Capítulo
7

Jace se bajó del coche tras decirle a su chófer que diera la vuelta a la manzana y lo esperara. A continuación, se alzó el cuello del abrigo para evitar que la llovizna se colara por su cuello y espalda. Se metió rápidamente en un centro de acogida de mujeres que se encontraba entre una antigua iglesia católica y un comedor para indigentes en la periferia del barrio Hell’s Kitchen.

Oscurecería pronto, un hecho que le deprimía no porque la noche se acercara, sino porque le había costado todo el día obtener la información que quería. Y esta le había llevado a encontrar la pista hasta Bethany.

La única información que el servicio de catering tenía en el archivo era su nombre completo y su dirección. ¿Habría puesto a otra empresa como información de contacto? Podría haber llamado al centro de acogida para conseguir más información, pero en el mismo momento en que había logrado obtener la más mínima pista sobre dónde podría encontrarse, había salido disparado de la oficina y había venido directamente hasta aquí.

Abrió la puerta y pasó dentro antes de sacudirse los restos de la lluvia. Una mujer mayor alzó la mirada desde donde se encontraba sentada delante de un escritorio a poca distancia de la puerta. Había alarma en sus ojos. Jace supuso que no era algo ordinario que un hombre entrara tan de repente en un centro de acogida de mujeres, y si sus empleados tenían algo a lo que atenerse era que había estado todo el día pensativo y de mal humor, así que estaba seguro de que no tenía una apariencia muy agradable tampoco.

—¿Puedo ayudarle? —le preguntó la mujer rápidamente.

Jace desvió la mirada hacia el interior y se percató de la pequeñez y la disposición del lugar, que no era más que una habitación. Había catres por toda la estancia y un área para sentarse al fondo, con un sofá desvencijado y unas cuantas sillas viejas situadas alrededor de una televisión.

Había más o menos diez mujeres a la vista, y Jace se quedó estupefacto al ver lo hundidas y sumisas que aparentaban. Las edades oscilaban entre muy jóvenes y bastante ancianas, y todas tenían una mirada cansada y sin esperanzas que hizo que el corazón le diera un vuelco.

¿Esto era lo que Bethany hacía? ¿Era voluntaria aquí y luego cogía pequeños trabajos que le pudieran dar algún dinero extra? Sintió de repente una oleada de orgullo. Recordaba la reacción que había tenido cuando pensó que le estaban pagando de una forma u otra por tener sexo. Y tampoco se había quedado con ellos cuando supo claramente que tanto él como Ash tenían dinero. Ash había tenido razón en una cosa. Nunca antes una mujer los había dejado sin importarle el dinero que pudiera ganar.

Incluso con el abrigo puesto, Jace sentía el interior del refugio bastante frío. Entrecerró los ojos cuando vio que la mayoría de las ocupantes no llevaban más que una simple capa de ropa. Incluso la mujer mayor que había frente a él solo llevaba puesta una chaqueta y unos guantes.

—¿Por qué narices no tiene la calefacción encendida? —exigió Jace.

La mujer pareció sorprenderse. Y luego se rio. Jace parpadeó, no se esperaba esa clase de respuesta.

—Tendrá que hablarlo con el ayuntamiento —dijo la mujer con el enfado patente en su voz—. Han recortado tanto las subvenciones que no nos podemos permitir arreglar la calefacción. Se estropeó la semana pasada. Todo lo que tenemos son unos pocos calefactores portátiles y los usamos por la noche para que las mujeres puedan al menos dormir calientes.

Jace soltó una maldición por lo bajo.

—¿Hay algo más en lo que pueda ayudarle, señor…?

Él extendió su mano.

—Crestwell. Mi nombre es Jace Crestwell, y sí, hay algo en lo que puede ayudarme. Estoy buscando a alguien que trabaja aquí. Su nombre es Bethany Willis.

La mujer le estrechó la mano pero frunció el ceño.

—Yo soy Kate Stover. Encantada de conocerle, señor Crestwell, pero no tenemos a nadie que trabaje aquí con el nombre de Bethany.

Jace alzó las cejas.

—Puso este refugio como su dirección de contacto en un documento de trabajo.

La señora Stover frunció los labios por un momento y luego suspiró.

—Muchas mujeres usan esta dirección —dijo con voz queda—. Les ayuda a conseguir trabajo. Algunos negocios no quieren contratar a mujeres sin techo.

Jace se la quedó mirando sin comprender completamente lo que la mujer estaba sugiriendo. No. No podía ser. Pero si efectivamente era… La señora Stover lo estaba mirando con sospecha y sus labios se habían cerrado y formado una fina línea, como si ya se arrepintiera de haberle facilitado la poca información que le había dado.

Jace se aclaró la garganta y puso todo su empeño en parecer inofensivo y como si no se hubiera sorprendido sobremanera por la posible idea que se estaba formando en su mente.

—Señora Stover, estoy muy interesado en contratar a Bethany. Es un trabajo muy bien pagado y con toda seguridad mejoraría sus circunstancias. Si está preocupada de que pueda ser un amante celoso, un antiguo novio loco, o su actual marido, le puedo asegurar que no lo soy. Le puedo facilitar el nombre de mi negocio y varias referencias, y también puede llamar a mis socios o a mi recepcionista para verificar mi identidad y mis intenciones.

Mientras hablaba, le tendió su tarjeta y observó cómo sus ojos se abrieron como platos por la sorpresa. Volvió a alzar la mirada hacia él y se quedó estudiándolo durante un buen rato. La incertidumbre era evidente mientras se debatía entre confiar en él o no. Jace contuvo la respiración, expectante, hasta que ella finalmente pareció relajarse y suavizó la mirada al tiempo que le devolvía la tarjeta.

—Dijo que su nombre era Bethany. ¿Puede describírmela?

Jace se aclaró la garganta, apenas capaz de hablar debido al nudo que se le estaba formando.

—Pequeña. Muy delgada. Joven. ¿Quizás alrededor de los veinticinco? Pelo negro por debajo de los hombros. Lo llevaba en un moño con una pinza. Y tenía los ojos de un color azul muy vívido. Inolvidables.

Ante esa referencia, los ojos de la mujer brillaron con reconocimiento y luego suavizó el rostro.

—Sí, conozco a Bethany. Estuvo aquí el sábado por la mañana para ver si teníamos una cama para pasar la noche. Fue una pena, pero le tuve que decir que no. —La tristeza estaba bien patente en el rostro de la mujer mayor. Levantó una mano para apartarse los plateados mechones que le caían sobre la cara—. Es lo que más odio de trabajar como voluntaria aquí, negarles la entrada porque no tenemos más espacio para acogerlas. Un trabajo sería más que bienvenido en sus circunstancias, estoy segura. Habló de usar esta dirección para futuros trabajos, pero eran más bien pequeñas cosas. Uno permanente sería maravilloso.

La boca de Jace se abrió por la sorpresa y la conmoción. Esto no era lo que había esperado ni en lo más mínimo. Quería refutar el hecho de que Bethany fuera una sin techo incluso aunque la sospecha se había instalado en su sexto sentido desde el primer momento en que había comenzado a hablar con la señora Stover, pero luego recordó con más detalle cómo la había visto el sábado por la noche. El desaliño de su ropa. La mirada cansada de sus ojos. La forma en que preguntó si la cena formaba parte de la proposición. Virgen santa, madre de Dios. Se sentía enfermo. ¿Había aceptado la oferta de Ash porque era la única manera de tener un lugar en el que pasar la noche? ¿Había sentido que no tenía otra elección?

—¿La ha visto desde entonces? —preguntó Jace con la voz tensa.

La señora Stover negó con la cabeza con tristeza.

—No. Pero viene muy a menudo. Ya se ha quedado aquí otras veces.

—¿Sabe algo sobre ella? ¿Cualquier cosa que me pueda ayudar a encontrarla? —le preguntó Jace con urgencia. Entonces moderó su ansiedad y adoptó un tono mucho más calmado—. Preferiría contratarla a ella, pero no puedo mantener el puesto de trabajo abierto durante mucho tiempo. Es imperativo que la localice de inmediato.

Se iba a ir al infierno por mentirle a una mujer anciana, especialmente una que dirigía un centro de acogida para mujeres, quienes no había duda alguna de que habían sido víctimas de abusos de cabrones que habían mentido tal y como él lo estaba haciendo en ese momento. Pero él no iba a maltratar a Bethany nunca. Si podía encontrarla, se aseguraría bien de que nunca más pasara una noche en la calle. La idea de que ahora estuviera ahí le hacía querer estampar el puño contra la pared, y eso definitivamente no beneficiaría en nada al centro de acogida de mujeres.

—Lo siento, pero no. Ella es muy reservada cuando está aquí. Apenas habla. Le di unos cuantos nombres de otros centros de acogida pero estoy segura de que ya los conocía todos.

—Quiero esos nombres —dijo Jace con un tono de voz neutro—. ¿Cuánto tiempo?

Ella alzó las dos cejas y lo miró con interrogación.

—¿Desde cuándo ha estado viniendo aquí?

—Yo solo llevo trabajando aquí un año, pero en todo ese tiempo ha venido, quizás, como unas seis veces.

El pecho de Jace se le encogió tanto que le costaba hasta respirar. Bethany, su Bethany, era una mujer de la calle. Ella había estado entre sus brazos, segura, por una noche, y él, con toda su riqueza y capacidad de poder darle lo que ella más necesitaba, la había dejado escapar. La había dejado volver al frío y a la incertidumbre.

Dios, Bethany ahora mismo estaba en algún lugar de Nueva York. Sin abrigo. Con frío y hambre. Sin protección.

—Tenga la amabilidad de hacerme un favor, señora Stover.

Él le volvió a tender la tarjeta y le cerró la mano alrededor del cartoncito.

—Si la vuelve a ver, llámeme inmediatamente. Sea de día o de noche. El número de mi teléfono móvil está ahí. Llámeme en el momento en que la vea y no se aleje de su vista hasta que yo haya llegado aquí. ¿Puede hacer eso por mí?

La señora Stover frunció el ceño y lo miró con desconfianza. Él fue rápido en excusar la urgencia en su voz antes de que ella sospechara otra vez y mandara toda la historia al traste.

Ya casi lo había hecho. Jace parecía un novio demente, obsesivo y abusivo en busca y captura de su amante huida. Dios. Si Ash lo viera y lo escuchara, haría que Gabe bajara hasta aquí y ambos le darían una paliza y lo sacarían de este lugar. Y luego le contratarían un maldito psicólogo.

—Soy bastante solidario con su situación, señora Stover. Bethany es una candidata cualificada y ahora que conozco que sus circunstancias son las que son, es incluso más importante que ella sea la que reciba la oferta. Podría contratar a otra persona, pero ella necesita el trabajo. ¿Me avisará, por favor?

Jace estaba orgulloso de su tono calmado. Incluso se las había arreglado para convencerse de que no se le había ido completamente la cabeza.

La señora Stover se relajó y luego sonrió metiéndose la tarjeta en el bolsillo.

—Le llamaré si la veo.

—Gracias —dijo Jace.

Seguidamente recorrió la mirada por toda la estancia donde las mujeres estaban apiñadas en los catres, en las sillas y en el sofá, e intentó controlar la furia que se le instaló en las venas.

—Tendrán la calefacción arreglada enseguida, señora Stover.

Ella abrió los ojos como platos.

En cuanto se dio la vuelta para volver al coche, Jace sacó el móvil de su bolsillo y empezó a hacer las llamadas pertinentes.