Primavera de 1938

Hoy, domingo de Resurrección, muy de mañana

una nevasca azotó de repente la isla.

Había nieve entre los setos verdes. Mi hijo

me llevó hasta un albaricoquero pegado a la tapia de la casa

apartándome de una poesía en la que denunciaba

a quienes preparaban una guerra que

al continente, a la isla, a mi pueblo, a mi familia y a mí

se nos puede tragar. En silencio,

cubrimos con un saco

el árbol a punto de helarse.