La última reunión de Finley & Figg tuvo lugar aquella misma tarde. Por deseo expreso de David, los socios esperaron hasta que Rochelle se hubo marchado. Oscar estaba cansado y de mal humor, lo cual era buena señal. Su nueva pareja y chófer lo había dejado a las tres de la tarde, y Wally había prometido que lo llevaría a casa cuando acabara la reunión.
—Esto tiene que ser importante —dijo Wally cuando David cerró la puerta principal.
—Y lo es —convino este—. ¿Os acordáis del caso de intoxicación con plomo del que os hablé hace unos meses? —Lo recordaban, pero solo vagamente. Habían sucedido tantas cosas desde entonces…—. Muy bien, pues han ocurrido cosas interesantes.
—Explícanos —pidió Wally, que ya imaginaba algo agradable.
David se lanzó a explicarles con detalle sus actividades en nombre de los Khaing y dejó sobre la mesa un juego de Nasty Teeth mientras desarrollaba la historia hasta su increíble final.
—Esta mañana me he reunido con el presidente y los principales ejecutivos de la empresa y hemos pactado una indemnización.
Wally y Oscar no se perdían palabra e intercambiaban miradas nerviosas. Cuando David dijo: «Los honorarios ascienden a un millón y medio de dólares» los dos cerraron los ojos y bajaron la cabeza como si rezaran. David hizo una pausa y les entregó a cada uno una copia de un documento.
—Lo que tenéis delante es mi propuesta para la creación del nuevo bufete de Finley, Figg & Zinc.
Oscar y Wally tenían los papeles entre las manos, pero no los leían. Sencillamente miraban a David con expresión boquiabierta, demasiado perplejos para poder hablar.
—Se trata de un acuerdo con un reparto mensual de los ingresos a partes iguales. Vosotros conserváis el edificio a vuestro nombre. Quizá os guste echar un vistazo al tercer párrafo de la segunda página.
Nadie pasó la hoja.
—Explícanoslo tú —dijo Oscar.
—De acuerdo. Hay algunas precisiones bastantes claras acerca de las actividades a las que el nuevo bufete no se dedicará en ningún caso. No se pagarán más bonificaciones ni sobornos a policías, bomberos, conductores de ambulancia ni a nadie más a cambio de información de posibles casos. No nos anunciaremos más en paradas de autobús, billetes de bingo ni ninguna otra plataforma barata. De hecho, cualquier publicidad deberá ser aprobada por el comité de marketing que, al menos durante el primer año, estará compuesto únicamente por mí. En otras palabras, amigos, el nuevo bufete dejará de perseguir ambulancias.
—¿Y eso qué gracia tiene? —preguntó Wally.
David sonrió educadamente y prosiguió:
—He oído que habéis hablado de anunciaros en carteles y en televisión. Eso también queda descartado. Antes de que el bufete firme con un nuevo cliente, los tres socios tendremos que estar de acuerdo en aceptar el caso. Dicho de otra manera, el bufete se va a regir por los más altos estándares de profesionalidad. Todos los honorarios que se cobren en efectivo irán al libro de cuentas, del que a partir de ahora se ocupará un contable titulado. De hecho, caballeros, el nuevo bufete se comportará como un bufete de verdad. Este acuerdo tiene una validez de un año. Si alguno de los dos no cumplís con lo estipulado, la asociación se disolverá y me consideraré libre para buscarme la vida en otra parte.
—Volviendo a lo de los honorarios —dijo Wally—, creo que no has terminado de explicarnos de qué iba.
—Si estamos todos conformes con las normas del nuevo bufete, os propongo que utilicemos los honorarios del acuerdo de los Khaing para devolver el crédito al banco y limpiar el desastre del caso contra el Krayoxx, incluyendo los quince mil dólares de sanciones que nos impusieron durante el juicio. Eso supone unos doscientos mil dólares. Rochelle recibirá una gratificación de cien mil, lo cual deja un millón doscientos mil a repartir entre nosotros. Propongo que lo hagamos a partes iguales.
Wally cerró los ojos. Oscar dejó escapar un gruñido, se puso lentamente en pie y se acercó a la ventana y miró por ella.
—No tienes por qué hacerlo, David —dijo finalmente.
—Estoy de acuerdo —convino Wally, con bastante menos convicción—. Se trata de tu caso, nosotros no hicimos nada.
—Puede ser —contestó David—, pero yo lo veo de la siguiente manera: nunca habría encontrado ese caso si no hubiera estado aquí. Es así de sencillo. Hace un año estaba trabajando en algo que aborrecía. Por un azar acabé aquí y os conocí. Luego tuve suerte y encontré el caso.
—Bien visto, sí señor —dijo Wally.
Oscar estuvo de acuerdo. Regresó a la mesa, tomó asiento y se volvió hacia Wally.
—¿Cómo puede afectar mi divorcio a esto?
—No hay problema. Hemos firmado el mutuo acuerdo, y tu mujer no tiene derecho a percibir nada de lo que ingreses a partir del momento en que ella firmó. El divorcio será definitivo en enero.
—Yo también lo veo así —dijo Oscar.
—Y yo —añadió David.
Se hizo un largo silencio que CA interrumpió cuando se levantó de su cojín y empezó a gruñir. Todos oyeron como se iba acercando poco a poco el lejano aullido de una sirena. Wally lanzó una mirada de tristeza más allá de la mesa de Rochelle, hacia la ventana.
—Ni lo sueñes —le dijo David.
—Lo siento, es la fuerza de la costumbre —contestó Wally.
Oscar reprimió la risa y al cabo de un segundo estaban todos riendo.