Bethany se acurrucó en el sofá de Jace y se quedó mirando las llamas que titilaban en la chimenea. Se había quitado los zapatos y había colocado los pies bajo su cuerpo mientras esperaba a que Jace volviera con el chocolate caliente que le había prometido.
Un momento después, el hombre se acercó al sofá y le dio la humeante taza. Él también iba descalzo y Bethany encontró esa imagen en vaqueros, con una camiseta informal y descalzo, extremadamente sexual. Ese hombre era guapísimo. De la cabeza a los pies.
Su pelo estaba exquisitamente revuelto y le llegaba hasta los hombros. Un mechón oscuro cayó por encima de su frente hasta que sus dedos se movieron para volverlo a poner en su sitio.
Se sentó a su lado en el sofá y se acercó a ella de manera que sus cuerpos se tocaran. Luego simplemente la rodeó con los brazos y la estrechó mientras ella le daba un sorbo al chocolate. A intervalos, Jace acercaba la boca a su sien para dar pequeños besos en la suave piel y luego en el pelo hasta apartarse finalmente cuando fuera a dar el siguiente sorbo.
Ella recordaría ese momento durante mucho tiempo. La simplicidad de estar sentados frente al fuego, descalzos y cómodos. Relajados. Simplemente estando. Sin estrés. Bueno, sin contar con la conversación que tenían pendiente. Pero ya había obtenido suficiente información de Jace en su apartamento como para saber que todo iba a ir bien. Bethany estaba tranquila, aunque aún tuviera preguntas incómodas por hacer. No obstante, de alguna manera sabía que todo iba a ir bien. Por primera vez desde que tenía uso de memoria estaba llena de ansiedad y no de miedo. No había resignación en sus circunstancias. Las cosas estaban bien.
Tenían asuntos que discutir. Ella más que nada quería saber cuáles eran sus expectativas, pero Jace había sido completamente sincero en lo de querer estar con ella. Lo creía. Y quizás eso la convertía en una idiota, pero no dudaba de que estuviera comprometido con lo que sea que hubiera entre los dos.
Y ella también.
Apoyó la cabeza en su hombro y suspiró contenta antes de que él apoyara su mentón sobre su cabello. Bethany saboreó el último sorbo de chocolate caliente, y cuando fue a dejar la taza en la cocina, Jace se la quitó de las manos y la dejó en la mesita que tenían frente al sofá.
Por un momento se quedaron en esa posición: ella en sus brazos y él en silencio estrechándola mientras Bethany miraba el brillo de la chimenea. Luego se movió para poder mirarlo a los ojos. Vio la expresión de su rostro y supo que él también se había dado cuenta de que había llegado el momento.
—¿Puedo hacerte algunas preguntas? —dijo antes de que el coraje la abandonara.
Él le cogió la mano, le dio un apretón tranquilizador y luego asintió.
—Puedes preguntarme lo que quieras, Bethany.
—¿Cómo era con las otras mujeres con las que has tenido esta clase de relación?
Jace soltó el aire de los pulmones en una larga exhalación y eligió las palabras con cuidado.
—Bethany, tú no eres como las otras mujeres.
Ella unió su suspiro al de él.
—Está bien, eso lo entiendo. No creo que pienses que soy como las otras mujeres. Esto no va de compararme o de que esté celosa ni nada. Pero necesito saber qué esperas. Sé que quieres que sea sumisa y que te gusta el control. Pero eso no me dice nada específico. Necesito saber cómo va a ser entre… nosotros, y que yo te pregunte que cómo era con las otras mujeres solo es para intentar entender cuáles son tus expectativas. Voy a ciegas y eso es lo que me pone nerviosa. No tú. No creo que me vayas a hacer daño ni que me asustes. Solo necesito saber qué es lo que se supone que tengo que hacer.
Él parecía estar incómodo. Suspiró de nuevo y luego se pasó una mano por el pelo, desordenándolo incluso más. Volvió a caerle por la frente y esta vez fue ella la que alzó el brazo para peinárselo. Su mirada se suavizó cuando ella lo tocó, casi como si le hubiera dado la tranquilidad que necesitaba con urgencia.
—Lo primero que tienes que entender es que Ash y yo… —terminó—. Señor, no hay forma de decir esto sin que suene retorcido.
—Simplemente dilo —le urgió—. No voy a enfadarme. ¿Cómo podría estarlo? No me has echado en cara mi pasado. ¿Cómo te podría recriminar yo a ti el tuyo?
—Eres increíblemente dulce —murmuró—. No sé cómo he podido ser tan afortunado. Cuando pienso en lo que podría haber pasado si no te hubiera visto esa noche. Si no te hubiera encontrado en el centro de acogida de mujeres… Me hubiera vuelto loco, Bethany.
Ella lo miró impresionada y el corazón le latió con más fuerza mientras las palabras le sonaban, cariñosas y muy dulces. Tenía que estar soñando. Nunca se hubiera imaginado poder encontrar a un hombre como Jace. Era tan honesto. Tan directo. No tenía miedo de compartir sus sentimientos. No tenía miedo de mostrarse tan vulnerable.
Él apartó la mirada, respiró hondo y continuó adelante.
—Ash y yo compartíamos mujeres. Hemos compartido muchísimas mujeres. Para nosotros era mucho más normal acostarnos con la misma mujer que ir por separado. Y no siempre han sido líos de una noche. Tampoco.
—Como yo —dijo ella suavemente.
Jace entrecerró los ojos.
—No. No como tú, nada que ver contigo. Tú eras diferente desde el principio.
—Sigue —le apremió, no quería distraerlo del tema principal de la conversación.
—La cuestión es que hicimos muchos tríos. No soy un santo, Bethany, y está más que claro que no he llevado la vida de un monje. Y como Ash te dijo esa primera noche, nos gusta ejercer el control. En todos los aspectos. Es una perversión. Me pone. Pero va mucho más allá, al menos para mí. Y quizás esa es la razón por la que nunca he tenido ninguna relación seria de uno a uno con ninguna mujer. Siempre y cuando se quedara solo en la perversión de los tríos, parecía que encajaba mejor. Resultaba ser más como un juego y nadie se lo tomaba en serio. Pero para mí, es serio. Es lo que soy. Es lo que necesito. Y si quieres, o necesitas una explicación de por qué, lo siento, pero no te la puedo dar. Es lo que es. Nunca había conocido a ninguna mujer que me hiciera considerar suprimir esa parte de mí mismo. Hasta que llegaste tú.
Su cuerpo se tensó, alarmado y la protesta vino de inmediato.
—Jace, yo no quiero que seas una persona diferente por mí.
—Pero no sabes dónde te estás metiendo —contestó en voz baja.
Ella se movió en el sofá, aliviada de que por fin estuvieran llegando a alguna parte. Se acercó más a él y lo miró intensamente a los ojos.
—Entonces cuéntamelo. Sácalo todo. ¿Cómo sabes lo que puedo o no puedo aceptar si no me dices cuáles son tus gustos o necesidades?
—Porque tengo miedo de que no quieras las mismas cosas que yo —admitió.
—Creo que puedo sorprenderte, Jace —dijo en voz baja—. Conoces mi… pasado. Te dije cómo eran las cosas.
Jace le rodeó el rostro con las manos, sus ojos de repente estaban llenos de fuerza.
—No, nena. No hay necesidad de sacarlo todo. No me gusta cómo eso te hace daño y solo consigue reafirmar en tu mente que de alguna manera no eres lo bastante buena para mí. Y eso son tonterías.
Ella sonrió, animada debido a la intensidad de su tono de voz.
—Lo que iba a decir es que no todo ese sexo fue aburrido. La verdad es que creo que lo he probado todo. No me vas a sorprender. Y necesito saber lo que esperas de mí para así decidir si puedo ser esa mujer que necesitas.
Jace se echó hacia delante hasta que sus frentes se tocaron. Su dedo trazó una línea sobre la curva de su mejilla y luego descendió hasta acariciar sus labios.
—Me gusta que una mujer esté completamente bajo mi control. Hay algo atractivo en tener a una mujer pendiente únicamente de mí para cuidar de ella, para darle placer, para todo, sea lo que sea. Me gusta mimarlas y consentirlas, pero también soy exigente. La cuestión es que sabía hace mucho tiempo que si alguna vez entraba en una relación permanente el control se extendería hasta fuera del dormitorio y sobre todos los aspectos de nuestra vida juntos. No hay muchas mujeres que estén dispuestas a aceptar eso. Al menos no una mujer que esté ahí por las razones correctas.
Ella frunció el ceño, confundida.
—¿Las razones correctas?
—El dinero —dijo seriamente—. Cuando tienes tanto dinero como yo, hay muchas mujeres dispuestas a soportar lo que sea con tal de conseguir tener de todo. Esa no es la clase de mujer que yo quiero en mi vida o en mi cama de forma permanente. Quiero a una mujer que quiera las mismas cosas que yo. A la que le guste estar bajo mi control. Que pueda cuidar de ella. Que pueda compartir mis perversiones con ella. Quiero que ella me quiera solamente a mí, por lo que soy. No por mi dinero, y no quiero que nadie sufra en una relación que encuentre aberrante solo porque el precio es bueno.
—¿Y esas perversiones son…?
Se echó hacia atrás ligeramente pero ella lo cogió por los hombros y lo obligó a mirarla a la cara.
—Dímelas, Jace. No me vas a sorprender.
—Me gusta el dolor —dijo quedamente—. Infligir dolor.
Se le veía incómodo mientras la estudiaba para buscar cualquier reacción en su rostro, pero ella tuvo cuidado de no mostrar nada. En cambio, esperó a ver lo que tenía que decir después.
Como ella no respondió, Jace continuó tras haber relajado los hombros un poquito, casi como si hubiera esperado que reaccionara a la defensiva tras su confesión.
—No estoy diciendo que abuse de las mujeres. Por Dios, me pone enfermo solo imaginarme que pienses eso de mí. Sueno como un hipócrita. Soy exageradamente protector con las mujeres que están a mi cargo y aun así me gusta infligir dolor.
—¿Cómo?
Bethany se lo estaba preguntando calmadamente y Jace la estudió con intensidad, como si estuviera esperando que se levantara y saliera corriendo y gritando del apartamento en cualquier momento.
—Fustas. Azotes. Cinturones. Me gusta el sexo duro. Me gustan los juegos de rol. Me gusta el bondage. A veces me siento como el doctor Jekyll y el señor Hyde porque adoro a las mujeres con las que estoy. Las saboreo. Las toco, beso y les hago el amor. ¿Pero otras? Lo quiero a mí manera. De la forma que yo quiera. Atada e indefensa. Con el trasero rojo por los azotes. A veces el sexo se basa completamente en ella y su orgasmo. Pero otras solo es para mí.
—Eso no suena tan mal —dijo con calma.
—¿Entiendes que tendría el control absoluto sobre cada aspecto de nuestra relación, Bethany? ¿De verdad lo entiendes? Cada decisión la tomaré yo. Dónde comemos, lo que comemos, adónde vamos, adónde vas. Cuándo tenemos sexo. Cuándo no tenemos sexo. Lo que llevarás puesto. Con quién hablarás. ¿Lo vas pillando ya? Soy un cabrón controlador y eso no va a cambiar. ¿De verdad estás dispuesta a adentrarte en algo como eso?
—¿Y si no? —preguntó, estudiándolo tan intensamente como él la escrutaba a ella.
—Entonces aceptaré lo que sea que puedas darme —contestó con voz queda.
Ella cogió aire hasta que se sintió mareada. Oh, Dios. Después de todo lo que había dicho. Después de todo lo que había explicado, era capaz de renunciar a ello solo para tenerla a ella.
Las lágrimas ardieron en sus ojos y tomó aire con más fuerza que antes a la vez que parpadeaba para hacerlas desaparecer. Fue inútil. Le quemaron hasta que finalmente cayeron por sus mejillas. Jace pareció asustarse, su expresión cambió a otra que era de puro odio hacia sí mismo.
—No llores, nena. Por favor, no llores —susurró bruscamente—. Lo solucionaremos. Te lo juro, ya verás como todo irá bien.
Ella sacudió la cabeza.
—No, no lo entiendes.
—Entonces haz que lo entienda. ¿Qué pasa? ¿Por qué estás llorando? No tiene que ser de esa manera. Solo estaba intentando hacer que me comprendieras realmente.
Ella estampó su boca en la de él. Jace pareció sorprendido pero no la apartó. Sus bocas se derritieron la una en la otra y las lenguas colisionaron, húmedas.
—Cállate. Solo cállate y bésame.
Él gimió.
—Dios, nena.
Bethany se arrancó la ropa, de repente desesperada porque no hubiera nada entre ellos. Le arrancó a él la suya hasta que finalmente Jace la ayudó y las prendas salieron volando por todas partes: en el suelo, detrás del sofá y en la mesita.
Bethany lo besó con avidez, con pasión. Dejó que toda la desesperación que sentía se hiciera palpable en el beso y en sus manos mientras estas recorrían su duro cuerpo. Su miembro erecto estaba rígido entre los dos, aplastado entre los dos vientres. Ella bajó la mano para agarrarlo mientras se arqueaba sobre él; lo quería dentro.
Se acordó de que era Jace el que supuestamente iba a estar al mando. Él era el que iba a llevar las riendas. Pero en ese momento no le importó. Ella solo sabía que lo quería y tenía que sellar esa conexión especial y hacer de ella algo más permanente. Tenía que enseñarle, con más que palabras, que ella quería lo que él pudiera darle. No solo lo que quería, sino también lo que realmente necesitaba.
Colocó el miembro en la entrada de su cuerpo y no vaciló al deslizarse sobre él, envolviéndolo entero en un solo movimiento. La fuerza de la invasión le hizo contener un grito y las manos de Jace de repente se movieron hasta sus caderas, levantándola hacia arriba para aliviar la presión.
—Nena, no, no te lastimes.
Su voz sonaba forzada y era evidente lo mucho que se estaba conteniendo. Oh, no. Eso no era lo que quería. Ella lo quería todo. Todo lo que él tuviera para darle. Y no se iba a conformar con menos.
—Tú nunca me harías daño —susurró—. No de ninguna forma que yo no quiera.
Él se rio entre dientes y luego deslizó las manos hasta su trasero, agarrándolo mientras Bethany se alzaba para volver a acogerlo entero. Esta vez no la contuvo y lo acogió en toda su extensión, hasta los testículos, con el trasero descansando sobre su regazo.
—Dios, me haces sentir tan inmensamente bien… —dijo en voz baja.
—Solo quiero que te recuestes y disfrutes —murmuró Bethany.
Los ojos de Jace brillaron mientras la miraba directamente. Luego aflojó la presión y se recostó contra el sofá a la vez que su cuerpo perdía toda la tensión que lo consumía.
—Eso puedo hacerlo.
Las manos recorrieron su cuerpo y finalmente rodearon sus senos. Bethany gimió mientras se alzaba y se dejaba caer de nuevo para llenarse profundamente de él. Se echó hacia delante y presionó su cuerpo contra el del hombre, dejando que sus manos quedaran atrapadas entre ellos.
El miembro de Jace era muy grande. Lo era tanto que hacía que fuera difícil moverse, pero ella se deleitó en esa tirantez. Cada embestida era una dulce agonía mientras él se abría paso entre su carne hinchada. Cada vez que los testículos colisionaban contra su trasero, ella jadeaba y cerraba los ojos. Estaba a punto de correrse y apenas acababa de comenzar.
—No te contengas, nena. Quiero ver cómo te corres. Eres tan inmensamente preciosa que duele con solo mirarte.
—No sin ti —dijo ella entre jadeos.
—Oh, yo estoy a punto. Lo estaba ya en el mismo instante en que tu sexo se deslizó sobre mi polla.
Sin necesitar más estímulos, ella aceleró el ritmo mientras se movía para tener mejor ángulo. Jace le sujetó los pechos con las manos y luego se llevó un pezón a la boca para succionarlo con fuerza. Seguidamente colocó las manos en su trasero y lo empujó, lo que consiguió que ella se estremeciera.
—Quiero el culo después —sus palabras retumbaron bruscamente desde su pecho—. Me muero de ganas de hundirme bien adentro en él. No tuve tu trasero esa primera noche. Estaba demasiado centrado en tu coñito. No quería que nadie además de mí estuviera ahí. Pero ahora es mío y quiero follármelo.
—¡Jace!
Sus palabras eróticas cayeron sobre ella como astillas y la empujaron a dejar atrás esa distancia que le quedaba para llegar al orgasmo. Arqueó el cuerpo y luego se convulsionó. No podía mantenerse recta, pero no tuvo que preocuparse por eso. Los brazos de Jace la rodearon y tomaron el control mientras se hundía y se retiraba de su interior, más rápido, con más fuerza hasta que no hizo más que gimotear su nombre.
Jace soltó un leve gruñido. Su agarre era castigador. A Bethany le saldrían moratones luego, pero no le importaba. Esto era lo que quería. Su posesión.
Bethany se rompió en mil pedazos. Ahí, entre sus brazos, con él introduciéndose en su cuerpo, totalmente suya. Era casi doloroso. Tan intenso que la habitación se volvió borrosa a su alrededor; su visión se fue perdiendo poco a poco.
Apoyó la cabeza en el hombro de Jace y jadeó en busca de aire mientras su cuerpo se convulsionaba y retorcía. Él la embestía, se movía con velocidad. El sonido de sus cuerpos al colisionar se escuchaba alto en sus oídos. Bethany se sacudió entera y aun así él seguía hundiéndose en ella como si estuviera intentando llegar al recoveco más profundo de su alma.
Luego Jace gritó. Su nombre. Bethany. Era dulce escucharlo en sus oídos; el sonido se deslizó sobre ella como la más fina y suave de las sedas. Su nombre. Ella le pertenecía.
Él se quedó relajado y la pegó más contra sí hasta que Bethany no pudo respirar. Sin embargo, no se quejó. No dijo ni una palabra mientras se acomodaba tumbada sobre el cuerpo de Jace. Él la besó en el cuello, en la oreja, y luego le acarició el pelo con la nariz. Le llevó un momento darse cuenta de que le estaba susurrando al oído palabras cariñosas. Le estaba diciendo lo preciosa que era y lo feliz que se sentía porque fuera suya, por haber aceptado lo que él quería de ella.
Bethany le rodeó el cuello con los brazos y lo abrazó tan fuerte como él la abrazaba a ella.
—Me quiero quedar —susurró.
Él se quedó rígido contra su cuerpo y luego se relajó como si se sintiera aliviado. La besó otra vez y movió una de sus manos para apartarle el pelo de la cara. Luego la echó un poco hacia atrás para que sus miradas pudieran encontrarse. Los ojos de Jace eran intensos, casi negros mientras la miraba.
—Te vas a quedar, Bethany. Ahora eres mía. Aún no sé si sabes muy bien a lo que has accedido pero ahora no te voy a dar la oportunidad de poder echarte atrás. Me perteneces. Y no te voy a dejar marchar.
Ella depositó una mano en su mejilla tal como él había hecho con ella tantas veces antes. Le ofreció consuelo y tranquilidad. Jace se inclinó hacia delante y acarició su boca con la suya, una, dos y hasta tres veces, como si no pudiera apartarse.
—¿Por qué llorabas, nena?
Solo de pensar de nuevo en todo lo que le había contado hacía que quisiera llorar otra vez. Al ver su mirada llena de alarma, ella se dio cuenta de que sí que había soltado una lagrimita.
—Oh, Jace —susurró—. No te puedes imaginar lo mucho que significa para mí que de verdad estés dispuesto a cambiar quién eres, lo que te hacer ser como eres, porque pienses que es lo que quiero. Y que me hayas enseñado tu corazón. Pero tienes que comprender que te quiero a ti. Con todo lo que significa. No quiero una versión rebajada de Jace. Te quiero a ti. Controlador, dominante, arrogante, cariñoso, protector… —su voz se fue apagando, sonaba ronca de la emoción y nublada debido a las lágrimas—. ¿Lo entiendes? —susurró.
Él la pegó contra él, aún bien enterrado en su cuerpo. Bethany podía sentir cada latido del corazón. Jace tembló mientras sus manos se enredaban en su pelo. Luego tiró de él lo suficiente como para que pudiera apoyar su frente sobre la de ella; sus bocas se quedaron cerca la una de la otra y sus miradas, conectadas.
—No sé lo que habría hecho si no te hubiera encontrado —dijo con una voz rigurosa—. Me mata solo pensar en ello. No sé lo que habría hecho sin ti. Eso también me hace volver loco.
—¿Lo entiendes, Jace? ¿De verdad? Te quiero a ti. Quiero tu dominancia. La necesito.
Él le acarició el pelo con la mano en un movimiento tranquilizador y le peinó los rizos.
—Ya me tienes, nena. Todo yo. Y espero que estés preparada para ello. Pero sea como sea lo vas a tener. Todo yo. Al cien por cien. Pero tienes que prometerme una cosa.
—¿El qué? —susurró.
La besó primero con cariño, con suavidad, hasta que se quedaron sin aliento. Cuando se retiró, los ojos le brillaban de satisfacción y alegría.
—Prométeme que si alguna vez es demasiado, si alguna vez estás abrumada, si alguna vez te presiono demasiado o voy demasiado rápido, que me lo dirás. Tienes que decírmelo. No podría seguir viviendo si supiera que lo que te estoy haciendo te asusta o, Dios no lo quiera, te hace daño. Yo nunca quiero hacerte sentir mal con lo que vamos a hacer.
Ella lo besó esta vez, saboreando la sensación de tenerlo junto a ella, entre sus brazos. Esto era real. Él era real. Estaba conmovida hasta lo más hondo de su ser por la magnitud de lo que estaba ocurriendo en ese momento. Él la quería. A ella.
—Te lo prometo —susurró contra sus labios.