33

Dos días más tarde, Jerry Alisandros realizó una llamada telefónica aparentemente rutinaria a Nicholas Walker, de Varrick Labs. Charlaron un momento del tiempo y de fútbol, y después Jerry fue al grano.

—La semana que viene estaré por vuestra zona y me preguntaba si podría pasarme para que nos viéramos, suponiendo que te vaya bien y tengas tiempo.

—Seguramente —repuso Walker con cautela.

—Los números nos están saliendo muy bien y hemos hecho muchos progresos, al menos con los casos de fallecimiento. Me he reunido con el Comité de Demandantes y estamos preparados para negociar formalmente un acuerdo indemnizatorio, al menos en su fase preliminar. Nuestra idea es zanjar primero los casos importantes y después ocuparnos de los pequeños.

—Esa es nuestra idea también, Jerry —convino plenamente Walker para que Jerry respirara tranquilo—. Reuben Massey no ha dejado de darme la lata para que nos quitemos de encima este asunto. Esta misma mañana ha vuelto a echarme un rapapolvo, de modo que pensaba llamarte. Me ha ordenado que vaya a Florida con mi gente y nuestros abogados de allí para acordar una indemnización en línea con lo que ya hemos hablado. Te propongo que nos veamos en Fort Lauderdale dentro de una semana, firmemos un acuerdo y lo presentemos ante el juez. Los casos de no fallecimiento nos llevarán más tiempo, pero lo primero es zanjar los importantes. ¿Estás conforme?

¿Conforme?, pensó Jerry, ni te imaginas lo conforme que estoy.

—Me parece una gran idea, Nick. Me encargaré de tenerlo todo listo por aquí.

—Bien, pero insisto en que estén presentes los seis integrantes del Comité de Demandantes.

—Eso se puede arreglar. No hay problema.

—¿Podríamos también conseguir que viniera alguien del juzgado? No pienso marcharme de allí hasta que tengamos un acuerdo por escrito, firmado y con el visto bueno de los tribunales.

—Buena idea —repuso Alisandros, sonriendo como un bobo.

—Pues manos a la obra.

Jerry Alisandros revisó las cotizaciones tras la llamada. Varrick se negociaba a treinta y seis dólares, y la única explicación posible de la subida era el rumor de un acuerdo.

La conversación telefónica había sido grabada por una empresa especializada en la detección de mentiras. Zell & Potter la utilizaba con frecuencia para determinar el grado de veracidad de sus interlocutores. Media hora después de que Jerry colgara, dos expertos entraron en su despacho cargados con gráficos y diagramas. Se habían instalado con sus aparatos y su personal en una sala de reuniones al final del pasillo desde donde habían medido el nivel de estrés de las voces de ambos interlocutores. La conclusión final era que los dos habían mentido. Naturalmente, las mentiras de Jerry habían sido planificadas de antemano para provocar a Walker.

Los análisis de estrés de la voz de Walker mostraban altos niveles de engaño. Decía la verdad cuando se refería a Reuben Massey y al deseo de la empresa de quitarse de encima las demandas, pero mentía descaradamente cuando hablaba de hacer planes para una cumbre en Fort Lauderdale y pactar una gran indemnización.

Jerry aparentó recibir la noticia como si tal cosa. Una prueba como aquella nunca sería admitida ante un tribunal porque carecía de toda fiabilidad. A menudo se preguntaba por qué se tomaba tantas molestias con los análisis de estrés en la voz, pero después de tantos años de utilizarlos casi creía en ellos y estaba dispuesto a lo que fuera con tal de conseguir la más ligera ventaja. En cualquier caso, esas grabaciones eran muy poco éticas e incluso ilegales en determinados estados, de modo que no resultaba difícil enterrarlas.

A lo largo de los últimos quince años había acosado permanentemente a Varrick con una demanda tras otra y, al hacerlo, había aprendido muchas cosas de la empresa: su trabajo de investigación siempre era mejor que el de los demandantes, contrataba espías e invertía grandes cantidades en espionaje industrial. A Reuben Massey le gustaba jugar duro y solía encontrar la manera de salir victorioso de la guerra, incluso tras haber perdido una batalla.

Una vez solo en su despacho, Jerry Alisandros anotó lo siguiente en su diario particular: «El caso del Krayoxx se desvanece a ojos vistas. Acabo de hablar con N. Walker y me ha dicho que va a venir a Florida para firmar un acuerdo. Apuesto 80/20 a que no aparece».

Iris Klopeck mostró la carta de Wally a varios amigos y parientes. La inminente llegada de dos millones de dólares ya empezaba a crearle problemas. Clint, el haragán que tenía por hijo y que podía pasar días sin dirigirle más que algún gruñido ocasional, empezó a mostrarse inesperadamente cariñoso, a ordenar su habitación, a lavar los platos, a hacerle los recados y a hablar por los codos. Su tema favorito de conversación era su deseo de un coche nuevo. El hermano de Iris, recién salido de su segunda estancia en la cárcel por robar motocicletas, se dedicó a pintarle la casa gratis mientras dejaba caer comentarios acerca de que su sueño consistía en abrir su propio taller de motos y de que conocía uno que se traspasaba por la módica cantidad de cien mil dólares. «Una ganga, prácticamente un robo», aseguró, a lo que Clint añadió, mirando a su madre: «Tratándose de prácticamente un robo seguro que sabe lo que se dice». Bertha, la infeliz hermana de Percy, iba por ahí diciendo que tenía derecho a una parte del dinero por razones de sangre. Iris la aborrecía, lo mismo que la había aborrecido Percy, y le recordó que no había aparecido en el funeral de su hermano. Bertha objetó diciendo que ese día estaba en el hospital. «Demuéstralo», la retó Iris, y así iniciaron una pelea más.

El día en que recibió la carta de Wally, Adam Grand iba de un lado a otro por la pizzería. Su jefe le soltó un bufido sin razón aparente, él se lo devolvió y se organizó una buena bronca. Cuando finalizaron los gritos, Adam se largó o fue despedido, según la versión de cada uno. Fuera como fuese le traía sin cuidado porque iba a ser rico.

Millie Marino fue lo bastante inteligente como para no enseñar la carta a nadie. Tuvo que leerla varias veces antes de dar crédito a su contenido y sintió un ligero remordimiento por haber dudado de la habilidad de Wally. Este seguía inspirándole escasa confianza, y ella todavía estaba resentida con él por su intervención en la testamentaría de su difunto esposo. No obstante, todo aquello carecía de importancia. Lyle, el hijo de Chester, tenía derecho a una parte de la indemnización y por esa razón había estado siguiendo la evolución de la demanda. Si llegaba a enterarse de que el pago era inminente podía convertirse en un incordio, de manera que guardó la carta bajo llave y no habló con nadie sobre ella.

El 9 de septiembre, cinco semanas después de haber recibido un balazo en cada pierna, Justin Bardall presentó una demanda contra Oscar Finley a título individual y contra Finley & Figg a título colectivo. Alegaba que Oscar había utilizado una «fuerza desproporcionada» a la hora de disparar y que, más concretamente, había disparado a sangre fría una tercera bala sobre su pierna izquierda y lo había herido por segunda vez cuando ya estaba en el suelo y no representaba amenaza alguna. La demanda solicitaba cinco millones de dólares por lesiones y otros diez en concepto de daños punitivos por la conducta maliciosa de Oscar.

El abogado que la redactó, Goodloe Stamm era el mismo que Paula Finley había contratado para su divorcio. Era evidente que el señor Stamm había localizado a Bardall y que, a pesar de que su cliente tenía antecedentes e iba a pasar una larga temporada en la cárcel por intento de incendio, lo había convencido para que presentara la demanda.

Oscar enfureció cuando se enteró de que lo demandaban por quince millones y echó la culpa a David. Si este no hubiera llevado el caso de aquellos ilegales contra Cicero Pipe, él nunca se habría topado con Bardall. Wally logró una tregua, y los gritos cesaron; luego llamó a la compañía de seguros e insistió en que les proporcionara cobertura legal y económica.

El divorcio estaba resultando más complicado de lo que Wally y Oscar habían previsto, especialmente teniendo en cuenta que Oscar se había marchado llevándose solo su coche y su ropa. Stamm seguía hablando del dinero del Krayoxx e insistiendo en que todo aquello no era más que un ardid para ocultárselo a su clienta.

Con la indemnización a punto de llegar, les resultó mucho más fácil hacer las paces, sonreír e incluso bromear a propósito de la imagen de Bardall entrando medio cojo en el tribunal para convencer al jurado de que él, un incendiario incompetente, tenía derecho a convertirse en millonario por no haber logrado prender fuego al bufete de su demandado.