—¡Obispo, puedo volar!
—le dijo el sastre al obispo—.
¡Fíjate, voy a probar!
—Y con algo como alas
el sastre subió al lugar más alto de la catedral.
Pero el obispo no quiso mirar—.
—Como el hombre no es un ave,
eso es pura falsedad
—dijo el obispo del sastre—.
Nadie volará jamás.
—El sastre ha muerto—
la gente al obispo fue a informar—.
Fue una locura. Sus alas
se tenían que desarmar.
Y ahora yace destrozado
sobre la plaza de la catedral.
—¡Que repiquen las campanas! '
Era pura falsedad.
¡Como el hombre no es un ave
—dijo el obispo a la gente—,
nunca el hombre volará!
(1934, del libro Historias de
almanaque, 1939)