calienta más todavía, como un huevo a punto de romperse. No podré sostenerlo mucho más tiempo.

Sacudo la cabeza.

—Lo he intentado todo, pero no he averiguado cómo. —Cuanto más cerca de Hunter está el guardapelo, más vibra—. Aunque nunca ha hecho nada parecido a esto. Quizá tenga algo que ver con tu… ¿con tu energía? Mira cómo responde al contacto contigo.

Me quito el colgante y lo dejo caer en la mano de Hunter. Resplandece como un sol en miniatura.

—Uau. ¿Qué crees que hace? —pregunto.

Hunter respira hondo.

—Bueno…

Antes de que pueda continuar, se ve interrumpido por el ruido de unos pasos y la voz de mi padre, que grita en medio de la noche:

—¡Quédate donde estás!

Hunter se vuelve y ahí está: mi padre, vestido con traje azul marino, el pelo ondeando al viento. Stiggson se encuentra justo detrás de él, y apunta directamente a Hunter con su revólver. Junto a Stiggson está Klartino.

—Aléjate de él, Aria —me ordena Stiggson con su voz bronca, y Klartino asiente con sequedad.

Dos hombres todavía más grandes aparecen tras ellos, uno vestido de blanco, el otro, de negro, con la piel cubierta de tatuajes.

—No es a ti a quien queremos —añade Klartino—, sino al místico. Entréganoslo y nadie saldrá herido.

Oigo nuevos pasos cuando Patrick Benedict aparece en la azotea. Parece enfadado y auténticamente conmocionado, desvía la mirada de mi padre a mí y da un leve grito ahogado al ver a Hunter. Le sigue Kyle, que llega corriendo a la azotea con una tubería de metal en la mano, como si estuviese a punto de golpear a alguien.

—No pienso ir a ninguna parte —digo, más alto de lo que pretendía. Me interpongo entre Hunter y los hombres de mi padre. Casi me resulta natural, como si lo hubiese hecho antes.

—Aria, hazte a un lado —me susurra Hunter al oído. Se mete el guardapelo en el bolsillo trasero de los vaqueros—. Me quieren a mí, no a ti.

—No pienso dejarte —replico.

—Está todo el mundo aquí, Aria —dice mi padre, bajando la voz—. Los Foster, Thomas…, están todos abajo. No hagas el ridículo.

—¿Te parece que estoy haciendo el ridículo? —Stiggson me apunta con la pistola a la cabeza. No dudará en matar a Hunter si me hago a un lado—. Tú no sabes nada —añado, haciendo caso omiso del arma y mirando a mi padre directamente.

—Sé más de lo que piensas —repone—. Crees que estás enamorada de ese… místico. De esa cosa. Pero no sabes la verdad sobre él, Aria. De qué es capaz.

—¡Confío más en él que en ti! —digo.

—¡No seas idiota, Aria! —me grita Kyle. Coge la tubería y la dobla por la mitad con apenas esfuerzo; un movimiento que debería ser imposible para cualquier humano, por muy fuerte que sea. Pienso en Frank con la lámpara en la fiesta de Bennie. Kyle debe de ir de Stic. Luego recuerdo el Stic que encontré en mi balcón. Mi hermano ha estado espiándome.

—Aria, es demasiado peligroso —dice Hunter—. Deja que me cojan, puedo luchar contra ellos.

—No —contesto en voz baja—. No puedo arriesgarme a perderte.

—¿Qué va a ser, Aria? —dice Stiggson—. No quiero dispararte. Preferiría arreglar esto de forma pacífica. —Sin embargo, le oigo retirar el seguro de su revólver.

—Aria, agárrate fuerte —me susurra Hunter. Tengo los brazos extendidos, como si fuera un pájaro volando, para protegerle.

—Sí —digo.

—Oh, ya basta de chorradas —espeta mi padre, al tiempo que le quita la pistola a Stiggson y nos apunta directamente.

Luego me dispara.

Bueno, dispara en mi dirección. Antes de que consiga apretar el gatillo, Hunter centellea, me coge y, envuelta entre sus brazos y sintiendo que mi piel estalla en llamas, caemos a través de la azotea.