Prólogo

Nos queda poco tiempo.

—Cógelo. —Deposita en mi mano el guardapelo, que palpita como si tuviese vida propia, desprendiendo un leve resplandor blanco—. Siento haberte puesto en peligro.

—Volvería a hacerlo —le digo—. Una y mil veces.

Me besa, con suavidad al principio, y luego con tal fuerza que me cuesta respirar. La lluvia cae por todas partes, nos empapa y salpica en los canales que serpentean por la ciudad, oscura y calurosa. Su pecho se agita contra el mío. El sonido de las sirenas —y los disparos— reverbera entre los edificios anegados, que se caen a pedazos.

Mi familia se está acercando.

—Vete, Aria —me suplica—. Antes de que lleguen.

Pero ya oigo los pasos detrás de mí. Las voces me zumban en los oídos. Unos dedos se me clavan en los brazos y me apartan de él con brusquedad.

—Te quiero —dice con dulzura.

Y entonces se lo llevan. Yo grito, me resisto, pero es demasiado tarde.

Mi padre emerge de las sombras. Me apunta a la cabeza con el infame cañón de su revólver.

Algo estalla en mi interior.

En realidad, siempre supe que esta historia acabaría rompiéndome el corazón.