Bart Shaw cerró el expediente y se olvidó de sus amenazas de denuncia contra Finley & Figg por negligencia profesional, pero no por ello dejó de cobrar casi ochenta mil dólares de Varrick por sus exitosos intentos de atormentar al bufete y obligarlo a ir a juicio en el caso Klopeck. Adam Grand presentó ante el colegio de abogados una demanda contra el bufete por comportamiento poco ético, pero al final se desdijo. Otros cinco clientes de casos de no fallecimiento hicieron lo mismo y acabaron igual. Nadine Karros cumplió su promesa de no solicitar sanciones por presentar una demanda sin fundamento, pero Varrick organizó una agresiva y en general exitosa campaña en otros juzgados para sangrar al resto de bufetes demandantes. Jerry Alisandros fue objeto de una cuantiosa sanción en el sur de Florida cuando se hizo patente que no pensaba proseguir con el resto de las demandas contra el Krayoxx.
Thuya Khaing sufrió una serie de embolias y murió tres días después de Navidad en el hospital infantil Lakeshore. David y Helen, acompañados por Wally, Oscar y Rochelle, asistieron al pequeño funeral. También estuvieron Carl LaPorte y Dylan Kott, quienes, con la ayuda de David, se las arreglaron para conversar discretamente con los padres del niño. Carl les ofreció su más sentido pésame y aceptó cualquier responsabilidad en nombre de su empresa. Según los términos del acuerdo de David, el dinero había sido asignado y sería pagado conforme a lo prometido.
El divorcio de Oscar se convirtió en definitivo a finales de enero. Por entonces vivía con su nueva pareja en un nuevo piso y parecía más feliz que nunca. Wally se mantenía en el dique seco e incluso se presentaba voluntario para ayudar a otros colegas a luchar contra sus adicciones.
Justin Bardall fue condenado a un año de cárcel por el intento de incendio de Finley & Figg. Entró en la sala en una silla de ruedas, y el juez lo requirió para que reconociera la presencia de Oscar, Wally y David. Bardall había colaborado con el fiscal con tal de obtener una condena leve. El juez, que había pasado los veinte primeros años de su carrera ejerciendo la abogacía en las calles del sudoeste de Chicago y tenía una pobre opinión de los matones que se dedicaban a prender fuego a los bufetes de abogados, no mostró compasión con los jefes de Justin. El propietario de Cicero Pipe fue condenado a cinco años de cárcel y su capataz de obra, a cuatro.
David ganó la demanda presentada por Bardall contra Oscar y el bufete.
Como era de esperar, la nueva asociación no sobrevivió. Tras su operación de corazón y el divorcio, Oscar había perdido fuelle y dedicaba cada vez menos horas al bufete. Tenía un poco de dinero en el banco, había empezado a cobrar una pensión de la Seguridad Social, y su pareja se ganaba bien la vida como masajista (de hecho la había conocido en el local de masajes de al lado). A los seis meses de la creación del nuevo bufete empezó a hablar de jubilarse. Wally seguía escocido por su aventura con el Krayoxx y ya no mostraba el mismo celo de antes a la hora de buscar nuevos casos. También él tenía un nuevo ligue, una mujer algo mayor con «un bonito saldo bancario», según la describió. Era dolorosamente obvio, al menos para David, que ninguno de los socios tenía el deseo ni el talento para hacerse cargo de casos importantes y llevarlos a juicio en caso necesario. Sinceramente, no podía imaginarse entrando en la sala de un tribunal acompañado por ninguno de los dos.
Tenía puestas todas las alertas y vio enseguida las señales de aviso. No tardó en planear su marcha.
Once meses después de la llegada de Emma, Helen dio a luz dos gemelos varones. Semejante acontecimiento empujó a David a hacer planes para un nuevo futuro. Alquiló una oficina no lejos de su casa, en Lincoln Park, y eligió cuidadosamente un despacho situado en la cuarta planta, con vistas al sur, desde donde podía divisar el perfil del centro de Chicago, en el que destacaba la Trust Tower. Era una vista que nunca dejaba de motivarlo.
Cuando lo tuvo todo listo informó a Oscar y a Wally de que pensaba marcharse cuando el acuerdo expirara. La separación fue difícil y triste, pero no inesperada. Oscar aprovechó la ocasión para anunciar su jubilación. También Wally pareció aliviado. Tanto él como Oscar decidieron vender el edificio de Preston y cerrar el bufete. Cuando los tres se despidieron y se desearon buena suerte, Wally ya estaba haciendo planes para largarse a Alaska.
David se quedó con el perro y con Rochelle, con quien llevaba negociando un par de meses. Nunca habría considerado llevársela de Finley & Figg, pero de repente ella estaba libre. Recibió el título de directora de oficina, además de un sueldo y unas pagas extras mejores, y se trasladó a las nuevas instalaciones de David E. Zinc, abogado.
El nuevo bufete se especializó en responsabilidad corporativa. Cuando David zanjó las indemnizaciones de otros dos casos de intoxicación con plomo, tanto él como Rochelle y su creciente plantilla se dieron cuenta de que aquella especialidad iba a convertirse en un negocio bastante lucrativo.
La mayor parte de su trabajo tenía lugar en los tribunales federales, y a medida que el trabajo fue a más, David se vio visitando el centro de la ciudad con creciente frecuencia. Siempre que podía se detenía en Abner’s para reírse un rato y comer algo, un sándwich y una gaseosa. En un par de ocasiones compartió un Pearl Harbor con la señorita Spence, que seguía echándose entre pecho y espalda tres de aquellos dulces brebajes todos los días. David solo era capaz de aguantar uno, y después regresaba en tren a su despacho y disfrutaba de una agradable siesta en su nuevo sofá.