10

Esa noche, cuando llego del trabajo, me voy directa a mi habitación.

El hedor a rosas me resulta abrumador. Tengo la habitación llena: Thomas me ha enviado un ramo por cada día que llevo trabajando en la oficina. Las tarjetas que los acompañan están llenas de anodinas declaraciones de amor: «Pensaré en ti en cada minuto que pase», dice una, y en otra se lee: «Te quiero cada día más». Probablemente las escriba su ayudante.

También le he visto prácticamente todas las noches. Viene a casa a cenar con nosotros; habla con mi padre de política y de las inminentes elecciones mientras mi madre me enseña muestras de tela para el vestido de novia y menús para la boda.

Me ha llevado al cine. Hemos comido helado juntos. Se ha mostrado dulce.

¿Importa si no recuerdo cuánto le quiero? A veces le miro y pienso: «Es una cara bonita. Podría ser la cara que falta en mis sueños, ¿no?».

Pero mis sentimientos por Thomas son como el hielo que se derrite. Cuando trato de recordar nuestro pasado, no percibo más que imágenes distorsionadas: recuerdos a medias que solo consiguen dejarme más confundida. «Recuerda —me digo a mí misma, como me ordenaba la nota. Como el chico de mis sueños me ha dicho—. Recuerda, recuerda, recuerda.»

Acabo de vestirme para la cena. Llevo el pelo más largo de lo que suelo dejármelo, pero no me importa: me gusta cómo me queda recogido atrás, con un lazo, me deja la cara despejada y cae en ondas por debajo de los hombros.

Abro uno de los cajones de mi cómoda para coger una diadema. Aparto varias pulseras y algunas de mis horquillas de carey, y veo un rasgón en el forro del cajón.

Paso un dedo por el papel a rayas azules y blancas. El rasgón sigue una de las líneas azules, un corte tan leve que apenas se ve. Trato de alisarlo con la uña, pero, cuando paso la mano, noto algo debajo.

Con cuidado, meto el dedo en el rasgón y tiro; el papel se levanta con facilidad y deja al descubierto unas hojas sueltas. Las cojo y veo que son cartas. La primera lleva fecha de hace más de seis meses.

¿Qué están haciendo aquí? Las ordeno por fecha y empiezo a leer la más antigua.

Han pasado tres días desde que nos conocimos en las Profundidades. Tres días y lo único en lo que he pensado ha sido en ti.

Ni siquiera sé si te llegará esta nota, y no quiero decir nada más personal por si termina en malas manos.

Veámonos en el Círculo mañana por la noche. Por favor. Solo quiero mirar en tus ojos estrellados una vez más, y quizá, solo quizá, tú también quieras mirar en los míos. (¿Demasiado cursi?)

Se me acelera el pulso, y siento una opresión en el pecho. He encontrado un alijo de cartas de amor —¡de Thomas!— que debí de esconder por seguridad. Cojo la siguiente.

Esperé y esperé, pero no apareciste. Toda la semana ha sido deprimente. No puedo dormir, no puedo comer, me vuelvo loco pensando en ti. Por favor, hazme un favor y queda conmigo, aunque solo sea para sacarme de esta miseria.

¿Mañana por la noche, en el mismo sitio? Esperaré hasta que cierre el Círculo.

Paso a la siguiente.

¡Has venido! ¡Sabía que lo harías! Esta noche no tengo nada que decir salvo gracias.

Y a la siguiente.

Es ridículo que un solo encuentro te pueda cambiar la vida de esta forma. Ha pasado cuánto, ¿una semana?, desde que nos conocimos y no puedo dejar de pensar en ti. Por la mañana, cuando me levanto, lo primero que hago es pensar en tu bonita cara, en tus ojos oscuros, en tu piel, en tus labios… y durante el día lo único que oigo es el sonido de tu voz, lo único que siento es el roce de tu mano en mi hombro… Y por la noche, doy vueltas y más vueltas en la cama, deseando quedarme dormido lo más rápido posible para poder soñar contigo… con nosotros… juntos.

¿Nos vemos de nuevo? Te enviaré las señas. Y sigue buscando estas notas en tu balcón. No me atrevo a decir mi nombre o dónde me encuentro de forma abierta…, pero pronto daremos con un código que funcione, ¿no?

Hasta entonces.

Me llevo las cartas al pecho y las aprieto con fuerza. Una relación se desarrolla ante mis ojos. Aunque no recuerdo que esto haya ocurrido, no todo se ha perdido.

Suena un pitido.

—¡Aria! —grita Magdalena por el intercomunicador—. ¡Tu madre os está esperando a ti y a tu hermano para cenar!

—¡Bajo enseguida! —digo en el monitor.

«Una más», me digo a mí misma.

J.:

Fue una idea increíble lo de dirigirnos el uno al otro como Romeo y Julieta, como amantes sin suerte que somos. Me alegro tanto de no haberte asustado… Pensé que contarte la verdad —mi nombre y quién soy— te haría salir corriendo… Pero eres mucho más fuerte de lo que imaginaba, y este secreto entre nosotros solo nos puede hacer más fuertes, más seguros, más sólidos y tenaces que el acero de Damasco que sustenta nuestra ciudad. Tenemos tantas cosas que saber, que aprender… ¿Por dónde empezar? Tengo que verte otra vez. ¿Mañana? ¿Pasado mañana por la noche?

R.

¡Romeo y Julieta! ¡Es una locura! Thomas no podría ser tan sensible, tan ingenioso, tan…

Vuelve a sonar el timbre.

—¡Aria! —repite Magdalena.

—¡Voy! —contesto, al tiempo que vuelvo a meter las cartas en el cajón. Por ahora están seguras. Dejo mi habitación, la alfombra suave y afelpada bajo mis pies. Me siento feliz por primera vez en… bueno, sea como sea, en mucho tiempo.

La cena transcurre rápidamente. Kyle no llega a bajar, y mi madre cotorrea acerca de los planes de boda mientras Bartholomew nos sirve: ensalada de caprese para empezar y un plato principal de conejo estofado con hinojo, con patatas nuevas y otras cosas, pero no parece que pueda concentrarme en algo concreto, y como sin ver lo que estoy comiendo. Thomas y mi padre han salido con Garland, a hacer algo relacionado con las elecciones de lo que nosotras no estamos al tanto. Oigo a Magdalena entretenida en la cocina. No sé dónde está Davida.

Aunque tampoco es que nada de eso importe. Lo único en lo que puedo pensar es en las cartas. Son la única pista que tengo de la vida romántica que tenía antes de la sobredosis.

Después del tiempo adecuado, finjo dolor de cabeza.

—¿Me disculpas?

—Bien —dice mi madre, distraída por las fotos de las opciones de centros de mesa para la recepción de la boda—. Asegúrate de que tu hermano sepa que se va a la cama sin cenar nada. Esto no es un sálvese quien pueda, es una casa.

Me retiro de la mesa con calma. Sin embargo, en cuanto estoy fuera de la vista, subo corriendo a mi habitación. Saco las cartas del cajón y me tumbo en la cama, retomándolo donde lo había dejado.

J.:

Anoche no viniste. Esperé y esperé. ¿Hay alguien más? Si es así… me moriré. Todo era oscuro antes de conocerte y ahora hay tanta luz… no soportaría regresar a la oscuridad. ¿O quizá no pudiste escaparte anoche, algo relacionado con tu padre, con tu hermano? Házmelo saber para no preocuparme.

Siempre tuyo,

R.

¡Ojalá tuviera mis respuestas! Tengo que preguntarle a Thomas si las ha guardado. Seguro que las ha guardado.

J.:

Gracias por tranquilizarme. Ahora puedo volverme un poco loco en lo que se refiere a verte. Eres como el antídoto a un veneno… calmante, relajante. Me haces sentir seguro en un mundo en el que reina el caos.

Este odio innecesario que se profesan nuestras familias no es justo para nosotros. ¿Y para qué? Pero ahora no te preocupes por eso. Verte en las Profundidades anoche, cogerte de la mano, besarte el cuello… Dios, estábamos ardiendo. No hay nada que tenga la luz mística que no tengas tú. Brillas más que cualquier cosa o cualquier persona en el mundo entero.

Soy tuyo por todo el tiempo que quieras tenerme.

R.

J.:

No sé cuánto tiempo voy a poder seguir así. ¿Estás preparada para ser sincera? Sé que te da miedo lo que pueda ocurrir si reconocemos nuestro amor, pero ¿qué es lo peor que puede pasar, que nuestras familias renieguen de nosotros y vivamos en medio de la pobreza, pero una vida llena de amor? ¿O que dejemos Nueva York y nos vayamos a otra parte? Claro que no tendremos dinero, pero no hay nada tan terrible como no poder quererte durante el resto de mi vida. ¿Por qué esperar? ¿Dudas de mí, de nosotros? Dilo y gritaré mi amor por ti desde el punto más alto de las Atalayas hasta los canales más bajos.

Te quiero.

R.

J.:

¿Te asustó mi última carta? Tienes las ventanas completamente cerradas… ¿Has cambiado de opinión? Podemos ir más despacio…, esperar para decírselo a tus padres… Haré cualquier cosa por ti. Solo dime qué está mal para que pueda arreglarlo.

R.

J.:

Tu silencio es insoportable. No sé qué pensar, aparte de que ya no me quieres… o de que te ha ocurrido algo horrible… y si alguna de las dos cosas es cierta, no puedo vivir un día más… Me reuniré contigo mañana por la noche… por favor ve.

R.

Ahora que he leído las palabras de Thomas, no puedo creer que haya dudado alguna vez de nuestro amor. Cualquier conexión superficial que haya podido establecer con Hunter palidece en comparación. Vuelvo a deslizar las cartas debajo del forro de papel para mantenerlas a salvo.

Quiero sentir lo que debí de sentir por Thomas cuando me escribió esas cartas. No es de extrañar que se haya comportado de un modo tan raro desde mi sobredosis. ¿Cómo debe de ser sentir una pasión tan ardiente por alguien, haber compartido un amor así, solo para que la otra persona te olvide por completo?

De repente me acuerdo de Lyrica, la mujer de la que me habló Tabitha, la mística drenada del café. Quizá si me escabullo a las Profundidades y la encuentro pueda ayudarme a recuperar mis recuerdos. Al menos tengo que intentarlo. Me lo debo a mí misma, y a Thomas. Romeo.

Me cambio de ropa, me pongo unas zapatillas de correr oscuras y una gorra para taparme la cara y, como por capricho, me meto los guantes de Davida en el bolsillo de atrás. Si la encuentro, quizá Lyrica pueda explicarme qué tienen de especial.

Unas almohadas debajo de las sábanas y cualquiera que eche un vistazo en la oscuridad pensará que estoy durmiendo.

Me dirijo de puntillas a la puerta y la abro. Antes de dar un paso más, me viene una imagen a la mente: estoy en las Profundidades…

—Has venido —dice él.

—Por supuesto que lo he hecho.

Puedo verlo todo desde su cuello para abajo —el cuello rígido de su camisa, la piel bronceada de sus antebrazos—, pero por encima de eso todo está envuelto de misterio, borroso e indistinto, como si fuera un dibujo parcialmente borrado.

Coloco mi mano sobre su hombro.

—Mírame. —No contesta—. Por favor.

—¿Recuerdas? —pregunta en voz baja.

Niego con la cabeza.

—Pero si pudiera verte quizá…

Alza la cabeza a la luz y grito: no tiene cara, solo una página en blanco. Su boca es una línea roja y delgada. Hay agujeros profundos donde deberían estar sus ojos.

—Recuerda —dice la cara fantasmal—. Recuérdame, Aria.

Despierto del recuerdo.

«Lo intento —pienso, cerrando los puños—. Lo intento.»