Recuerdo de María A.

Fue un día del azul septiembre cuando,

bajo la sombra de un ciruelo joven,

tuve a mi pálido amor entre los brazos,

como se tiene a un sueño calmo y dulce.

Y en el hermoso cielo de verano,

sobre nosotros, contemplé una nube.

Era una nube altísima, muy blanca.

Cuando volví a mirarla, ya no estaba.

Pasaron, desde entonces, muchas lunas

navegando despacio por el cielo.

A los ciruelos les llegó la tala.

Me preguntas: «¿Qué fue de aquel amor?»

Debo decirte que ya no lo recuerdo,

y, sin embargo, entiendo lo que dices.

Pero ya no me acuerdo de su cara

y sólo sé que, un día, la besé.

Y hasta el beso lo habría ya olvidado

de no haber sido por aquella nube.

No la he olvidado. No la olvidaré:

era muy blanca y alta, y descendía.

Acaso aún florezcan los ciruelos

y mi amor tenga ahora siete hijos.

Pero la nube sólo floreció un instante:

cuando volví a mirar, ya se había hecho viento.