Capítulo
32

Jace —susurró Bethany cerca de su oído.

—¿Sí, nena?

Bethany estaba acurrucada a su lado, con el cuerpo flácido y saciado debido al sexo. Si Jace había tenido dudas antes de lo que era hacer el amor, ya habían desaparecido. Se habían pasado horas y horas besándose, tocándose, descubriendo el cuerpo del otro, y Jace había estado especialmente contento debido al atrevimiento que Bethany mostraba en la cama.

Aún era adorablemente tímida y a veces vacilante, pero estaba cogiendo más confianza en sí misma y Jace se deleitaba en cada iniciativa que ella tomaba. No había habido lugar para la dominancia ni para su perversidad en el redescubrimiento mutuo de anoche. Él simplemente había vertido cada gota de emoción que sentía en el coito hasta que ambos estuvieron completamente agotados.

Bethany se apoyó sobre un codo y abandonó el hueco en el hombro de Jace donde su cabeza había estado apoyada. Jace quería volverla a atraer hacia él al no gustarle su repentino alejamiento de entre sus brazos, pero ella lo estaba mirando con el ceño fruncido. Algo estaba dándole vueltas en la cabeza y él no quería acallarla.

Bethany levantó una mano para tocar la gargantilla que llevaba alrededor del cuello y la recorrió con los dedos mientras parecía ordenar sus pensamientos.

—¿Qué significa esto para ti? —preguntó calladamente—. ¿Qué es en realidad? Me dijiste en el apartamento que siempre y cuando yo llevara tu collar estaba bajo tu protección. ¿Qué significa eso?

Él suspiró y odió la incapacidad de controlar su lengua cuando estaba enfadado. Esa no era la manera en la que quería explicarle el significado que tenía que llevara puesta la gargantilla que le había regalado.

—Es un símbolo de propiedad —dijo en un tono cauto—. Es un regalo que un hombre le da a su sumisa. A una mujer que quiere y que está bajo su cuidado. Significa que me perteneces. Que te has sometido a mí.

Bethany frunció el ceño más profundamente y se quedó en silencio durante un buen rato.

—¿Por qué no me lo dijiste cuando me lo regalaste?

Jace también se apoyó sobre un codo para quedar ambos a la misma altura de los ojos. Alargó la mano para tocarle la mejilla y le acarició la suave piel. Luego dejó que sus dedos viajaran hasta la gargantilla y hasta el diamante que yacía contra su garganta.

—Tenía miedo de que fuera demasiado pronto. De que no lo entendieras por completo. No quería presionarte. Tenía miedo de que no lo quisieras si sabías lo que de verdad significaba.

Ella se mordió el labio, pensativa.

—Pero Jace, ¿por qué querrías que lo llevara si ignoraba su significado? No tendría ningún valor hasta que yo supiera lo que significaba. Cualquier satisfacción que sintieras al verme llevarlo puesto debía de estar vacía porque yo no sabía lo que estaba llevando.

Jace arqueó los labios con arrepentimiento.

—Ahí me has pillado. Y tienes razón. Para mí era suficiente con ver que lo llevabas puesto alrededor del cuello y con saber yo lo que significaba. Pero tienes razón. Nunca tendría pleno significado hasta que tú reconocieras y aceptaras su verdadero sentido.

—Es importante para ti —dijo. No era una pregunta, sino la confirmación de un hecho.

Él asintió.

—Lo es. Pero a lo mejor no por las razones que crees. No es que sea el cabrón que te ha marcado como una posesión. La simple verdad es que me gusta vértelo alrededor del cuello porque yo te lo di y es un símbolo del regalo que tú me has dado a mí.

Bethany lo miró asombrada.

—No lo había considerado desde esa perspectiva.

Jace sonrió.

—No, aún estás convencida de que no me has dado nada y de que no tienes nada que darme. Pero eso no es verdad, nena. Me has dado el regalo más preciado que me podrían haber dado nunca. Tú.

Las lágrimas brillaron con fuerza en sus fieros ojos azules. Luego, para su sorpresa, levantó las manos hacia la gargantilla para desabrochársela. Dejó que se deslizara por su cuello y luego se la tendió.

El miedo se apoderó de él mientras se la quedaba mirando boquiabierto. ¿La estaba rechazando?

—No sabía lo que significaba antes —dijo, aún tendiéndole la gargantilla—. Quiero que me la pongas ahora cuando ambos sabemos lo que significa.

Su pecho casi explotó al formársele un nudo. La mano le tembló cuando se la cogió de los dedos. Se colocó de rodillas y luego dijo:

—Ponte de rodillas, nena. Arrodíllate aquí en la cama.

Ella se colocó frente a él, tan preciosa que dolía, con el pelo revuelto y los ojos adormilados. Ojos que estaban llenos de algo que no se atrevía a desear. Amor.

Sostuvo la gargantilla para que ella pudiera verla extendida en sus manos. Luego la miró a los ojos.

—¿Llevarás mi collar, Bethany? No es únicamente un símbolo de mi propiedad. Es un símbolo de tu regalo hacia mí, pero también de mi regalo hacia ti. Te querré absolutamente y te protegeré. Me ocuparé de que todas tus necesidades se vean saciadas. Tu cuerpo será mío, pero el mío será también tuyo. Te amaré y adoraré con todo lo que es mío.

—Sí. Oh, Jace, sí —dijo en voz baja.

Deslizó la gargantilla una vez más alrededor de su cuello. Fue mucho más dulce esta vez porque, como había dicho, ahora ella sabía el significado que contenía. Aceptó no solo la gargantilla sino también a él. ¿Se podía pedir algo más?

La abrochó y luego le pasó los dedos por la parte frontal para tocar la lágrima de diamante que se encontraba enredada entre las tiras de cuero. Luego se inclinó hacia delante y reclamó su boca. Su lengua encontró la de ella con una pasión y un fervor que lo hizo incluso marearse.

—Te amo, Bethany.

—¡Jace!

Pero él no la dejó gritar. No en su cama y no mientras la abrazara. Él solo quería su felicidad, y siempre y cuando tuviera el poder de mantener esas lágrimas a raya, lo haría.

—Hazme el amor, nena. Una y otra vez. Esta vez sabiendo los dos que me perteneces en alma y corazón.

Ella puso los brazos alrededor de su cuello. Se tumbó de espaldas sobre el colchón y Jace se dejó llevar y la mantuvo firmemente pegada a la cama mientras devoraba su boca y la cubría con su cuerpo.

—Nunca me he sentido así por una mujer —murmuró contra su piel—. Nunca antes. Y nunca lo volveré a hacer.

—Jace —susurró con un deje ronco en la voz—. Ámame. Por favor.

—Lo hago. Lo haré. Te quiero. No tienes que pedirme eso, nena. Es tuyo. Soy tuyo. Eso no va a cambiar.

Él la besó en los pechos. Su lengua jugueteó con uno de los pezones hasta conseguir que se endureciera antes de desviar su atención hacia el otro. Lo lamió y luego lo succionó; le encantaba el excitado zumbido que emanaba de ella. El cuerpo se tensó debajo del suyo y Bethany se arqueó bajo su boca.

Enredó las manos en su pelo para mantenerlo firmemente pegado contra su pecho.

Jace sonrió.

—¿A mi niña le gusta?

Bethany gimió.

—Lo único que me gusta más es cuando pones la boca… ahí abajo.

Aún adorablemente tímida. A Jace le encantaba eso de ella. Lo vacilante que era para expresar cuáles eran sus deseos y necesidades.

—Que no se diga que no me esfuerzo por satisfacer a mi mujer —ronroneó mientras bajaba a lo largo de su cuerpo.

Le abrió los muslos y dejó a la vista su dulce sexo. Trazó una línea con un dedo sobre los delicados labios y la abrió incluso más para poder tener acceso a su carne hinchada y rosada. Brillaba, húmeda, y su miembro se endureció incluso más de solo imaginar su sabor en la lengua.

La lamió con fuerza, cubriéndola entera con su lengua desde la abertura de su cuerpo hasta su clítoris. Practicó movimientos circulares alrededor del botón aterciopelado y luego cuidadosamente lo colocó entre sus labios para succionarlo ligeramente.

Bethany se arqueó debajo de él y hundió más sus dedos en el pelo de Jace para mantenerlo pegado a ella. Jace se pegó un banquete con ella. Se la comió, la lamió, la succionó y deslizó su lengua en su interior para poseerla con húmedas caricias.

No podía obtener suficiente. Nunca tendría suficiente de su sabor, de su tacto tan suave y sedoso contra sus labios. Le encantaba cómo temblaba bajo su contacto, sus pequeños jadeos y suspiros. Nunca se había imaginado que estaría tan pillado por una mujer. No había mentido cuando le había dicho a Bethany que sostenía un gran poder sobre él. Un poder muchísimo más grande que el que él ejercía sobre ella. Porque sin ella, él no tenía nada.

Sin ella, su dinero, su riqueza, su prestigio, no significaban nada. Ella no se creía digna de Jace porque él tenía cosas materiales que ella no poseía. Pero lo que ella le daba a él era mucho más dulce, y no tenía precio ni medida.

—Jace —dijo en un suave gemido—. Cariño, por favor.

Era la primera vez que había usado ese apelativo con él y le gustaba. Le gustaba un montón. Nunca se había considerado un hombre que quisiera que su mujer lo llamara con nombres cursis. Él mismo nunca los había usado con ninguna otra mujer. Pero con Bethany, las palabras le salían con tanta facilidad… Los términos afectivos se le escapaban de los labios antes de que supiera que los estaba pronunciando.

—Dilo otra vez —dijo con voz ronca.

Ella levantó la cabeza. Sus ojos estaban inundados de amor y de cariño.

—¿Decir qué?

—Me has llamado «cariño».

Una sonrisa se curvó en sus labios y los ojos le brillaron mientras ensanchaba la sonrisa.

—¿Te gusta?

—Sí —contestó él bruscamente.

—Cariño —susurró de nuevo Bethany.

Jace cerró los ojos y la lamió de nuevo, disfrutando del intenso estremecimiento que su boca la había obligado a sentir.

—Dime cómo lo quieres —preguntó—. ¿Quieres correrte en mi boca o me quieres en tu interior?

—¿Puedo elegir?

Había divertimento en su voz, así que Jace levantó la cabeza y vio un brillo provocador en sus ojos. Dios, le encantaba esto. La cómoda y fácil compenetración que se había forjado entre ellos. Bien se podía imaginar a sí mismo y a Bethany riéndose y amándose de esta forma durante las siguientes décadas.

—Sí, nena, puedes elegir. De una forma u otra, te vas a correr, así que supongo que vas a salir ganando sí o sí. Y yo también gano sí o sí. O bien te corres en mi lengua; no hay ninguna desventaja en eso. O bien te corres con mi polla tan dentro de ti que mis pelotas quieran introducirse en ti también. Y, obviamente, eso tampoco supone ninguna desventaja.

Ella se rio suavemente y volvió a descansar la cabeza en la almohada mientras un suspiro de alegría se le escapaba del pecho.

—Bueno. Es una decisión complicada porque tienes una lengua muy, muy hábil. Pero me encanta cuando estás en mi interior.

—No se diga más —gruñó mientras levantaba su cuerpo hasta que sus bocas quedaran a la misma altura.

La besó y acarició su lengua mientras la dejaba saborear su esencia y la dulce humedad que aún mantenía en su propia lengua.

—Ayúdame a entrar, nena. Guíame.

Jace casi perdió la cabeza cuando Bethany colocó los dedos alrededor de su rígido miembro y luego con su otra mano se abrió los labios vaginales y posicionó el glande sobre su abertura.

Se paró durante un momento y lo acarició ligeramente con los dedos hasta llegar a los testículos. Los masajeó y presionó suavemente hasta que estuvo a punto de jadear de necesidad. Estaba muy cerca de correrse sobre su sexo sin siquiera haberse introducido en ella.

Bethany le provocaba eso. Lo hacía volverse loco de necesidad. Lo hacía olvidarse del control y de la paciencia. Cerró los ojos y apoyó todo su peso en los antebrazos.

—¿Estás preparado? —le susurró.

—Pequeña provocadora —le respondió él.

Bethany sonrió y luego se arqueó para acogerlo centímetro a centímetro. Luego apartó la mano de él y le rodeó los hombros con los brazos para atraerlo hacia ella hasta estar completamente nivelado con su cuerpo.

—Tómame. Hazme el amor, Jace.

Él se deslizó en su interior lenta y suavemente. Empujó sus caderas hasta que estas tocaron la parte inferior de sus muslos. Bethany colocó sus talones alrededor de la espalda de Jace y se movió con él para encontrarse con sus embestidas.

Jace la besó en los labios, se movió hacia su comisura y luego le trazó una línea de besos desde la mandíbula hasta la oreja. Le mordió juguetonamente el lóbulo y luego lo succionó entre sus labios imitando la atención que le había otorgado antes a sus pechos.

Se humedeció alrededor de su miembro y lo bañó de un calor instantáneo.

—A mi niña le gusta eso también —murmuró.

—Mmmm —gimió ella—. Mis orejas son muy sensibles.

Le lamió el lóbulo y luego le resiguió con la lengua la oreja entera hasta conseguir que se estremeciera debajo de él con violencia. Su sexo se contrajo y luego se tensó con más firmeza, que solo consiguió succionarlo más.

—Le gusta mucho, mucho —dijo con una risita.

Bethany le hincó los dientes en un hombro y ahora le tocaba a él el turno de estremecerse y tensarse encima de ella.

—Mmmm, a mi cariño le gusta eso —le dijo con suficiencia.

—Ya te digo. Me gustan tus dientes, tu boca, tu lengua. Cualquier parte de ti que pueda tener, nena. Me gusta todo.

—En ese caso…

Bethany trazó un camino de mordisquitos desde el cuello hasta su oreja y luego volvió a descender. Las terminaciones nerviosas de Jace crepitaron y se volvieron locas. Su pene salió disparado hacia delante, poseyéndola con tanta fuerza hasta que temió hacerle daño. Pero ya no tenía control alguno, su cuerpo había tomado las riendas sobre su necesidad e instinto de encontrar alivio.

—Ve acercándote —dijo rechinando los dientes—. Ve llegando, nena. Estoy cerca. No voy a durar mucho más.

Ella le pasó las manos alrededor del cuello y lo abrazó contra ella mientras levantaba su cuerpo como si buscara más.

—Te amo —susurró Bethany.

Las palabras volaron sobre su oído. Esas palabras. Dios, esas palabras. Era lo único que le quedaba recibir de ella. Esa única cosa que no le había dado hasta ahora. Era el sonido más precioso que hubiera escuchado nunca en su vida.

La euforia lo inundó y se extendió por los rincones más oscuros de su alma e iluminó con fuerza cada sombra.

—Bethany —pronunció ahogadamente—. Dios, nena, yo también te amo. Muchísimo. Córrete conmigo ya.

—Ya estoy ahí.

Esas dulces palabras. Ese «te amo» tan dulcemente susurrado aún se hacía eco en su mente y lo enviaba directamente en caída libre. Su semen manó de su miembro y salió disparado hacia el interior de su sexo. El calor y la fricción eran casi dolorosos debido a la intensidad de los movimientos. Y aún así siguió corriéndose y corriéndose; su orgasmo era una fuerza imparable. La empapó de su semilla y luego se hundió bien dentro de ella y se quedó allí tan profundamente como pudo. Permaneció ahí queriendo eternizarse en su vientre.

En ese momento maldijo el método anticonceptivo. Tenía una necesidad salvaje de darle un hijo, de dejarla embarazada de su hijo. El de ambos. Un hijo o una hija. La imagen de Bethany gordita y con su hijo en sus entrañas lo mantuvo duro cuando se suponía que debía ir perdiendo rigidez en la erección.

Se desplomó sobre ella y cayó sobre su delicada suavidad. Dios, le encantaba sentirla debajo de su cuerpo. Bethany suspiró de felicidad y lo besó en el cuello mientras le acariciaba la espalda de arriba abajo hasta el trasero.

—Si por mí fuera me quedaría dentro de ti para siempre.

Él la sintió sonreír bajo su piel.

—Dímelas otra vez —la urgió—. Quiero oír las palabras otra vez, Bethany.

Ella no vaciló. No malinterpretó lo que le había pedido.

—Te amo.

Jace cerró los ojos y respiró hondo. No podía pedir más que esto. Que lo que tenía justo aquí y ahora entre sus brazos.

—Yo también te amo, nena.