La ansiedad de Bethany estaba por las nubes. Se había vestido con extremo cuidado porque no quería decepcionar a Jace frente a su familia. Había podido elegir multitud de conjuntos de entre los de su armario; muchos, tal como le había dicho a Jace, aún llevaban la etiqueta, sin estrenar todavía. Había elegido un vestido plateado de noche porque parecía festivo y apropiado para Nochebuena, y tras debatir y sentir una inmensa culpa por dentro, había ido a comprar unos zapatos con tacones plateados y brillantes para que hicieran juego con él.
Jace había sentido su ansiedad y la había intentado tranquilizar de muchísimas maneras. Mientras había estado en el cuarto de baño recogiéndose el pelo con una pinza plateada del mismo color que el vestido, él había entrado y le había colocado un precioso collar de diamantes alrededor del cuello antes de abrochárselo. Bethany se quedó mirando al espejo con la boca abierta.
—¡Jace! —protestó—. ¡Esto es demasiado!
Él sonrió, le dio un pequeño beso en el cuello justo debajo de la oreja y luego le rodeó la cintura con los brazos con una cajita que contenía unos zarcillos a juego en la mano.
—Entonces pensarás que esto sí que es demasiado, pero acostúmbrate, nena. No puedo dejar que mi mujer vaya a la cena de Nochebuena con mi familia y que ellos piensen que no te mimo con locura. Perdería toda credibilidad. Así que póntelos. Me gusta verte con mis joyas puestas. Y estás preciosa sin ellas, pero quiero que te sientas tan guapa como yo te veo. No hay mujer en el mundo a la que no le gusten los diamantes. No puedes ser una excepción.
Visto de esa manera, no había mucho más que pudiera decir.
Jace la besó otra vez y luego le dio una palmadita llena de afecto en el trasero.
—Nos tenemos que ir en cinco minutos, así que termina de arreglarte.
Ella suspiró cuando él se fue y luego volvió a mirar su reflejo en el espejo mientras sujetaba torpemente la caja para poder ponerse los pendientes en las orejas. Estaba sonriendo. Feliz. Sus ojos brillaban llenos de cariño. Jace siempre sabía cómo hacerla sentir más cómoda. Aunque aún seguía hecha un manojo de nervios.
Las Navidades no eran fechas importantes en su calendario. Al principio, particularmente el primer año que Jack y ella habían vivido en la calle, Jack había intentado y dado lo mejor de sí mismo para hacer que las festividades tuvieran espíritu navideño. Había conseguido un arbusto, que decoró y colocó en la esquina de un parque desierto usando papel de regalo que había desechado una tienda cercana.
Habían creado arcos, pequeñas estrellas y otras pocas figuras que no podían clasificarse exactamente como símbolos navideños, pero Bethany había querido a Jack por el esfuerzo que había hecho. También se las arregló para traer la cena, aunque nunca le dijo cómo y ella tampoco lo preguntó.
¿Dónde estaría hoy? Hacía frío y la nieve había comenzado a caer y a cubrir las aceras con un manto blanco. ¿Tendría algún lugar donde quedarse? ¿Estaría calentito? ¿Tendría algo de comer?
Se sintió extremadamente culpable mientras Jace la guiaba hasta el coche que los estaba esperando, calentito y cómodo, para llevarlos al apartamento de Gabe donde comerían, disfrutarían de la compañía de los seres queridos de Jace y celebrarían la Nochebuena. Bethany estaba bien cuidada. Jace se había preocupado de cada detalle y necesidad que tuviera. Y Jack estaba por ahí, solo, por primera vez después de todos los años que él y Bethany habían estado juntos.
Se llevó una mano al pelo por sexta vez desde que hubieron dejado el apartamento, preocupada de que el peinado se le fuera a caer en cualquier momento.
Jace le pasó un brazo por la cintura y la acercó a él para poder darle un beso en la sien.
—Estás preciosa —murmuró—. Deja de preocuparte. Te van a encantar, y a ellos les encantarás.
Bethany sonrió, o mejor dicho, intentó hacerlo. Ya era bastante malo conocer a su hermana, su prometido, que resultaba ser el otro mejor amigo de Jace y socio, y los padres de este último, como para saber que Ash iba a estar allí también. Esta sería la primera vez que lo viera desde la noche del trío y tenía un nudo enorme en el estómago.
¿Cuán raro sería saludar educadamente a un hombre con el que se había acostado junto a Jace? Jace no podía estar más cómodo que ella en ese aspecto. Le había dejado muy claros sus sentimientos sobre el tema. No quería siquiera hablar de ello, así que Bethany evitaba el tema y adoptó la firme negación de que nunca había ocurrido.
Todo eso cambiaría esta noche.
Entonces otro pensamiento le cruzó la mente. Uno que la aterrorizó. ¿Qué pasaba si los otros sabían que se había acostado tanto con Jace como con Ash?
—Nena.
La voz suave de Jace se filtró entre sus pensamientos y ella se giró hacia él.
—Estás haciendo una montaña de un granito de arena.
Jace le dio un apretón en la mano y luego se la llevó a los labios para darle un beso. Besó todos y cada uno de los dedos para que se relajara y abriera el puño que había formado antes.
—Es Nochebuena. Quiero que disfrutes de la velada. Es nuestra primera celebración juntos —añadió con una sonrisa.
—Estoy aterrorizada —soltó de repente.
Jace suavizó su mirada y se deslizó por el asiento del coche para acercarse más a ella.
—No hay por qué estarlo. Te lo juro. Son excelentes personas. Son mi familia. No te pondría en ninguna situación que pensara que te va a hacer mal.
—Ash estará ahí.
Los ojos de Jace titilaron, pero se recuperó rápidamente. No obstante, ella había visto su reacción y sabía que no le hacía ni la más mínima gracia tener que verlos juntos, a Ash y a ella.
—Cariño, escúchame. Es inevitable que tú y Ash os relacionéis. Ambos sois importantes para mí. Lo que pasó, pasó. No podemos cambiarlo a pesar de lo mucho que me gustaría. Así que lo único que podemos hacer es enfrentarnos a ello y seguir hacia delante. Él no es un cabrón. No va a hacer que las cosas sean incómodas. Ash es el mejor amigo que tengo. Sabe lo que significas para mí. Por favor, Bethany, confía en mí cuando digo que todo va a ir bien.
Bethany bajó la mirada.
—Lo siento. Te estoy arruinando la Nochebuena antes de haberla empezado. Estoy asustada. No quiero decepcionarte. No quiero defraudarte. Y no quiero avergonzarte frente a la gente que quieres. En todo lo que puedo pensar es en que me van a mirar y lo van a saber todo. Sabrán que no soy lo bastante buena para ti. Sabrán que puedes encontrar a alguien mejor. Y no puedo soportar ver esas miradas en sus caras. Cómo te mirarán a ti, preguntándose que qué demonios estás haciendo.
El gruñido que soltó Jace fue instantáneo.
—Ahora me estás cabreando. Todo eso son tonterías, y te juro por Dios, Bethany, aunque sea lo último que haga, que voy a sacarte de la cabeza esos pensamientos estúpidos.
Ella cerró los ojos con fuerza, decidida a no hacer algo estúpido. Como llorar. Le estropearía el maquillaje que con tanto esmero se había aplicado. Maquillaje que Jace le había tenido que ayudar a elegir porque ella no tenía ni idea de lo que debía comprar o de cómo aplicárselo siquiera. Una maquilladora profesional muy paciente fue explicándole paso a paso y le mostró cómo y qué tenía que aplicarse y en qué orden. Luego se fue a casa con una bolsa entera de cosméticos, la mitad de los cuales Bethany no recordaba siquiera para qué se usaban.
—Nena, mírame.
No era una petición. Era una orden perfectamente articulada. Una que obedeció al instante. Aunque Jace aún se estaba conteniendo para hacer que ella se ajustara a la relación, los días posteriores a su larga conversación emocional sobre el curso que iba a tomar su relación, comenzó a mostrarse más y más cómodo demostrando su dominancia.
De forma gradual se había vuelto más contundente, no solo en la cama, sino también en su día a día. Al principio se preguntaba de verdad si soportaría su autoridad, pero, sin embargo, la había recibido con los brazos abiertos. Bethany se deleitaba en su existencia tan bien ordenada. Tan pronto como Jace hubo dado ese paso para demostrar su dominancia, una parte de ella había suspirado de alivio. Se había vuelto muy liberador pasarle toda la responsabilidad a alguien que se preocupaba de ella. Alguien que la cuidaba y que era increíblemente protector.
Le daba una sensación de seguridad que no había tenido el placer de disfrutar hasta ahora. La hacía sentirse… a salvo.
—No les estás haciendo ningún favor a Gabe, Mia y Ash pensando que van a sentirse así hacia ti. No son personas que juzguen, ni tampoco son unos esnobs. No les va a importar tu pasado o de dónde vengas. Todo lo que les preocupará será que me hagas feliz porque se preocupan por mí. Y por esa misma regla de tres, porque se preocupan por mí, te adorarán. Todo lo que te pido es que les des una oportunidad.
De repente se sintió avergonzada porque Jace tenía razón. No les estaba dando una oportunidad. Ya los había juzgado. Algo que era lo que más le asustaba que hicieran con ella.
—Estoy siendo una esnob a la inversa —dijo quedamente—. Tienes razón. No estoy siendo justa.
Él la abrazó otra vez y la besó en la sien.
—Estás comprensiblemente nerviosa. No te culpo por ello. Pero lo que estoy diciendo es que todo va a ir bien. ¿Confías en mí?
Ella asintió y él pareció aliviado.
Llegaron unos pocos minutos después y Jace la ayudó a salir del coche. Pasó un brazo con firmeza alrededor de su cintura y se aseguró de que no resbalara mientras se apresuraban a llegar a la entrada del edificio donde Gabe tenía su apartamento.
Las mariposas se apoderaron de ella, revoloteando en su estómago mientras subían en el ascensor hasta la última planta. Cuando las puertas se abrieron, un montón de olores deliciosos la asaltaron. Una mezcla de comida y lo que olía como a velas navideñas. ¿Menta y pino?
El interior del apartamento estaba iluminado con velas y en la esquina del salón se encontraba un árbol enorme de Navidad brillando con cientos de lucecitas. Todo el salón estaba decorado de acuerdo con la festividad y la chimenea estaba encendida.
—¡Jace!
Una mujer pequeña y de pelo moreno se precipitó hacia ellos e inmediatamente los envolvió en un enorme abrazo. La sonrisa de Jace apareció al instante mientras le devolvía el abrazo. Luego ella se apartó y le dedicó una cálida sonrisa a Bethany.
—Tú debes de ser Bethany. Soy Mia, la hermana de Jace. He oído hablar mucho de ti. ¡Estoy tan feliz de que estés aquí!
Bethany empezó a tender la mano pero Mia la estrechó en un abrazo similar al que le había dado a Jace. Bethany, incómoda, se lo devolvió.
—Gracias por invitarme —murmuró Bethany.
—Eh, estáis ahí.
Bethany levantó la mirada y vio a un hombre alto y guapísimo acercarse por detrás de Mia y deslizar su brazo alrededor de su cintura. Lo recordaba de la fiesta. En realidad, los recordaba a ambos. Se los había quedado mirando melancólicamente mientras bailaban y pensó que se les veía muy enamorados. Sin embargo, no iba a atraer la atención al hecho de que había formado parte del servicio de su fiesta de compromiso, así que le devolvió una brillante sonrisa e hizo como si esta fuera la primera vez que los veía a ambos.
Gabe le dio una palmada a Jace en la espalda y luego se volvió hacia Bethany.
—Hola, Bethany. Soy Gabe, amigo de Jace y su socio. A punto de convertirme en su cuñado si la novia me hiciera el gran favor de dejar de torturarme y fijara por fin una fecha para la boda.
—Hola, Gabe —consiguió decir ahogadamente.
Los brazos de Jace le rodearon la cintura y la estabilizaron al mismo tiempo que le ofrecían apoyo en silencio. En ese momento lo quiso por eso.
—Ven a la cocina —dijo Mia—. Ahí es donde está todo el mundo congregado, bebiendo vino y picoteando de las bandejas de fruta y queso.
Cogió a Bethany por el brazo de manera que esta estuviera flanqueada por Jace y por ella y luego los condujo hacia la cocina.
El estómago se le encogió cuando se encontró con Ash en el marco de la puerta. Casi se dio de bruces con él mientras se apartaba hacia un lado para quitarse de en medio.
—Eh, tío —dijo Ash—. Me alegro de que pudierais venir.
Luego se inclinó hacia delante y besó a Bethany en la mejilla.
—Hola, Bethany. Estás preciosa.
Ella estaba segura de que se había ruborizado. Aunque lo intentó, no pudo controlar el inmediato terror que se apoderó de ella cuando se lo quedó mirando. Ash estaba actuando como si nada. Jace igual. Ella era la única que estaba comportándose como una idiota.
—Gracias —dijo mientras se obligaba a dibujar una sonrisa en los labios.
Ash le sonrió cálidamente y luego le cogió la mano para darle un pequeño apretón. Se volvió a inclinar hacia delante como si fuera a besarle la otra mejilla a modo de saludo y susurró algo para que solo ella pudiera oírlo.
—Todo va a ir bien, Bethany. No estés nerviosa.
Con ese simple gesto, Bethany se relajó y se permitió respirar hondo por primera vez desde que hubo dejado el apartamento de Jace. Esta vez su sonrisa fue genuina y le devolvió el apretón a Ash para darle las gracias.
Jace le envió una mirada de gratitud a Ash y la tensión se disipó. Jace le pasó un brazo a Ash por encima de los hombros y los dos se enzarzaron en un combate de lucha libre en broma.
—No han cambiado mucho las cosas por aquí —dijo una mujer mayor mientras se abría paso. Su sonrisa era indulgente y era obvio que miraba tanto a Jace como a Ash con afecto—. Estos muchachos aún se comportan como lo hacían de adolescentes.
Jace sonrió y la estrechó entre sus brazos.
—Hola, Mamá H. —La besó en la sien y luego se dirigió a Bethany—. Bethany, me gustaría que conocieras a la madre de Gabe. Señora H., esta es Bethany Willis.
Cuando la envolvieron en otro abrazo, Bethany sintió que la reserva que la había inundado antes se derretía lentamente ante el contagioso encanto de la familia de Jace.
—Es un placer conocerte, querida.
—Oh, hola. Aquí está el señor H. —dijo Jace.
Bethany miró más allá de la señora Hamilton y vio a un hombre mayor acercarse.
—Encantado de conocerte, jovencita —dijo con voz ronca—. Jace es muy afortunado.
Bethany se sonrojó y extendió su mano. Ignorándola, el señor Hamilton la envolvió en otro abrazo. Bethany nunca había estado alrededor de tanta gente tan espontánea y cariñosa. Era raro, pero al mismo tiempo le hacía sentirse… bien.
—¿Así que has cocinado tú, Mia, o has hecho trampa y lo has encargado a un catering? —preguntó Jace con voz provocadora.
Mia lo fulminó con la mirada.
—Hemos cocinado yo y la madre de Gabe. Y tengo que decirte que nos ha salido genial, aunque sea yo quien lo diga.
—Huele de maravilla —añadió Bethany rápidamente.
Mia sonrió.
—Gracias. Está bueno, lo prometo.
Luego Mia se volvió y comenzó a hacer gestos con las manos para echarlos de la habitación.
—Ya está bien, chicos, fuera de la cocina. Estáis en medio. Id al salón y hacer lo que sea que hagáis los hombres. Necesito otra media hora y luego podremos comer. —Miró a Bethany—. ¿Quieres quedarte con nosotras en la cocina? Siempre puedes ir con Jace, pero no mordemos.
Bethany se encontró sonriendo en respuesta a la abierta calidez y cariño de la otra muchacha.
—Me quedo.
Jace la avergonzó cuando se inclinó hacia delante y posó sus labios en los de ella.
—No estaré lejos —murmuró.
Ella se sonrojó porque todos lo habían visto besarla. ¿Cómo podrían no haberse dado cuenta?
Mia sonrió e intercambió una mirada cómplice con la señora Hamilton. Ambas parecían estar encantadísimas.
Los hombres salieron de la cocina y dejaron a las mujeres solas.
—Está bien, siéntate, Bethany —ordenó Mia—. Usted también, señora H. Esto no me llevará mucho tiempo. Solo tengo que hacer la salsa. Lo demás está todo hecho.
—¿Estás segura de que no necesitas ayuda? —preguntó Bethany vacilante.
Mia sacudió la cabeza.
—Sentaos, sentaos. Tendremos una charla de chicas. Que por cierto, ya se lo he dicho a Jace, pero conociéndolo seguro que no te ha pasado la información. Tienes que salir de fiesta conmigo y mis amigas. Te encantarán. Están totalmente locas. Salimos de vez en cuando, nos lo pasamos genial y luego dejamos que Gabe nos lleve de vuelta a casa. Ya cometí el error de coger un taxi sola una vez para volver y digamos que Gabe no estuvo muy contento conmigo.
Los ojos de Bethany la miraron con asombro ante la invitación y el hecho de que Gabe hubiera estado enfadado con Mia.
Mia se rio.
—Se cogió un buen cabreo pero lo superó. Como ofrenda de paz, dejé que se saliera con la suya y ahora uno de los conductores que tenemos nos lleva a casa. Gabe está feliz, así que no hay problema.
—Yo no bebo, pero me encantaría ir.
La expresión de Mia se llenó de compasión y esta alargó la mano para coger la de Bethany.
—Tú y yo podemos beber agua. Yo no tolero el alcohol muy bien. Tuve una resaca terrible la última vez y ya ni lo pruebo.
Había algo en la mirada de Mia que molestaba a Bethany. Casi como si lo supiera… Por supuesto. Jace se lo habría dicho. De pronto el calor se apoderó de su rostro mientras un rubor se extendió por sus mejillas. La vergüenza lo siguió muy de cerca. Bajó la mirada y los hombros en un gesto protector e instintivo.
—¿Bethany?
La suave voz de Mia llenó el silencio.
—Lo siento. ¿Ha sido algo que he dicho? —preguntó Mia.
Bethany levantó la mirada y se encontró de cara con la preocupación que destilaban los ojos de Mia.
—Ha sido tu cara. Lo decía todo.
»Jace te lo ha contado, ¿verdad? —dijo Bethany de repente. Estaba impresionada por lo valiente que estaba siendo al soltarlo como si nada. No era típico de ella porque siempre evitaba los conflictos a toda costa, y tampoco había instigado uno nunca.
Fue entonces cuando Bethany se percató de que la señora Hamilton había abandonado la cocina en silencio. Mia rodeó la barra y se sentó en el taburete al lado de Bethany.
—Sí, me lo ha contado —admitió Mia calmadamente—. No creo que me lo hubiera dicho, pero cuando le sugerí lo de salir con nosotras, me advirtió. Es obvio que es protector contigo y sabe cómo somos mis amigas y yo cuando salimos. No quería que te presionáramos a hacer nada. Pero, Bethany, tienes que entender que lo que me dijo no me hace pensar mal de ti. No me hace pensar en nada más que en que mi hermano ha encontrado a una mujer por la que se preocupa profundamente y eso me hace feliz. Tú lo haces feliz a él. Así que me vas a gustar sea cual sea tu pasado.
Bethany tragó saliva y un nudo se le estaba formando en la garganta.
—Espero que sí lo esté haciendo feliz —susurró—. No tengo nada que ofrecerle.
Mia sonrió.
—¿Y tú crees que yo tengo algo que ofrecerle a un hombre como Gabe? Como si él no tuviera ya todo lo que pudiera querer o necesitar. Parece que solo me quiere a mí y es feliz solo con eso. Tengo la sensación de que Jace es igual.
Bethany le devolvió la sonrisa. Era difícil no querer a Mia. Era sincera; no había ni una pizca de falsedad en ella.
—Está bien, déjame que acabe con la salsa —dijo Mia mientras se acercaba a la cocina—. Los hombres empezarán a ponerse nerviosos y de mal humor.
Veinte minutos más tarde, todo el mundo estaba sentado en la mesa para cenar. El centro de mesa era precioso. Un hermoso centro navideño de color rojo vibrante con velas a cada lado. Elaborados candelabros se encontraban en el aparador y las luces otorgaban una iluminación íntima por toda la mesa.
Gabe y su padre ocupaban los dos extremos de la mesa con la señora Hamilton a la izquierda de su marido y Mia a la izquierda de Gabe. Bethany estaba sentada frente a Mia y tenía a Gabe y a Jace sentados a su lado. Ash estaba colocado al lado de Mia y frente a Jace.
La comida estaba deliciosa, pero Bethany se encontró perdida en el flujo de la conversación. El problema de no tener donde vivir ni dinero hacía que no tuviera nada en común con esta gente. No tenían intereses comunes, ni tampoco estaba al día de los eventos recientes. No tenía ni idea de deportes, ni del mundo de las finanzas, y mucho menos de gestiones empresariales.
Cuanto más avanzaba la cena, más insegura se sentía Bethany por su prolongado silencio. Los otros estaban empezando a mirarla con preocupación, pero ella sonreía abiertamente, asentía y actuaba como si se estuviera concentrando en su comida. Y lo hacía. Incluso tras haber estado con Jace todo ese tiempo, aún tenía automatizado el no malgastar ni un bocado. Aún vivía con la idea de no saber cuándo podría volver a comer y por ello tenía que sacarle el máximo partido a la que estaba disfrutando ahora.
Como si finalmente sintiera lo incómoda que estaba, Jace alargó la mano por debajo de la mesa y le acarició el muslo antes de darle un pequeño apretujón en la rodilla.
Se acercó más a ella con la excusa de coger algo de la mesa y murmuró:
—Relájate, nena.
Bethany se quedó petrificada cuando pareció que Gabe lo había oído. Este miró en su dirección y suavizó la mirada.
Ella solo quería que el suelo se abriera y se la tragara la tierra. O mejor aún, solo quería volver a su apartamento. Sufría una sobrecarga sensorial. Había demasiada gente. Demasiada conversación. Bethany no estaba acostumbrada a asistir a eventos sociales.
No es que ellos fueran horribles o que no les gustara. Simplemente que era incómodo y se salía de sus límites. Se sentía completamente inadecuada a pesar de los repetidos intentos de Jace de hacer que de verdad sintiera que pertenecía a este lugar.
Y eso se lo hacía ella solita. Ni Jace, ni su familia, ni nadie la había hecho sentirse así. Era únicamente ella y su propia inseguridad.
—Me encanta vuestro árbol —dijo Bethany quedamente dirigiéndose a Mia.
Ella sonrió animadamente.
—A mi también. Adoro los árboles de Navidad. Jace siempre solía llevarme al Rockefeller Center para ver cómo encendían el árbol. Era una tradición por la que me moría de ganas. Fue donde Gabe me pidió matrimonio.
El corazón de Bethany le dio un vuelco ante el cariño instantáneo que se reflejó en el rostro de Gabe. Su mirada estaba fija en Mia.
—A mí también me gustan los árboles de Navidad —dijo Bethany tristemente—. Yo nunca tuve uno. Uno de verdad, me refiero. Ni un hogar de verdad.
Tan pronto como las palabras se escaparon de su boca, quiso morirse. No pudo contener su expresión horrorizada. No se podía creer que hubiera soltado eso así, sin más. No podía soportar ver las reacciones de los otros ante lo que había dicho.
Antes de decir nada más que la humillara, se levantó de su asiento. Jace alargó la mano para sujetarla, pero ella ya estaba fuera de su alcance. Abandonó la mesa y se dirigió ciegamente hacia la cocina.
—Dios… —murmuró Ash—. ¿Nunca ha tenido un árbol de Navidad?
Jace estaba de pie, dividido entre ir tras ella o darle un momento para que recuperara la compostura. Miró a su amigo y luego las expresiones serias de los rostros de Gabe y Mia y la dulce compasión en los ojos de la señora Hamilton.
—Esto ha sido una tortura para ella —dijo Jace con voz queda—. Todo el día. Maldita sea, no debería haberla hecho venir.
—¿Hemos dicho algo malo? —preguntó Mia con ansiedad.
—No, peque, habéis estado bien. Os lo agradezco. Es solo que esto es difícil para ella. No está acostumbrada a todas las cosas que nosotros damos por hechas. No está acostumbrada a estar rodeada de gente, y mucho menos de gente que se preocupa por ella. Estaba atacada de los nervios por conoceros a todos. No quiere avergonzarme. —Terminó con una risa seca—. No piensa que sea lo bastante buena para mí.
—Mierda —murmuró Gabe—. Espero que pongas fin a esa estupidez.
—Creo que deberíamos irnos —mencionó Jace enviándoles una mirada de disculpa.
Mia asintió y Gabe se levantó y colocó una mano en el hombro de Jace.
—Si necesitas algo, háznoslo saber.
—Lo haré. Gracias por la exquisita comida, Mia. Te has superado.
—Dale a Bethany nuestro amor —añadió Mia suavemente.
Jace sonrió.
—Lo haré.