Veinticinco minutos fue el tiempo que le llevó darse cuenta de que estaba completamente loca. Veinticinco minutos para saber que había cometido un error enorme.
Bethany se lavó las manos y luego hundió una en el bolsillo de su pantalón para sentir el tacto de los billetes doblados. La cocina se había quedado tranquila y la mayor parte de los empleados se había ido excepto aquellos que tenían que acabar de limpiar. Esa no era su obligación, menos mal. Su trabajo había acabado.
Dudó por un momento al mirar alternativamente la puerta que daba al callejón y la que la llevaría directa hasta Ash y Jace.
Jace no había mentido. El salón se vació en quince minutos. No estaba segura de cómo se las había apañado para conseguirlo, pero bueno, sí que parecía ser de esa clase de hombre que siempre conseguía lo que quería.
Ahora todo lo que quedaba entre ella y una noche de sexo ardiente y buena comida era esa puerta.
La puerta que daba al callejón se abrió y uno de los empleados sacó una bolsa de basura y la tiró en el contenedor. Una racha de aire frío entró en la cocina y le caló hasta los huesos. Bethany tembló mientras un escalofrío le recorría los brazos.
Esa era su otra opción. El frío. La soledad. Otra noche de inseguridad.
Visto de esa manera, la segunda puerta que se le ofrecía parecía su única opción lógica.
Se apartó del extremo de la encimera en la que estaba apoyada y caminó hacia la salida. Cuando llegó a ella, respiró hondo y se dejó llevar.
Jace la estaba esperando con las manos metidas en los bolsillos y con un hombro apoyado en la pared. Su mirada se encontró con la de ella y la penetró tan rápidamente como el aire frío lo había hecho momentos antes. Solo que esta vez, en lugar de sentir un escalofrío por todo el cuerpo, el calor se extendió como fuego por sus venas sin control alguno.
—¿Estás lista?
Incluso antes de que ella respondiera, él se movió, se incorporó y se puso a su lado. Deslizó la mano por su nuca y comenzó a acariciarle la suave piel por donde le nacía el pelo con el dedo pulgar.
Joder… las caricias de este hombre eran letales.
—Ash está en la habitación encargándose de la cena.
Bethany alzó la cara hasta Jace y lo miró directamente a los ojos por primera vez.
—Entonces, ¿nos vamos a quedar aquí?
Una sonrisa se formó en la comisura de sus labios.
—El hotel es mío. Es tan buen lugar como cualquier otro para pasar la noche.
El hotel era suyo. De acuerdo, no es que no hubiera sabido ya que tanto él como Ash estaban estratosféricamente fuera de su alcance, pero escuchar esas palabras, «el hotel es mío», había reafirmado que debería haber elegido el frío antes que la calidez temporal.
—Obviamente no estoy vestida para esto —murmuró mientras se dirigían hasta los ascensores—. No tengo otra ropa… ni nada más aquí.
Bethany quería reírse porque la conversación entera era absurda. Incluso sabiéndolo no habría podido vestirse bien porque no tenía nada. No tenía más que la esperanza de que el día siguiente fuera mejor que el anterior.
Los labios de Jace se arquearon de nuevo y los ojos le brillaron mientras la empujaba hacia el interior del ascensor.
—No necesitarás ropa. Ni… nada más.
Las manos de Bethany temblaron y sus rodillas se sacudieron. Esta era su última oportunidad para retractarse. Jace se inclinó hacia delante para presionar el botón que los llevaría hasta la última planta del hotel. Las puertas aún estaban abiertas. Sería fácil salir, decir que había cambiado de opinión e internarse en el frío de la noche para abrazar lo que para ella era la realidad.
Jace, de repente, la miró inquisitoriamente, casi como si le hubiera leído los pensamientos en ese mismo momento. Se la quedó mirando durante un buen rato y pulsó con un dedo el botón de la última planta. Como ella no se movió, él se reincorporó y se echó contra la pared más alejada para seguir estudiándola mientras las puertas se cerraban.
—Estás nerviosa —dijo aún con la mirada puesta en ella.
Ella lo miró como si fuera tonto y él sonrió de nuevo. Dios, tenía una sonrisa letal. No era relajada y encantadora como la de Ash. Sonreír parecía ser algo natural para Ash, como si ya le viniera de fábrica el ser ese tipo abierto y ligón por el que las mujeres se volvían locas. Bethany no tenía la impresión de que Jace fuera tan sonriente. Parecía ser mucho más serio que Ash. Y si tenía que ser honesta consigo misma, ese aire melancólico e imponente la ponía mala, malísima. Porque era la clase de hombre con el que se sentiría segura durante la noche. Un hombre con el que una mujer se sentiría protegida.
—No tienes por qué estar nerviosa —murmuró cuando el ascensor se detuvo al llegar a la planta indicada.
Cuando fue a salir, Jace estiró el brazo para detenerla y luego la atrajo hasta sus brazos. Bethany aterrizó contra su pecho y Jace inclinó la cabeza de manera que su boca estuviera cerca de la de ella. Tan cerca que ella podía sentir la estridente exhalación de su aliento.
—Bethany, no tienes motivos por los que estar nerviosa —le dijo otra vez con la boca moviéndose de forma tentadora sobre la de ella.
Le recorrió la mejilla con un dedo hasta llegar a la comisura de sus labios justo cuando el ascensor comenzó a quejarse porque las puertas se habían mantenido abiertas durante demasiado tiempo. Él lo ignoró, solo estaba centrado en ella, observándola y absorbiéndola como si pudiera llegar a introducirse en sus pensamientos. O como si quisiera hacerlo, al menos.
—Estoy bien —susurró Bethany.
Y entonces Jace sonrió. Y fue una sonrisa sincera. No uno de esos amagos que hacían que pareciera que iba a sonreír o que estaba luchando contra ello. Era una sonrisa abierta, de oreja a oreja. Y Dios santo, el hombre tenía una dentadura preciosa. Perfecta. Inmensamente blanca. Una sonrisa de oro. Pero bueno, todo en él era perfecto. Desde la cabeza hasta los pies.
Estaba completamente fuera de su alcance. Tanto que no hacía ni gracia.
Imágenes de Pretty Woman inundaron su mente. Cenicienta. Un cuento de hadas que duraba un solo día. Pero ella sabía que no debía soñar con finales felices. Los cuentos de hadas eran bonitos cuando se leían. Cuando se pensaban. Pero no eran ni remotamente realistas. Los cuentos de hadas no ocurrían para chicas como Bethany.
Así que ella aprovecharía su única noche y mañana volvería a hacer lo que mejor se le daba. Vivir el presente, día a día, soportando lo que le viniera encima. Sobreviviendo.
Él le hizo un gesto para que saliera del ascensor, y nada más puso un pie fuera, Jace se colocó junto a ella y le pasó el brazo firmemente alrededor de la cintura. La sensación era buena. Demasiado. Era demasiado fácil perderse en la fantasía. A este hombre no le importaba ella lo más mínimo. Solo quería sexo, y Bethany quería la calidez y la comida y un medio para olvidar su asquerosa existencia. Era un trato que podía asumir.
Un momento después, Jace abrió la puerta de una suite lujosa. Ella vaciló justo en la puerta al ver a Ash poniendo los platos de comida encima de una impecable mesa. Había tres cubiertos, y estaba claro que ella se sentaría entre ambos. Su vaso de zumo de naranja se erguía junto a un plato con una hamburguesa y patatas fritas, y a cada uno de los lados había dos platos con bistecs.
El olor a comida llegó hasta ella y su estómago se sacudió al instante. Se estaba muriendo de hambre y no había olido nada tan sabroso en su vida.
Ash se dio la vuelta y le regaló una sonrisa vaga mientras sus ojos rebosaban encanto.
—¿Lista para comer? —preguntó Ash.
Oh, sí. Estaba lista. Era todo lo que podía hacer para asentir calmadamente con la cabeza y no lanzarse directamente sobre la mesa y empezar a zamparse a bocados esa hamburguesa.
Jace le puso la mano en la espalda y la guio hasta la mesa. Bethany cerró los dedos para disimular los temblores, se sentó en la silla y luego se pegó a la mesa y a ese delicioso plato que tenía frente a ella. Cogió el vaso de manera informal, como si no estuviera famélica ni muerta de ganas de hincarle el diente a la comida. Le dio un sorbo al zumo pero lo volvió a dejar en la mesa cuando el líquido llegó con fuerza a su estómago vacío.
Quizá saborear primero la comida sería la mejor opción.
Tener una hamburguesa, patatas fritas e incluso zumo de naranja era un lujo del que iba a disfrutar cada segundo.
Mientras Jace y Ash se sentaron cada uno a un lado, Bethany le echó el guante a una patata, la mojó en el pequeño cuenco de kétchup que tenía junto a su plato y luego se la metió en la boca.
—¿Estás segura de que no quieres bistec? —preguntó Ash, mirando en dirección a su plato.
Cuando le echó una mirada a la suculenta carne de ternera de su plato su boca se hizo agua. Y ese olor… Dios, ese olor tan delicioso la estaba matando.
—Pues… —comenzó.
Sin pronunciar otra palabra, Ash cortó un trozo de su filete y luego se lo puso en su plato. Estaba un poco más crudo por el centro que como a ella le gustaba, pero ¿qué más daba? Le daba incluso igual hasta cómo supiese. Era comida.
—Gracias —murmuró.
Fue consciente de la mirada de Jace durante todo el tiempo que estuvo comiendo, así que tuvo mucho cuidado de controlarse y asegurarse de tomarse su tiempo y de no parecer demasiado ansiosa. Masticó cada trozo con calma. Se bebió sorbo a sorbo el zumo de naranja, y agradeció, cuando se lo acabó, que Ash trajera más.
Quería comérselo todo, pero su estómago se rebeló. Había pasado mucho tiempo sin comer en abundancia y ya se había acostumbrado a sobrevivir con lo justo. Su estómago rechazó acoger otro bocado cuando ella apenas se había comido la mitad de la hamburguesa y solo unos pocos trozos del bistec.
—No has comido mucho —observó Jace cuando ella empujó el plato hacia el centro de la mesa.
—Picoteé algo de comida antes en la fiesta —mintió—. Pero estaba todo muy bueno. Gracias.
Jace se la quedó mirando durante un momento, y ella se movió nerviosa e incómoda en la silla. No parecía que la creyera, pero no volvió a tocar el tema. ¿Y por qué debería importarle si comía o no? Estaba aquí porque querían sexo. Querían marcarse un tanto. Aunque por qué precisamente con ella era algo que nunca llegaría a entender. Dudaba mucho de que tuvieran algún problema para conseguir a las mujeres que querían tener en la cama, y eso significaba que podían ser tan tiquismiquis como quisieran.
—Algunas cosas que debes saber —habló Ash.
Su mirada se desvió hacia la de él y vio que había perdido esa mirada juguetona y ligona. Sus ojos se mostraban serios. Tan desbordantes de calor que hizo que la respiración se le cortara. En ese momento parecía justo como Jace. Muchísimo más taciturno e… imponente. Algo que era raro teniendo en cuenta que la palabra «imponente» nunca la habría incluido en ninguna descripción de Ash.
—Nosotros tenemos el control en el dormitorio. Lo que nosotros decimos va a misa. Cuidaremos de ti. Velaremos por tus necesidades. Nos aseguraremos de que disfrutes y grites como nadie, pero nosotros tenemos las riendas. Si tienes algún problema con eso, dilo ahora antes de que nos metamos de lleno.
Una embriagante excitación atravesó todo su cuerpo. ¿Estaba de broma? Luchó contra la abrumadora respuesta a su afirmación y se obligó a ser lista e inteligente. Sí, que la cuidaran esta noche no le importaba. ¿Ceder poder y control por una sola noche en la que no tuviera que pensar, ni hacer nada más que sentir? No la echaba para atrás.
Pero sí que tenía que saber exactamente qué era lo que abarcaba este acuerdo y lo lejos que llegaban sus perversiones.
—Creo que eso depende de lo que queráis —dijo en voz baja—. No me va nada algo que se acerque a tener que jugarme la vida.
Jace frunció el entrecejo y le lanzó una mirada de reproche a Ash.
—La has acojonado ahora, tío. Te dije que te relajaras y dejaras que yo me encargara.
—Se merece saber dónde se está metiendo —dijo Ash calmadamente—. No le he mentido ni la he llevado por caminos equivocados.
—Te lo agradezco —dijo Bethany con sequedad.
Jace alargó la mano para coger la de ella y la rodeó con los dedos. Fue un gesto… dulce y que extrañamente no iba con ese aire imponente y esas miradas solemnes que le había lanzado antes. Este era el hombre del que había esperado que viniera el discursito que había soltado Ash. El tío que esperaba que le hubiera explicado sus normas y comunicado cómo iban a suceder las cosas por las buenas, o por las malas.
—No te haremos daño, Bethany. Lo que Ash quiere decir es que nos gusta el control. Nos gusta… la sumisión. Lo que no quiere decir que esta noche tenga que ser todo relacionado con eso. Solo estamos dejándotelo claro.
—Lo entiendo —dijo ella suavemente.
—¿Y? —la animó Jace.
—¿Y qué?
—¿Estás de acuerdo con eso? ¿Lo podrás soportar?
Ella respiró hondo y asintió.
—Me parece bien.
—Menos mal —murmuró Ash—. Ahora, si ya hemos terminado con toda la charla, ¿podemos pasar a la parte donde nos desnudamos?
—Ash.
Jace pronunció el nombre de su amigo como una advertencia. Luego se volvió hacia Bethany sujetando su mano todavía.
—Vete al dormitorio. Puedes usar el baño para ponerte cómoda o hacer lo que necesites. Desvístete y espéranos en la cama.
Las suaves palabras recorrieron toda su piel e hicieron que el cuerpo entero le vibrara de excitación. Este hombre era del todo letal.
Sin pronunciar palabra alguna, se encontró obedeciendo su sosegada orden y levantándose de la silla. Su mano se deslizó sobre la de él cuando retrocedió, pero luego se dio la vuelta y desvió la mirada de Jace mientras se encaminaba hacia el dormitorio.