Capítulo
29

Cuando el coche de Jace se paró cerca del edificio donde ella tenía su apartamento, él actuó como si no quisiera dejar que Bethany se bajara. Se quedó agarrándole la mano durante un buen rato antes de inclinarse hacia delante para besarla. Con fuerza. Con posesividad. Bethany luchó por respirar calmadamente cuando Jace finalmente la soltó y su mirada brilló mientras los ojos se le oscurecían y se llenaban de deseo.

—Pasaré cuando termine el trabajo.

Ella asintió y luego abrió la puerta.

—Ten cuidado. La lluvia está apretando. No quiero que te mojes.

Bethany sonrió.

—Un poquito de lluvia de vez en cuando no hace daño a nadie, Jace.

—Aun así, hace frío. Te quiero dentro rápido para que no cojas un resfriado.

Ahora fue ella quien se echó hacia delante para besarlo y finalmente salió del coche. Tal como le había pedido, se apresuró a llegar a la entrada mientras esquivaba los goterones de agua que caían del cielo. Una carcajada abandonó sus labios y ella se deleitó en lo feliz y contenta que sonaba. Se giró dentro del portal para ver cómo el coche de Jace se adentraba de nuevo en el tráfico y se lo quedó mirando hasta que desapareció de su vista.

Estuvo a punto de darse la vuelta para subir a su apartamento cuando oyó su nombre.

Frunció el ceño y se volvió, y para su sorpresa se encontró a Jack a pocos metros de ella. Estaba empapado, sucio de barro y llevaba una mochila harapienta en la espalda.

—¡Jack!

Su nombre salió como un susurro y luego se abalanzó hacia él, adentrándose una vez más en el frío.

—Jack, ¿qué estás haciendo aquí? —preguntó—. ¿Cuánto tiempo has estado aquí?

Él le dedicó una media sonrisa.

—No estaba seguro de cuándo volverías. Le pedí al portero que llamara a tu piso ayer pero no estabas aquí. Así que me quedé por los alrededores esperando encontrarte.

—Oh, Jack, lo siento —su voz sonaba tristona. La culpabilidad la inundó. Mientras ella había estado feliz y calentita, celebrando las Navidades con Jace y su familia, Jack había estado aquí, esperándola en el frío. Sin un sitio donde dormir o resguardarse del tiempo.

—No tienes que disculparte, Bethy. Si no es un buen momento puedo volver…

—¡No! —dijo con fiereza—. Entra. Necesitas salir del frío. No tenía ni idea de que habías venido. Esperaba que lo hicieras. Si lo hubiera sabido, habría estado aquí.

Lo agarró de un brazo y lo arrastró hasta la entrada. Cuando se encontraron con el portero, ella levantó la barbilla, retándole a que se atreviera a juzgarlo.

—Este es Jack. Es mi hermano. Le voy a dar una llave. Si yo no estoy aquí, y necesita subir, debe dejarlo pasar.

El portero asintió respetuosamente.

—Por supuesto, señorita Willis.

Se dirigió rápidamente con Jack hasta el ascensor e hizo una mueca cuando este empapó el interior de agua. Estaba temblando y se le veía más delgado que la última vez que lo había visto. ¿Había comido algo?

Debería haber cuidado mejor de él. Debería haberse esforzado más por asegurarse de que estaba bien. Ella tenía tanto ahora que le dolía pensar que Jack aún estaba en las calles. Y más cuando ella podía darle un lugar donde vivir y comer.

—Bonito apartamento —murmuró Jack cuando Bethany lo condujo dentro del piso de un empujón.

—Sí que lo es. Ve al baño y date una ducha caliente. Voy a buscar algo de ropa de Jace. Te estará grande pero al menos estará caliente y seca.

De nuevo puso esa sonrisa torcida mientras ella lo arrastraba hasta su dormitorio.

—Jace, ¿el tipo que te ha dado todo esto?

Bethany se ablandó y una sonrisa curvó sus labios.

—Sí. Es un buen hombre, Jack. El mejor. Soy… feliz.

Jack alargó la mano para tocarle la mejilla.

—Me alegro, Bethy. Te mereces ser feliz.

—Tú también —contestó ella firmemente.

La sonrisa que le regaló él fue más triste esta vez.

—Siento lo que pasó. Nunca quise que te vieras involucrada.

—Lo sé —dijo con voz suave—. Ahora ve. Dúchate. Yo prepararé algo de comer, ¿de acuerdo?

Cuando Jack desapareció en el cuarto de baño, Bethany sacó un par de vaqueros de Jace y una de las camisetas que había dejado en el apartamento. Encontró un par de calcetines que le estarían bien a Jack; quería que sus pies estuvieran calientes. Zapatos. Necesitaba comprarle zapatos nuevos. Los que tenía estaban raídos, las suelas se le estaban despegando y tenían agujeros. No eran barrera ninguna contra el frío.

Después de dejarle la ropa donde pudiera encontrarla, volvió a la cocina.

Sacó el beicon, unos huevos y un poco de jamón y queso. Una tortilla sería rápida de hacer y tenía muchas proteínas. Se puso a ello y para cuando Jack reapareció, vestido con la ropa de Jace, ya tenía su plato listo.

—¿Quieres zumo o leche? —preguntó cuando se sentó en uno de los taburetes de la cocina.

Él se encogió de hombros.

—No me importa. Lo que sea.

Después de debatir durante un momento, sacó dos vasos y le sirvió uno de cada. La nutrición extra no le iba a venir mal.

—No me puedo quedar mucho tiempo —dijo Jack. Ya estaba atacando la tortilla con ganas. Bethany se encogió de dolor al imaginar cuándo habría sido su última buena comida—. Tengo cosas que hacer. Solo quería verte y dejar mi mochila aquí, si te parece bien.

—Por supuesto que me parece bien —dijo—. ¿Por qué no te puedes quedar?

—Volveré. Solo que hay unas cosas de las que me tengo que ocupar y no quiero llevar la mochila conmigo. Me la podrían robar. Ya sabes cómo es esto. Siempre hay alguien que quiere lo que los demás tienen.

Estaba siendo ambiguo y eso la molestaba.

—¿Qué hay en la mochila?

Él ignoró su pregunta y luego se metió la mano en un bolsillo. Sacó un frasco con pastillas y a Bethany se le formó un nudo en el estómago.

—Las conseguí para ti, Bethy. Sé que las necesitas a veces.

Su corazón comenzó a latir cuando él deslizó el frasco por la encimera.

—No, Jack —sacudió la cabeza con un ademán—. Ya no las tomo. Lo sabes perfectamente. No puedo volver a eso. Nunca más.

—Aun así, estarán aquí si las necesitas.

—¿Cómo las has conseguido? —preguntó; el terror se había instalado en su pecho—. ¿Cómo has podido permitírtelas? Dime que no has cogido prestado más dinero.

Jack levantó la mirada y se tragó el último trozo de tortilla que le quedaba.

—No he cogido dinero prestado. Alguien me debía un favor y me lo ha devuelto.

Bethany cerró los ojos.

—Jack, no puedes seguir haciendo esto. Sabes que no es bueno. No es una buena forma de vivir. No quiero que tomes drogas tampoco. Puedes superarlo. No tiene por qué ser así. Ahora ya no.

Su mirada se endureció.

—Tal y como hemos estado viviendo no se puede considerar vivir. Nosotros sobrevivimos, Bethy, no vivimos. Lo sabes. Y a veces las pastillas hacen que el sobrevivir sea más fácil. Además, puede que tú hayas subido en el estatus social, pero yo no.

—¡Eso no es verdad! —protestó—. Lo que es mío, es tuyo. Lo sabes.

Jack sacudió la cabeza.

—¿De verdad piensas que tu nuevo novio va a quererme a tu alrededor? Piénsalo, Bethy. ¿Qué hombre querría al hermano sin techo de su novia como paquete extra? No puedes ser tan tonta.

Ella inspiró mientras el dolor comenzó a extenderse por su pecho.

—Sabes que no voy a elegir entre los dos. Sabes que nunca lo haría. Te quiero, Jack. Te lo debo todo. No voy a olvidarme de eso. Si Jace no puede aceptar eso, entonces él y yo no tenemos futuro.

Jack alargó la mano por encima de la barra y la puso sobre la de ella.

—No seas estúpida, nena. No tires por la borda la oportunidad que te ofrece la vida por mí. Tienes la oportunidad de hacer algo bueno. No lo arruines.

Las lágrimas inundaron sus ojos.

—No voy a olvidarte sin más. No soy así. ¿De verdad crees que podría vivir aquí, disfrutar de una nueva vida, mientras tú estás fuera en la calle? Si de verdad piensas eso entonces es que no me conoces.

La mirada de Jack se suavizó.

—Tú eres la única persona en este mundo a la que quiero y que me quiere. Y esa es la razón por la que quiero lo mejor para ti. Haz esto por mí, ¿de acuerdo? Solo necesito dejar mis cosas aquí durante unas horas. Volveré. Quizás podamos cenar juntos. Siempre pensé que sería guay tener una casa donde pudiera cocinar y fingir que somos gente normal como los demás.

Ella asintió mientras el pulso se le aceleraba en las venas. Llamaría a Jace. Él entendería que le pidiera la tarde libre.

—Puedo cocinar algo. Dime lo que te apetece y me aseguraré de tener las cosas necesarias para ello.

—Lo que quieras cocinar. Cualquier cosa. Sorpréndeme.

Extendió la mano para poder darle un apretón a la de Jack.

—Me alegro de que estés aquí. De verdad. He estado muy preocupada por ti.

—No deberías preocuparte por mí, nena. Sabes que puedo cuidar de mí mismo.

Él retiró la mano y luego se bebió ambos vasos del tirón antes de dejarlos de nuevo en la mesa, vacíos.

—Tengo que irme. Tengo cosas que hacer. Intentaré volver antes de que haya anochecido.

—Por favor, ten cuidado —le suplicó.

Él le envió esa sonrisa engreída otra vez.

—Siempre lo hago. Gracias por la comida y la ropa. He dejado la mochila en tu dormitorio. La cogeré luego, ¿de acuerdo?

Ella asintió y lo observó salir del apartamento tan rápido como había entrado. Luego descansó su mirada en el bote de pastillas que le había dado y lo guardó en uno de los muebles.

La preocupación y la ansiedad la carcomieron hasta que su estómago dio una sacudida. ¿En qué andaba metido Jack?

Bethany miró el reloj de muñeca y luego fue al cajón donde Jace le había dejado el dinero en efectivo. No estaba segura de dónde estaba el supermercado más cercano, pero le podía preguntar al portero. Con suerte no tendría que andar mucho. El tiempo era un asco y no quería malgastar dinero en un taxi.

Ya estaba dándole vueltas en la cabeza a todas las posibilidades. Le cocinaría una comida fabulosa. Todos los platos favoritos de Jack. Y le haría sándwiches para que se los llevara porque sabía que no aceptaría quedarse. Podría comprar cosas que no se pusieran malas y meterlas en su mochila para que tuviera algo que comer durante algo más que unos pocos días.

Cogió unos cuantos billetes y los metió en el bolsillo de sus vaqueros y luego se dirigió a la planta baja para preguntarle al portero dónde estaba el lugar más cercano para comprar comida.

Bethany salió del taxi tras pagar el importe y se precipitó, bolsas en mano, hacia la entrada del edificio. El portero le había aconsejado que cogiera un taxi y ella había accedido al ver como había apretado la lluvia. Había cambiado de chispear a llover sin descanso. Sin duda no era el mejor tiempo para ir por la calle cargada de bolsas del supermercado.

Cuando abrió la puerta del apartamento y entró, se sorprendió de ver a Jace en el salón, con la expresión seria e imponente. Se acercó a ella antes de que esta siquiera tuviera tiempo de dejar las bolsas en la encimera de la cocina.

—¿Dónde narices has estado? —le exigió.

Ella mostró sorpresa y bajó la mirada hasta las bolsas de la compra.

—He salido a… hacer unas compras.

—¿Y hay algo más que quieras decirme?

La acusación en su voz le dolió. ¿Qué demonios se pensaba? ¿Creía que le estaba engañando? ¿Escapándose para ir a ver a su amante? ¿Cómo sabía que había salido, para empezar?

Él alargó las manos, hizo que soltara las bolsas de la compra y las dejó con un golpe seco en la encimera de la cocina antes de desviar hacia ella su mirada furiosa.

Su mente se quedó en blanco. Dio instintivamente un paso hacia atrás y Jace maldijo.

—No voy a hacerte daño, maldita sea.

—¿Por qué estás tan enfadado? —preguntó—. Solo fui al supermercado. Estuve fuera durante una hora.

—¿Crees que esto es porque hayas salido a comprar?

Su tono de voz era incrédulo.

—¿Qué más se supone que he de pensar? Estás actuando de forma ridícula, Jace. Fui a comprar, por el amor de Dios.

—Intentémoslo así, entonces. Estoy en el trabajo en una reunión importante y me llama Kaden y me informa de que has tenido una visita.

Ella se quedó boquiabierta.

—¿Cómo sabe Kaden quién está en mi apartamento? Se supone que ya no me está protegiendo siquiera. —Sus ojos se entrecerraron cuando la comprensión lentamente se apoderó de ella—. Aún no confías en mí. —Casi la mató decir esas palabras: la verdad. Y eran la verdad. Jace estaba hirviendo de furia y había contratado a esos hombres para que la vigilaran—. Kaden estaba aquí no para protegerme, sino para espiarme.

—Parece que tenía una buena razón para ello —espetó Jace.

La esperanza murió dentro de Bethany. Giró su mirada llena de dolor hacia él; el dolor iba más allá de las palabras.

—Jack ha estado aquí. Pero tú eso ya lo sabes.

—Sí. Jack —le soltó—. ¿Qué narices estaba haciendo aquí?

Ella frunció el ceño y esta vez dio un paso hacia delante. La furia había cubierto sus rasgos faciales.

—Vino a verme. Estuvo rondando el día de Navidad, pero yo no estaba aquí porque estaba contigo. Tuvo que pasar el día solo. Sin comida. Sin un lugar donde estar caliente. Solo, Jace. En la calle. No necesito decirte lo maravilloso que eso convierte un día de celebración.

—¿Cómo ha sabido llegar hasta aquí? —le exigió.

Ella parpadeó.

—Yo le di la dirección.

—¿Y cuándo lo hiciste?

Se ruborizó.

—El día que fui a verle.

Los labios de Jace formaron una fina línea indistinguible.

—Lo invitaste.

Asintió.

—Por supuesto.

Jace maldijo de nuevo.

—No debe haber ningún «por supuesto» ahí, Bethany. ¿Qué demonios estabas pensando?

—¿Y a ti qué te pasa? —exigió—. ¿No se me permite invitar a gente a mi apartamento? ¿Lo entendí mal y en realidad no es para mí? ¿O es solamente para cosas que tú apruebes antes?

—Invitaste a un hombre que casi consigue que te maten. Hizo que te atacaran. Él es la última persona con la que debes relacionarte.

La sangre abandonó su rostro.

—Él nunca tuvo intención de que me pasara nada. Nunca haría nada que me hiciera daño.

El disgusto inundó el semblante de Jace y sobre todo sus ojos.

—¿De verdad, Bethany? ¿Y por qué supones que está aquí ahora?

A Bethany no le gustó su tono, ni su expresión. No le gustaba nada esta confrontación. Estaba muy enfadado. Una sensación enfermiza se instaló en la boca de su estómago y le formó una bola dentro del mismo.

—Vino a verme —dijo en voz baja—. Tenía frío y hambre. Le hice algo de comer. Salí a comprar para poder preparar la cena.

Jace alargó la mano por detrás del sofá y levantó la mochila de Jack. La cogió con un solo dedo y sus ojos se volvieron fríos y llenos de ira.

—¿Esa es la única razón por la que vino? ¿Dónde está ahora?

—No sé qué es lo que estás intentando insinuar. Dijo que tenía cosas que hacer. Quería dejar aquí la mochila porque no quería que se la robaran. No entiendes cómo funciona el mundo ahí fuera. Si alguien te ve con algo, te lo quitan. Te apuñalarán, herirán o matarán para quitártelo. Te pueden matar hasta por cinco dólares.

—Oh, no dudo de que alguien quisiera matar por lo que hay aquí dentro —soltó mordazmente.

Jace tiró de la mochila y la abrió por encima para que ella pudiera ver el interior. La poca sangre que le quedaba en las mejillas se esfumó y ella se mareó. Se balanceó vacilante hasta que tuvo que alargar la mano para sujetarse a la cocina para recuperar el equilibrio.

Drogas. Muchas drogas. Recetas médicas. Lo que parecía ser marihuana y más cosas que ella no tenía ni idea de lo que eran pero que no tenían muy buena pinta.

—He encontrado esto en tu dormitorio —soltó Jace—. Con esa mierda dentro. Espero por Dios que tú no supieras lo que contenía cuando aceptaste que la dejara aquí.

—No lo sabía —susurró.

—Joder, Bethany. ¿Cuánto más vas a dejar que te manipule? ¿Hasta que alguien te mate? ¿Cuánto te va a llevar abrir los ojos y ver la verdad que tienes delante?

—¡No me hará daño! —gritó—. ¡Déjalo ya!

Jace volvió a soltar la bolsa detrás del sofá; el cuerpo entero le temblaba de la ira.

—No voy a tener eso. No aquí. No donde tú estás. Siempre y cuando lleves mi collar, estás bajo mi protección. Él no tiene permiso para entrar aquí, Bethany. O bien se lo dices tú, o lo haré yo, y la próxima vez no vendré solo. Traeré a la policía y haré que lo arresten. No me importa una mierda que eso te enfade o no. Mi única preocupación eres tú. No me importa nada ese hombre que te tiene en tan baja estima como para exponerte de esta manera.

—¡No voy a elegir entre los dos! —gritó—. ¡No lo haré! No lo entiendes. No puedo darle la espalda. ¡Y no lo haré!

—Así que así va a ser, entonces —dijo con seriedad.

—¡No tiene por qué ser así! ¿Por qué no te vas para que pueda solucionar esto con Jack? ¿Por qué no puedes confiar en mí aunque sea solo un poco?

—No es en ti en quien no confío —dijo igual de alto—. Maldita sea, Bethany, ¡usa la cabeza! ¿Sabes lo que pasaría si te encontraran con esta mierda? Serías tú la que iría a la cárcel, no tu preciado Jack. Te harían responsable a ti por su culpa, ¿y crees que eso haría que las cosas fueran diferentes?

Ella sacudió la cabeza.

—No. ¡No! Solo vete, Jace. Yo me ocupo de esto. Vete.

—Te olvidas de que este es mi apartamento —espetó.

Ella se puso más blanca aún, como si le hubieran echado lejía por encima. Perdió la sensibilidad en el cuerpo, de la cabeza a los pies. Luego se giró y se dirigió rígidamente a la puerta.

—Bethany, para.

Era una orden. Una que, por primera vez, ignoró. Cuando escuchó que comenzaba a seguirla, se echó a correr. Salió del apartamento y se dirigió al ascensor. Se metió en él oyendo la voz de Jace llamándola a gritos. Ella pulsó el botón de la planta baja repetidamente rezando para que las puertas se cerraran.

Lo hicieron cuando Jace se encontraba a dos pasos del ascensor y sus maldiciones resonaron en sus oídos cuando este comenzó su descenso.

Cuando llegó al vestíbulo, el portero intentó detenerla. Jace probablemente lo había llamado. Pero lo esquivó e ignoró sus súplicas para que se detuviera. Bethany salió a la calle y casi consiguió que la atropellara un taxi que logró pararse a apenas unos centímetros de sus piernas.

Antes de que el portero pudiera salir, corrió hacia el lado del acompañante y abrió la puerta.

—¿Estás loca? —gritó el taxista—. ¡Te podría haber matado!

—Solo conduzca —dijo ella ahogadamente—. No me importa adónde, pero sáqueme de aquí, por favor.

Bethany debió de parecer una demente. Las lágrimas que no se había percatado de haber derramado ahora dejaban un rastro húmedo en sus mejillas. El rostro del taxista se suavizó antes de girar y luego aceleró mientras les hacía un gesto con la mano a los otros conductores de atrás que se habían visto forzados a frenar bruscamente cuando él lo había hecho también. Las bocinas de los coches sonaron, pero gradualmente se fueron apagando en la distancia conforme se fueron alejando rápidamente por la carretera.