Capítulo
11

Jace la estrechó entre sus brazos y ella se acurrucó en el hueco de su hombro. Colocó la manta sobre ambos y metió los bordes por encima de su cuerpo de forma segura. Cuando terminó la besó en la parte superior de la cabeza y ella supo que ya había llegado la hora.

La hora para desnudar su alma. Para contarle todos sus vergonzosos secretos. Las cosas que la torturaban en sus sueños hasta el día de hoy. Jace hervía de impaciencia —lo había estado haciendo toda la tarde— y aun así estaba haciendo uso de un autocontrol sobresaliente. Estaba más que listo para estrangularla, pero esto no era fácil para ella y quizás él lo sabía.

—Desde que puedo recordar, siempre hemos sido Jack y yo —comenzó con voz queda.

Jace se tensó.

—¿Quién narices es Jack?

—Mi hermano —dijo sin duda alguna. No era una mentira porque era su hermano. No importaba que compartieran o no progenitores. Jack era su ángel de la guarda y ahora ella era el suyo.

La presión que Jace ejercía sobre ella se aflojó por un brevísimo momento y luego recorrió su brazo con la palma de la mano.

—Nadie nos quería cuando éramos jóvenes, y por eso siempre estábamos yendo de casa de acogida en casa de acogida. Algunas veces nos separaron. Otras estábamos juntos. Mayormente en casas medianamente más grandes. Cuando nos hicimos mayores, nos rebelamos con frecuencia, especialmente si nos iban a mandar a sitios separados. Por eso, nos metíamos en muchos problemas.

Jace la besó en la sien y dejo los labios allí durante un momento para ofrecerle su apoyo en silencio.

Ella ponderó por un momento cuál era la mejor forma de explicar lo peor de su pasado sin entrar en muchos detalles. La historia no era bonita. Y definitivamente no había sido de color de rosa. Lo último que quería Bethany era que Jace sintiera pena de ella, pero necesitaba saber lo suficiente para entender en dónde se estaba metiendo. Justo como él quería. Bethany sabía que él no la iba a querer una vez descubriera todo lo que ella era. Pero al menos viviría una noche más donde podría imaginar que las cosas eran muy diferentes para ella.

La tristeza se apoderó de Bethany y supo que se estaba reflejando en su expresión. Jace le rozó la mejilla con sus nudillos y ella pudo verlos por el rabillo del ojo.

—Cuéntame, Bethany. No hará que sea diferente.

Pero ella sabía que sí. Siempre era lo mismo. Y siempre sería igual.

Ella cogió aire y volvió a lanzarse. Mejor terminar con ello rápido. Como el quitarse una venda rápido en vez de hacerlo poco a poco.

—Cuando tenía dieciocho años, tuve un accidente de coche muy feo. Estuve en el hospital durante meses. Me rompí ambas piernas. Era un asco, de verdad. Básicamente, tuve que aprender a andar de nuevo. Recibí terapia y rehabilitación durante mucho tiempo. El dolor era abrumador. Me enganché a los calmantes. Al principio cuando los tomaba era porque no soportaba el dolor y los necesitaba. Pero cuando me los tomaba, todo era mejor. No había dolor. Me hacían sentirme más segura y capaz de enfrentarme al mundo. Hacían que las cosas no parecieran tan malas ni tan desesperantes. Empecé a necesitarlos, no por dolor físico, sino por el mental. Cuando intenté dejarlos, fue horrible.

Un pequeño gruñido se escapó de la garganta de Jace y ella retrajo las lágrimas pestañeando. Por supuesto que no aprobaría su comportamiento. Probablemente estaba disgustado con su debilidad. Jace no parecía el tipo de persona que nunca necesitaba nada ni a nadie. Él era fuerte. Y ella no lo era. Nunca lo había sido.

—Esa fue la razón de los cargos por posesión de drogas —murmuró—. Ya no podía conseguir la prescripción médica por parte de mi médico y el dolor y los efectos psicológicos fueron horribles. No podía lidiar con nada. Así que hice algo estúpido y los compré… ilegalmente. Lo malo es que ni siquiera los usé. Me pillaron en una redada. No tenía la receta médica, así que me arrestaron por tener una sustancia de uso médico. No fue gran cosa, pero sí una lección dura de aprender. Aunque no me cayó mucho encima, sí que me jodió bastante la vida. Es difícil conseguir un trabajo cuando tienes un arresto en tu historial. Nadie quiere contratar a una adicta.

Jace le apretó la mano y ella lo sintió temblar. ¿Furia? Bethany no podía mirarlo. No podría soportar la censura que habría en sus ojos. Ella ya se había torturado lo suficiente durante todos estos años, así que no iba a dejar ahora que nadie más lo hiciera también.

—Dijiste que Ash y yo fuimos tu recaída. Dijiste esa noche que habías hecho un trío antes. ¿Cómo encaja todo eso en la historia? —preguntó Jace con voz queda.

Más vergüenza se instaló sobre sus hombros hasta que los hundió y sus labios se curvaron de abatimiento.

—Nena —dijo Jace con voz dolorosa—. Todo. Quiero que me lo cuentes todo. Nunca volveremos a hablar de esto a menos que tú quieras. Pero necesitas quitarte ese peso de encima. Es como veneno. Y hasta que no te des cuenta de que no me va a hacer cambiar en absoluto, te carcomerá por dentro. Tú siempre te preocupas. Así que ahora sácalo, mándalo a paseo y sigamos hacia adelante, ¿de acuerdo?

Ella asintió, la voz de Jace era como un gruñido en sus oídos. No podía creer lo que estaba oyendo. Él aún no lo sabía todo. Estaba intentando ser honesta, pero no se sentiría igual cuando hubiera terminado.

—Cuando estuve intentando desengancharme de las pastillas, lo pasé muy mal al intentar cosas muy malas para lidiar con el problema y la dependencia psicológica de las drogas. Utilicé el sexo como un bálsamo, pero nunca funcionaba. Solo hacía que me sintiera peor conmigo misma. Tuve varias parejas por entonces —dijo con pena—. Tríos. Uno a uno. No me importaba mucho. Solo buscaba algo que me aliviara el dolor. Solo necesitaba encontrar un modo de escapar por un rato. Quería que me quisieran. Quería sentirme querida.

Jace la abrazó incluso con más fuerza, estrechándola contra su pecho para que no se pudiera siquiera mover.

—No fui tan estúpida como para no usar condón. Los chicos probablemente estaban preocupados de que les contagiara algo. Yo tenía una reputación, Jace —susurró—. Y no era buena.

Bethany casi se ahogó en las palabras. Odiaba tener que admitir eso. Odiaba tener que ponérselo de esa manera. Pero no iba a mentirle, Jace se merecía saberlo todo. Era un buen tío. Demasiado bueno para ser verdad. No se merecía tener que acarrear con alguien como ella.

—¿Qué demonios está pasando por tu cabeza ahora mismo? —inquirió Jace con una voz que atravesó sus taciturnos pensamientos.

—Te mereces algo mejor.

Jace maldijo con saña.

—Eres honesta. Directa. Normalmente son cosas que me gustan. Joder, me encantan. Aprecio la honestidad y alguien que vaya con la verdad por delante sin preocuparse de las consecuencias. Pero maldita sea, Bethany. «¿Que yo me merezco algo mejor?» ¿De qué narices va eso? ¿Qué pasa con lo que tú te mereces? ¿Alguna vez habías pensado en eso?

Bethany no tenía una respuesta para esa pregunta.

Jace sacudió la cabeza y la sujetó aún más firmemente.

—No me importa lo que te lleve, nena. Vas a verte como yo te veo. Vas a meterte en la cabeza que tú sí que te mereces algo mejor, y yo voy a asegurarme de que lo tengas.

Ella tragó saliva y volvió a retraer las lágrimas. ¿Cómo podía verla como algo? No la conocía.

—¿Qué más? —preguntó Jace—. Suéltalo todo. Llévame hasta donde estás ahora.

—No hay mucho más que contar —murmuró—. Después de los cargos por posesión de drogas y la época del sexo sin ataduras, las cosas simplemente se desintegraron. Fue por mi culpa. Pude haberlo hecho todo mucho mejor. Pude haber sido mucho más responsable. Pero no lo fui y pagué las consecuencias. Nadie quería contratarme y yo no tenía dinero suficiente como para poder ir a clase y darme la oportunidad de tener una vida mejor gracias a la educación. El accidente se llevó muchos meses de mi vida. Estaba cansada y derrotada. No podía pensar más allá del día siguiente, y mucho menos pensar en lo que podría ser mi vida en un futuro.

—Dios… —murmuró Jace—. ¿Cuántos años tienes ahora?

Ella alzó las cejas.

—¿Tu investigación no te lo ha dicho?

—Dije que sabía muchas cosas, pero no todo —contestó secamente—. Mencionaba las cosas importantes. Tu edad no me importa en lo más mínimo, a menos que me digas que aún eres menor.

El intento de broma la relajó, le inyectó un poquito de ligereza en el pecho.

—Tengo veintitrés —dijo poniendo una mueca mientras pronunciaba esas palabras. Era demasiado mayor para tener que estar comportándose como lo hacía. Muy mayor para ser una sin techo, sin educación y sin trabajo.

—Aún una niña —murmuró Jace.

Ella le envió una mirada dura.

—¿Cuántos años tienes tú?

—Treinta y ocho.

Ella lo miró asombrada. Había quince años de diferencia entre ellos. ¡Quince!

—¿Y Ash? —dijo ahogándose.

—Igual. —De repente su voz sonó entrecortada y no parecía muy contento de que hubiera mencionado a Ash.

—Guau —murmuró ella—. Nunca habría adivinado que tuvieras treinta y ocho. Tienes quince años más que yo.

—¿Y?

Ella parpadeó ante el comentario. Levantó la mirada para ver el desafío en sus ojos.

—¿Te molesta? —preguntó él, aunque su tono sugería que no le importaba mucho si le molestaba o no. Parecía muy decidido y resuelto.

—¿Te molesta a ti? —le devolvió, vacilante—. Seguro que puedes relacionarte con mujeres más sofisticadas. Educadas. Mayores. Mejores.

Jace apretó la mandíbula con tanta fuerza que le sobresalía de su rostro.

—Ahora me estás cabreando.

Bethany suspiró con tristeza.

—No me has respondido a la pregunta. ¿Te molesta? —insistió Jace.

¿Qué podía decirle? Si decía la verdad solo haría que su futuro se sentenciara incluso más. Si decía que le molestaba, a él ni le importaría. O la haría parecer como una asquerosa superficial.

—¿Bethany?

—No —soltó de repente—. No me molesta. La diferencia de edad, me refiero. Pero eso no quita que podamos hacer esto o que tú debas mezclarte conmigo. No soy buena para ti, Jace. Tienes que verlo. Vivimos en mundos completamente diferentes. Tan diferentes que no puedo siquiera empezar a enumerar las diferencias. Yo nunca me acercaré a tu vida.

—Solo hay un mundo —contestó Jace con la rabia haciéndose patente en su voz—. Vivimos en el mismo mundo, Bethany. Y lo más importante, tú estás ahí. Te veo. Te deseo. Estás justo frente a mí. Si eso no te hace existir en mi maldito mundo, entonces no sé qué lo hace.

Su pulso se aceleró hasta llegar a marearse y a luchar por introducir aire en sus pulmones.

—Ahora que nos hemos quitado todo eso de en medio, me vas a contar, por fin, quién demonios te ha puesto las manos encima y por qué.

Jace sonaba muy enfadado otra vez, solo que ahora ella ya sabía que no era con ella. Estaba furioso, sí. No cabía duda. Había una oscuridad y una rabia en sus ojos que la hacían estremecerse.

Se mordió los labios y apartó la mirada mientras su estómago se volvía a encoger. Jace nunca lo entendería. Hasta ahora había evitado hablar de su relación con Jack, solo había revelado que era su hermano y que eran cercanos. Jace nunca, jamás lo entendería. Ni en un millón de años. No le importaría lo que Jack hubiera hecho por ella o que ella le debiera tanto que haría lo que fuera, lo que fuera, para pagar esa deuda. Incluso ir al infierno y volver.

—Bethany.

Su nombre salió como un gruñido de advertencia. Estaba perdiendo la paciencia, aunque hasta ahora hubiera hecho gala de una muy buena cantidad de la misma. Tenía suerte de que no la hubiera estrangulado todavía. Se había dado cuenta de que él no estaba acostumbrado a que le negaran nada. Él era un hombre que conseguía lo que quería. La gente no le decía que no.

Bethany soltó un suspiro lleno de tristeza.

—¿En qué estás metida? —le preguntó con suavidad.

Ella abrió los ojos rápidamente con el semblante serio e implorante y se dio la vuelta para encontrarse con su mirada.

—No estoy metida en nada.

Su respuesta fue tan vehemente que era obvio que él la aceptó como verdad. Se relajó por un breve instante, pero aún tenía fuego en los ojos.

—Cuéntamelo, Bethany. No me obligues a preguntártelo otra vez.

La autoridad que resonó en su voz hizo que su pulso reaccionara. La fuerza emanaba de él. El corazón de Bethany latió dolorosamente contra su caja torácica y se relamió los labios repetidamente mientras luchaba por encontrar el coraje suficiente para contarle lo último.

—Jack debe dinero —susurró.

Jace entrecerró los ojos al instante.

—¿Perdón?

Ella se aclaró la garganta.

—Jack debe dinero. Lo quieren. Él no puede pagarlo, así que me amenazaron a mí. Dijeron que tenía una semana para conseguirlo.

Bethany lo soltó todo de carrerilla y no dejó que Jace respondiera. Tenía miedo de lo que pudiera decir así que se lanzó precipitadamente y lo soltó rápido. Probablemente estaba siendo incomprensible pero en ese momento no le importaba mucho.

—¡No puedo conseguir esa cantidad de dinero ni en un mes, y mucho menos en una semana! Los trabajos son difíciles de encontrar ahora mismo. Todo el mundo busca trabajos temporales durante las vacaciones y yo no es que tenga el mejor currículum. Se llevaron todo el dinero que tenía y eso era todo lo que me quedaba para comer. Para sobrevivir hasta que consiguiera el siguiente trabajo. No sé qué hacer, Jace. Tengo mucho miedo por Jack.

Jace abrió la boca y se la quedó mirando, incrédulo.

—Estás asustada por Jack.

Ella asintió.

—Estás asustada por Jack —repitió de nuevo con mayor énfasis.

Ella volvió a asentir.

—Joder. Esos capullos fueron a por ti. Te hicieron daño. ¡Te amenazaron! Y tú tienes miedo por Jack.

—Sí —susurró.

Jace explotó en una letanía de maldiciones y palabrotas con tanto ímpetu que logró que ella se avergonzara. Él se giró y la dejó a ella más libre en el sofá mientras él se sentaba hacia delante con las manos en el regazo.

—Maldito capullo —soltó—. ¿Se te ha ocurrido alguna vez preocuparte solo por ti misma?

Ella tragó saliva y asintió.

—Después de hoy, sí.

Jace volvió a girarse rápidamente hacia ella. Sus ojos brillaban llenos de ira.

—Lo que quiero saber es cómo supieron de tu existencia —le preguntó con un tono de voz suave pero a la vez furioso.

Era una pregunta que Bethany se había hecho repetidas veces desde que la habían tirado al suelo, le habían robado el dinero y pegado en las costillas. ¿Por qué habían venido tras ella? ¿Cómo sabían siquiera de su existencia?

Jack no… Bethany sacudió la cabeza, porque estaba siendo estúpida. ¿Cómo si no lo hubieran sabido? ¿Cómo habrían sabido dónde encontrarla? Jack se lo tenía que haber dicho a alguien. Y eso le rompía el corazón.

—Cuéntame lo que pasó, Bethany —insistió Jace mucho más suavemente. La estaba abrazando otra vez. Se encontraba pegada a su pecho, envuelta entre sus brazos. Tenía los labios rozando su cabello y su tono de voz era suave e infinitamente más tierno.

Bethany cerró los ojos y dejó que las cálidas lágrimas mojaran la camisa de Jace.

—Sabían cómo encontrarme —dijo ahogadamente—. No sé cómo. —Mentirosa, sí que lo sabía. Era la primera mentira que le contaba a Jace, pero de alguna forma el admitir la verdad hacía que fuera irrevocablemente más real.

Y no podía lidiar con ello ahora mismo. La negación resultaba más soportable.

—Me tiraron al suelo. Así es como me hice las heridas y los cortes. Me dijeron que tenía una semana para conseguir el dinero que Jack les debía. Luego me robaron el poco dinero que tenía en el bolsillo. Se fueron y dijeron que me buscarían en una semana y que no había lugar alguno en el que pudiera esconderme de ellos. Me dijeron que me encontrarían de una forma u otra.

—Cabrones —soltó Jace—. Asquerosos cobardes hijos de puta. Ir tras una mujer indefensa en vez de tras el gilipollas que les cogió prestado el dinero en un principio. Y Jack lo permitió.

Ella se tensó, preparada para defender a Jack, pero Jace la sujetó con mayor fuerza. Una advertencia para que se quedara callada.

—Ni siquiera lo intentes, nena —su tono era helado. Tan lleno de fuerza que ella obedeció al instante—. No te atrevas a defenderlo cuando ha hecho lo indefendible.

Bethany se hundió en su pecho y cerró los ojos una vez más. Giró el rostro y se agarró a él con ambas manos.

—¿Cuánto dinero debe? —exigió Jace.

Ella se separó lo suficiente para que sus palabras no sonaran distorsionadas.

—C… c… cinco mil dólares. —Como si hubiera sido un millón. Cinco mil dólares era una cantidad tan imposible de conseguir como lo eran diez millones de dólares—. Pensé en intentar traficar —dijo casi ahogándose al pronunciar las palabras—. He visto a otros hacerlo y sacan bastante dinero. Sin embargo, yo solo tengo una semana, así que necesitaría trabajar duro. Quizás entiendas ahora por qué no me puedo mudar al apartamento de tu hermana.

—Oh, ni de coña.

Jace explotó, su cuerpo de repente latía de la tensión. Se sentó completamente erguido y la acomodó hacia él. La apartó de su cuerpo un momento para que pudiera mirarlo a los ojos. Estaba enfadado. De hecho, muy enfadado. Se le enrojeció el rostro y tenía los labios blancos de apretarlos con tanta fuerza.

—Tú has acabado. Lo has dejado. No vas a volver a poner un pie en la calle otra vez. Has perdido la cabeza si piensas que voy a permitir que te vayas con esos capullos acechándote.

Bethany sintió cómo la sangre abandonaba su rostro.

—Le harán daño a Jack. No puedo dejar que eso ocurra, Jace.

—Tú déjame a Jack —soltó mordazmente.

Ella sacudió la cabeza, la histeria se estaba apoderando de ella. La situación se estaba descontrolando muy rápidamente y tenía que ponerle fin. Se puso de pie antes de que Jace pudiera volver a sentarla en el sofá y retrocedió varios pasos para que no pudiera tocarla.

—Tengo que irme —soltó de repente—. Gracias. Por todo.

Y luego dio media vuelta y salió corriendo rezando por que las puertas del ascensor se abrieran de inmediato.